La pandemia del Covid-19 se va prolongando indefinidamente en el tiempo, las situaciones de excepción y anormalidad en nuestro país se van extendiendo con efectos que adquieren manifestaciones frecuentemente caóticas de diverso tipo, y pese al inicio de las campañas de vacunación en las provincias (de incierto resultado) el horizonte a la vista, incluso el del futuro a mediano plazo, no es para nada halagüeño, porque se advierte que los países del hemisferio norte adoptan nuevas medidas de distanciamiento social aún más exigentes que las del año pasado. Si las naciones del así llamado "primer mundo" dan manotazos de ahogado o pasos vacilantes en la niebla, ¿qué puede esperarse de nuestros países, furgones de cola del tren global?
"Calamum quassatum non conteret, et linum fumigans non extinguet" (Is 42,3). Blog de filosofía y teología católicas, análisis de la actualidad eclesial y de cuestiones de la cultura católica y del diálogo con el mundo.
domingo, 31 de enero de 2021
La Iglesia y la única causa cierta de la actual pandemia
----------Lo cierto es que en todo el curso de la historia ha habido pestes de todo género, epidemias similares a la actual o aún peores. A lo largo de toda su historia el hombre ha experimentado que la tierra en la que vive está llena, sí, de fabulosas riquezas, beneficios y bellezas, pero también de diversos y graves peligros y obstáculos para su vida: desde las fieras (y feroz también es esta pandemia), hasta las incertidumbres del clima, del riesgo de enfermedades y desastres, cataclismos, inundaciones, incendios, sequías, terremotos, deslizamientos de tierra, tsunamis y hambrunas, con su obligada secuela de muerte y todo tipo de inevitables desventuras en la siempre limitada capacidad humana de defenderse de todas esas desgracias, de las cuales no parece ser responsable. La impresión general, la aparente evidencia universal, es que las calamidades naturales han acompañado al hombre desde que el hombre es hombre.
----------Sin embargo, la diferencia con otras épocas es que ha habido tiempos que al menos eran mejores en el sentido de que la Iglesia, aquella que ha sido constituida por Nuestro Señor Jesucristo columna y fundamento de verdad, no parecía desistir de su misión, como si parece estar haciéndolo hoy, al menos en buena parte de lo que son sus órganos docentes. Porque debemos recordar que la Iglesia sabe, a partir de esa divina Revelación que le ha sido confiada para custodiar fielmente y enseñar generosamente, que no es cierto en absoluto que las calamidades naturales hayan acompañado al hombre desde que el hombre es hombre, sino que le acompañan desde el momento preciso en que sólo tras el pecado ha entrado la muerte y todo tipo de mal al mundo. En el principio no fue así, no existían las desgracias para el hombre.
----------En mi modesta opinión, el problema más grave en el contexto de la actual pandemia es que ante las siempre inevitables catástrofes naturales, las naciones no parecen contar hoy con aquellas defensas espirituales, aquellas sólidas murallas culturales, con las que sí contaban en otros tiempos y, sobre todo, no parecen contar las naciones con la principal defensa espiritual, que es precisamente la verdad acerca de la causa, la única causa cierta, de todos sus padecimientos: el pecado. No digo que las naciones hoy no aceptan esta verdad (eso es obvio); digo que ni siquiera la oyen, porque no la enseñan quienes deberían enseñarla.
----------Por supuesto, hay que notar que, según la doctrina católica, es necesario distinguir el pecado personal del pecado original. Y cuando señalo el pecado como única causa de las calamidades naturales, cuando señalo las desgracias que son causadas por fenómenos naturales, me refiero ante todo a aquellas que son las consecuencias del pecado original, llamadas por la Sagrada Escritura "castigo de Dios", pero que propiamente son la justa consecuencia del pecado original, consecuencias que afectan a toda la historia de la humanidad. De estas consecuencias nos libera la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.
----------Y poco importa saber cuáles hayan sido las causas a nivel de superficie o fenoménicas de la actual pandemia: que si ha sido una natural mutación de un organismo vivo, o una azarosa reacción química de sustancias productoras de moléculas dañinas, o si ha sido un accidente en algún laboratorio oriental, o si la responsabilidad debe atribuirse a la elaboración de una nueva arma química experimentada por el comunismo chino como le gusta delirar a quienes sueñan hoy con no sé que nuevas contra-revoluciones y nuevas batallas de Lepanto. Lo que digo con la firmeza y precisión que me da el Catecismo de la Iglesia y todo su Magisterio, es que la única causa cierta que conocemos de esta pandemia es el pecado. Y pongo por delante, ante todo, que está claro que Dios no es causa del mal. El mal tiene origen en el pecado de la creatura (ya sea de la creatura angélica o de la creatura humana). Dios permite la existencia del mal para recabar de él un mayor bien, a saber, la redención de Cristo y la Filiación divina, que no es otra que la vida cristiana.
