jueves, 4 de febrero de 2021

Algunas observaciones a las ideas del cardenal Cantalamessa

Parece inevitable, tras haberme referido en las últimas notas al modo como el buen católico concibe la existencia del mal en el mundo, referirme también a una figura actualmente encumbrada en la Iglesia, el hoy cardenal Raniero Cantalamessa, quien desde hace tiempo (al menos con más publicidad desde hace una década) viene refiriéndose en sus homilías y predicaciones a una interpretación sobre el mismo tema, la cual podría ser calificada como algo distante de la recta concepción cristiana del dolor, del mal y del pecado.

----------En las palabras del famoso predicador franciscano no es difícil encontrar ecos de la intervenciones sobre estos temas pronunciadas a lo largo de estos años, y particularmente durante el año en que nos ha afligido y sigue afligiendo la pandemia Covid-19, por variados y autorizados expositores de la doctrina católica sobre el dolor, el mal y el pecado, temas que vienen suscitando una enorme polémica entre defensores y enemigos de la visión católica acerca de estos delicados asuntos, y también ha puesto en luz la existencia de posiciones que, aunque autodenominadas o consideradas "católicas", en realidad no lo son.
----------A este respecto, también en este blog hemos entrado en este interesante debate, con algunas de mis intervenciones desde el inicio mismo de la pandemia, e incluso más recientemente. Habiendo leído varias exposiciones, predicaciones en retiros espirituales, y homilías, del cardenal Cantalamessa en estos últimos años, me he sentido nuevamente estimulado a expresar algunas observaciones sobre sus ideas, manifestando algunas reservas hacia ellas, sobre las cuales ahora me gustaría añadir algunas precisiones.
----------Como he dicho, he consultado muchos textos del cardenal Cantalamessa referidos al tema, pero no los citaré en detalle, en primer lugar porque no es ésta una publicación académica, sino de difusión general para lectores en su mayoría no versados en filosofía y/o teología; en segundo lugar para no publicar aquí exposiciones en las que se contienen ideas que (como mínimo) podrían generar confusión en lectores poco prevenidos; y en tercer lugar, porque considero preferible exponer desde un nuevo enfoque la doctrina cristiana sobre el mal, el dolor y el pecado, para esclarecerlas aún más, y para que luego los lectores saquen sus propias conclusiones al compararla, llegado el caso, con las exposiciones del cardenal Cantalamessa.
   
Primera observación:
   
