sábado, 27 de febrero de 2021

Un reclamo de monseñor Marcelo Colombo a sus presbíteros (1/2)

Sorprendió el vigoroso reclamo a los sacerdotes de la Arquidiócesis de Mendoza (Argentina), hecho por su arzobispo, monseñor Colombo, durante la homilía de la Santa Misa Crismal, celebrada anticipadamente la pasada semana, en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores de la capital mendocina.

----------La gran incertidumbre que envuelve todo lo relacionado con el desarrollo futuro de la actual pandemia, motivó la prudente decisión del Arzobispo mendocino, monseñor Marcelo Daniel Colombo, a celebrar en fecha anticipada (y no el Jueves Santo) la Santa Misa Crismal, el pasado sábado 20 de febrero, en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, ocasión en la que consagró el santo crisma, renovó las promesas sacerdotales del clero mendocino y bendijo los óleos de los catecúmenos y los enfermos.
----------Ante todo, sorprendió que el señor Arzobispo usara la palabra "perplejidad" para referirse al panorama que ante su mirada está presentando el ministerio sacerdotal en su diócesis respecto al siempre necesario cuidado de los enfermos, pero en las particulares condiciones que impone la presente pandemia. Quizás bien podría haberse pensado que el prelado hubiera debido optar prudentemente por una manera más discreta para transmitir este duro mensaje a su clero, acaso una comunicación interna y reservada; sin embargo prefirió hacer público su reclamo, e incluso se preocupó para que tuviera gran publicidad.
----------La palabra "perplejidad" es una palabra dura, en cierto modo extrema, que maravilla sea usada por un pastor que suele recurrir más bien a las medianías actuales de lo "eclesialmente correcto". Monseñor Colombo expresó que "un ámbito más exigente y que nos crea perplejidad en cuanto al mejor modo de afrontarlo, es el mundo del dolor", indicando que: "Algunas comunidades parroquiales han asumido con creatividad y fidelidad a sus hijos, el seguimiento y acompañamiento de los enfermos: la formación y difusión de grupos de escucha y el aprovechamiento de las visitas de Cáritas, han permitido estar presentes en la vida de muchas personas, alentando su esperanza". Pero este panorama descripto por el prelado no debe ser obviamente el mismo, según lo que ha advertido su mirada de Pastor diocesano, en otras parroquias y comunidades, pues de lo contrario no se comprendería el modo como continuó refiriéndose al tema en su homilía.
----------Por cierto, enseguida reconoció que "algunos hermanos sacerdotes han vivido en primera persona la angustia que causa la fragilidad de la salud física y psíquica". Y que "en esto ha sido importante sostenernos no sólo en la oración sino también con los medios concretos que hicieron falta. Necesitamos aprender de la experiencia vivida para buscar ayuda, abriéndonos a los hermanos, y no dejarnos abrumar por el peso de una soledad que pudiera abatirnos y hacernos sentir insignificantes y abandonados".
----------Pero el pasaje que llamó la atención fue aquel en el que insistió en pedir a su clero "un compromiso mayor con la atención de nuestros hermanos enfermos. Si el Servicio Sacerdotal de Urgencia es un instrumento eclesial de ayuda en momentos críticos de la vida de una persona, la pastoral de la salud parroquial y la visita sacerdotal al enfermo siguen siendo el modo ordinario y querido por la Iglesia, aún en el marco de pandemia, para hacer presente el ministerio de Cristo". Y continuó subrayando sus conceptos, al insistir en la referencia al meritorio Servicio Sacerdotal de Urgencia que, desde hace muchísimo tiempo ha sido prácticamente en Mendoza el único recurso y la muletilla que la gran mayoría de fieles católicos escuchaban de sus párrocos cuando iban a solicitar la presencia del sacerdote con cura de almas del lugar ante el lecho de dolor de un familiar enfermo o agonizante. De ahí que cualquier católico mendocino puede comprender perfectamente las razones de la reiteración y la firmeza con la que siguió insistiendo el Arzobispo en su homilía: "No podemos remitirlo todo al Servicio Sacerdotal de Urgencia, llegado el caso, o a aquellos sacerdotes que sabemos son más sensibles a esta problemática. Los enfermos son parte del pueblo encomendado a nuestro cuidado. Las medidas de higiene y seguridad las conocemos, las disposiciones cuando hay una internación también nos han sido explicadas, y hay normas sanitarias al respecto. No nos dejemos ganar por el miedo, la indiferencia o el alarmismo. Actuemos con sumo cuidado, sin dejar de estar presentes y pidiendo nosotros mismos a otro sacerdote si perteneciéramos a grupos de riesgo o estuviéramos enfermos". 
----------De modo que, por lo que esta admonición trasunta, no hay duda que, a dos años y medio de su llegada a la importante arquidiócesis cuyana, monseñor Colombo parece haber tomado claro conocimiento ya de uno de los problemas y carencias que, por supuesto con honrosas y dignas excepciones, afligen a gran parte de las comunidades de su jurisdicción: la escasa atención de los enfermos.
----------Pero la presente nota no quiere limitarse tan solo a señalar la ciertamente meritoria y bien fundada admonición de mons. Colombo y el puntual reclamo a sus sacerdotes, sino también reflexionar sobre la pastoral de los enfermos y la paradoja cristiana del sufrimiento, a la vez que aportar una serie de útiles sugerencias (así modestamente las considero) sobre cómo afrontar la situación. En otras palabras, ya que mons. Colombo ha recordado a sus sacerdotes de modo claro y firme que "los enfermos son parte del pueblo encomendado a nuestro cuidado", nos preguntamos: ¿qué características debe asumir ese "cuidado" a los enfermos que deben desarrollar los presbíteros, con la colaboración de los diáconos, los ministros extraordinarios y los laicos?
   