----------Y frente a lo que estoy diciendo, nadie seriamente me puede oponer las palabras de Nuestro Señor Jesucristo con ocasión de la curación del ciego de nacimiento: "Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?. Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios" (Jn 9,1-3). Porque está claro que esas palabras del Señor se refieren a los eventuales pecados del ciego de nacimiento. Por lo tanto, en ese pasaje se trata de otra cosa, a saber, el problema del pecado personal, el cual, a veces, puede estar sujeto en la vida presente, a una pena, aunque ello no siempre sucede.
----------Es cierto, por supuesto, que aquel que no se enmienda de su pecado personal en esta vida es castigado con la condenación eterna. Pero también puede suceder que uno sufra por las penas, a pesar de ser inocente. En tal caso está llamado a unirse a la obra salvífica de Cristo, el Inocente que salva al mundo mediante la Cruz. Si algún lector (laico o clérigo) duda acerca de lo que estoy diciendo, le basta con consultar el Catecismo de la Iglesia Católica, que es el recurso más simple a nuestro alcance, para encontrar el verdadero criterio para discernir aquello que es católico de lo que no lo es, y así se encontrará confirmación a cuanto vengo aquí diciendo. Se puede suponer que un miembro del clero, un Obispo, un presbítero, o un laico comprometido en la catequesis de niños o de adultos, deben estar suficientemente bien preparados en teología antes de tratar ciertos temas. Sin embargo, lamentablemente, es sumamente fácil y frecuente en la actualidad encontrar errores teológicos que son inadmisibles en algunos representantes de la Iglesia docente.
----------Naturalmente, nunca faltan, y tampoco han faltado en todos estos meses de pandemia, meritorios católicos, también intelectuales de gran autoridad, conscientes de su misión, que han recordado las verdades de nuestra fe que acabo de citar líneas arriba. Sin embargo, tampoco han faltado voces sedicentes "católicas" que les han salido al cruce, a veces nada menos que desde órganos de comunicación oficiales u oficiosos de la Iglesia. En particular, recuerdo un artículo de neto perfil neo-modernista que criticaba tesis católicas como las siguientes: "que seguramente hay una razón específica, caso por caso, por la cual Dios permite el mal y las catástrofes, que los pueblos pueden ser castigados por sus pecados, que el infierno es un 'remuneración' y que el paraíso terrenal y el origen del hombre de Adán y Eva son una realidad histórica (no metafísica o simbólica) que un católico 'debe' creer", y a propósito de estas tesis, los críticos (a quienes no nombraré, en la esperanza de su corrección y de su conversión) sostenían que se trataría sólo de opiniones personales, que cierto erróneo fundamentalismo bíblico quisiera imponer como ideas "católicas", y que estos fundamentalistas: "abordan con presunción temas que a las personas con un mínimo sentido crítico, histórico o científico, hacen 'temblar las venas y el pulso', y construyen vallas que sólo las incitan a mantenerse al margen".
----------De modo que ahora, a la vista de estas negaciones de las verdades de nuestra fe, me pregunto: cuando alguien afirma que dichas tesis no se corresponden con la verdad y que son presuntuosas opiniones sin fundamento, ¿a quién compete la definición del ser católico o de cuanto desde el punto de vista doctrinal se debe llamar "católico"? Evidentemente a la Iglesia Católica. ¿Y en qué documento la Iglesia Católica expone su doctrina, es decir, lo que un católico debe creer? Evidentemente -lo repito- en el Catecismo de la Iglesia Católica. Pues bien, es evidente que, hoy por hoy, parece que más de un Obispo, más de un sacerdote, más de un catequista, debería leer, o volver a leer, los pasajes del Catecismo relativos a los temas que he mencionado líneas arriba, y entonces se verá la coincidencia de cuanto vengo afirmando con las verdades de fe enseñadas por la Iglesia Católica. De modo particular, por cuanto respecta a Adán y Eva, los nn. 369-379; la definición del pecado: nn. 1846-1869; el pecado original: nn. 385-512.
----------Por cuanto respecta en particular modo a la cuestión de la pareja primitiva, invito a leer cuanto el papa Pío XII enseña en la encíclica Humani Generis de 1950. Sobre el tema del infierno, basta con acudir también al Catecismo de la Iglesia, en los nn. 1033-1037.