----------El cardenal Cantalamessa ha venido retomando desde hace años una idea muy difundida y de origen protestante, según la cual Dios haría "experiencia del sufrimiento". Es cierto que el Religioso franciscano no se refiere a la naturaleza divina abstractamente entendida, sino al Dios encarnado Jesucristo, con evidente (pero implícita, y no explícita) referencia al sufrimiento de Cristo como hombre.
----------Sin embargo, de como se expresa el franciscano recientemente elevado a la dignidad de Cardenal, no resulta claro que -como ya enseñaba san León Magno- si bien la naturaleza humana de Cristo es pasible, sin embargo la naturaleza divina es impasible, por lo cual no puede sufrir. O bien esto puede decirse sólo en sentido metafórico, como se dice que Dios está "ofendido" por el pecado, está "enojado" por los pecados de los hombres, y es "aplacado" por el divino sacrificio de Cristo y de la Santa Misa.
----------Ahora bien, es necesario tener bien presente que desde los primeros siglos la Iglesia ha condenado reiteradamente como herética la tesis del así llamado "teopasionismo", o sea precisamente aquella doctrina que sostiene el sufrimiento en Dios. De hecho, tal doctrina, antes de estar en contra de la fe (pues la Escritura nunca habla del "sufrimiento de Dios") está en contra de una sana teología racional. En efecto, el sufrimiento implica que el sufriente se ve privado de algo que le compete o le pertenece, y por tanto se compone de varios elementos, mientras que Dios, purísimo espíritu, es simplicísimo y acto puro de ser, es decir, ser perfectísimo, beatísimo, eterno, inmutable, incorruptible e inviolable, al cual nada le puede ser quitado, como por otra parte nada le puede ser agregado. Esta concepción de la divinidad ya se encuentra en los grandes sabios paganos como Platón y Aristóteles. Con mucha más razón esta recta doctrina está presente en la concepción cristiana, la cual no niega sino que confirma los datos de la sana razón.
----------Con todo esto, no es del todo inconveniente hablar de un Dios que sufre en Cristo, pero es necesario precisar que este modo de expresarse, que se llama "communicatio idiomatum", no intenta en absoluto referirse a un impensable "sufrimiento divino", sino que más bien se trata de un intercambio de predicados, legítimo cuando ellos pueden ser intercambiados en cuanto inherentes a un solo sujeto. Si, por ejemplo, Fulano de Tal es médico y pintor, puedo decir: ese médico es pintor, pero evidentemente no es pintor en cuanto médico, sino en cuanto a la misma persona. Así en Cristo: puedo decir el Verbo sufre, pero no en cuanto Verbo, sino en cuanto Él ha unido a sí mismo una naturaleza humana, la cual es la única que puede sufrir.
----------De modo similar, el supremo atributo de María Santísima de ser "Madre de Dios" surge de la communicatio idiomatum: de hecho, es evidente que María no es madre de la divinidad (pues la divinidad como tal es ingenerada e ingenerable), sino de la humanidad de Cristo; sin embargo se dice que es Madre de Dios porque el hombre que Ella ha generado es Dios, es decir, es la misma Persona.
----------Afirmar, como debe ser afirmado, que Dios no puede sufrir, no quiere decir que Dios no sepa qué es el sufrimiento: pues Dios lo sabe infinitamente mejor que nosotros, pero con su pura infinita inteligencia espiritual y no teniendo que hacer experiencia como nosotros, seres finitos, frágiles e imperfectos. Concebir formalmente un Dios que sufre quiere decir equivocarse acerca del Dios cristiano y transformar a Dios en un dios pagano, del tipo de Dionisos, por ejemplo, que muere y resurge.
----------Y después de todo, lo que salva del sufrimiento no puede provenir sino de un agente no sufriente. El motivo es sencillo: si también el médico está enfermo, ¿quién nos cura? Es verdad que en Nuestro Señor Jesucristo Dios salva por medio del sufrimiento, pero no es el sufrimiento como tal, y mucho menos un imposible sufrimiento de Dios, sino que es el poder del Dios impasible, el Deus fortis et immortalis que nos salva del sufrimiento usando el sufrimiento, operación esta prodigiosa, que solo un Dios puede cumplir, recabando del mal, con su poder creativo, el bien. Por el contrario, pensar que el sufrimiento como tal es bueno, agradable, gustoso y salvífico, no es cristianismo, sino una forma de demencia bien conocida por los psiquiatras.
   
Segunda observación:
   
