Hablábamos en la nota de ayer acerca del modo de dirigirnos a Dios en la oración. Hoy nos preguntamos por las condiciones para ser escuchados por Él, o para decirlo en otros términos, nos preguntamos cuáles son los pecados de los cuales debemos liberarnos para poder ser escuchados por Dios.
----------Debemos reconocer que esta pandemia es en verdad una lección de humildad para la soberbia humana, para el hombre prometeico, autorreferencial, fanfarrón y temerario, que se considera omnipotente señor de la naturaleza, libre modelador de sí mismo y exento de todo deber hacia Dios, porque se considera a sí mismo Dios, o porque se ha puesto en el lugar de Dios y es ley para sí mismo.
----------En estos últimos siglos, a partir de Descartes, el hombre, embriagado por el poder de su espíritu, de su pensamiento y de su acción, por los éxitos de la ciencia, de la técnica y de la organización social, y para justificar su arrogancia, ha elaborado numerosas y refinadas auto-interpretaciones de sí mismo, con las cuales se ha atrevido gradualmente a arrebatarle a Dios sus atributos, para asignárselos a sí mismo, mientras que el concepto de Dios se ha ido languideciendo, empobreciendo, desvaneciendo y marchitándose gradualmente, hasta ser finalmente sumergido el propio Dios en las miserias humanas.
----------He aquí, pues, que en la actual cosmovisión dominante, que se publicita en los grandes medios de comunicación, particularmente en toda la industria del cine y la TV que hoy son los grandes órganos educativos de las masas, por un lado está el hombre omnipotente y arrogante, y por la otra está (si es que todavía está) un Dios humillado, débil, miserable, impotente, frustrado, sufriente, un Dios risible y, al final, digno de ser arrojado a la basura. El hombre, sin embargo, envanecido en su estúpida soberbia, engañado por el diablo, se ha convencido de poder hacer por sí mismo lo que el viejo Dios no ha alcanzado a hacer.
----------Por esto, debemos reconocer que los errores y los pecados más graves y nocivos, de los cuales debemos liberarnos para ser gratos a Dios y ser escuchados en nuestra oración, se concentran hoy por hoy en torno a nuestra relación con Dios. Debemos pararla de una vez por todas con nuestra presunción y nuestra soberbia, que da frutos amarguísimos y suscita la ira de Dios. Es necesario que revisemos nuestra misma concepción de Dios entendiéndolo no como esencialmente vuelto y relativo al hombre y, en consecuencia, no debemos seguir a Heidegger en la creencia de que "el ser mismo del hombre co-constituye el Ser", frase que Rahner retoma al afirmar que "la esencia del hombre es absoluta apertura al ser en general" (Oyente de la Palabra, Fundamentos para una Filosofía de la Religión, Herder, Barcelona 1967, p.66).
----------No. El hombre tiene la simple facultad de conocer el ser, que en su plenitud infinita es Dios. Pero el hombre no constituye ningún presupuesto para el Ser divino, como si Dios tuviera necesidad del hombre para existir. El hombre, ciertamente, está orientado por Dios hacia Dios, pero depende de cada hombre, con su libre arbitrio, elegir o no elegir a Dios como fin último de su vida. El hombre se relaciona a Dios no por esencia, como si Dios tuviera necesidad del hombre para existir, como si la esencia divina estuviera condicionada por el ser humano, sino por libre elección, de modo que Dios existe igualmente, aun si el hombre no Lo elije.
----------Esta concepción pretenciosa del hombre deriva de la concepción cartesiana del hombre como res cogitans Deum. Pero esto no se corresponde en absoluto a la verdad. El hombre es apto para pensar a Dios, pero no es en absoluto verdad que el hombre piense a Dios por esencia. El ateo no piensa en Dios en absoluto y no por esto el ateo no es un hombre. Por consiguiente, el hombre es un ente capaz de pensar; pero de ningún modo es un ente pensante en acto, porque esto lo es sólo Dios, en quien su ser se identifica con su pensar (como dice santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae, I, q.14, a.4).
----------Sobre la base de estas consideraciones, me parece que podemos resumir todo el drama de nuestros días en torno a algunos nombres: Martín Lutero, René Descartes, Immanuel Kant, Georg W.F. Hegel, Karl Marx, Charles Darwin, Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud, Martin Heidegger y Karl Rahner.
