sábado, 1 de agosto de 2020

De divisiones, grietas y cismas en la Iglesia

En tiempos recientes se vienen multiplicando las referencias a la existencia de divisiones, grietas y cismas (virtuales) en la Iglesia. Hace poco, por ejemplo, mons. Héctor Aguer se ha referido al tema en su nota La grieta en la Iglesia publicada en InfoCatólica. Si los lectores de este blog aún no la han leído, ya es tiempo que lo hagan, pues esta reflexión del emérito arzobispo de La Plata es muy recomendable.
   
----------En la citada nota mons. Aguer señala acertadamente que "no es arbitrario considerar que la grieta actual de la Iglesia está íntimamente relacionada con las proyecciones del Concilio Vaticano II", y explica que si bien en las sesiones conciliares hubo "discusiones" y "contraposición de dos tendencias", "sin embargo, los documentos conciliares fueron aprobados por una casi unanimidad". El ex arzobispo platense incluso detalla que a pesar de haber unos 2500 obispos, padres conciliares, "en la votación final de cada uno de ellos, los votos negativos fueron, según los casos, 2, 3, 4, 5, 6, 10, 11, 14, 19, 35, 39, 70, 75, 164" y que "el día de la conclusión de la Asamblea, cuando se aprobaron los últimos cuatro documentos, se desencadenó un momento de alegría en el que todos se abrazaban emocionados". O sea: Aguer destaca la contraposición entre desarrollo del Concilio y su resultado final, discusiones y tendencias contrapuestas en su labor y unidad en los documentos finales. En suma: desarrollo de la obra humana, y obra final divina.
----------¿Exagerado lo que digo? Lo expliqué en notas recientes, al hablar de los peligros de las extrapolaciones disciplinarias, particularmente cuando los historiadores de la Iglesia se ponen a hacer teología. Al respecto, recordarán que les dije que el historiador del Concilio Vaticano II corre el riesgo de destacar excesivamente las discusiones y contraposiciones que se dieron durante el desarrollo de la asamblea conciliar, cargando las tintas incluso sobre los errores y hasta herejías (materiales) formuladas por los Padres conciliares, sin advertir que esos errores han desaparecido en los documentos finales (por ambiguos que ellos pudieran ser), y que afirmar que los documentos finales del Concilio tienen errores es en sí mismo un error dogmático, un error en la Fe, una herejía (al menos material). Es lo que trato de expresar al hablar de obra humana, el desarrollo del Concilio, obra falible, y de obra divina, los Documentos del Concilio, que con la asistencia del Espíritu Santo, son obra infalible, Magisterio, nuevo jalón de la Tradición de la Iglesia.
----------Claro que los documentos del Concilio no obran mágicamente, necesitan del voluntario acto intelectual de la Fe del creyente, de la acogida humilde y obediente. Y no siempre sucede así. De hecho, incluso hoy hay muchos que se dicen "católicos" sin aceptar el Concilio Vaticano II como Magisterio. Mons. Aguer también lo destaca en su reflexión: "Sin embargo, las divergencias que se notaron claramente en el aula conciliar, reaparecieron en el posconcilio. La invocación de un supuesto 'espíritu del Concilio' inspiró toda clase de arbitrariedades en materia dogmática, moral, espiritual y de doctrina social. Pablo VI señaló que se trataba de una crisis de fe, y procuró hacerle frente en su magisterio de los años 1968-1978 [...] El largo pontificado de Juan Pablo II permitió hacer un balance y ubicar en su sitio las reformas realizadas. Lo mismo puede decirse del magisterio de Benedicto XVI, quien insistió recordando que los textos del Vaticano II deben ser leídos 'a la luz de la gran tradición de la Iglesia' [...] pero la grieta [...] el disenso, tenía causas más profundas, que se revelan en la extensión de la grieta actual". 
----------Efectivamente, hoy, aún más que en décadas anteriores, es notoria una dolorosa grieta en la Iglesia. Naturalmente, la Iglesia siempre permanece en sí misma una y santa por esencia, porque ese es precisamente su divino rostro. Sin embargo, en su rostro humano, es ensuciada e invadida por tal cantidad de pecadores y herejes, que de hecho se encuentra hoy dolorosamente dividida entre dos partidos contrapuestos, los cuales pueden ser denominados de muchos modos. Más allá de las corrientes conservadoras y renovadoras, que son legítimas en sí mismas en el seno de la Iglesia, porque son válidas tendencias que no se apartan del Magisterio, existen dos corrientes católicamente ilegítimas pues no son fieles al Magisterio, que en este blog yo he optado por denominar: los abusivos tradicionalistas (conservadores extremistas) y los progresistas modernistas (renovadores extremistas). Ya sé que se trata de etiquetas genéricas, abstractas, necesitadas de explicación. Sin embargo, al emerger problemas concretos que generan división en la Iglesia, esas etiquetas adquieren un sentido concreto, un significado muy preciso, y se comprenden.
----------Por ejemplo, emerge en la Iglesia la división en torno a la Liturgia, más allá de las legítimas tendencias conservadoras y renovadoras, para orientación de las cuales existen indicaciones muy precisas en la constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II. Sin embargo, hoy han surgido las ilegítimas corrientes fijistas lefebvrianas y las modernistas rahnerianas, apartadas totalmente del Magisterio.
----------Otro ejemplo es una discusión que en Sudamérica no la vivimos, pues todavía nos es lejana, pero que está muy candente en Europa: la convivencia con el Islam. En torno a esta cuestión, la grieta o división entre los católicos europeos se ha producido entre los que podríamos denominar buenistas o misericordistas (de quienes ya he hablado en este blog en relación a otras cuestiones), que sostienen que el infierno no existe y que todos se salvan, y los anti-conciliares o islamófobos (en relación al tema concreto que hoy se debate en Europa), que sostienen que los musulmanes van al infierno y que son una amenaza irredimible para el católico (vean si no me creen la conclusión de Roberto de Mattei en su último podcast).
