domingo, 21 de junio de 2020

Jacques Maritain, el Concilio, la Tradición, y nosotros

Jacques Maritain [1882-1973] sigue siendo causa de polémicas; lo he experimentado personalmente. No hace mucho un amigo, corresponsal, dirigente él de un instituto argentino dedicado a difundir el pensamiento del filósofo francés, cortó de golpe nuestro intercambio por emails cuando le expresé mis reparos hacia algunas ideas de su santo patrono y le rechacé su invitación a promover una filial de su instituto en Mendoza. Pero no podía hacer nada distinto: me lo impedía ante todo mi honestidad intelectual (...magis amica veritas), y mi larga amistad con el profesor Enrique Díaz Araujo, que no me lo hubiera perdonado (por amicitia et veritas).

----------Maritain forma parte importante en mis recuerdos juveniles. En los años setenta sus libros cimentaron mis rudimentos filosóficos, a los que siguieron luego estudios más sistemáticos en el seminario. La fortuna (la Providencia) y el pronto paso al cuatrienio teológico, con la atención que eso me reclamaba, me pusieron a salvo de entretenerme con sus obras de filosofía política y, por consiguiente, del riesgo de contagio con su liberalismo, del que Maritain se retractó finalmente en Le paysan de la Garonne. Un vieux laïc s’interroge à propos du temps présent, escrito en 1966, exactamente apenas finalizado el Concilio Vaticano II.
----------Por supuesto, le estoy agradecido por sus obras iniciales, pues ellas jalonaron mi cuatrienio filosófico, durante el cual viví en la paz intelectual que me proporcionaban Eléments de philosophie, Art et scolastique, La philosophie de la nature,Distinguer pour unir ou Les degrés du savoir, por citar sólo algunas. Efectivamente: Jacques Maritain está indisolublemente unido a lo que de sana filosofía haya quedado todavía en mi cabeza. Aunque -debo confesarlo- nunca me separé de mis dos tomos del viejo Gredt que me había regalado mi párroco al ingresar al seminario, y que aún hoy conservo en mi celda.
----------El año pasado, vagabundeando entre los polvorientos tomos de los libreros de ocasión de la esquina de Córdoba y San Martín, en el centro mendocino, me encontré con la versión española de El Campesino del Garona, publicada en la colección "Nuestro Tiempo" de Desclée de Brouwer (Bilbao 1967), traducida por Esther de Cáceres en la Abadía Benedictina de Santa Escolástica, de Buenos Aires. No me resistí a la tentación de comprarlo y llevarlo al convento. De modo que volví a leerlo.
----------En el capítulo que le dedica a Teilhard de Chardin, firmado el 31 de marzo de 1966, Maritain toma nota de la tremenda influencia (y daño) que el teilhardismo produjo en los años pre-conciliares, como una de las corrientes del modernismo que aspiraba a infectar todas las ramas del pensamiento y de la vida del católico: "...el teilhardismo es transmisible, -dice Maritain- y se transmite más que bien, con palabras, con ideas confusas, con una imaginación místico-filosófica y toda una sacudida afectiva de inmensa esperanza ilusoria, que no pocas gentes de buena fe están dispuestas a aceptar como una auténtica y exaltante síntesis intelectual y como una nueva teología". Aún así, termina por afirmar tajantemente: "Pienso sin embargo, que esta gnosis teilhardiana y su espera de un meta-cristianismo, han recibido del Concilio un golpe muy duro" (ibídem p.173).
----------Para Maritain, durante la celebración del Concilio, los modernistas teilhardianos esperaban de los Padres conciliares "si no una confirmación dogmática del Cristo cósmico (...) por lo menos un estímulo, aunque no fuese más que la sombra de un estímulo para su doctrina". Sin embargo, Maritain estaba convencido que no lo habían logrado: "Pero leed los textos del Concilio, miradlos con lupa y no encontraréis ni la sombra de una sombra de tal estímulo. Con una tranquilidad magnánima, el Concilio ha ignorado total y perfectamente ese gran esfuerzo hacia un 'cristianismo mejor'. Y nada ha sido más clásico que sus dos Constituciones dogmáticas. Si los partidarios del teilhardismo no anduvieran por las nubes, comprenderían un poco lo que eso significa para ellos. Para eso, sería necesario esperar un nuevo Concilio..." (ibídem p.174).
----------¿Habrá pasado en algún momento por la cabeza del viejo Jacques Maritain que a casi sesenta años de aquellas palabras suyas en El Campesino del Garona, nosotros hoy estuviéramos todavía discutiendo lo que él, sin embargo, afirmaba con semejante rotundidad?... Para aquel anciano en 1966, para aquel "viejo laico que se interrogaba sobre el tiempo presente", no cabía ninguna duda: el Concilio no había dado pábulo al modernismo. Pero... hoy todavía lo seguimos discutiendo.
 
