La entrada de ayer ha tenido unos pocos pero sugestivos comentarios en el foro, a punto tal que tuve la intención de no escribir hoy mi acostumbrada reflexión diaria, con la esperanza de que siguieran reuniéndose las excelentes sugerencias de los lectores de este blog. Opté sin embargo, por una línea media: escribir mi artículo diario, pero tratando de algún modo el mismo tema de ayer y en torno a la misma figura, para que los lectores pudieran seguir haciendo sus aportes sobre el mismo asunto.
----------Señalé ayer cómo, con instinto profético, el cardenal Giuseppe Siri [1906-1989], firme defensor de la verdadera Fe, denunciaba en los primeros años posteriores al Concilio Vaticano II el inicio de una teología de la mera opinión, es decir, una teología (pseudo teología, en realidad) contaminada y en definitiva alterada por los pensamientos circulantes en la cultura de masas. En otras palabras, una teología contaminada por el modernismo, que no por la modernidad, que no es mala, según la distinción a la que ayer hice referencia. Me explico, para explicar correctamente la postura del Cardenal: el teólogo católico, en su oficio de profundizar el esclarecimiento de la Revelación, en base a los datos de la Escritura y la Tradición tal como son aportados por el Magisterio de la Iglesia (único modo como puede desarrollar su tarea el teólogo católico) no puede menos que tamizar la cultura de su tiempo, en nuestro caso la modernidad, para hacer inteligible el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Eso es legítimo, ése es el derecho y el deber del teólogo católico. Pero eso no quiere decir someterse a los criterios de la cultura de masas, a la cultura del tiempo o, como decíamos ayer, tamizar el Evangelio a la luz de la modernidad, lo cual sería caer en la herejía del modernismo.
----------El cardenal Siri dijo lo mismo en repetidas ocasiones, y meridianamente claro. Refiriéndose a esa teología de la mera opinión, expresaba en la ocasión a la que ayer cité, o sea refiriéndose al Congreso Teológico de Bruselas de 1970: "Se dice que la teología debe ser repensada según el tiempo presente: por consiguiente, no tiene ya un valor permanente. La referencia al tiempo presente se haría asumiendo el hecho de que las opiniones dominantes en la cultura de masas y en sus intelectuales son el criterio de renovación de la teología. El criterio no sería por lo tanto, lógicamente, ni la Escritura, ni la Tradición ni cuanto viene garantizado por el Magisterio. Todo esto sería perfectamente lógico si tuviéramos que aceptar una teología de la opinión" (cfr. "Il convegno di Bruxelles", en "Renovatio", revista de teología y cultura, Génova, octubre-diciembre 1970). Cito la fuente a pedido de un lector, y para que todos puedan profundizar en el tema.
----------Señalé ayer cómo, con instinto profético, el cardenal Giuseppe Siri [1906-1989], firme defensor de la verdadera Fe, denunciaba en los primeros años posteriores al Concilio Vaticano II el inicio de una teología de la mera opinión, es decir, una teología (pseudo teología, en realidad) contaminada y en definitiva alterada por los pensamientos circulantes en la cultura de masas. En otras palabras, una teología contaminada por el modernismo, que no por la modernidad, que no es mala, según la distinción a la que ayer hice referencia. Me explico, para explicar correctamente la postura del Cardenal: el teólogo católico, en su oficio de profundizar el esclarecimiento de la Revelación, en base a los datos de la Escritura y la Tradición tal como son aportados por el Magisterio de la Iglesia (único modo como puede desarrollar su tarea el teólogo católico) no puede menos que tamizar la cultura de su tiempo, en nuestro caso la modernidad, para hacer inteligible el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Eso es legítimo, ése es el derecho y el deber del teólogo católico. Pero eso no quiere decir someterse a los criterios de la cultura de masas, a la cultura del tiempo o, como decíamos ayer, tamizar el Evangelio a la luz de la modernidad, lo cual sería caer en la herejía del modernismo.
