Concluíamos nuestra nota de ayer recordando que el principio de que al pecado deba seguir una justa pena es un postulado de justicia natural, aceptado por la Sagrada Escritura y por todo hombre que tenga un mínimo de sentido de la justicia. Efectivamente, en el supuesto caso que un delincuente no sea justamente castigado, cualquier ciudadano, incluso no creyente, siente que se trata de una falta de justicia.
----------Ahora bien, Dios es justísimo y por esto en principio castiga la culpa, salvo que el pecador se haya arrepentido, tal cual surge al menos en ciertos casos, como la historia del hijo pródigo o de la adúltera arrepentida del Evangelio. Pero el derecho cristiano normalmente asume el principio del derecho civil de la punición de los criminales. Por consiguiente, se infiere que las desgracias colectivas pueden ser, en principio, castigos divinos (véase sin ir más lejos, por ejemplo, los casos de Sodoma y Gomorra) pero ello no siempre necesariamente ocurre. De todos modos, siempre las desgracias son consecuencias del pecado original. Por eso las desventuras pueden golpear promiscuamente a pecadores y justos.
----------El principio de justicia tiende a que (y esto es confirmado extensamente por la Sagrada Escritura) haya un castigo merecido para los pecadores. Castigo que será eterno si no se arrepienten al momento de su muerte. En cuanto a los justos y a los inocentes (pensemos sobre todo en los niños inocentes, y aquí tenemos el principio más conmovedor y perturbador de la salvación cristiana) su sufrimiento, como nos ha recordado recientemente el papa Francisco, precisamente a propósito de las catástrofes naturales, pero también de las guerras, está involucrado en un misterioso plan y destino de amor salvífico.
----------Aquí llegamos al Dios misericordioso, Quien es llevado a remitir o perdonar el pecado, a "tener-corazón-por-el-mísero" (¿y qué mayor miseria que la del pecado mortal, merecedora de la condenación eterna?) poder divino del perdón que, como enseña la Biblia, le pertenece solo a Él, porque según la Biblia el hacer resurgir al hombre del pecado es como resucitar un muerto, poder que evidentemente pertenece solo a Dios.
----------Por consiguiente, el perdón del pecado, en el caso del sacramento de la Penitencia, supone en el sacerdote confesor una participación en el poder divino de remitir los pecados, y también el perdón que ofrecemos a los hermanos es de algún modo, en místico sentido, participación en este divino poder. Recordemos, además, que al recitar el "acto de contrición", el Pésame, cuando nos confesamos, reconocemos haber merecido los divinos "castigos" ("el infierno que merecí" es lo que sinceramente expresamos en ese momento). Lo que no quita que Dios nos salva gracias a su perdón.
----------Y aquí llegamos a la respuesta más característicamente pero también más paradójicamente cristiana sobre el por qué del mal y, sobre todo, acerca de la liberación del mal, mal del pecado y mal del sufrimiento. Aquí entra en juego el sufrimiento redentor y expiatorio del inocente en Cristo, el inocente por excelencia que salva al mundo con su sacrificio, actualizado en la gracia de los sacramentos, sobre todo el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía, momento supremo, este último, de la victoria sobre el mal, momento, como dice el Concilio Vaticano II, en el cual se actúa nuestra Redención, la remisión de los pecados.
----------Pero, podemos preguntarnos, ¿qué tiene que ver el amor con el mal? ¿La idea del mal no evoca acaso más bien la de la injusticia, la idea del odio, del sufrimiento y de la muerte? Ciertamente. Pero aquí radica la maravilla del plan cristiano de la salvación: utilizar por amor ese mal de pena que es consecuencia del pecado para transformarlo, en Cristo, con Cristo y gracias a Cristo, en expiación y reparación del pecado, de nuestro pecado, de modo que nosotros seamos reconciliados con el Padre, quien así, por amor, perdona nuestros pecados, nos salva de la muerte eterna y nos da la vida eterna.
----------El cristiano, por lo tanto, en el sufrimiento que lo golpea ve un gesto de amor del Padre hacia él, ve la invitación del Padre a una respuesta de amor, que satisface la justicia del Padre reparando el pecado, y que expresa aún más el amor de Dios del hijo de Dios por el Padre, retornando arrepentido al Padre.
----------El aspecto satisfactorio del sufrir cristiano no puede ser silenciado con el detenerse únicamente, como se hace a veces hoy, en el gesto de nuestro verdadero amor al Padre y del Padre hacia nosotros. En efecto, si no tuviéramos en cuenta el hecho de que la cruz es sacrificio cultual, el hecho que Dios permita el sufrimiento parecería una burla de Dios hacia nosotros. De hecho, el amor no envía las penas, sino que las quita.
----------Por consiguiente, el hecho de que Dios permita el sufrimiento no debe explicarse simplistamente con el "amor", sino también con la exigencia de la divina justicia. Sin embargo, el cristiano, ante la llegada del sufrimiento, no ve solo la ocasión para expiar, sino más bien la venida del amor misericordioso del Padre, el cual por misericordia nos ha dado a Nuestro Señor Jesucristo, en quien podemos pagar la deuda del pecado y expresar en nuestros límites el infinito amor del divino Hijo por el Padre.
----------En cuanto a los sujetos humanos, al igual que los niños sufrientes incluso no bautizados, que no pueden hacer estas consideraciones, debemos pensar que también están involucrados, también están abrazados, sin que sean conscientes de ello, en este divino plan de amor y de justicia, por el cual ellos también en Nuestro Señor Jesucristo, se salvan y salvan al mundo con su sufrimiento.
----------El cristianismo no aparta la mirada de la fealdad del mal, buscando paliativos o falsas justificaciones o exagerando su alcance, como ha sucedido en las filosofías paganas, ya sea dualistas (maniqueísmo) o panteístas (India), o idolátricas (satanismo), o bien descargándose sobre la acción del demonio, con el cual es necesario pactar (superstición), considerando al mal efecto de un dios maligno (marcionismo), o querido por Dios (Ockham, Calvino), o un enemigo invencible y eterno (pesimismo), o poniendo su origen en la materia (gnosticismo), o incluso poniendo el mal en Dios mismo (Böhme), o bien considerándolo benéfico, normal y natural, expresión del orden cósmico (estoicismo), o necesario, coercitivo e inevitable (fatalismo), en cualquier caso perdonado y coexistente con la gracia (Lutero) , "lógico" o "racional" (Hegel), o repetitivo, cíclico y eterno (Nietzsche) o atenuando su existencia hasta convertirlo en una apariencia ilusoria (Spinoza). Incluso el cristianismo rechaza la idea de que el mal pueda ser del todo absurdo o privado de sentido (existencialismo). Todas estas concepciones no resuelven sino que agravan el problema del mal.
----------(Finalizaremos mañana).
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