Solidaridad humana y testimonios de la fe
   
----------Como católicos y ciudadanos, ciertamente vemos en la vasta propagación de esta epidemia un fenómeno morboso, que nos compromete a todos, creyentes y no creyentes, en base a las exigencias de la razón y de la defensa de la salud física, a combatir todos juntos, en estrecha colaboración y obediencia a las disposiciones de las autoridades sanitarias, el común enemigo con todos los medios posibles y en particular con los recursos más avanzados de la medicina y de la prevención de las enfermedades.
----------Como cualquier miembro de la sociedad civil, también nosotros los católicos, seres razonables, hacemos una lectura racional de esta calamidad y damos evidentemente una explicación racional, incluso en el plano de la teología. Y combatimos con los medios que nos prescriben la razón y la ciencia.
----------Pero he aquí que la Sagrada Escritura nos enseña también a encontrar un significado más profundo e incluso salvífico de esta calamidad. Ésta es la paradoja cristiana. Es un significado de fe, que supera, va más allá, de la medida de la razón, un significado que puede parecer absurdo, pero que en realidad expresa la divina sabiduría. Y este es precisamente el mensaje que personalmente quisiera transmitir en esta nota, pues sin una plena conciencia del significado que la fe cristiana da al sufrimiento, tampoco tendrá significado salvífico la presencia sacerdotal junto al lecho de dolor del enfermo.
----------La fe, en efecto, iluminándonos el misterio del sufrimiento humano, nos conduce a descubrir en la calamidad incluso el signo de la misericordia divina: lo cual puede parecer una proposición insensata, vale decir, sin sentido, pero que sin embargo es muy cierta, verdadera, siempre que se la entienda bien, según las consideraciones que a continuación modestamente ofrezco a mis lectores.
----------Advirtamos, en primer lugar, que si se excluye o se niega, como hacen los buenistas o misericordistas, que la actual calamidad deba interpretarse como castigo divino, no se salva la bondad divina, porque ya no se ve en la calamidad un efecto de la justicia divina, que es un aspecto de su bondad. Y, por lo tanto, quienes niegan que Dios castigue, imaginando así que están afirmando un Dios de bondad, obtienen exactamente el resultado opuesto al que quisieran. De hecho, si Dios, creador de la naturaleza y de sus acciones, es la causa primera de una calamidad natural que destruye al hombre, entonces Dios aparece precisamente con ese rostro cruel, que los buenistas quisieran quitar al negar que Él castigue. Por otra parte, la naturaleza no actúa independientemente de Dios, por lo cual no podemos debitar los males que nos afectan a la sola naturaleza, sino que estamos obligados a retornar a Dios, creador de la naturaleza. Y entonces, ¿Dios quiere nuestro mal?
----------Pero el caso es que los buenistas, por su parte, al negar que estos males son castigos divinos, quedan así constreñidos en una morsa: o decir que la calamidad no es un mal, para salvar la bondad divina, o decir que la calamidad, permaneciendo un mal, es el efecto de un Dios bueno, ambas cosas absurdas desde el punto de vista de la teología natural y del buen sentido común. Así ellos pretenden, como hemos visto, sostener que el Dios de la fe cristiana no castiga, sino que envía desgracias y calamidades. Sin embargo, esto nos impide sensatamente creer que Dios sea bueno. Entonces, ¿cómo lo explicamos?
----------La cuestión se resuelve examinando el significado de la siguiente tesis, la cual, tal como suena, es igual para los buenistas anti-castigo y para los católicos pro-castigo: "Dios, que es bueno, creador de la naturaleza, manda por medio de la naturaleza una calamidad".
   