----------El cardenal Siri dijo lo mismo en repetidas ocasiones, y meridianamente claro. Refiriéndose a esa teología de la mera opinión, expresaba en la ocasión a la que ayer cité, o sea refiriéndose al Congreso Teológico de Bruselas de 1970: "Se dice que la teología debe ser repensada según el tiempo presente: por consiguiente, no tiene ya un valor permanente. La referencia al tiempo presente se haría asumiendo el hecho de que las opiniones dominantes en la cultura de masas y en sus intelectuales son el criterio de renovación de la teología. El criterio no sería por lo tanto, lógicamente, ni la Escritura, ni la Tradición ni cuanto viene garantizado por el Magisterio. Todo esto sería perfectamente lógico si tuviéramos que aceptar una teología de la opinión" (cfr. "Il convegno di Bruxelles", en "Renovatio", revista de teología y cultura, Génova, octubre-diciembre 1970). Cito la fuente a pedido de un lector, y para que todos puedan profundizar en el tema.
----------A una Iglesia modernizada y, por lo tanto, discontinua frente a la Tradición, los teólogos reunidos en Bruselas 1970 asignaban la tarea de acoger a todos los que habían tomado una opción ética, cualquiera hubiese sido ella, según los libres criterios del tiempo. Efectivamente, al tratar el Congreso belga de la constitución pastoral Gaudium et spes, el último análisis en la conferencia de teólogos progresistas afirmó la conveniencia de confiar la teología a la libertad y a la investigación, sin anticipar nada. En resumidas cuentas, se trataba de un programa que contemplaba la intención de desafiar y abatir cualquier autoridad eclesiástica, que fuese consideraba dogmática y represiva. No se debe olvidar que eran los tiempos en que todo parecía girar bajo el lema "prohibido prohibir" de la Revolución del 68.
----------Ante tal caótico panorama, después de preguntarse qué quedaría del tratado teológico de la Cristología si prevaleciera la teología de la opinión, el cardenal Siri denunciaba la tendencia generalizada a alterar y vaciar las grandes fórmulas teológicas, y lo decía de modo contundente: "La reinterpretación es el gran disfraz de la desmitificación, la cual suena como destrucción" (Ibídem). En aquel tiempo, todo debía ser de-mitificado, término que era el disfraz revolucionario del destructivo modernismo.
----------El objetivo blanco de la denuncia del cardenal Siri era la opinión de aquellos desviados teólogos ("hombres que se han mostrado fuera de la teología", adjetivaba el arzobispo de Génova) que se habían reunido en Bruselas pretendiendo demostrar que en las fórmulas imprecisas, ambiguas y nebulosas, insinuadas en los documentos del Concilio Vaticano II, les era legítimo admirar el perfil de una religión nueva y diferente de la tradicional. No era otra cosa sino el neo-modernismo en su clímax.
----------Dos años más tarde, en el décimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, el Cardenal intervino nuevamente, para recordar que durante el desarrollo de la asamblea conciliar muchos habían caído en la errónea interpretación de que la Iglesia debía romper con la Tradición, expresando de modo claro: "no faltó durante el Concilio una ilusión, en la que fueron arrastrados quizás más sacerdotes que laicos, más teólogos que párrocos: para ellos el Concilio representaba la conversión de la Iglesia a la cultura moderna, pura y simple, el codiciado derrocamiento del Syllabus de Pío IX" (cfr. "Dieci anni dall’inizio del secondo concilio Vaticano", en "Renovatio", octubre-diciembre 1972). Es precisamente la "ilusión" que sigue hoy vigente, tanto en los modernistas como en los abusivos tradicionalistas: creer que los documentos del Concilio implican una ruptura con la Tradición; ilusión por la cual los modernistas dejan atrás el Concilio, y los lefebvrianos nunca llegan a él.
----------Por consiguiente, no debemos confundirnos. Siri era un celoso custodio de la Tradición, no un tradicionalista obtuso, tal como se pone de manifiesto en el pasaje que citábamos ayer: "Eliminemos de inmediato un equívoco. Con el término tradicional se entiende solamente lo que no rechace cuanto viene ofrecido por la Escritura y por la tradición divina, de acuerdo con la enseñanza magisterial de la Iglesia, manteniendo lo ya cierto y no rechazando la ulterior profundización. En suma, tradicional no significa anticuado, anacrónico, inmóvil, chapado a la antigua, momificado. Y esto debe decirse sin perifrasis, incluso si parece que el coraje intelectual de nuestro tiempo ahora descansa solo en palabras sabiamente equívocas" (cfr. "Ortodossia e teologia", "Renovatio", enero-marzo 1975). Por lo tanto, Siri rechazaba la bizarra opinión de los tradicionalistas abusivos, según la cual el Espíritu Santo habría abandonado el Concilio Vaticano II.