El Concilio Vaticano II y la Tradición
 
----------Efectivamente, nosotros todavía seguimos discutiendo aquella cuestión que es por todos conocida. Planteada desde el final del Concilio Vaticano II, primero en algunos círculos católicos de intelectuales, y luego haciéndose eco en toda la Iglesia, a través de la prensa, las reuniones de laicos, las conferencias y hasta las predicaciones de retiros y homilías. Se trataba (y se trata) de saber si las enseñanzas doctrinales del Concilio están o no en línea con la precedente Tradición, en particular con aquella fuente de la revelación divina que es llamada por la Iglesia Católica la "Tradición Apostólica" o "Sagrada Tradición", la cual, como fuente oral, junto con la Sagrada Escritura compone el conjunto total de las verdades de la doctrina de la fe católica. Por supuesto, está claro que también la Sagrada Tradición ha sido puesta por escrito, aunque la Tradición oral continúa en el Magisterio vivo de la Iglesia a lo largo de los siglos, hasta el día de hoy.
----------Puede suscitar sorpresa que esta grave cuestión, que afecta a la continuidad e inmutabilidad de la verdad de fe, haya surgido en el seno de un área de la propia Iglesia Católica -la comunidad del obispo emérito francés Marcel Lefèbvre, quien había sido uno de los padres del Concilio-, cuando todo verdadero católico sabe que los decretos doctrinales de un Concilio ecuménico -traten o no traten dogmas solemnemente definidos- son infalibles, en cuanto formulados con la asistencia del Espíritu Santo. ¿Cómo fue posible que a alguien, y nada menos que a uno de los padres conciliares, le pasara por la cabeza lo contrario, tan alejado de lo que debe aceptar un creyente católico en razón de su simple fe?
----------Sin embargo, aquella falsa (católicamente inexplicable) presunción de mons. Lefèbvre fue pasando a sus primeros discípulos, y de ellos a otros, y a otros, y a otros, y la sutil inconsciente herejía, cual pseudo-tradición apostólica, mantiene vivas las mismas falsas presunciones que siguen hoy alimentando la vida de esos sectores alejados de la recta fe católica y de la plena unión eclesial. Se trata de católicos (así han querido llamarlos con magnanimidad los últimos Papas) que viven en la angustia y la desilusión, pues interpretan o creen su deber tener que interpretar algunos documentos conciliares -especialmente aquellos concernientes a la naturaleza de la Iglesia, el concepto de Revelación, la evangelización, el ecumenismo, el diálogo con las otras religiones y el decreto sobre libertad religiosa- como si estos contuvieran proposiciones de carácter "modernista", que, como tales, evidentemente no podían armonizarse con la tradición precedente.
----------¿En qué podría descansar tal interpretación del Concilio? Sobre tres factores: 1) Ante todo sobre el hecho de que, efectivamente, algunas de las expresiones de los padres conciliares en los documentos finales (firmados por todos, incluso por Lefèbvre) no han sido del todo claras y precisamente dieron cabida a esa interpretación. 2) Luego, sobre el hecho que el Concilio parecía bastante blando o tímido en el condenar los errores modernos. Y finalmente: 3) Sobre el hecho de que algunos teólogos famosos (días atrás nosotros citamos aquí a Karl Rahner), que habían dado su contribución a la elaboración de los documentos conciliares, en los años siguientes, traicionando al Concilio, apoyaron una interpretación modernista de los documentos conciliares y del "espíritu conciliar", creando así un "magisterio paralelo", el cual no encontró significativas condenas de parte de la Iglesia y de hecho obtuvo un enorme éxito en vastos ambientes no solo de la cultura católica, sino también del mismo episcopado y de los ambientes teológicos oficiales y académicos de la Iglesia.
----------Los lefebvrianos, para sentirse autorizados a rechazar las novedades doctrinales del Concilio, han tomado como pretexto su supuesto carácter "pastoral", sabiendo que en este plano la Iglesia no es infalible. Claro que no se toman suficientemente en cuenta diversas intervenciones del Magisterio que contradicen esa presuposición. Por ejemplo, y para mencionar una reciente intervención, como es bien sabido, el papa Benedicto XVI, en su generoso esfuerzo por atraer a los cismáticos a la Iglesia en los tiempos de los denominados "debates teológicos con la FSSPX", les puso como condición a los lefebvrianos para su plena comunión con la Iglesia la aceptación de las "doctrinas" del Concilio, condición del Papa que es una evidente señal de que el Concilio Vaticano II no ha sido solo pastoral, sino también doctrinal.
 
