Podría malentenderse mi insistencia de estos días acerca de la necesidad de la correcta interpretación del Concilio Vaticano II, como si aquí se opinara que ese tema es una cuestión fundamental en la hora de la Iglesia que estamos viviendo. No es así. Trato ese tema simplemente como proclamación de verdades que están siendo olvidadas, tanto por modernistas como por tradicionalistas abusivos, y me mueve a ello la caridad, porque ambos sectores están poniendo en riesgo su pertenencia a la Iglesia y, por ende, su salvación eterna.
----------Lo realmente importante para un católico hoy, como lo ha sido siempre, es vivir íntegramente el Evangelio en armonía con los signos de los tiempos, conforme al mandato que nos dejó Nuestro Señor Jesucristo; y eso quiere decir, hoy por hoy, reconocer que éste es el tiempo de la Pasión de la Iglesia, probablemente la definitiva, la última, la hora oscura del Gólgota para la Iglesia. En relación a esto, todas las demás necesidades se vuelven relativas, sin que por ello dejen de ser necesidades.
----------Pronto volveré sobre ese tema, el de la Pasión de la Iglesia, pero hoy quiero ofrecer a los lectores algunas conclusiones que resuman lo dicho en las dos entradas anteriores.
----------Retomando el tema: lo sucedido con los documentos finales del Concilio Vaticano II puede considerarse desde distintos puntos de vista. Uno de ellos es ubicarnos doce años antes del inicio del Concilio, al momento en que el papa Pío XII publicaba la encíclica Humani generis, el 12 de agosto de 1950, acerca de "las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica". Este documento confirmaba y actualizaba las enseñanzas del papa san Pío X en la encíclica Pascendi, del 8 de septiembre de 1907, "sobre las doctrinas de los modernistas". Si bien es cierto que en la encíclica de Pío XII se afirmaba la compatibilidad entre la Fe y la moderna investigación científica, a la vez, se desairaban las aspiraciones del neo-modernismo de aquellos años y, sobre todo, se confirmaba la inmutable enseñanza de los fundamentos de la Fe católica.
----------El caso es que, más de cuarenta años después de la Pascendi, similares errores eran refutados en la Humani generis. Sin embargo, menos de diez años después, resurgía el nefasto entusiasmo neo-modernista cuando el papa Juan XXIII convocaba al Concilio Vaticano II. Precisamente, en los textos finales del Concilio, la acción tumultuosa de los "teólogos de opinión", a los que se refería el cardenal Siri, tuvo por resultado esas huellas dejadas por prelados impacientes por la influencia de aquellos viejos y agotados errores que habían sido refutados por la encíclica Humani generis. Pero no se confundan los lectores: en los textos del Concilio no hay errores (no puede haberlos en cuestiones de Fe o conexas a la Fe), sino huellas de errores, huellas de esos mismos errores que hemos visto denunciados por el cardenal Siri, difundidos por una larga lista de belicosos teólogos encabezados por Karl Rahner, que -ya lo hemos dicho- fueron los grandes protagonistas pero no los vencedores en las sesiones del Concilio, porque, en definitiva, como sostuvo también Siri, el Espíritu Santo había impedido la entrada triunfal de los errores en los documentos del Concilio.
----------Lo realmente importante para un católico hoy, como lo ha sido siempre, es vivir íntegramente el Evangelio en armonía con los signos de los tiempos, conforme al mandato que nos dejó Nuestro Señor Jesucristo; y eso quiere decir, hoy por hoy, reconocer que éste es el tiempo de la Pasión de la Iglesia, probablemente la definitiva, la última, la hora oscura del Gólgota para la Iglesia. En relación a esto, todas las demás necesidades se vuelven relativas, sin que por ello dejen de ser necesidades.
----------Pronto volveré sobre ese tema, el de la Pasión de la Iglesia, pero hoy quiero ofrecer a los lectores algunas conclusiones que resuman lo dicho en las dos entradas anteriores.
