La nota publicada dos días atrás, acerca del concepto de libertad religiosa que ha sido explicitado por el Concilio Vaticano II en perfecta continuidad con el magisterio precedente, me sugiere hacer hoy algunas breves consideraciones sobre el auténtico ecumenismo y el falso ecumenismo; por cierto, un tema acerca del cual ya hemos tratado en este blog, pero sobre el que siempre se puede profundizar.
----------Propongo, entonces, una nueva instancia para reflexionar, de modo serio y argumentado, sobre la actual situación del ecumenismo. Y ante todo, expreso mi profunda convicción de que el decreto Unitatis Redintegratio del Concilio Vaticano II, que es para nosotros los católicos el programa fundamental del ecumenismo, constituye una novedad epocal en la historia del Magisterio de la Iglesia: pues por primera vez en su historia, en este documento la Iglesia nos enseña, con su infalible autoridad doctrinal, cuáles son las verdades que nosotros los católicos tenemos en común con los hermanos separados y estimula a los teólogos y al entero pueblo de Dios a profundizar tales verdades con la esperanza de que un día, movidos por el Espíritu Santo, los hermanos separados de Roma, quieran pedir entrar en la Iglesia católica, donde se da en plenitud aquella verdad, que sólo parcialmente, mezclada con errores, existe en otras confesiones cristianas.
----------Uno de los objetivos de las actividades ecuménicas es, entonces, evidentemente, la edificación de la paz entre hermanos de diferentes y opuestas confesiones. En efecto, la paz, entendida como concordia, se construye sobre la verdad y sobre una verdad comúnmente aceptada: se trata precisamente de aquellas verdades de fe que nosotros los católicos tenemos en común con los cristianos no católicos.
----------Sin embargo, quedan otros puntos de doctrina acerca de los cuales los hermanos separados no aceptan la verdad católica. Aquí aparece el momento delicado del ecumenismo. Aquí surge la tentación para nosotros los católicos de guardar silencio, minimizar o cohonestar estos errores, tomándolos por verdades y por lo tanto renunciando a reclamar obediencia de fe a los hermanos separados en estos puntos o incluso cediendo a sus posiciones erróneas, ya sea por falso espíritu de paz, ya sea por impreparación, ya sea por inadvertencia, ya sea para no parecer demasiado severos o, ya sea, en el peor de los casos, por un concepto relativista de la verdad. Nace entonces el falso ecumenismo, que podríamos caracterizar en los siguientes puntos:
----------1°) Concepto erróneo o al menos confusionario del valor de la "paz". En efecto, la paz tiene dos dimensiones fundamentales: a) una dimensión personal, sobre todo interior, y b) una dimensión social, constituida por una pacífica relación interpersonal. Hablamos entonces de concordia, armonía y, en los casos más bellos, de comunión. El primer tipo de paz depende exclusivamente de nosotros mismos como individuos (suponiendo obviamente la gracia divina); es la paz que podemos tener en cualquier momento durante el tiempo que queramos. Se trata de la virtud de la mansedumbre, que es el objeto de la bienaventuranza evangélica "bienaventurados los pacíficos". En cambio, el otro tipo de paz requiere mayores condiciones, es más difícil y compleja y, a veces, imposible, al menos por el momento y tal vez incluso durante mucho tiempo.
----------De hecho, este segundo tipo de paz no depende solo de mí, que quiero la paz, sino también del otro, que puede no quererla y puede despreciarme, puede agredirme, puede odiarme o puede ser un peligro para los demás y causar daño a la sociedad. En tal caso sería utópico y casi hipócrita hablar del deber de ser pacíficos y de tener relaciones pacíficas, como si esta paz dependiera tan solo de nosotros. Aquellos que piensan en tal modo confunden los dos sentidos, la paz social con la paz personal.
----------Es cierto que yo, personalmente, puedo y debo siempre estar en paz con todos aquellos con los que entro en relación, y tener sentimientos de paz hacia todos; pero esto no quita que o para defenderme a mí mismo, o para no ser maltratado por una persona belicosa o para no ser engañado por un impostor (y el error quita la paz) o, si estoy constituido en autoridad, para defender la Patria del enemigo o para castigar al malhechor, yo no sólo esté autorizado, sino que deba taxativamente como deber de oficio, renunciar a una conducta pacífica para recurrir a un justo uso de la fuerza o a legales métodos coercitivos.
----------Pero, se nos podrá decir y objetar: ¿qué tiene esto que ver con el ecumenismo? Por cierto, y gracias a Dios ya no estamos en tiempos de las guerras de religión o de la pena de muerte para los herejes. Sin embargo, esto no nos autoriza a dejarnos engañar por un ingenuo pacifismo, que al fin de cuentas podría ocultar en realidad la debilidad de nuestra fe o una cierta pereza o pusilanimidad por parte nuestra, que "por amor a la paz", nos inclinaría a estar dispuestos también a vender la conciencia.
----------¿Qué decir entonces? Que cuando se trata de paz social nosotros debemos ser pacíficos en el sentido de ser constructores de paz o quizás de sufrir por la paz. Pero para obtener este objetivo, en ocasiones también hay que saber luchar, refutar y corregir, hablar con claridad y coraje al hermano para decírselo con franqueza. "¡Te equivocas, tienes que convertirte!". Este es el verdadero ecumenismo.
