jueves, 6 de agosto de 2020

Notas sueltas en la Novena de la Asunción (1/9)

Edmund Lacey (o Lacy) [?-1455] vivió en el final del medioevo, en Inglaterra. Educado en el University College de Oxford, posteriormente fue Master allí desde 1398 a 1401, época en que el College prosperó y se desarrolló, incluso dejando buenos continuadores de su labor. Nombrado Canónigo en la St George's Chapel del Castillo de Windsor, conservó su puesto hasta 1417, incluso siendo nombrado Dean de la Capilla Real, acompañando al rey Enrique V a la Batalla de Agincourt en 1415. Posteriormente fue Obispo de Hereford, y en 1520 de Exeter, sede en la que promovió el culto al arcángel san Rafael, proclamando la fiesta en su diócesis en 1443, y trabajando en toda Inglaterra para instituir el culto. Todo esto, por supuesto, antes del cisma que separó al cristianismo Anglicano de la Iglesia de Roma. Lacey fue un gran Obispo, un gran sucesor de los Apóstoles, con una bien reconocida y extendida fama de santidad.
   
----------Cuando se produjeron los bombardeos alemanes a la Catedral de Exeter, durante la Segunda Guerra Mundial, aconteció un inesperado e interesante descubrimiento: entre los escombros se hallaron exvotos de cera, que habían estado ocultos detrás de una piedra, sobre la tumba del obispo Lacey. Hay que aclarar que, en realidad, su tumba se había convertido en un verdadero santuario, meta de nutridas peregrinaciones de devotos fieles. Precisamente eso, la fe popular, nacida y desarrollada espontáneamente, ha sido siempre en la historia de la Iglesia la primera etapa en todo ulterior proceso de canonización (nada parecido a lo que a todas luces parece haber ocurrido con el caso de cierto obispo de argentinas y riojanas tierras "beatificado" en nuestros tiempos). El caso fue que la figura de Edmund Lacey progresaba hacia su canonización, proceso que, obviamente, fue detenido por el cisma inglés y la Iglesia Reformada. Es presumible que aquellas ofrendas de cera estuvieran escondidas cuando el dean protestante de la Catedral, Simon Heynes destrozó la tumba de Lacey, para tratar de detener el culto que iba gestándose entre el pueblo.
----------Hay que saber que Lacey era un hombre realmente culto que no vacilaba en meter sus narices en los nidos de los avispones intelectuales de la Iglesia de su tiempo. Las crónicas narran que el 15 de agosto de 1441 predicó al Capítulo Inglés de los Dominicos, en un momento en que los miembros de la Orden de Predicadores todavía estaban más bien lejos de sentir algún tipo de entusiasmo por consentir con el Dogma de la Inmaculada Concepción. Lacey mandó que su sermón fuera transcripto en los registros del Capítulo de los Dominicos (una acción que probablemente no tenga paralelos en los registros episcopales medioevales). El santo Obispo no escatimó sus golpes: "Por consiguiente, aquellos que con opiniones imprudentes y reprobables, se esfuerzan por mancillar su Concepción, ¡que se callen!, y aquellos que se esmeran por poner defectos en su estilo de vida, ¡que los borren de nuestra vista!, y aquellos que no están dispuestos a exaltar el fruto de su Asunción, ¡que se pierdan y quedan eternamente perdidos! (perpetuo delitescant)".
----------Es bueno recordar en este día, el primero de la Novena de Nuestra Señora de la Asunción, que tradicional y devotamente se sigue rezando (al menos eso es lo que yo espero) en muchas parroquias y capillas de todo el mundo, el argumento del Obispo Edmund Lacey a favor de la Asunción, quinientos años antes de que el venerable papa Pío XII definiera el dogma: "El Filósofo de la Ética demuestra que es necesario que exista algún fin para los asuntos humanos, a saber, la inmortalidad y la eternidad. A lo que nuestro Apóstol, en el capítulo 2 de la Carta a los Romanos, asume merecidamente a Nuestra Señora por antonomasia cuando dice: 'Dios dirá a cada cual según sus obras: a los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna' (Rom 2,6-7)". Es decir, uniendo a Aristóteles con san Pablo, e invocando el principio de antonomasia, construye Lacey su argumento en favor del Dogma (aún no definido) de la Asunción; un argumento que debería ser tenido en cuenta en las clases de Teología Fundamental y Mariología en los Seminarios, si es que todavía se enseña teología en los Seminarios.
----------Ahora que lo veo mejor, Lacey parece hacer referencia más bien a un versículo paulino posterior: "gloria, honor y paz a todo el que obre el bien" (Rom 2,10). Para citar el párrafo entero, que es más importante: "Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obre el mal: del judío primeramente y también del griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que en Dios no hay acepción de personas" (Rom 2,9-11).
----------Sea como sea, ya sea mera figura retórica, o bien inteligente principio de razonamiento teológico, la antonomasia, parece ser una categoría conceptual muy adecuada para argumentar sobre el Dogma de la Asunción. Vale decir: cuando san Pablo dice: "Gloria... al judío primero, y luego también al griego", está diciendo que, en cierto modo, a María se la reconoce en ese "el judío", judío por antonomasia, y como alguien "que ha hecho el bien", al igual que Ella es "el primer fruto", etc. ... y ése es también Nuestro Señor Jesucristo, quien es el principal "judío", y quien "ha hecho el bien", por antonomasia.
----------Antonomaica Domina in caelum gloriose Assumpta, ora pro nobis.

2 comentarios:

  1. Por lo que he leído, algunos dominicos, según entiendo, todavía están inclinados a decir que la verdad sobre la Inmaculada Concepción fue lo único en lo que el franciscano Scoto acertó.

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  2. Dicen exactamente eso: que acertó, no que hizo un buen argumento teológico.
    No le admiten nada al doctor sutil.

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