----------El cardenal Cantalamessa ha recordado en varias ocasiones el principio indudablemente cristiano según el cual, cuando nos llega una desventura, debemos ver en este hecho un signo del amor de Dios por nosotros. Su eminencia se da cuenta del carácter paradójico de esta tesis, pero lamentablemente nunca parece haber intentado (al menos en las exposiciones publicadas) resolver esta dificultad, con el consiguiente riesgo de presentar no a un Dios que nos ama, sino un Dios que puede llevar a pensar que se burla trágicamente de nosotros, y que frente al cual, por lo tanto, somos llevados a blasfemar y a volvernos ateos.
----------Porque en efecto, el buen sentido común nos dice que si alguien nos ama, ese alguien también nos hace bien, y no nos envía nunca una desgracia. Este pensamiento, fundado en la razón natural, es absolutamente correcto e innegable. Sería tontería creer que el cristianismo lo desmiente; al contrario, lo confirma. Por otra parte, la tesis antes mencionada parece desmentirlo. Por lo tanto, debe explicarse adecuadamente. Y es la misma divina Revelación la que nos lo explica, introduciendo el factor de la divina justicia.
----------Es necesario, por lo tanto, retornar con mucha atención a la temática del "castigo de Dios", introducida y desarrollada muy justificadamente por varios expositores católicos durante la actual pandemia, y también modestamente por quien esto firma, en varias intervenciones en este mismo blog. La consideración fundamental que es necesario hacer al respecto es tener presente la virtud de la justicia divina, concepto este al que se puede llegar ya desde una sana teología racional (teodicea). Dado que el concepto de la justicia es una noción fundamental de la ética natural, vale tener presente que su principio fundamental es que el pecador debe ser punido, castigado, y que el justo debe ser recompensado, premiado, por lo que surge como ineludible inferencia que es injusticia la impunidad del pecador y también es injusticia la punición del inocente.
----------Por otra parte, es necesario insertar en estas consideraciones de orden meramente ético-jurídico, un dato de fe, o sea la doctrina del pecado original, la cual introduce una noción de pecado diferente de la concepción corriente del pecado, la cual enriquece aquella que resulta de la simple ética natural, que sólo conoce el pecado personal. Esta noción nueva y revelada es la del pecado original, pecado que santo Tomás de Aquino llama peccatum naturae humanae, según el cual la culpa y la punición de este pecado involucran a la entera humanidad, como dice también el Catecismo de la Iglesia Católica, que ya he citado en notas anteriores.
----------Sin duda, el término "castigo" a propósito de las consecuencias del pecado original, puede ser demasiado fuerte o quizás inoportuno, dado que habitualmente referimos este término solo al pecado personal. Pero del relato del Génesis y de la interpretación que hace san Pablo del pecado original ("en Adán todos hemos pecado"), aparece evidente que si es cierto que en principio la pena es consecuencia del pecado, las penas de esta vida, incluso las de los inocentes, son penas o consecuencias del pecado original.
----------La idea de que Dios impone una pena a semejanza del juez terreno es ciertamente bíblica; sin embargo la misma Biblia precisa en otros pasajes ("perditio tua, Israel") que esta pena debe entenderse más que un "mal" querido por Dios, un mal (el sufrimiento) que nos adosamos nosotros con nuestros pecados. Por supuesto, este principio no puede valer para el ordenamiento jurídico terreno (civil y eclesiástico), donde la pena aparece como re-equilibrio y defensa del orden social, por lo cual es normal que la pena sea impuesta por el juez en base a un código penal y siguiendo un debido proceso. De ahí la posibilidad de que el delincuente escape a la justicia humana, pero si no se arrepiente, no podrá escapar a la justicia divina.
----------Para retomar, entonces, las observaciones del cardenal Cantalamessa, es necesario decir que es cierto que al verificarse una pública calamidad quedan afectados tanto inocentes como pecadores: pero esto no quiere decir, como he explicado, que tal desgracia no sea consecuencia para todos (¿"castigo"?) al menos del pecado original. Aparte del hecho que las personas perfectamente inocentes no existen en esta tierra, y todos tenemos pecados por descontar. Los mismos niños, a quienes con razón nosotros llamamos "inocentes", están siempre vinculados a las consecuencias del pecado original y pueden ser víctimas de los pecados de los adultos. De cualquier modo, si dicha desgracia puede ser verdadero y propio castigo para los impíos, los justos pueden aprovecharla para unirse a Cristo en la obra de la redención.
----------Puestas estas premisas, vayamos ahora al grano. ¿Cómo evitar blasfemar a un Dios que nos dice que nos ama en el momento mismo en que nos envía la desgracia? Recordando el sacrificio expiatorio y reparador de Cristo, ya predicho por el profeta Isaías (capítulos 42, 49, 50, 53), Cristo que ha dado satisfacción a la justicia divina ("satisfecit pro nobis", como dice el Concilio de Trento), pagando en nuestro lugar el debito del pecado: justicia divina del Padre, que pide ser compensada, y justicia de Cristo, que da satisfacción a la justicia divina ofendida por el pecado, permitiéndonos a su vez pagar, en Cristo, nuestro débito.
----------Por consiguiente, sólo así se explica por qué sufrimos a pesar de la existencia de un Dios omnipotente, un Dios de amor y de misericordia. Dios mismo por medio de Cristo nos revela este enigma por el cual continuamos sufriendo aunque Dios sea bueno y omnipotente: está en juego el mecanismo de la justicia, aunque todo al fin de cuentas, como dice san Pablo, se resuelva en la misericordia.
----------El perdón divino, que quita la culpa y puede quitar también la pena, no es una injusticia, sino que, como dice san Pablo en la Carta a los Romanos, justifica, vuelve justos, es una superior justicia y más aún una superación de la justicia que da al hombre por amor, por misericordia, lo que la justicia por sí sola no es capaz de hacer ni es competente para hacer. Por otra parte, para el pecador que no se arrepiente, no puede haber misericordia, sino que permanece la justicia punitiva o castigadora, la cual, si él no se arrepiente en punto de muerte, deviene eterna con la pena del infierno.
   
Conclusión
   
----------Y así llegamos al punto conclusivo de nuestras reflexiones. En efecto (y este es el punto decisivo bien ilustrado por santo Tomás de Aquino) es precisamente por amor y misericordia que Dios Padre concede a la humanidad herida y castigada por el pecado, la posibilidad en Cristo de expiar el pecado, transformando la pena en expiación del pecado y principio de una nueva vida como hijos de Dios.
----------En conclusión, para no caer en impías y absurdas declaraciones, cuando nosotros los católicos expongamos cuál es la concepción cristiana del pecado, del castigo y de la redención, no debemos olvidar nunca considerar correctamente la conjunción de la operación divina de la misericordia con la de la divina justicia, tal como nos lo enseña la Revelación en la constante Tradición católica y en el Magisterio de la Iglesia.

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