----------Por otra parte, y llegados a esta punto, es conveniente observar que el hecho de que a un pecado o a un crimen deba seguir una pena o una punición o castigo, es en todo caso un principio de justicia natural, reconocido siempre y en todas partes entre todos los pueblos civilizados. Desde el punto de vista teológico, según la Sagrada Escritura, propiamente la "punición" o castigo del pecado no es un acto proveniente de Dios desde lo externo o desde fuera del mismo pecado, como ocurre en los tribunales humanos, aunque la Biblia a veces utiliza este lenguaje metafórico o antropomórfico, sino que es una consecuencia lógica y necesaria del mismo acto del pecado, que surge intrínsecamente del pecado mismo, es por así decir un "fruto del pecado", así como, por ejemplo, la muerte es la consecuencia necesaria de la asunción de un veneno.
----------Por lo demás, según las narraciones y las enseñanzas de la Escritura, aunque permanece el principio antes mencionado, no siempre Dios "castiga" en esta vida al pecador. En cambio, es castigado eternamente con la pena infernal el pecador que, a causa de sus pecados personales, muere en estado de pecado mortal, y por tanto privado de la gracia de Cristo. En cambio, en cuanto a la vida presente, a menudo hay pecadores que se salen con la suya, mientras sucede que personas inocentes sufren. ¿Por qué sucede esto?... Pues bien: 1°) Porque en realidad todos nosotros, justos o pecadores, sufrimos en esta vida las consecuencias del pecado original. 2°) Para que el inocente, uniendo sus propios sufrimientos a los sufrimientos redentores y expiatorios de Cristo, contribuya con Cristo a la remisión de los pecados y a la salvación del mundo, y este momento salvífico se actúa de manera suprema, como dice el Concilio Vaticano II, en la Liturgia Eucarística.
----------De modo que en la actitud de quienes en estos meses de pandemia han alzado su voz para recordar estas verdades no debe verse "presunción", sino simplemente el testimonio lineal, franco y valiente de buenos católicos, que lo que hacen es sencillamente presentar los datos de la fe católica.
----------Y si estas cosas hacen "temblar las venas y los pulsos" a algunos, esto ciertamente desagrada, y lamento que sea así, pero nadie podrá inducirnos a cambiar la Doctrina Católica para tranquilizarlos o hacerlos ilusoriamente felices. Ellos solo tienen que comprender, si aman la verdad, que la recta razón no contrasta con la fe, como la Iglesia ha repetido continuamente durante siglos.
----------Estoy seguro que nuestros Obispos aman la verdad, estoy seguro que los Obispos argentinos aman la verdad, y que el Sr Arzobispo mendocino ama la verdad, y que comprenden bien que la recta razón no está en contradicción con la divina Revelación que aceptamos por nuestra fe católica. Estoy seguro que nuestro Arzobispo mendocino no desprecia la recta razón de los fieles católicos mendocinos, e incluso de los no creyentes mendocinos. Por eso le hago un humilde y siempre respetuoso llamado al cumplimiento de su deber. Pues, si bien es cierto, como ha dicho monseñor Colombo en su reciente carta, que "el Covid-19 actualmente en curso, expandido desde comienzos del año pasado, nos ha acercado dramáticamente al misterio del dolor", también es cierto que nos ha acercado dramáticamente al misterio del pecado y sus consecuencias; y si bien es cierto que "somos parte de una humanidad doliente", también es cierto que somos parte de una humanidad pecadora; y que si bien es cierto, como dice Su Excelencia, que "la experiencia de la enfermedad hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro. Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios", también es cierto que experimentamos nuestra condición de pecadores, que nos ha hecho vulnerables, y nuestra responsabilidad ante Dios y merecedores de castigo, al haber olvidado nuestra dependencia de Él. Dígalo Excelencia, debe decirlo, el Pueblo de Dios necesita que lo diga, y lo necesita también el Padre Obispo, como le gusta que le llamen, porque va en ello la salvación de su alma; ya que es cierto que si deber tiene todo católico de recordar hoy estas verdades, mucho mayor y más grave deber tiene de recordar y enseñar a tiempo y a destiempo estas verdades nuestro Padre Obispo y Pastor.
----------Ciertamente, el dogma del pecado original, como todas las verdades de fe, parece al principio difícil y desagradable para la razón y para la ciencia, pero, cuando se hace uso de una sana razón y de una sana filosofía y se está bien informado acerca de las verdades de fe, no por modernistas y rahnerianos, sino por el Magisterio de la Iglesia, nos daremos cuenta de que es posible armonizar la ciencia con la fe.
----------Este delicado trabajo es un deber específico de la teología católica, que, modestamente, me he animado a popularizar en este blog con los limitados alcances que me son disponibles.
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