La paradoja cristiana y el engaño buenista
   
----------La tesis que he enunciado, suena del mismo modo en la falsa fe de los buenistas y en la verdadera fe de los católicos. Solo que, según como se la interprete, se revela absurda, si se entiende a la manera buenista, pero se revela coherente si se entiende según la recta manera católica. En el primer caso es realmente algo que va contra la razón; mientras que en el segundo lo es sólo aparentemente. De hecho, en el primer caso, un Dios bueno resultaría ser el creador de una creatura mala. En el segundo, Dios se muestra bueno o justo en el castigar, pero todavía más bueno o misericordioso en el perdonar.
----------Dios, en efecto, nos manda tomar ocasión del castigo del pecado para transformarlo, en Cristo, en signo e instrumento de su divina misericordia. ¡Aquí la calamidad deviene incluso algo bueno! Por consiguiente, la calamidad es buena ciertamente no en sí misma, sino en cuanto vivida y utilizada por el creyente, como medio de expiación y de reparación en Cristo para sí y para el prójimo.
----------Claro que esto no quita en absoluto que el creyente, en cuanto ser racional, miembro de la humanidad y de la sociedad civil, continúe viendo en la calamidad un mal, contra el cual se debe luchar, y del cual nos debemos liberar adoptando todos los recursos de la inventiva y de las fuerzas humanas.
----------Pues bien, en esto radica precisamente la paradoja de la moral cristiana, paradoja por la cual el cristiano odia y al mismo tiempo ama el sufrimiento: lo odia, en base a la razón, en cuanto es un mal que hay que eliminar; lo ama, en cuanto sabe por fe que Dios omnipotente y misericordioso, quien sabe sacar del mal un mayor bien, nos lo propone en Cristo y en el Espíritu Santo como expresión de amor y medio de purificación y satisfacción al Padre por nuestros pecados y fuente de vida eterna.
----------De modo que la presente circunstancia de dramática calamidad, ofrece a los pastores, comenzando por el Papa, la ocasión para permitirnos a nosotros los católicos y a todos los hombres de buena voluntad, con su iluminada y cálida palabra de humana solidaridad y de cristiano consuelo, según las sugerencias que he indicado, y con su propio ejemplo, dar al mismo tiempo un poderoso testimonio humano y cristiano, civil y de fe, de solidaridad y de caridad, adhiriéndose por una parte concienzudamente a las órdenes de las autoridades sanitarias y, por otra parte, a las normas de conducta emanadas por la autoridad eclesiástica, con especial atención a las personas más pobres, débiles, ancianas y necesitadas.
   
Propuestas prácticas
   
----------Las restricciones y limitaciones ordenadas por la autoridad eclesiástica a la administración y a la recepción de los Sacramentos, comenzando por la Misa, nos dan ocasión de recordar (como también recordó hace un año atrás, al inicio de la pandemia, mons. Colombo) que, si bien según el plan divino de la salvación, la gracia salvífica llega a las almas ordinariamente a través de los Santos Sacramentos, sin embargo, donde y cuando por motivos razonables o especiales causas de fuerza mayor no pudieran ser administrados o recibidos, la gracia divina desciende igualmente en las almas que se encuentran bien dispuestas.
----------De tal modo es siempre recomendable la Comunión espiritual en sustitución de la Comunión eucarística, el confesarse directamente a Dios, quien puede remitir incluso los pecados mortales, la Misa seguida por TV o por Radio u otros instrumentos digitales, la oración personal, piadosas prácticas penitenciales, la visita privada a las iglesias, la adoración eucarística, el Vía Crucis privado, el Santo Rosario, la correspondencia epistolar o por teléfono o por vía digital para dirección espiritual, la piadosa lectura personal.
----------Es cierto que durante estos meses cálidos en nuestras latitudes parece haber disminuido la morbosidad de la pandemia que nos castiga, y afortunadamente la administración de los Sacramentos es posible cumplirla de un modo más normal que en los pasados meses fríos. Sin embargo, a juzgar por lo que está ocurriendo hoy en el hemisferio norte, en que han vuelto las extremas restricciones ante las nuevas olas de la enfermedad, es muy posible entonces que, cuando lleguen también las bajas temperaturas a nuestro hemisferio sur, vuelva también el confinamiento; de modo que es oportuno recordar lo que acabo de decir acerca de los medios extraordinarios a través de los cuales también la divina gracia puede llegar a las almas.
----------Por consiguiente, es deseable que los pastores, teólogos, educadores, docentes laicos, religiosos, sacerdotes y Obispos estudien y practiquen aquellas iniciativas pastorales, litúrgicas, catequéticas, culturales y formativas sustitutivas, no ordinarias, que puedan ser implementadas dentro de los espacios dejados abiertos por las restricciones impuestas por la autoridad civil y eclesiástica.
----------Es algo deseable y encomiable que se hagan insistentes y confiadas súplicas a María, Salus infirmorum, para que tenga piedad de sus hijos, arrepentidos de sus pecados y merecedores sólo de los divinos castigos, pero implorando misericordia. Nos ayude María a encontrar en esta prueba la ocasión de hacer penitencia; sostenga la Madre de Dios el ofrecimiento que las almas inocentes hacen de sí mismas por el rescate y la conversión de los pecadores, consuele y conforte a los enfermos, de coraje y resistencia a quienes los asisten y los cuidan, sostenga las investigaciones que los científicos están haciendo en el mundo para vencer al enemigo, aleje la enfermedad intercediendo ante el Omnipotente o si tal no fuera al menos por ahora su voluntad, ruegue a Dios para que conceda a todos serenidad, perdón, paz, paciencia, fuerza y ​​esperanza.
   