----------Retomando el tema: lo sucedido con los documentos finales del Concilio Vaticano II puede considerarse desde distintos puntos de vista. Uno de ellos es ubicarnos doce años antes del inicio del Concilio, al momento en que el papa Pío XII publicaba la encíclica Humani generis, el 12 de agosto de 1950, acerca de "las falsas opiniones contra los fundamentos de la doctrina católica". Este documento confirmaba y actualizaba las enseñanzas del papa san Pío X en la encíclica Pascendi, del 8 de septiembre de 1907, "sobre las doctrinas de los modernistas". Si bien es cierto que en la encíclica de Pío XII se afirmaba la compatibilidad entre la Fe y la moderna investigación científica, a la vez, se desairaban las aspiraciones del neo-modernismo de aquellos años y, sobre todo, se confirmaba la inmutable enseñanza de los fundamentos de la Fe católica.
----------El caso es que, más de cuarenta años después de la Pascendi, similares errores eran refutados en la Humani generis. Sin embargo, menos de diez años después, resurgía el nefasto entusiasmo neo-modernista cuando el papa Juan XXIII convocaba al Concilio Vaticano II. Precisamente, en los textos finales del Concilio, la acción tumultuosa de los "teólogos de opinión", a los que se refería el cardenal Siri, tuvo por resultado esas huellas dejadas por prelados impacientes por la influencia de aquellos viejos y agotados errores que habían sido refutados por la encíclica Humani generis. Pero no se confundan los lectores: en los textos del Concilio no hay errores (no puede haberlos en cuestiones de Fe o conexas a la Fe), sino huellas de errores, huellas de esos mismos errores que hemos visto denunciados por el cardenal Siri, difundidos por una larga lista de belicosos teólogos encabezados por Karl Rahner, que -ya lo hemos dicho- fueron los grandes protagonistas pero no los vencedores en las sesiones del Concilio, porque, en definitiva, como sostuvo también Siri, el Espíritu Santo había impedido la entrada triunfal de los errores en los documentos del Concilio.
----------Debemos, por tanto, ser precisos en este tema, a fin de no caer en el mismo error de los lefebvrianos y de todos los tradicionalistas abusivos que, fuera de la recta fe, denuncian que existen errores contra la fe en los textos de un Concilio Ecuménico de la Iglesia (algo que un católico no puede afirmar). Por consiguiente: se puede afirmar que en los documentos del Concilio Vaticano II se ven las sombras, las trazas, las huellas del error neo-modernista, es decir, fórmulas imprecisas, ambiguas, elusivas y demacradas, que parecen dictadas por la aversión a las proposiciones precisas. No se trata de herejías, sino oblicuos rastros de la intención, declarada por los teólogos progresistas, de adecuar la doctrina católica al pensamiento moderno.
----------Ahora bien, el problema de las imprecisiones, ambigüedades y obscuridades presentes en los documentos del Vaticano II ha sido propuesto en estos últimos años por varios teólogos de gran valía. En este blog hemos venido citando algunos de ellos, por ejemplo la intervención del padre Giovanni Cavalcoli en 2009, con su libro fuertemente crítico hacia Karl Rahner y sus influencias dañinas en el post-Concilio. Su libro Karl Rahner, Il Concilio Tradito (publicado por Fede & Cultura, Verona 2009, del que ya se hizo su recensión en este blog) abrió hace diez años una brecha en el muro de los silencios oficiales sobre el Concilio Vaticano II; y a través de esa brecha, algunos autores que anteriormente habían sido forzados a la marginalidad surgieron a la superficie y al reconocimiento del público en general: el teólogo mons. Brunero Gherardini, el filósofo Paolo Pasqualucci y el historiador Roberto de Mattei, entre otros. Por supuesto, no estoy diciendo que Cavalcoli esté plenamente de acuerdo con ellos, o que De Mattei o Gherardini estén de acuerdo en todo con las ideas de Pasqualucci; sino que lo que afirmo es tan sólo que estos autores han querido cumplir, cada uno desde el nivel de su propia disciplina científica y con sus matices particulares, con lo que el papa Benedicto XVI pidiera insistentemente durante su pontificado: interpretar los documentos del Concilio según las normas de una hermenéutica del progreso en la continuidad con la Tradición.
