lunes, 8 de febrero de 2021

Nuevas observaciones sobre las ideas del cardenal Cantalamessa

La discusión desarrollada en los medios católicos desde hace ya años, e intensificada en el contexto de la actual pandemia, acerca de la cuestión de los castigos divinos, pone en juego una enorme riqueza de temas que nos afectan a todos muy de cerca y sobre todo constituyen un desafío y una invitación para los católicos a manifestar nuestras convicciones como hombres y como creyentes, con espíritu de servicio, de modestia, pero también de coraje, en absoluta fidelidad, sobre temas de tal importancia, al sagrado depósito de la fe católica, tal como resulta de las enseñanzas de la Escritura y de la Tradición, en la interpretación del Magisterio de la Iglesia, que hoy encuentra expresión autorizada y oficial en el Catecismo de la Iglesia Católica y, en particular, en los documentos recientes del Magisterio de los últimos pontífices.

----------A tal respecto, espero que el lector reciba con agrado esta nueva referencia al padre Raniero Cantalamessa, creado Cardenal en el último consistorio. Y entre las repetidas declaraciones del fraile franciscano acerca de la cuestión del sufrimiento humano y del castigo divino, me referiré aquí en particular a una homilía pronunciada el Viernes Santo del año 2011, hace casi una década, para que por mi parte pueda sugerir ulteriores consideraciones que pienso serán útiles al lector, todas para ser entendidas no por obstinación polémica, sino simplemente para aclarar conceptos, cuya veracidad y credibilidad desde el punto de vista de la doctrina de la fe cualquiera puede verificar haciendo referencia a los textos oficiales, con lo cual no excluyo naturalmente mi falibilidad en la interpretación de los mismos textos, por lo cual pido anticipadamente al lector que en tal caso me disculpe, y estoy dispuesto a revisar mis concepciones.
----------Quisiera concentrar la atención sólo sobre este pasaje central de aquel sermón del padre Cantalamessa: "No se puede decir que 'la pregunta de Job todavía permanece sin respuesta', o que tampoco la fe cristiana tiene una respuesta que dar al dolor humano, si de entrada se rechaza la respuesta que ésta dice tener. ¿Cómo se hace para demostrar a alguien que una cierta bebida no contiene veneno? ¡Se bebe de ella antes que él, delante de él! Así ha hecho Dios con los hombres. Él bebió el cáliz amargo de la pasión. No puede estar por tanto envenenado el dolor humano, no puede ser sólo negatividad, pérdida, absurdo, si Dios mismo ha decidido saborearlo. En el fondo del cáliz debe haber una perla".
----------En referencia precisamente a estas palabras del predicador pontificio, conviene que nos preguntemos si, al decir que el simple hecho de que el cristianismo nos enseña que el sufrimiento es algo bueno porque Dios lo ha hecho suyo, negando (como lo hace el cardenal Cantalamessa en otra parte de su homilía) que las desgracias pueden ser castigos de Dios por los pecados de los hombres, ¿acaso ello no nos conduce a concebir el sufrimiento como algo separado del pecado y como algo divino?
----------Por supuesto que es cierto que, como cristianos, cuando Dios nos manda un sufrimiento, decimos que nos ama. Pero si al decir eso no precisamos también que el sufrimiento tiene un vínculo con la justicia antes que tenerlo con el amor, ¿no corremos el riesgo de llegar a la aterradora conclusión de que amar significa hacer sufrir? Pero entonces, ¿adónde va a terminar la bondad de Dios? ¿No venimos a decir que el pecado no tiene consecuencias y que el sufrimiento viene de Dios?
----------Notamos entonces que una manera incorrecta de presentar la bondad de Dios logra el efecto exactamente contrario de concebir a un Dios que disfruta haciéndonos sufrir al hacernos entender que el sufrimiento es algo "bueno", como dice el cardenal Cantalamessa. A tal punto de necedad llega hoy el fideísmo buenista, por el cual el Dios "bueno" es el Dios que no castiga, porque el castigar es maldad, injusticia y falta de misericordia, olvidando que si Dios no hace misericordia, eso no depende de Él (infinita Misericordia), sino de la impenitencia del pecador, el cual por tanto permanece bajo el peso del justo castigo divino.
----------Esta visión equivocada de la bondad de Dios, que lamentablemente puede desprenderse de las palabras del ilustre Predicador franciscano, encaja bien con otras declaraciones erróneas acerca de este mismo asunto, emitidas por obispos, sacerdotes, religiosos, laicos e incluso no católicos, en estos últimos años, como por ejemplo, más o menos por la misma época del pasaje homilético que estamos comentando, las sorprendentes necedades pronunciadas por el conocido político, filósofo y profesor universitario italiano Massimo Cacciari en un debate público, cuando, en presencia de un obispo complaciente, resucitó, con ese tono oracular que a él lo caracteriza, la antigua herejía de Marción, quien veía en el Antiguo Testamento la concepción de un Dios de "justicia" que hay que rechazar (con lo cual, por otra parte, ofende así también al Pueblo de la Antigua Alianza), mientras que en el Nuevo Testamento nos quedaría solo la concepción del Dios cristiano de la "misericordia", que es todo dulzura, todo perdón y todo ternura, salvo en los casos es que decide permitir los diversos tsunamis y las masacres stalinistas o chinas, o el exterminio de los judíos.
