viernes, 19 de febrero de 2021

Meditaciones de Cuaresma en pandemia (1) Dios nos habla en la pandemia: no temer al castigo, pues con el castigo Él nos corrige

La Escritura dice que Dios "nunca retira de nosotros su misericordia, y aunque corrige a su pueblo por medio de la adversidad, no lo abandona" (2 Mac 6,16) y también: "porque ustedes pecaron contra el Señor, porque no escucharon la voz del Señor ni caminaron según su Ley, sus preceptos y sus testimonios, por eso les ha sobrevenido esta desgracia, como en el día de hoy" (Jer 44,23). Dos textos que ubico en el pórtico de esta serie de meditaciones para un tiempo de Cuaresma signado por la pandemia que nos aflige. Se trata de algunas notas en la que invito a los lectores a pensar que Dios nos habla en esta pandemia y que, fundamentalmente, no debemos tener miedo de sentirnos castigados, porque con el castigo Dios nos corrige.

----------Hace casi un año atrás, el padre Raniero Cantalamessa, Predicador Pontificio y actualmente uno de los Cardenales de la Iglesia de Roma, pronunció una homilía el Viernes Santo del 2020, en presencia del papa Francisco. En su sermón el predicador quiso resaltar lo que podemos recabar de la Escritura para entender el significado de esta pandemia a la luz de la fe, lo que Dios quiere decirnos a través de ella.
----------Al respecto, en un momento de su sermón el cardenal afirmó que en la concepción cristiana, "todo sufrimiento, físico y moral, ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimido en raíz desde que el Hijo de Dios lo ha tomado sobre sí". Es decir, desde que el Hijo de Dios ha asumido el sufrimiento físico y moral, el sufrimiento se ha convertido, de castigo, en camino de salvación y expiación de la culpa.
----------Ahora bien, formulando tal verdad con mayor precisión y ortodoxia, considero que habría que decir mejor que, para el Evangelio es verdad que todo sufrimiento gracias a Cristo ha sido redimido, pero no hay que decir que ya no es un castigo. Originariamente sigue siendo un castigo, porque el pecado merece el castigo y nosotros seguimos siendo castigados por nuestros pecados, hasta el deplorable caso de quien rechaza la redención de Cristo, en cuyo caso él es castigado con el infierno, aparte de aquello que es castigo del pecado original, que a todos nos involucra, incluso a los más inocentes, excluyendo a Jesús y María.
----------Ciertamente Nuestro Señor Jesucristo, con su redención, ha transformado el castigo en camino de salvación: "el castigo que nos da la salvación se ha abatido sobre él" (Is 53,5), "por sus heridas fuimos sanados" (ibid.). Cristo ha hecho esto por nosotros porque Él, por su propia cuenta, no tenía necesidad de redimirse de ningún pecado ni de liberarse de ningún castigo. Depende de nosotros, por lo tanto, aprovechar esta posibilidad de salvación transformando a nuestra vez nuestros castigos en caminos de salvación, uniendo nuestros sufrimientos con la Pasión de Cristo. Pero está claro que para aquellos que se rehúsan a valerse de la redención de Cristo de la manera que he dicho, sus castigos seguirían siendo castigos.
----------El padre Cantalamessa, en el sermón del año pasado al que me estoy refiriendo, evocó en otro momento las famosas palabras de san Agustín para explicar el motivo por el cual Dios permite el mal: "Dios -escribe san Agustín-, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien".
----------Para expresarnos con el mismo lenguaje de la Sagrada Escritura, debemos decir que Nuestro Señor Jesucristo ha tomado sobre Sí el castigo de nuestros pecados, "él se ha hecho cargo de nuestros sufrimientos" (Is 53,4), incluso sin haber pecado y, gracias al poder de su divinidad, satisfaciendo al Padre en nuestro lugar por nuestras culpas con el sacrificio de la Cruz, nos ha hecho benévolo al Padre, antes airado por la ofensa recibida por el pecado, y "ofreciéndose a sí mismo en expiación" (Is 53,10), nos ha obtenido el perdón del Padre. Ha pagado por nosotros una deuda que por nosotros solos no podíamos pagar. Por eso nos recuerda san Pablo: "Vosotros habéis sido comprados, ¡y a qué precio!" (1 Cor 6,20).
----------Continuaba su sermón Cantalamessa: "Cristo en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta las heces. Así ha mostrado que éste no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo de él".
----------Acerca de este pasaje, vale observar que nadie piensa que el cáliz que ha bebido Nuestro Señor Jesucristo fuera un cáliz envenenado. Ha sido, ciertamente, un cáliz amargo, y a tal punto amargo que Jesús en Getsemaní pidió al Padre que, si hubiera sido posible, lo alejara de él. El cáliz amargo era la muerte de Jesús, ¡y qué muerte! Pero cáliz amargo no quiere decir cáliz envenenado.