----------Hubo un jalón importante en este nuevo proceso de relectura de los textos finales del Concilio Vaticano II según la hermenéutica de la continuidad. Fue cuando salió a la luz el nudo central de la cuestión, precisamente en ocasión de que la revista internacional de investigación y crítica teológica "Divinitas", dirigida por mons. Brunero Gherardini, publicó un artículo de Paolo Pasqualucci con el elocuente título "La Cristología antropocéntrica del Concilio Ecuménico Vaticano II". El autor, después de citar el n.22 de la constitución Gaudium et spes, donde se afirma que, con la encarnación del Hijo, Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre, objeta que "la idea de la encarnación de Nuestro Señor como unión con cada hombre parece estar lejos de ser clara desde el momento que, según el dogma, sabemos que Él se unió (en la unión hipostática) exclusivamente con la naturaleza humana de ese hombre que ha sido el judío Jesús de Nazaret, unida por lo tanto, su divinidad (manteniéndose ella indivisa y distinta) a la naturaleza humana de un solo hombre en carne y hueso, cuya existencia ha sido ampliamente probada".
----------No parece infundada la duda manifestada por Pasqualucci sobre la presencia de una sombra proyectada sobre la Gaudium et spes (en ese texto del n.22 que ha causado tantas polémicas) por una teología alterada por prejuicio antropocéntrico. Prejuicio tal vez alimentado encubiertamente por la hipótesis panteísta-evolucionista, formulada por Teilhard de Chardin y justificada por los acrobáticos comentarios de su exégeta, el padre Henri de Lubac. En la Gaudium et spes se lee, por otra parte, que el hombre es la única criatura que Dios había querido por sí misma; un juicio -por decir poco- imprudente, y sin duda en contraste con la Sagrada Escritura y la doctrina del Doctor común. Oportunamente, Pasqualucci cita la Biblia, que dice "Universa propter semetipsum operatus est Dominus" [Prov. 16,4] y el texto de santo Tomás de Aquino, que confirma la definición de la Biblia: "Sic igitur Deus vult se et alia: sed se ut finem, alia ad finem" [Summa theol., I, q.19, a.2].
----------Cuesta creer que por tradición, es decir, por los textos escrupulosamente citados por Pasqualucci, se pueda obtener confirmación de la doctrina que subyace en las imprecisas afirmaciones de la Gaudium et spes. Pasqualucci a continuación demuestra que el injerto de la teoría antropocéntrica sobre la tradicional doctrina de Cristo nuevo Adán es completamente arbitrario: "la célebre frase [de Gaudium et Spes] revelando el misterio del Padre y de Su amor, Cristo revela también al hombre a sí mismo y le revela su altísima vocación, no proviene de san Pablo, ni como frase ni como concepto. Proviene en cambio, solo ligeramente modificada, de 'Catolicismo' de De Lubac, que deriva de una interpretación distorsionada de la Carta a los Gálatas 1,15-16". Ese texto es difícilmente compatible con el entusiasmo humanista que inflamaba la teología de De Lubac. La acusación contra De Lubac de propalar una teología contaminada por el antropocentrismo había sido por otra parte anticipada en "Getsemaní", obra en la cual el cardenal Siri acusaba al comentador de Teilhard de haber manipulado el texto sagrado con el fin de debilitar la distinción entre lo natural y lo Sobrenatural.
----------No han faltado intérpretes que han visto en el humanismo exagerado y el progresismo proclamado por Pierre Teilhard de Chardin, y justificados de algún modo por Henri de Lubac, los fundamentos de aquellas tesis que los "teólogos de opinión" formulaban durante las sesiones del Concilio para suavizar y aplanar la noción de trascendencia divina; tesis que eran así el instrumento adecuado para obtener la estima de los comunistas soviéticos, cuya inevitable victoria se creía en aquel tiempo.
----------Es apropiado recordar que de Lubac (a diferencia de Siri, quien abordó el tema en la revista Renovatio) no estaba al tanto del devastador proceso involutivo iniciado por los marxistas de la Escuela de Frankfurt, comunistas que, como Walter Benjamin y Ernst Bloch, manifestaron su intención oscurantista, regresiva y anti-humana, declarando su dependencia de la gnosis in-moralista de Marción (por aquí podemos ver un lazo ideológico con el buenismo o misericordismo de nuestros días).
