domingo, 14 de febrero de 2021

Recemos por el Santo Padre

Este domingo, sólo ofrezco a mis lectores una breve nota invitándolos a rezar por el Santo Padre, para que sea dócil a las mociones del Espíritu Santo en su oficio de Supremo Pastor de la Iglesia en estos tiempos difíciles. Algunos puntuales hechos de las últimas semanas me sugieren (aunque es sólo mi modestísima opinión, y puedo muy bien equivocarme) que el papa Francisco podría estar a las puertas de decisiones importantes en el ámbito de la pastoral y del gobierno del rebaño a él confiado. Invito a rezar para que secunde dócilmente las mociones de la gracia con la que él es asistido, a fin de que la prudencia y sabiduría sobrenaturales puedan imponerse sobre cualquier tendencia o limitación humana en contrario.

----------Al hacer a mis lectores esta invitación a rezar por el papa Francisco, al fin de cuentas, no soy más que un eco suyo, pues se trata de la petición que él siempre o casi siempre hace: "Recen por mí", "No se olviden de rezar por mí", termina frecuentemente sus discursos, mensajes y cartas coloquiales.
----------Naturalmente, cuando el Papa hace esa petición a sus hijos, está pensando en su misión como Vicario de Cristo, Sucesor de Pedro y Cabeza visible de la Iglesia; está pensando en su necesidad de ser fiel y en la siempre presente posibilidad de ser infiel a esa misión; está pensando en la omnipotencia de la gracia y en la debilidad de su condición humana, como uno más entre los hijos del Adán pecador.
----------Y por supuesto, al pedir a mis lectores que recemos hoy y todos los días por el padre común, para que él secunde con generosidad, humildad y fidelidad la gracia del Señor, no estoy hablando de la gracia magisterial del Papa, que infaliblemente se impone a su debilidad humana, y lo vuelve infalible como Supremo Maestro de la Fe, al enseñar e interpretar la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo, tanto en su magisterio extraordinario como ordinario, tanto en su magisterio definido como definitivo; sino que estoy hablando de la gracia pastoral que el Papa recibe como Supremo Pastor de la Iglesia, para que con sabiduría y prudencia sepa encontrar los mejores modos de conducir el rebaño a él confiado hacia la Patria del Cielo; porque en este segundo oficio suyo él no es infalible ni impecable, y puede equivocarse y pecar.
----------Estoy convencido que el problema más grave al que actualmente se enfrenta la Iglesia es la división entre católicos en cuanto al juicio que debe darse sobre las doctrinas del Concilio Vaticano II y su recta interpretación. Lamentablemente, no se trata de un simple debate académico o confrontación pacífica de opiniones dentro de los límites de la ortodoxia, cosa que sería normal, considerando la inevitabilidad en esta vida de las diferencias de opinión entre personas de buena fe y la utilidad de la confrontación de las opiniones. En lugar de ello, lamentablemente he aquí que nos encontramos desde hace cincuenta años enfrentando un amargo conflicto entre dos partidos, que no conforman, por supuesto la totalidad del Pueblo de Dios peregrino y militante, sino que son sólo dos partidos minoritarios comparados con la mayoría del Pueblo fiel, pero dos partidos que hacen mucho ruido e influyen mucho en el comportamiento del resto.
----------Se trata de dos partidos que deberían estar hechos, en el mejor de los casos, para integrarse entre sí, para enriquecerse mutuamente, para complementarse, si estuvieran abiertos a escuchar el uno las razones del otro y tuvieran la humildad de dejarse corregir por el otro. En cambio, ambos, habiendo perdido de vista los valores comunes del catolicismo y queriendo continuar llamándose católicos, traicionan y falsifican este nombre atacando con inflexible furia solo a una parte del catolicismo para oponerla a la otra, con la pretensión, al mismo tiempo, de representar a la verdadera Iglesia, definiendo al partido opuesto como enemigo del catolicismo, ya sea porque es "tradicionalista" o porque es "modernista".
----------Lo que más duele en esta exasperante y lacerante controversia, que parece agravarse siempre más y más, no es tanto el contraste de las ideas, porque ese contraste no supone necesariamente la deshonestidad o la mala fe o la voluntad de engaño, sino la ausencia de la caridad e incluso de humanidad en los más ruidosos exponentes de ambos partidos, lo cual trae consigo todo tipo de males: la envidia y el desprecio mutuos, la feroz competencia sin exclusión de golpes, golpe y contragolpe, ida y vuelta, el ataque traidor, la persecución, la venganza, la injusticia y la parcialidad en los juicios, el gusto por discutir y contradecir al hermano, la voluntad de prevalecer sobre el otro, la búsqueda del éxito mundano y la refinada voluntad de acaparar el mayor número de ingenuos seguidores con una martilladora propaganda de las propias ideas, la soberbia de quien se considera la fuente de la verdad, el orgullo de no aceptar críticas o correcciones, la negativa a reconocer los valores comunes, la falta de espíritu de colaboración, la obstinación en la defensa de los propios errores, el rencor que se desfoga en el insulto, en la calumnia, en la burla, en el sarcasmo y en la difamación, el anteponer el propio yo a la aceptación de la verdad, el deseo de destruir al adversario.
----------Es razonable ver en todo ello el desencadenamiento de fuerzas demoníacas, que han penetrado entre nosotros, las cuales intentan oponernos los unos a los otros, haciendo aparecer odioso al hermano que nos instruye y nos corrige, o instigándonos al odio hacia él. Y todo esto viene sucediendo en una Iglesia, a la cual un Papa durante ocho años viene predicando el diálogo y la misericordia.
----------Mi personal impresión es que se está extendiendo una nefasta resignación a la conflictividad como si ello debiera ser cosa normal y constructiva. Hay quienes incluso hacen referencia a la dialéctica hegeliana, creyéndola benéfica y principio de racionalidad, de progreso o de reconciliación, cuando bien sabemos que en cambio ella es, como ha sido demostrado por su aplicación en la historia, la destrucción de la razón y de la civilización, así como la apología de la injusticia, del odio y de la violencia.