----------¿Pero por qué incluir a Lutero en esta lista? ¿Acaso Lutero no ha sido un creyente en la omnipotencia divina, omnipotencia que humilla la soberbia del hombre? Sí, pero el Dios de Martín Lutero [1483-1546], que es misericordioso pero no castiga, supone un yo humano, el de Lutero, convencido de que un Dios muy liberal está a su servicio y que no le impone obligaciones absolutas, cuya puesta en práctica sea condición para salvarse, a no ser la única condición, la "sola fides", que es la fe que nos salvará.
----------Ahora bien, por el contrario, debemos abandonar como ilusión peligrosa el Dios de Lutero, un Dios exclusivamente y falsamente misericordioso, que no castiga jamás, un Dios que el propio Lutero se ha construido sobre la base de su subjetivismo y de su vana confianza en un Dios que nos deja hacer lo que queramos y que no nos impone deberes absolutos, sino que nos pide, para salvarnos, como única condición, que creamos como verdad de fe que Él nos salvará, sea como sea.
----------Es necesario, en cambio, que abracemos al verdadero Dios bíblico, que "castiga y muestra misericordia" (Tb 13,2), que nos previene ciertamente con su gracia, pero que al mismo tiempo exige nuestra colaboración y puesta en obra de sus mandamientos, haciendo penitencia de nuestros pecados, adquiriendo méritos para el paraíso celestial, de modo de no presentarnos ante Él "con las manos vacías" (Ex 23,15), sino mostrándole haber fructificado los talentos recibidos (Mt 25,15).
----------En efecto, el Dios de Lutero es, ciertamente, un Dios del cual el hombre depende, pero al mismo tiempo es un Dios esencialmente relacionado al hombre, porque Lutero no concibe a Dios sino como Dios encarnado. Esto viene a dar al hombre (incluso a la humanidad de Cristo) una importancia excesiva, como si, en el caso que no hubiera hombre, Dios no existiría. Lo cual sin duda es absolutamente falso, porque Dios en realidad, si quisiera, podría muy bien existir incluso sin el hombre y sin el mismo universo.
----------Un siglo después aparecerá René Descartes [1596-1650], quien admitirá ciertamente la existencia de Dios creador y, por lo tanto, la dependencia del hombre respecto a Dios, pero, al mismo tiempo, Dios es considerado por Descartes existente en cuanto pensado por el hombre, y por lo tanto, nuevamente, en lugar de tener una dependencia absoluta del hombre respecto de Dios, tenemos una reciprocidad, por la cual el hombre y Dios ahora parecen estar a la par, en igualdad, y necesitarse el uno del otro.
----------Tras el surgimiento del pensamiento cartesiano, el hombre tiende a aumentar en importancia y Dios tiende a disminuir en importancia. Con Immanuel Kant [1724-1804] la trascendencia de Dios ha desaparecido y Dios es una simple Idea de la razón práctica. Estas teologías ya no son teocéntricas, sino que pueden ser llamadas "antropoteologías", porque asocian indisolublemente la esencia del hombre con la esencia de Dios. No existe hombre sin Dios, y hasta aquí todo parece estar bien. Pero el caso es que no existe tampoco Dios sin el hombre. Y aquí no estamos nada bien. Sin embargo, la voracidad humana todavía no está satisfecha.
----------El salto definitivo será cumplido por Georg W.F. Hegel [1770-1831] con su idealismo absoluto, para el cual el ser coincide con el pensamiento, por lo que el ser es divino, cuando en la realidad de las cosas, como demuestra santo Tomás de Aquino (en el lugar ya citado: Sum.Theol., I, q.14, a.4), sólo en Dios el ser se identifica con el pensamiento. Y entonces, he aquí que surge la consecuencia: el ser como tal es Dios, y, en especial modo, la naturaleza humana es idéntica a la naturaleza divina.
----------De modo que el hombre se ha hecho Dios. Hegel dirá que el hombre ha llegado a saber que es Dios, como le había prometido la serpiente del Génesis, que así, para Hegel, no ha inducido al hombre al pecado, sino que, por el contrario, le ha enseñado el camino de su divinización. Es decir, es por la desobediencia que el hombre, para Hegel, alcanza su libertad y su ser divino. Lo que desemboca en el panteísmo.
----------Pero la arrogancia humana aún tiene otros pasos que cumplir. En Hegel el ateísmo está implícito. Hegel todavía afirma a Dios, aunque lo identifique con el hombre. Llegará Karl Marx [1818-1883] a notar que, si el hombre es Dios, entonces el Dios trascendente y celestial de la religión no existe. En todo caso, como dirá Marx todavía hegelianamente, es el hombre quien es Dios para el hombre.