¡Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación! (2 Cor 6,2)
   
----------Se presenta, entonces, la ocasión para aquellos que tienen todavía una cuenta abierta con Dios, de saldar esa cuenta, de renovar el propósito de no pecar más y, de ese modo, tener la esperanza de la salvación, perseverando cada día en las buenas obras y en la vida de gracia.
----------Se presenta también, entonces, la ocasión favorable de un replanteamiento para todos aquellos que, malinterpretando la voluntad salvífica universal divina, creen que nadie merece el sufrimiento, porque, dicen ellos, Dios no castiga y perdona sin penitencia, y malinterpretando la gratuidad de la gracia, excluyen la necesidad de las obras humanas, por lo que presumen de salvarse sin mérito alguno.
----------Quieran ellos arrepentirse y corregir tal falsa concepción de Dios, y puedan volver al saludable temor de Dios, a fin de tener auténtica razón de esperar en su misericordia sin provocarlo a mayor ira.
----------Se presenta, entonces, la ocasión para aquellos que sirven a dos amos y que navegan astuta y maliciosamente entre el sí y el no, entre Dios y el propio yo, entre Cristo y Belial, entre el Evangelio y el mundo, para terminarla de una buena vez con el fariseísmo, con la duplicidad y el doble juego. Que sepan tener la humildad para reconocer la propia miseria y los propios pecados, y hacer penitencia, que asuman una perfecta lealtad y coherencia en el pensar, en el decir y en el hacer, reconociendo la primacía de Dios sobre todas las cosas y su total dependencia de Él, único Señor, único Absoluto, sumo Bien y Fin último beatificante.
----------Se presenta, entonces, la ocasión favorable a los relativistas y libertinos para que decidan volver, arrepentidos, al necesario respeto de la ley natural; a los que son esclavos de los placeres para encontrar, gracias a la austeridad del actual confinamiento y disciplina, la armonía del espíritu con la carne y el anticipo de la resurrección; a los egoístas para descubrir la necesidad de estar cercanos al que sufre y la atención al necesitado; y a los mundanos para que reconozcan la fragilidad de la felicidad terrena.
----------Se presenta finalmente, entonces, la ocasión para los ateos, de reconocer que no están en absoluto convencidos en su razón de que Dios no existe, porque lo que puede hacer la razón no es demostrar que Dios no existe, sino solamente demostrar que existe. Por lo tanto también ellos, los ateos, como seres razonables, saben en el fondo que Dios existe y que deben rendir cuenta a Él de sus propias obras. Por consiguiente, este es el momento favorable para abandonar la propia impiedad y retornar a Él.
----------Bien. Hasta aquí ya me parece haberme extendido lo suficiente. Sin embargo, quisiera mañana agregar algo más sobre el tema, en línea con lo que monseñor Colombo en su homilía también expresó acerca de "no ceder a la tentación del sacramentalismo": vale decir, refiriéndome más bien a la misión profética del sacerdote en este tiempo de calamidad pública y, en concreto, acerca del mensaje a llevar acerca del sentido cristiano del sufrimiento. Algo sobre ello ya he dicho en esta nota, pero deseo profundizar sobre el tema, y lo haré mañana.

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