----------Creo que se está perdiendo no sólo el sentido de la universalidad del catolicismo, sino de la propia razón humana como principio de igualdad y de la fraternidad entre los hombres. El Papa está intentando loablemente remediar esto exaltando el valor de la fraternidad humana basada sobre la razón y de la superior hermandad cristiana de los hijos de Dios, basada sobre la fe. Su última encíclica es un buen ejemplo de esto. Con ello, ciertamente, se ha ganado las desequilibradas críticas del fundamentalismo rígido que, cayendo en un burdo fideísmo, niega a la razón su propio ámbito, cuando la Iglesia siempre ha reconocido la autonomía de la razón y del orden natural. El Papa se manifiesta particularmente sensible a esta necesidad de recuperar la armonía entre fe y razón, como ha instado a hacer el Concilio Vaticano II en continuidad con el magisterio precedente; pero el Pontífice no es comprendido por todos. Que haya subrayado en su encíclica Fratelli tutti los valores propios de la natural fraternidad humana entre todos los habitantes del planeta, creyentes o no creyentes, no implica en sí mismo negar la necesidad de la sobrenatural hermandad cristiana. El orden sobrenatural no destruye sino que supone y eleva el orden natural.
----------Esta tarea que se ha impuesto el Papa es, sin duda, una óptima idea, un bálsamo que ciertamente está curando las heridas; pero son necesarias, a mi modesto juicio, otras intervenciones urgentes del Santo Padre. En mi opinión, es necesario que ponga más en obra ese carisma que sólo él posee como Pastor universal de la Iglesia, es decir, la capacidad de fundar, custodiar, promover y defender la unidad de la Iglesia en la legítima pluralidad y diversidad de sus componentes, manifestaciones y realizaciones.
----------El riesgo hoy es que en la Iglesia, bajo el pretexto del "pluralismo", prosperen una multiplicidad turbia, caótica y desordenada. Con el pretexto de evitar el doctrinarismo y la abstracción y de apuntar a lo práctico y a lo concreto, está en aumento creciente un pulular de particularismos anárquicos, de egoísmos descarados y de individualismos mezquinos y fastidiosos, como un enjambre de insectos, por los cuales los fieles se sienten como ovejas sin pastor y pierden de vista el principio de la unidad, olvidando que es precisamente el Papa quien garantiza la variedad y la libertad de los individuos y que sin tal espiritual armonía la multiplicidad degenera y se transforma en la agitada disolución, pululante y agusanada, de un cadáver en descomposición.
----------Todo buen católico ve en el Papa al juez supremo en las controversias (Roma locuta, causa finita), todo buen católico sabe reconocer que es el Papa quien decide quién tiene razón y quién no para obtener justicia y para que se haga justicia. Sin embargo, para obtener la confianza de ambas partes, él debe mostrarse imparcial, capaz de dar a cada uno lo suyo y de acordar las dos partes donde existe entre ellas una recíproca complementariedad, condenando los extremismos que hacen situarse fuera de la Iglesia. Porque si, por el contrario, el Papa favorece a una parte contra la otra, la parte favorecida se vuelve aún más prepotente y la humillada corre el riesgo de ser presa del odio contra el Papa. ¿Y eso de qué sirve?
----------En mi modesta opinión, por lo tanto, es necesario que el papa Francisco, poniendo en práctica el carisma de la unidad, del cual goza gracias al Espíritu Santo, y venciendo las tramas y redes del espíritu de la discordia, que es el demonio, se empeñe más por la reconciliación y la concordia de las dos partes sobre la base común de las doctrinas del Concilio y, en último análisis, de los valores de la fe católica.
----------Me parece que el Papa, en la promoción del diálogo, de la reconciliación y de la paz, debería encontrar más urgente la promoción de estos valores en el interior de la Iglesia, antes que ocuparse de ellos en campo ecuménico o interreligioso. En efecto, si nosotros los católicos no estamos unidos y en paz los unos con los otros, ¿con qué autoridad o con qué credibilidad nos proponemos entonces al mundo como promotores de unidad, de paz y de concordia? Los no católicos o no creyentes podrían decirnos: ¿quieren hacer de maestros para nosotros, cuando ustedes son los primeros en andar como perros y gatos?
----------Por consiguiente, creo que es absolutamente necesario que el papa Francisco, abandonando personales tendencias que lo llevan al parcialismo, se esfuerce por ser imparcial y por hacer encontrar a las dos partes, por acercarlas, convocarlas con paciencia y autoridad en torno a una mesa común, para promover el diálogo y el encuentro intelectual en un clima de caridad y confianza recíproca. No importa cuán prolongada sea la duración de las tratativas, sino que lo importante es tratar, negociar. De lo contrario, mientras que lo único que se haga sea discutir e insultarse, no se logra nada y la situación empeora día a día.
----------Por lo tanto, éstas son las razones por las que este domingo invito a mis lectores a rezar por el Santo Padre. Pidamos al Espíritu Santo que haga posible que quien es ciego pueda ver, que quien es sordo pueda oír, que quien está mudo pueda hablar, que quien está paralizado pueda caminar. Desafortunadamente, parece que tan solo presenciamos el triunfo del "espíritu mudo y sordo" (Mc 9,25). Mientras el mundo está lleno de chácharas, frecuentemente frívolas, banales o cuando no incluso malévolas, aquellos que, en cambio, intentan hablar con utilidad al prójimo, parecen estar hablando con las paredes.
----------El papa Francisco, que es tan sensible a la política, tiene el ejemplo en ciertos sabios gobernantes políticos, los cuales, para asegurar la paz del país y el buen progreso de la producción, convocan junto a sí a las partes del mundo del trabajo, de los sindicatos y de los industriales y empresarios, para resolver contrastes y controversias y favorecer justos acuerdos, que promuevan el bienestar del país.
----------Todos los hombres de paz, desde los Cardenales hasta el último miembro del Pueblo de Dios, "en escucha de lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (cf. Ap 2,29 y 3,13), deben ayudar al Vicario de Cristo en esta sacrosanta obra de pacificación, que toca la esencia misma de la Iglesia, de modo que los unos escuchen las razones de los otros, sepan corregir a los otros y se dejen corregir por los otros, todo bajo la presidencia del Sumo Pontífice, supremo custodio y garante, gracias al don del Espíritu, de la unidad y multiplicidad de la Iglesia, "regina a dextris tuis circumdata varietate" (Sal 44,10), a fin de que todos juntos, hermanos y hermanas en el respeto y en la estima recíproca, caminen seguros sobre la divina ruta al reino de Dios.