----------El otro hombre, el prójimo, es Dios. De ahí que ahora, con Marx, el amor al prójimo es puesto en lugar del amor a Dios. Pero la supresión de Dios todavía no ha terminado: falta el último paso, que conduce a la locura. Fue así que se preguntó Friedrich Nietzsche [1844-1900]: ¿por qué debería ser yo solidario con los otros? ¿Con los oprimidos? ¡Ni en sueños! ¡Ni siquiera por la utopía del paraíso socialista! ¿Y por qué estar contra los patrones? Marx no es un ateo completo. ¡El verdadero ateo es el jefe y patrón que gobierna a los otros!
----------Nietzsche sustituye el conformista ateísmo de masas de Marx, con el ateísmo de élite, la "raza de los Señores". Nietzsche, al contrario de Marx, a quien no le falta un cierto sentido de misericordia hacia los oprimidos, aunque imbuido de odio hacia los amos, es un alma estrecha y cruel, que tiene aborrecimiento por la misericordia, que él considera una debilidad indigna del hombre fuerte y dominador. El ideal para él es el del jefe, el del amo, el superhombre. Los débiles y enfermos deben ser o dominados o bien eliminados.
----------Por consiguiente, el ateísmo de Nietzsche es al mismo tiempo bestial y diabólico. Está bien representado por las bestias del Apocalipsis. De hecho, por una parte abraza plenamente la concepción darwiniana y positivista decimonónica del hombre, un hombre completamente inmerso en los más bajos instintos animales, y por otra parte lanza audazmente su alucinante programa, el cual parece ser muy similar a aquel descrito por san Pablo para el Anticristo: "el hombre inicuo, el Ser condenado a la perdición, el Adversario, el que se alza con soberbia contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta llegar a instalarse en el Templo de Dios, presentándose como si fuera Dios" (2 Tes 2,3-4).
----------Ahora bien, resulta fácil comprender que cuando un hombre llega a este punto, ofende de tal manera los principios de la existencia humana, que se destruye a sí mismo, por lo que se entiende que el Concilio Vaticano II haya dicho que si falta Dios, el hombre desaparece. Y por eso a nadie se le ha ocurrido jamás seguir a fondo y hasta el final las ideas y el ejemplo de Nietzsche, sabiendo a qué báratro conduce. Sin embargo, como no importa un poco más o menos de ateísmo, el hombre de hoy se detiene antes del abismo, limitándose a sentir algunas emociones con la lectura de Nietzsche y de sus blasfemias, o bien se detiene en el nivel de Marx o retrocede al hegelianismo, o más aún, al humanismo antropoteológico de Lutero, Descartes, Heidegger y Rahner. Pero incluso todos estos son siempre falsos maestros que deben ser rechazados (sin despreciar, por supuesto, lo positivo que pudieran contener sus ideas, que algo positivo tendrán para ser atractivas).
----------Entonces, en el horizonte del humanismo materialista, ateo y antropolátrico marxista, en el cual el hombre hoy se sustituye a Dios, podemos situar también a otros maestros: Charles Darwin [1809-1882] y Sigmund Freud [1856-1939]. O sea: Darwin, que rebaja a la humanidad a la vida egoísta de las bestias; y Freud, que hace la apoteosis del instinto sexual sometiendo a él la vida moral.
----------Ahora bien, si queremos, sin embargo, encontrar de una vez por todas la ruta correcta para el verdadero progreso en la verdad, debemos retornar urgentemente al punto donde hemos perdido el recto camino y este punto se encuentra en la sabiduría medieval y, en especial modo, en aquella sabiduría de santo Tomás de Aquino [1225-1274], desde hace ocho siglos recomendado por los Papas, y también por el Concilio Vaticano II, sin ser casi escuchados, ni al Concilio ni a los Papas.
----------No basta, por lo tanto, volver meramente a Lutero o a Descartes, porque con ellos estaríamos en ese camino ya desviado, al final del cual, si seguimos la lógica, como hemos visto, nos espera inexorablemente Nietzsche. Si nos detenemos aquí, reaparece la perspectiva de acabar con Nietzsche. Si queremos evitar esta conclusión, es necesario retornar a Santo Tomás de Aquino, verdadero heredero de la Tradición eclesial, y partir desde ahí, aunque, por supuesto, aceptando todos los auténticos valores (no los falsos) de la modernidad, como han hecho los grandes maestros del siglo XX, que prepararon el Concilio Vaticano II: Sertillanges, Toniolo, Maritain, Fabro, Pavan, Garrigou-Lagrange, Gilson, Congar, Parente, Daniélou, Journet, Spiazzi, Von Balthasar, por mencionar solamente algunos. En esta misma ruta, modestísimanente, pretendemos también ubicarnos.
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