Llegamos al final de esta serie de pequeñas notas, o meditaciones teológicas cuaresmales en tiempos de pandemia, y nos preguntamos: ¿cómo podemos resumir los deberes que nosotros, los católicos, tenemos en la hora presente? Dice Nuestro Señor Jesucristo: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,13.15). Pues bien, intentaré explicar lo que quiero decir, en la medida que me lo permitan mis modestísimos medios, resumiendo mi exposición en una sola idea: la necesidad que tenemos de reunirnos todos los católicos en torno al papa Francisco, actual Vicario de Cristo en la tierra.
----------Ante todo, recordar la importancia, el significado, y los fines del Concilio Vaticano II en la presente coyuntura es de gran actualidad y utilidad. De hecho, podríamos muy bien considerar la actual pandemia como un reproche, una desaprobación hecha por Dios a una gran parte de nosotros, los católicos, por haber cometido graves errores en la interpretación y en la ejecución de la reforma conciliar.
----------En efecto, debemos recordar que el último Concilio, el primero en toda la historia de los Concilios ecuménicos de la Iglesia, más que pastoral, según un lugar común, verdadero pero trillado y retrillado, ha sido un Concilio misionero, que, sin negar la existencia de ciertas novedades doctrinales, ha convocado e invitado a toda la humanidad a participar en el "banquete" escatológico, es decir, en la Iglesia católica, en posesión, por encima de todas las demás religiones y de las mismas confesiones cristianas no católicas, de la plenitud de la verdad salvífica revelada, bajo la guía del Papa.
----------A diferencia de los Concilios precedentes, el Vaticano II no expone sus doctrinas y directivas pastorales en forma de decretos u ordenanzas legislativas (los cánones con el famoso "anatema sit"), sino en forma expositiva, parenética y propositiva, con pocas prohibiciones o interdictos o condenas. Pero esto se debe a que, como hubo de precisar san Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio, las condenas a los grandes errores de la modernidad se daban por sentadas, por lo cual, contrariamente a cuanto luego sostuvieron los modernistas, esas condenas no habían sido abolidas en absoluto, sino que estaban presupuestas y sobreentendidas, como por ejemplo el Syllabus del beato Pío IX, las doctrinas del Concilio Vaticano I, la encíclica Humanum Genus de León XIII contra la masonería de 1884, la Pascendi de san Pío X, la Divini Redemptoris de Pío XI de 1937 contra el comunismo, la Humani Generis del venerable Pío XII, de 1950, contra el neomodernismo.
----------Por lo demás, como bien se sabe, el Vaticano II sigue siendo famoso por la promoción del diálogo como método de la evangelización y de la pacífica convivencia entre católicos y no católicos. Y es claro que, como se desprende de las enseñanzas conciliares, este diálogo no es solo un intercambio de ideas para un mejor conocimiento recíproco, una corrección de los propios errores de la Iglesia en el pasado, un mutuo perdonarse y una colaboración recíproca en puntos de común interés, sino también un llenar las lagunas, un corregir los errores de los hermanos, un amonestar y advertir a los pecadores, un convocar o acercar a los alejados, un exhortar con válidos argumentos y con el propio testimonio a la conversión, un reconciliar los ánimos, un eliminar las divisiones, viejos prejuicios, equívocos y malentendidos, un saber defender la doctrina de la fe de los ataques de los impíos y de los incrédulos, un ofrecer pruebas de credibilidad, un saber responder a quienes nos preguntan por las razones de la esperanza que hay en nosotros (1 Pe 3,15).
----------Ahora bien, debemos recordar que el papa Francisco es el único hombre en toda la humanidad que hoy habita este planeta, que tiene, recibido de Dios, en el poder del Espíritu Santo, el derecho y el deber de llamar a la conversión, de invitar, de convocar y de reunir a todos los hombres de todas las religiones y de todas las culturas, creyentes y no creyentes, advertidos por el presente flagelo divino, a la salvación eterna en el nombre de Cristo, único Salvador del mundo, bajo el reinado de Cristo, de quien es el Vicario, como Sucesor de Pedro, "Pastor Universal de la Iglesia", como gusta llamarse según el título que ha hecho insertar en el nuevo Anuario Pontificio, o como Maestro de la Fe, como a mí me agrada llamarlo.
----------Quisiera poder exhortar a los modernistas a que dejen de una vez por todas de exaltar al Papa con títulos bulliciosos, exagerados, desproporcionados o inapropiados, ignorando o falseando a la vez su Magisterio y sacando provecho de sus debilidades humanas para tener un respaldo de sus herejías y pecados.
----------Y así también quisiera poder exhortar a esos rencorosos y pedantes fariseos de la actualidad a que dejen de dirigirse continuamente al Papa con calumnias, insultos y falsedades, que rayan en el sacrilegio y en la blasfemia. Me permito, en cambio, señalar los artículos que vengo publicando desde hace mucho tiempo para explicar cómo debemos comportarnos con el papa Francisco, como verdaderos hijos, francos, obedientes y respetuosos, pero a la vez libres y equilibrados, sin altivez y sin fanatismos.
----------Estoy convencido que hoy es más que urgente una conciliación bajo la guía del Papa entre los dos extremos del modernismo herético y del ultraconservadurismo cismático, ambos extra-eclesiales en realidad. Los unos y los otros poseen cualidades, los primeros son sensibles al progreso; los segundos a la conservación. Pues bien, conservación y progreso están hechos para integrarse y colaborar entre sí. Es necesario tanto "el progreso y la alegría de la fe" (Fil 1,25) como también "conservar el depósito" (2 Tim 1,14).
----------Todos los católicos debemos comprender, de una vez y para siempre, que no se puede dar conservación sin progreso; existiría un inmovilismo muerto. De nada sirve conservar si no progresa lo que debe ser conservado. Y por otra parte, no se puede dar progreso sin conservar lo que debe progresar, de lo contrario se tiene subversión. El progreso, para ser auténtico y no ser ruptura, debe estar en continuidad con el pasado. Y el conservar, para no conservar cosas obsoletas y anacrónicas, debe ser el conservar lo que puede progresar.
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