Interpretación auténtica del Concilio Vaticano II y defensa de la verdadera Tradición
 
----------Los Papas del postconcilio y muchas intervenciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de otros organismos de la Santa Sede, entusiastas obispos y acreditados teólogos, se han esforzado y se siguen esforzando por desmentir esa interpretación equivocada del tradicionalismo abusivo, sea de las comunidades lefebvrianas o de las varias comunidades que de ellas han nacido, como siempre sucede con los cismas. Es Roma, es el Romano Pontífice, y son los teólogos católicos romanos los que siguen hoy proponiendo la auténtica interpretación del Concilio, presentada por el mismo magisterio postconciliar, y criticando la interpretación neo-modernista, como lo hicieron los cardenales Giuseppe Siri [1906-1989], Alfredo Ottaviani [1890-1979], Leo Scheffczyk [1920-2005] y Pietro Parente [1891-1986] y el padre Cornelio Fabro [1911-1995], y como lo hizo y sigue haciendo el papa Benedicto XVI. Pero desafortunadamente esta acción ha ayudado poco hasta ahora para aclarar las cosas, y las dos alineaciones descarriadas -tanto la de los lefevrianos como la de los modernistas- han continuado y continúan difundiendo su falsa interpretación todavía hoy.
----------Difícil es mencionar al papa Francisco en esta cuestión, pues sobradas son las referencias que hemos hecho de él acerca de sus ambigüedades y defectuoso ejercicio del magisterio (en realidad, "suspenso del magisterio petrino" habría que decir, como ya hemos explicado en otras notas). Pero el papa Benedicto XVI, con garbo y tacto, pero también con la firmeza y el coraje que caracterizaron su acción pastoral, hizo sobrados esfuerzos por intentar resolver de una buena vez esta situación escandalosa, que implica de hecho, aunque si bien no siempre abiertamente, una grave e intolerable división en la Iglesia (un cisma), que afecta lo que la Iglesia tiene más en el corazón: la pureza de la doctrina (suponiendo, por tanto, herejía), de la cual solo proviene la pureza e integridad de las costumbres morales, de las cuales hoy todos, católicos y no católicos, sentimos extrema necesidad. ¿Cómo podemos nosotros los católicos ser creíbles en el diálogo ecuménico e interreligioso, si no dialogamos entre nosotros? ¿Si no nos corregimos mutuamente en la verdad y en la caridad?
----------En esta situación agitada, pero de ninguna manera privada de "centinelas", de gérmenes de esperanza y de faros luminosos, emerge al primer plano de la teología católica, como dije, una vasta corriente de pensamiento que ya desde los años ochenta del pasado siglo, en pleno post-Concilio, ha marcado el rumbo que debe seguir la defensa de la verdadera Tradición. En mi caso personal, en mis años de seminario y de novel sacerdote, afortunadamente estuve a salvo del contagio del virus lefebvriano y de cualquier otro virus de abusivo tradicionalismo: la Providencia me regaló sobrados ejemplos de sacerdotes amantes de la verdadera Tradición y a la vez respetuosos y obedientes del Concilio. Ellos se profesaban abiertamente "tradicionalistas", aunque no tenían nada que ver con el movimiento cismático de mons. Lefèbvre y sin rechazar por ello de ninguna manera las enseñanzas del Concilio, sino enseñándolas y alabándolas abiertamente. Ellos sabían interpretar el Concilio según aquella "exégesis de continuidad en el progreso", que es la clave de lectura que repetidamente nos ha ofrecido el papa Benedicto XVI.