4 comentarios:

  1. Benjamín Benavídez20 de marzo de 2021, 5:35

    Estimado padre Filemón,
    A menudo tengo la impresión de que uno de los nudos no resueltos en la Iglesia actual es la tensión entre unidad y verdad, y que muchas veces, tanto en la retórica homilética como en los discursos más o menos circunstanciales, se pone primero siempre y sin excepción la unidad antes que la verdad, o que se intente salvar ambos elementos, unidad y verdad, sin tener que elegir entre los dos. Aparte de eso, tengo la impresión (pero tal vez me equivoque, y si ese es el caso, será necesario que Ud. me corrija) que la unidad no solo no puede prescindir de la verdad, sino que depende intrínsecamente de ella, de modo que, si una opción "política" se debiera imponer, ciertamente no sería correcto favorecer una unidad basada en el compromiso de lo que no es posible comprometer (los "valores no negociables"). Dicho con palabras mucho más pobres, en cierto punto, frente a los inaceptables extremismos de los hiper (pseudo) tradicionalistas (o pasadistas, como Ud. suele llamarlos) y de los modernistas, temo que se llegará un momento en el que de manera dramática habrá que elegir uno u otro elemento, y será el momento en el que la Suprema Cátedra tendrá que volver a decir "non possumus". Esta es mi opinión. ¡Gracias por sus publicaciones!