----------El argumento que expone Pasqualucci en su intento por levantar dudas sobre la tesis de Gaudium et spes es muy persuasivo: "...si el hombre, a diferencia de todas las demás creaturas, es una creatura que Dios ha creado por sí misma y no para Sí mismo, esto significa que tal criatura posee un valor tal que justifica o requiere su creación por parte de Dios. Pero esto no es posible, si el hombre ha sido creado por Dios de la nada... La 'humanitas' del hombre, por lo tanto, proviene de Dios, no del hombre mismo, casi como si fuera una característica suya independiente de Dios que haya impulsado a Dios a crearlo".
----------También causan excelente impresión las páginas dedicadas por Pasqualucci a la demostración de que el magisterio de los antiguos concilios no proporcionan ningún punto de partida y justificación para la tesis expuesta en Gaudium et spes n.22. El Vaticano II, en sintonía con el Concilio de Calcedonia, señala Pasqualucci, "reafirma la doctrina sobre la encarnación en su aspecto concreta y totalmente humano, salvaguardando al mismo tiempo la necesaria e insuperable distinción entre la naturaleza divina y humana en Cristo. Sin embargo, a partir de esta re-proposición absolutamente correcta de la verdad de fe, el texto conciliar desarrolla la proposición singular, según la cual la naturaleza humana del Señor, asumida y no aniquilada en la unión hipostática, por esto mismo ha sido también en nosotros elevada a una dignidad sublime".
----------Contra tal audaz tesis conciliar, Pasqualucci demuestra precisamente que en ninguno de los antiguos concilios se encuentra una referencia a tal elevación de nuestra naturaleza a una dignidad sublime. Sin embargo, Pasqualucci, con sus afirmaciones, se pone al borde del precipicio, como es obvio; lo que nos obliga a reafirmar lo que venimos diciendo: se trata de textos imprecisos y ambiguos, no de contenidos contra la Fe; se trata de trazas o huellas de errores, no de errores en la Fe; se trata de las apariencias, no de la realidad.
----------Sin embargo, esas apariencias alienta la opinión de cuantos ven un contraste insanable entre la doctrina en filigrana en Gaudium et spes y la doctrina enseñada por la Iglesia preconciliar. Las diferencias parecen innegables incluso para aquellos que están seguros de la propia incompetencia para juzgar. La apariencia puede ser engañosa. La impresión no es la verdad. Sin embargo, las dudas legítimas sobre Gaudium et spes están bien motivadas y es lo que ha causado que en esta última década (o al menos hasta el 2013) se haya solicitado legítimamente a la Cátedra de Pedro una aclaración precisa y definitiva del supremo Magisterio; aclaración requerida por la angustiante confusión que existe en estos tiempos de Iglesia postconciliar.
----------Hace una década atrás, mons. Gherardini pedía, suplicando, que el Magisterio formulara una puntual y explícita definición sobre la continuidad o discontinuidad de la tradición en las discutidas teorías (interpretaciones) expuestas a partir de los documentos del Vaticano II. Esta súplica es compartida por muchos fieles, que están preocupados por la extrañeza de las doctrinas que son predicadas desde muchos púlpitos parroquiales y cátedras episcopales.
----------La cuestión de la denuncia de la dirección antropocéntrica de la nueva teología, no puede ser sepultada en el silencio y en las medias palabras. En el lejano 1970, el cardenal Siri, contemplando la tormenta que había estallado en torno al Concilio, sostenía que "Lo más urgente es restaurar en la Iglesia la distinción entre verdad y error. A veces parece resonar como dominante en el debate teológico la pregunta de Pilato: ¿qué es la verdad? Se necesitan actos que disipen la legitimidad de la dictadura de las opiniones, este terrible poder que coarta el poder del derecho. Estamos en el punto en que cualquier ejercicio de la autoridad eclesiástica es considerado abuso frente a la libertad" ("Renovatio", octubre-diciembre 1971). Siri citaba la sentencia de uno de los máximos líderes de las actuales opiniones teológicas: "Cuando Dios quiere ser no Dios, el hombre nace". Y él preguntaba: "¿Qué quiere decir esta frase? Rigurosamente hablando, nada. Pero da la impresión de esconder algunos misteriosos secretos sobre las relaciones entre lo divino y lo humano que la doctrina de la creación parece mantener veladas e inexpresadas".