----------En este blog también he señalado el año pasado, desde el comienzo mismo de la pandemia del Covid-19, las declaraciones de obispos y sacerdotes en perfecta línea con las citadas afirmaciones de Cacciari, sin excluir lo que dijeron incluso algunos obispos de nuestro país. La sensación que como católicos nos queda, es que estamos hoy completamente descaminados, y deberíamos preguntarnos por qué motivo, en última instancia, un cualquier Massimo Cacciari, o cualquier sacerdote o cualquier obispo, apartándose de la comunión de fe y de pensamiento con la Sede Apostólica, debería establecer por su cuenta la doctrina católica por encima y en contra de cuanto el Magisterio de la Iglesia ha estado enseñando durante dos mil años.
----------En cambio, debemos recordar, como han hecho siempre todos los grandes apóstoles y evangelizadores, obispos, teólogos o predicadores, que la doctrina católica, en sus aspectos más difíciles de comprender, más misteriosos, más paradojales, debe ser propuesta con sabiduría y con esas mediaciones racionales que la Iglesia en su doctrina misma nos ofrece, para que no se obtengan resultados opuestos a aquellos que la Iglesia espera, es decir, la aceptación de su mensaje por parte del hombre racional.
----------Ahora bien, la concepción católica del dolor y del sufrimiento humano es precisamente uno de esos temas que más que otros -dada su delicadeza-, para poder ser aceptado por los hombres de buena voluntad, tiene necesidad de ser introducido y explicado con la temática de la justicia, valor este proporcionado también para la mente sana del no creyente. Lo que conduce inevitablemente al concepto de "castigo divino". De hecho, la justicia quiere que el pecado sea castigado.
----------Por consiguiente, si yo no doy muestra al evangelizando de mi amor por la justicia (que implica premios y castigos debidos a la libre elección de la creatura) e inmediatamente le arrojo en la cara el sagrado Misterio de la Cruz, muestro ser un despreciador de la Cruz y un irresponsable que acaba por perturbar la buena voluntad de quien está frente a mí, y lo llevo a blasfemar contra Dios.
----------Es la justicia humana la que es falible, no ciertamente la justicia divina. Y si Dios permite los errores de la justicia humana, también estos padecimientos de quienes son víctimas de ellos deben en todo caso remontarse, si no a culpas personales, en todo caso a las consecuencias del pecado original.
----------Es cierto que también la doctrina del pecado original es de fe, pero incluso los sabios paganos de oriente y occidente habían entendido, sin embargo, que las desgracias de esta vida no pueden ser atribuidas a la divinidad, sino que deben ser la consecuencia de una primera caída originaria de la humanidad desde un estado inicial de perfección y felicidad, mientras que es competencia de la divinidad, justa y clemente, la de purificarnos y ayudarnos a retornar a la felicidad originaria.
----------Si esto ya lo habían entendido incluso los paganos, nosotros, después de dos mil años de cristianismo, precisamente nosotros, los que alardeamos de ser teólogos del postconcilio, ¿acaso queremos volver a un estado bárbaro precedente al de estos mismos sabios paganos? ¡Hasta la misma doctrina de la reencarnación y en particular del karma, aunque incorrecta en relación con el origen del individuo, tiene algo de verdad rastreando las desgracias hasta la precedente existencia de la especie humana!
----------En realidad, la enseñanza de la Escritura y de la Iglesia sobre el sufrimiento es mucho más amplia y esclarecedora que la sola doctrina, aunque fundamental, según la cual Dios hace sufrir a los que ama. Si nos detenemos en esto y no vemos que el mal es consecuencia del pecado, surge un Dios injusto con un rostro monstruoso, mientras que el pecador parece no ser responsable del sufrimiento que padece.
----------El buen teólogo o el buen predicador, especialmente si es confesor o guía espiritual de almas, debe conocer a la perfección toda la sutil y delicada trama conceptual de la doctrina católica acerca del sufrimiento, y proponerla con gradualidad, suma caridad y prudencia (esto quiere decir ser el buen samaritano), así como un hábil cirujano conoce a la perfección todas las operaciones que debe cumplir para curar al enfermo, y no debe caminar como un elefante en una cristalería ni hacer alarde de su dialéctica para demostrar lo bueno que es o refugiarse en el "misterio" para ocultar su ignorancia de la teología.