    ResponderEliminar
  2. Fr Filemón,
    Su apelación al Papa es conmovedora, en razón del esfuerzo por sugerir lo que el Santo Padre parece hasta ahora negarse a aceptar. Yo también, como otros, estoy preocupado por el modo como se desarrolla el diálogo del Papa con sus opositores. En su última Encíclica social, sobre la Fraternidad, habría que hacer una doble lectura, es una encíclica social, sin duda, pero habría que hacer una lectura dogmática o de Fe, pero también una lectura pastoral y pragmática. El Papa ha hecho comprender en ella, y en todos los tonos, que el paradigma de la Iglesia católica ha cambiado, y no parece sentir vergüenza de expresarlo, especialmente cuando habla coloquialmente, improvisando, acerca de sus propias "conversiones" (que no debemos confundir con las conversiones de San Pablo o San Agustín). La Encíclica Fratelli Tutti podría definirse como el Evangelio para la humanidad de hoy. El Papa piensa de un modo utópico, también para la humanidad del futuro, hablando continuamente de sus "sueños" ("yo sueño", dice el Papa, y lo repite varias veces), o bien habla como la caritativa acogida en el seno de la Iglesia, por ejemplo, del marxismo puro y duro, que actualmente ha sido rechazado y marginado por casi todas las naciones, y sin embargo, el Papa le da un sentido, un toque, un perfil, casi evangélico; es una mezcla confusa, una o dos pinceladas de Francisquismo, una pizca de Islam en la mezcla también, mucho Budismo, y sobre todo una lectura paranoica de la historia del Cristianismo, hecha de odio de clase, contra la obra de civilización llevada adelante durante siglos por la Iglesia, con enorme esfuerzo, y, por supuesto, nunca libre de la fragilidad humana, pero innegablemente obra heroica, desarrollada por muchos misioneros cristianos. La carta Fratelli tutti contiene contradicciones casi en cada línea: odio contra la civilización occidental, odio contra Occidente en general, análisis socio-comunista de la realidad, y un inmenso olvido de las Sagradas Escrituras y del propio Catecismo. Para el Papa la teología debe ser relegada a una isla, en lo posible desierta, para que todos puedan danzar al sol del relativismo, bajo la autoridad y confirmación de quien hoy ocupa el Solio Pontificio. Me da la impresión, padre Filemón, que hoy este río está arrastrando mucho barro... Es el barro del pecado, porque el pecado existe, y los pecadores tienen necesidad de ser redimidos por el único Redentor, y necesitamos que el Papa proclame esta verdad... que parece haber sido olvidada en su predicación.

    ResponderEliminar
  3. Estimado Benjamín Benavídez,
    Usted pone en evidencia un problema de fondo en la Iglesia, que siempre ha existido y que actualmente se ha agudizado, a saber, la relación entre unidad y verdad. Me parece notar, en general, una falta de amor por la verdad y por la doctrina, acompañada de la pretensión de realizar una unidad en la pluralidad, descuidando el hecho de que la armonía y la concordia sólo son posibles en la Iglesia sobre la base de una verdad comúnmente aceptada. Los extremismos opuestos, a los que me refiero en mis notas, son la señal de esta escasa atención a la verdad, a la verdad como valor universal. Por eso nos encerramos en el prejuicio, la facciosidad, el partido, la secta, lo que conduce inevitablemente a la falta de caridad. Debemos suplicar al Espíritu Santo para que el Papa, en la plenitud de su carisma de promotor de la unidad en la verdad, puede conducir, liderar, esta obra de pacificación, que creo que está profundamente en el deseo de todos.

    ResponderEliminar
  4. Estimado Gladiator,
    Comprendo su sufrimiento y su decepción, que también son los míos. Sin embargo, le aconsejaría leer mi comentario a la encíclica Fratelli tutti, aquí en mi blog. No escatimo las críticas, pero al mismo tiempo destaco los aspectos positivos, los cuales son importantes, especialmente en lo que respecta al llamado a todos los hombres de buena voluntad, de todas las religiones, creyentes y no creyentes, en nombre de la razón y de la universalidad de la naturaleza humana., que todos poseemos, a poner en práctica, en el nombre de Dios, los deberes de la justicia y de la misericordia, en la lucha contra las injusticias y con particular atención a los más pobres y necesitados. Sobre todo es importante la parte final de la encíclica, con la referencia a los valores morales absolutos (los valores no negociables de los que hablaba Benedicto XVI). Por lo demás, disiento con Ud. en algo más: yo no noto ningún acento marxista o antioccidental en absoluto.

    ResponderEliminar

En ciertas horas del días se permitirán comentarios sin moderación. Los comentarios no cónsonos con el blog serán removidos. Igualmente los que falten a las normas del respeto personal.