----------Desde los púlpitos parroquiales y cátedras universitarias y episcopales, frecuentados por prelados, teólogos liberales, o simples sacerdotes que inconscientemente y arrastrados por la moda sucumben al lenguaje hoy "políticamente correcto", descienden sentencias suntuosas pero privadas de significado. A juzgar por los frutos pastorales, está claro que algo no ha funcionado en el Vaticano II.
----------Precisamente, alarmado por el ruinoso flujo de palabras teológicas que vuelan hoy en libertad, Benedicto XVIe, su momento, planteó valientemente la espinosa cuestión del conflicto entre las escuelas que en el Vaticano II ven continuidad y las escuelas que, por otro lado, leen allí el incentivo para la discontinuidad. Durante su pontificado, era lícito esperar, con la humildad que constituye una obligación indeclinable para todos los fieles católicos, que se hiciera la claridad en los documentos en los que a muchos les parece que la continuidad se convierte en discontinuidad e incluso en error. Y esto es angustiante para el fiel católico que por Fe sabe que es imposible que eso ocurra en los documentos de un Concilio Ecuménico.
----------En la in-certeza en torno al dogma, la vida cristiana está abandonada al poder de las opiniones fluctuantes. De ahí la necesidad de que el Santo Padre defina lo correcto y lo incorrecto en las diversas interpretaciones de la Fe católica a partir del Concilio Vaticano II. Era justificado esperarlo de un hombre y un teólogo como el papa Benedicto XVI; no parece humanamente justificado esperarlo de alguien con las carencias que manifiesta tener el papa Francisco. Sin embargo, la Gracia todo lo puede y, en todo caso, si llegara a confirmarse que ésta es en realidad la hora de la oscuridad, la hora del poder del amo de este mundo, si llegara a confirmarse que la que vivimos es la hora de la definitiva Pasión de la Iglesia, con más razón debemos confiar en el poder de la Gracia del Señor.
Estimado Fr Filemón: Me permito sugerir la lectura de un breve párrafo de la encíclica Redemptor Hominis, del papa san Juan Pablo II, en el n.13, hacia el final: "Aquí se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. [...]. Se trata de 'cada' hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este misterio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo (Gen. 1,27). […] El hombre tal como ha sido 'querido' por Dios, tal como Él lo ha 'elegido' eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente 'cada' hombre, el hombre 'más concreto', el 'más real'; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre".
ResponderEliminarEstá claro que toma en cuenta Gaudium et spes n.22
Fr Filemón,
ResponderEliminarEn toda su publicación, lo más importante Ud. lo dice al principio y al final: la pasión de la Iglesia.
No es que no sean importantes sus consideraciones sobre la hermenéutica de la continuidad (no hay otro modo católico de leer el Concilio), pero, como Ud dice, todo es relativo comparado con la esjatologia. Y la esjatología, la actual Pasión de la Iglesia, no la ven ni los herejes modernistas ni los herejes lefebvrianos. Los modernistas porque sueñan con un Paraiso en este mundo, y los lefebvrianos (y no solo ellos, sino tambien otros tradis), porque sueñan con restauraciones que nunca sucederán.
Fr Filemon. Para los cristianos de a pie, nos llama la atención de los recientes comentarios del CV II, del Arzobispo Viganó como los del obispo Schneider, como redescubriendo falencias del mismo...
ResponderEliminarQue nos puede decir de éstos?
Anónimo 10:59
ResponderEliminarLe pasaré su interés a Fray Filemón. Seguro que escribirá algo uno de estos días. O conversaré con él sobre ese tema en alguna próxima visita al convento.