----------Sin embargo, la lúcida fidelidad a la auténtica Tradición, obligó al valiente prelado a denunciar el peligro representado por el intento (generado por el odio a las fórmulas y proposiciones precisas) por des-dogmatizar la doctrina, es decir, por el proyecto de rebajar la predicación a cháchara periodística: "Cuando se describe esta tendencia, las conclusiones se dan por sentadas a partir de los primeros signos, como la apatía por la definición de los conceptos, de los términos y de las cosas" (cfr. "De-dogmatizzazione nella Chiesa", "Renovatio", octubre-diciembre 1973).
----------Los errores denunciados por Siri habían sido difundidos por los belicosos teólogos, que fueron protagonistas pero no vencedores en las sesiones del Concilio Vaticano II. El Espíritu Santo, sostuvo Siri, había impedido la entrada triunfal de los errores en los documentos del Concilio.
----------Dos años más tarde, en el décimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, el Cardenal intervino nuevamente, para recordar que durante el desarrollo de la asamblea conciliar muchos habían caído en la errónea interpretación de que la Iglesia debía romper con la Tradición, expresando de modo claro: "no faltó durante el Concilio una ilusión, en la que fueron arrastrados quizás más sacerdotes que laicos, más teólogos que párrocos: para ellos el Concilio representaba la conversión de la Iglesia a la cultura moderna, pura y simple, el codiciado derrocamiento del Syllabus de Pío IX" (cfr. "Dieci anni dall’inizio del secondo concilio Vaticano", en "Renovatio", octubre-diciembre 1972). Es precisamente la "ilusión" que sigue hoy vigente, tanto en los modernistas como en los abusivos tradicionalistas: creer que los documentos del Concilio implican una ruptura con la Tradición; ilusión por la cual los modernistas dejan atrás el Concilio, y los lefebvrianos nunca llegan a él.
----------Por consiguiente, no debemos confundirnos. Siri era un celoso custodio de la Tradición, no un tradicionalista obtuso, tal como se pone de manifiesto en el pasaje que citábamos ayer: "Eliminemos de inmediato un equívoco. Con el término tradicional se entiende solamente lo que no rechace cuanto viene ofrecido por la Escritura y por la tradición divina, de acuerdo con la enseñanza magisterial de la Iglesia, manteniendo lo ya cierto y no rechazando la ulterior profundización. En suma, tradicional no significa anticuado, anacrónico, inmóvil, chapado a la antigua, momificado. Y esto debe decirse sin perifrasis, incluso si parece que el coraje intelectual de nuestro tiempo ahora descansa solo en palabras sabiamente equívocas" (cfr. "Ortodossia e teologia", "Renovatio", enero-marzo 1975). Por lo tanto, Siri rechazaba la bizarra opinión de los tradicionalistas abusivos, según la cual el Espíritu Santo habría abandonado el Concilio Vaticano II.
----------Sin embargo, la lúcida fidelidad a la auténtica Tradición, obligó al valiente prelado a denunciar el peligro representado por el intento (generado por el odio a las fórmulas y proposiciones precisas) por des-dogmatizar la doctrina, es decir, por el proyecto de rebajar la predicación a cháchara periodística: "Cuando se describe esta tendencia, las conclusiones se dan por sentadas a partir de los primeros signos, como la apatía por la definición de los conceptos, de los términos y de las cosas" (cfr. "De-dogmatizzazione nella Chiesa", "Renovatio", octubre-diciembre 1973).
----------Los errores denunciados por Siri habían sido difundidos por los belicosos teólogos, que fueron protagonistas pero no vencedores en las sesiones del Concilio Vaticano II. El Espíritu Santo, sostuvo Siri, había impedido la entrada triunfal de los errores en los documentos del Concilio.
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