----------Por consiguiente, Jesús, bebiéndolo, no ha querido en absoluto mostrarnos que no estaba envenenado, sino que ha querido animarnos a beberlo, aunque fuera disgustoso. Pero no está dicho en absoluto que lo disgustoso o repugnante sea dañino, ni mucho menos: también existen medicinas amargas. Jesús ha querido animarnos a beber de un cáliz disgustoso y repugnante pero saludable. Y este es el sentido cristiano del sufrimiento: un sufrimiento que hace bien. Un mal de pena que quita el mal de culpa.
----------Llegados a este punto, debemos decir que no tenemos por qué sentir temor de llamar "castigo" al sufrimiento, porque para la Biblia el sufrimiento en principio es efecto del pecado y el pecado por definición es causa del sufrimiento, si no, no es pecado. Un pecado puede dar un placer ilusorio, pero deja la amargura en la conciencia. Y bien, precisamente, ése es el castigo del pecado, incluso si el malvado hace fortuna en el mundo. Y no está dicho que el pecador vaya a ser castigado de inmediato, sino que Dios lo espera en el momento del ajuste de cuentas y le da tiempo y modo para convertirse.
----------Una acción buena no es causa de sufrimiento, sino causa de bien y de alegría. Y el castigo es precisamente el efecto del pecado. Ciertamente uno puede sufrir una pena injusta o un inocente sufrir una desgracia, como Job, pero entonces quiere decir que Dios quiere probarlo en su virtud y no dejará de compensarlo, si no pierde la confianza en Él, a pesar de todo.
----------Ciertamente, Nuestro Señor Jesucristo, con su Pasión y Muerte, nos enseña que el mal de pena no es el mal en sentido absoluto, como lo es el pecado, el mal de culpa. Sino que es un mal que, gracias a la Cruz, puede ser cambiado en bien y convertirse en fuente de bien. Y esto es posible eliminando el pecado, que está en el origen del mal de pena, es decir, del castigo.
----------Cristo el Señor nos indica el camino para eliminar el dolor y el castigo: el camino es eliminar el pecado, es decir, el mal de culpa, que está en su origen. ¿Y con qué medio? Precisamente mediante la Cruz, es decir, el sufrimiento ofrecido al Padre en Cristo en expiación del pecado. Así, mediante la Cruz, ese sufrimiento que sería solo castigo, se puede convertir en redención y salvación.
----------Y este es precisamente el motivo por el cual el cristiano ama y desea el sufrimiento, como primero lo ha deseado Nuestro Señor Jesucristo, ciertamente no para sí mismo, como lo ha demostrado el Señor en Getsemaní, sino por amor nuestro y para obedecer el designio del Padre, que ha querido sacrificar a su divino Hijo en reparación del pecado y por la salvación del mundo, como camino de salvación y de liberación del mismo sufrimiento, si no liberación aquí en la tierra, ciertamente sí en el cielo.
----------Naturalmente, está bien claro que el cristiano lucha y debe siempre luchar con todos los medios lícitos contra el sufrimiento en sí mismo y en los demás. Pero, bien consciente del hecho de que las fuerzas humanas de aquí abajo a veces son derrotadas en esta lucha, he aquí que él, siguiendo el ejemplo de Cristo, sabe utilizar en beneficio suyo y del prójimo ese sufrimiento, que no puede superar, de modo que de ese sufrimiento en Cristo recaba un mayor bien para sí y para el prójimo. Por eso el padre Cantalamessa dice bien cuando afirmaba en su sermón que "gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de 'sacramento universal de salvación' para el género humano".
----------Y continuaba con toda corrección: "Así actúa a veces Dios con nosotros: trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos". Exacto. Pero inmediatamente después de esto, comete un desliz que no puede disculparse: "Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igualmente sobre buenos y malos, y por qué, solamente, son los pobres los que sufren las mayores consecuencias. ¿Acaso son ellos más pecadores que los otros?".
----------Sorprende que el ilustre Predicador pontificio se empantane frente a una pregunta de tal género, una pregunta a la cual no digo solo el teólogo, sino hasta cualquier creyente común posee de la fe la respuesta. Todos son afectados por los flagelos de Dios porque todos son hijos del Adán pecador.
----------Y el hecho de que los malvados prosperen y los justos sean perseguidos por la suerte es otra de las consecuencias del pecado original, por el cual la naturaleza se ha vuelto rebelde al dominio del hombre, mientras que la justicia humana, siempre como resultado del pecado original, es defectuosa. Pero, por un lado, la divina providencia proveerá a reconstituir al hombre en señor de la naturaleza y, por otro lado, la justicia divina se encargará de remediar, en el momento oportuno, los defectos de la justicia humana.

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