----------2°) Concepto erróneo de que el ecumenismo es una invención del Concilio Vaticano II. Visto lo antes dicho, es necesario, en este sentido, saber reconocer, imitar y proponer el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo: ¿Jesús, no será acaso Maestro de ecumenismo? Y entonces, ¿qué nos dice Cristo? Debemos liberarnos de una imagen edulcorada del Señor, imagen que resalta solo la mansedumbre y la misericordia del Salvador y no también su fuerza, su coraje, su espíritu de sacrificio y su espíritu combativo, que son los que, después de las polémicas contra los Fariseos, los Sumos Sacerdotes y los Escribas, lo condujeron al martirio y al sacrificio de la cruz y, en el Apocalipsis, lo presentan como el "León de Judá" o como Caballero terrible para los enemigos, con su mirada llameante, la espada saliendo de su boca y su manto empapado en sangre.
----------Ya los romanos lo sabían: "si vis pacem, para bellum". La paz, para el cristiano, es ciertamente ante todo un don de Dios, porque no es la paz que viene del mundo sino de Nuestro Señor Jesucristo, y sin embargo también para el cristiano como para cualquier hombre de honor, la paz es también conquista, y a veces dura conquista; por esto el cristiano honra también las virtudes militares, aun cuando para el cristiano la batalla más dura es contra el pecado, contra las malas pasiones y contra el demonio.
----------Sin embargo, nos hemos olvidado de cuando Nuestro Señor dice: "No vine a traer paz, sino espada" (Mt 10,34; Lc 12,51). El cristiano, para permanecer fiel a Cristo, está dispuesto a recibir hostilidad y ¿por qué no se debería defender y sobre todo defender, como decía Catalina de Siena, el "honor de Dios y el bien de las almas"? Y si se da cuenta de la existencia del mal, del error, de la injusticia, ¿por qué no debería combatirlos? El cristianismo implica una lucha: o vencemos o somos derrotados.
----------Pero entonces, podrían objetarnos algunos, ¿adónde va a terminar el precepto evangélico del "amor por el enemigo"? Respondemos: se trata de entenderlo en el sentido correcto. Cuando Nuestro Señor Jesucristo nos da este importantísimo precepto, no entiende evidentemente decir que debamos amar la acción enemiga que el enemigo lleva a cabo contra nosotros, porque en tal caso nos convertiríamos en conniventes con él y pecaríamos a la par de él. Sino que Cristo quiere decir que incluso en el enemigo debemos saber ver los lados buenos y apreciarlos, ya que el amor no puede ir al mal sino al bien.
----------He aquí que entonces, y volviendo al tema de la religión, para implementar un sano ecumenismo debemos distinguir tres modos de relacionarse la verdad con el error:
----------A) En primer lugar se da una verdad absoluta y completa, privada de cualquier error, porque es divina; y esta es la verdad de la Iglesia Católica, del Catolicismo, única religión del mundo fundada y guiada por Dios mismo en Nuestro Señor Jesucristo. Este es el criterio supremo de verdad por el cual valorar todas las demás religiones, y la verdad más elevada a la cual todas las religiones están llamadas.
----------B) En segundo lugar, se puede dar la verdad mezclada con el error, propia de las religiones cuyo fundador es una simple criatura humana, por lo cual aquí se refleja esa mezcla de positivo y negativo que existe en todo hombre pecador. Este es el terreno en el que se ejercita el ecumenismo.
----------C) En tercer lugar, finalmente, está la pura negación de la verdad, que es el error. Por supuesto, el error simplemente debe rechazarse sin condiciones.
----------Esto quiere decir entonces que no debemos confundir al católico individual con el catolicismo.
----------a) El católico individual, aunque esté en gracia de Dios, es un hombre pecador como todos, no obstante en posesión, sin mérito suyo, de esa verdad absoluta y plena que es Cristo. Sin embargo, en la práctica, y de hecho, puede ignorar o malinterpretar ciertas verdades de su fe, y desde este punto de vista puede ser corregido incluso por un hermano no católico, que sin embargo las conoce. A la inversa, está claro que:
----------b) El catolicismo en sí mismo es la plenitud de la verdad divina, porque está guiado infaliblemente por el Espíritu de Nuestro Señor Jesucristo, que ciertamente ilumina también a las otras religiones, pero no con esa plenitud con la que ilumina la religión católica.
----------Confundir el catolicismo con el católico individual es la característica del falso ecumenismo que, de ese modo, termina por relativizar indignamente el valor del catolicismo en sí mismo, creando la ilusión de que, por ejemplo, por un lado ser católico o, por otro lado, ser protestante (ortodoxo oriental, anglicano, luterano, modernista o lefebvriano, etc.) son simplemente formas diferentes, igualmente legítimas, de ser cristianos, como por ejemplo el ser franciscano, dominico, jesuita, claretiano, pasionista, o salesiano.
----------No es esto el verdadero ecumenismo. El verdadero y auténtico ecumenismo nos es enseñado por el Evangelio, cuyo desarrollo y explicación para la actualidad es el ecumenismo enseñado por los documentos del Concilio Vaticano II y por las indicaciones del Magisterio pontificio postconciliar.
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