----------Por lo tanto, es necesario recordar que concebir la pena como castigo del pecado responde a un normal, instintivo y universal sentido de justicia que es patrimonio también de los no creyentes honestos, y por esto no debe escandalizar en absoluto la idea de un Dios que castiga o la idea de la desgracia como castigo del pecado. En efecto, el castigo no es iniquidad, sino justicia y Dios es sumamente justo.
----------Indudablemente, el cristianismo no se detiene ahí, sino que parte de aquí y no puede ignorar esta implementación elemental de la divina justicia. Que ella luego venga superada por la misericordia, por el amor y por el perdón, es cierto: pero este hecho estupendo y misterioso sería imposible y no tendría sentido (de hecho tendría el rostro de la trágica burla) si no se produjera en el presupuesto de la realización de la justicia divina con la obra anexa de la Redención de Cristo, a la que también nosotros en Cristo estamos llamados.
----------Dios, a raíz del pecado original, podría, si lo hubiera querido, perdonar instantáneamente a toda la humanidad. Si no lo ha hecho, es porque ha querido dar curso a su justicia, para luego dar modo al hombre, en Cristo, de reparar el mal hecho e incluso devenir hijo de Dios.
----------Por otra parte, cabe señalar que el amor como tal no está de por sí en absoluto unido al sufrimiento. Por sí mismo, amor no implica sufrimiento. El amor no hace sufrir, sino que más bien sufre por la persona amada. Y también este sufrir por la persona amada no es esencial para el amor, no entra en la esencia del amor, sino que supone situaciones de emergencia que requieren la renuncia o el sacrificio por la persona amada. En efecto, en el paraíso celestial, donde está la perfección del amor, no existe ningún sufrimiento.
----------Es precisamente por esto que Dios, que es Amor infinito, beatísimo, benevolísimo y subsistente, no sufre en absoluto. Ha sufrido ciertamente Nuestro Señor Jesucristo, pero como hombre, para expiar nuestras culpas. Por eso Él dice que no hay amor más grande que dar la propia vida por los amigos. Pero es el hombre Jesús quien se ha sacrificado por nosotros, no su divinidad, cosa absolutamente privada de sentido y de hecho blasfema. La divinidad, precisamente por su impasibilidad y poder benéfico, da en cambio significado y fuerza expiatoria y salvífica a los sufrimientos de Cristo y en Él a los nuestros.
----------La noción del amor sufriente siguiendo el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, el Inocente que no merece el castigo y sin embargo carga sobre sus espaldas los castigos por nosotros merecidos, para obtenernos perdón y salvación, esta concepción sublime del amor es sin embargo una noción revelada y sobrenatural, que supone y que no destruye la normal y natural noción del amor, que de por sí está ligada sólo al bien y a la alegría pero no en absoluto y de ninguna manera al dolor o a la desgracia.
----------Por otra parte, ya a nivel natural y racional, el amor no puede ignorar la justicia, que implica el castigo del pecador y el premio al virtuoso. Pero también la justicia se funda en el amor y en la bondad. Perder estas nociones fundamentales de la sabiduría natural de todos los pueblos en nombre de una concepción morbosa y malsana del amor que se hace pasar por cristiana es precisamente la mejor manera de terminar descalificando el cristianismo a los ojos de las personas honestas y psíquicamente normales.
----------Quiero terminar, haciendo justicia al mencionar a una personalidad católica que, pese a que en estos últimos años ha mostrado claros desequilibrios dogmáticos y distanciamiento de la recta fe, sin embargo cuenta en su haber con el innegable mérito de haber sufrido, en cuanto católico, por la defensa de la recta doctrina del amor y del dolor tal como modestamente he intentado exponerla en esta nota. Me refiero al conocido historiador italiano profesor Roberto de Mattei, hoy lamentablemente presa del pseudo-tradicionalismo.
----------Hace de esto ya una década, la impresionante, irracional y descompuesta agitación de polémicas, blasfemias e insultos que se produjeron luego de aquella ya famosa intervención en Radio María, del profesor De Mattei, con la escandalosa suma de ataques contra él, incluso desde el mundo católico, sin la intervención de significativas refutaciones por parte de los ambientes del episcopado, demuestra el estado de gravísima crisis de fe en la cual por entonces se debatía, y se debate hoy también, el mundo católico, sin que de tal crisis parece que nos demos cuenta, llenándonos la boca de palabras como "evangelización", "diálogo", "misión", "testimonio", "solidaridad", "justicia y paz", "renovación conciliar", cuando luego a la prueba de los hechos emergen espantosas lagunas o burda y altiva ignorancia de los valores fundamentales del cristianismo.
----------De manera que la conclusión más simple y honesta que nos queda es que debemos comenzar por arreglar las cosas en casa, y después podremos tener cara para presentarnos al mundo con un mínimo de dignidad y credibilidad, sin adulaciones, sin oportunistas acomodamientos y sin miedo, si no queremos hacer del cristianismo el hazmerreir de las personas inteligentes y la caja de resonancia del fracaso del hombre.

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