----------Para decirlo rápidamente y de un modo comprensible para todos: los buenistas o misericordistas se consideran la Iglesia del progreso, los que preparam un punto de inflexión o "giro epocal", los que se consideran iluminados por un "nuevo paradigma". Sostienen que la modernidad debe ser aceptada in toto y sin reservas. Exoneran a los modernistas condenados por san Pío X y a los neo-modernistas combatidos por Pío XII y Pablo VI, consideran que el Concilio Vaticano II es demasiado conservador y se inspiran en la reforma luterana. Por su parte, los anti-conciliares, en el lado opuesto, se consideran la Iglesia de la tradición, de los valores "no negociables" y de la Misa "de siempre". Rechazan en bloque la "modernidad". Quisieran retornar a la Iglesia de Pío XII y su gran aspiración es anular como falsas las doctrinas innovadoras del Concilio Vaticano II. El lector no debe albergar ninguna duda: ambos partidos son falsos.
----------Los primeros, los modernistas anti-conciliares, en nombre de lo diverso descuidan la oposición entre lo verdadero y lo falso y reducen toda idea a opinión. Para ellos no hay nada blanco o negro, todo es gris. Los segundos, los tradicionalistas anti-conciliares, solo se preocupan de la oposición entre lo verdadero y lo falso, y se niegan a apreciar la diversidad y la pluralidad de las opiniones. Para ellos todo es blanco o negro, no hay nada gris. En concreto, y en referencia al tema mencionado, tan preocupante hoy en Europa de los Islámicos: para los primeros, toda religión es buena y querida por Dios; para los segundos, es verdadera solo la religión cristiana y todas las demás son falsas y diabólicas. Los unos y los otros pretenden ser la verdadera Iglesia. Repito: ninguna de las dos posturas es católica.
----------En cada época, en la medida que surgen temas distintos para la división, surgen también distintos slogans o lemas. El más reciente lema de los primeros es: "después de la pandemia ya nada será como antes". En cambio el lema de los segundos es: "siempre se ha hecho así y así debe seguir siendo".
----------En medio de esas dos inválidas corrientes no católicas, disputados o tentados por los dos partidos, frecuentemente ricos en dinero y recursos, arrogantes, declamadores y combatientes como perros y gatos, está la pequeña minoría de católicos normales, la verdadera Iglesia, humilde, sufriente, ridiculizada y maltratada, sin voz y sin medios económicos. Son los católicos honestos, fieles al Concilio, pero no en la interpretación modernista, sino en la del Catecismo y la de la Iglesia, bajo la guía del Papa, que se ha llamado Pedro, Pablo, Juan, Juan Pablo, Benedicto, y que ahora se llama Francisco, quien es adulado por los buenistas y odiado por los anti-conciliares. Un papa Francisco que siendo, como es, Sucesor de Pedro, y mereciendo de nuestra parte la devoción que merece en cuanto visible y suprema Cátedra Petrina, también es sufrido por todos los católicos, en cuanto hombre con muchas carencias y, particularmente, porque no alcanza a mediar entre los dos partidos, en razón de un defecto de imparcialidad, por el cual se inclina y acaricia a los renovadores buenistas y rechaza y golpea a los conservadores anti-conciliares. Como Roca firme debería ser el mediador para que los dos partidos no católicos retornaran a la Unidad de la Iglesia, pero no logra cumplir su misión.
----------Estos días estuve recordando y estudiando todo lo relativo a los prolegómenos y el desarrollo del Concilio de Constanza [1414], y particularmente me detuve atentamente en el pontificado de Urbano VI [1378-1389], a quien algunos cardenales, con fina ironía, apodaron In-Urbano. Los detalles de su historia me hicieron comprender algo más lo que nos sucede hoy con el papa Francisco.
----------En fin, lo que intento decir en estos desordenados apuntes, es que son aquellos católicos, precisamente esa pequeña minoría de católicos normales, quienes, bajo la guía del Papa en cuanto Papa, principio de la unidad eclesial, y con la fuerza del Espíritu Santo, son los testigos de la unidad de la Iglesia, la mantienen unida y la defienden de las trampas del demonio que quiere dividirla. A ellos les compete, siguiendo el ejemplo de Cristo, la función de constructores de paz y de concordia en la verdad. Solo ellos, en medio de un pluralismo, un subjetivismo y relativismo exasperados, poseen el sentido de la universalidad de la Iglesia: la Católica. Solo ellos, entre la hipocresía y la soberbia de unos y de otros, promueven la santidad de la Santa. Solo ellos, tironeados entre los que odian al papa Francisco y los que lo adulan, respetan sinceramente su autoridad Apostólica y le prestan verdadera obediencia en la libertad de los hijos de Dios.
----------Lo repito: ninguno de los dos partidos mencionados, ambos opuestos al Concilio Vaticano II (los unos, los modernistas, porque lo consideran superado; y los otros, los tradicionalistas extremos, porque nunca lo han recibido), ninguno de ellos es católico. Sin embargo, hoy son muchos los que, incluyendo respetuosas personalidades del clero y del laicado, mantienen actitudes de clara oposición al Magisterio del Vaticano II, acusándolo de errores contra la Fe. Quien mantenga similares posturas, si quiere presumir del título de católico, debe saber que, acusando de error al Concilio, se pone fuera de la verdad católica.

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