----------Sobre esta línea se han ubicado y se ubican estudiosos de alto nivel y vasta cultura, pertenecientes a un sano "tradicionalismo", como por ejemplo el ilustre teólogo romano mons. Brunero Gherardini [1925-2017] y el gran historiador del pensamiento católico Romano Amerio [1905-1997], y otros que en la actualidad siguen las huellas que ellos han dejado en su camino. Todos ellos no son ciegos a las dificultades que producen los a veces ambiguos y confusos textos conciliares, pero no por eso se creen en el deber de tener que deshacerse así porque sí de los documentos de un Concilio Ecuménico de la Iglesia!
----------Mi convencimiento es que hoy se carece de honestidad intelectual en los sectores cismáticos y cripto-cismáticos, heréticos y cripto-heréticos. Ni los modernistas (por supuesto, ellos no creen en los dogmas, y se han olvidado hace rato del Concilio), ni los lefebvrianos (cimentados en ideologías como si fueran dogmas) hacen ya el esfuerzo de interpretar el Concilio Vaticano II a la luz de la Sagrada Tradición. De los modernistas, ya lo dije, no les interesa. Y de los lefebvrianos, cualquiera sabe que en sus casas de formación ni siquiera se leen los documentos del Concilio de modo honesto, sino que se parte cuasi-dogmáticamente de aquella falsa presunción de su fundador. No logran interpretar el Concilio en continuidad con la Tradición precisamente porque no lo intentan, o, mejor dicho porque detentan un falso concepto de Tradición.
----------Porque hay que tener bien en claro que para ver la continuidad del Concilio con la Tradición no basta saber interpretar rectamente el propio Concilio, sino que también es necesario atenerse a un auténtico concepto católico de "Tradición", lo que he llamado arriba "Tradición Sagrada o Apostólica": sólo ésta es divina, inmutable, intangible e inviolable hasta el final de los siglos. Y por lo tanto es absolutamente impensable que el magisterio de la Iglesia pueda cambiarla, olvidarla o falsificarla. Y esto por la promesa misma del Señor a Pedro, la Roca sobre la que ha querido fundar su Iglesia, y a los Apóstoles y a sus Sucesores, los Obispos, bajo la guía del Sucesor de Pedro, el Papa, promesa válida hasta el fin del mundo.
----------El propio magisterio viviente de la Iglesia (Obispos unidos al Papa), por lo tanto, a lo largo de los siglos, es el intérprete infalible tanto de la Tradición como de la Sagrada Escritura, habiendo Cristo confiado a él la custodia, la interpretación, la transmisión, la difusión y la defensa de la verdad del Evangelio. Por cuanto concierne en particular a la cuestión de discernir las tradiciones humanas, opinables y caducas de la Sagrada Tradición, el católico tiene en el Magisterio el criterio seguro e infalible.
----------Sobre esta línea debemos ubicarnos, para desentrañar la intrincada madeja en la que se encuentra la Iglesia, obstaculizada en su camino por el contraste entre un conservadurismo retrógrado y fundamentalista, y un neo-modernismo arrogante y autorreferencial, mientras que una gran masa de fieles permanece perpleja ante estos contrastes, para ellos irresolubles o confundidos con el normal "pluralismo". Esta misma línea es en la que seguiremos, por supuesto, en este humilde blog.

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