A la vista de algunos comentarios en el foro, surgidos de lectores a quienes parece que les cuesta comprender la teología de la gracia particular con la que el Espíritu Santo asiste al Sumo Pontífice, con particulares dudas acerca de lo que en este blog se ha expresado con la distinción entre gracia pontificia magisterial y gracia pontificia pastoral, parece conveniente insistir sobre la cuestión de la infalibilidad pontificia.
----------La cuestión de la infalibilidad pontificia o, como lo expreso en el título de esta nota, la notoria verdad para todo católico de que el Sumo Pontífice no puede engañarse en la fe ni puede engañarnos en la fe, está sufriendo ciertas dificultades de comprensión durante el pontificado del papa Francisco, pues se trata de un Papa que, por su modo de hablar, de comunicarse, de expresarse, nos hace sufrir.
----------No se puede desconocer que, aún dejando de lado los sectarios extremismos "anti-Francisco" y "pro-Francisco", que nacen de radicales posiciones de abusivo tradicionalismo o del más herético modernismo (incluso inconsciente), los observadores más objetivos y fieles al magisterio del actual Pontífice, desde el inicio de su pontificado, han señalado en sus frecuentísimas enseñanzas, junto con el claro y constante testimonio del Sucesor de Pedro y del Maestro de la fe, lo cual es constatable, como es natural, sobre todo en los documentos de mayor compromiso doctrinal, sin embargo una serie de juicios sobre temas de algún modo relacionados con la fe, que han sorprendido, turbado, y hecho sufrir a los católicos más celosos de la sana doctrina y más apegados al magisterio infalible del Romano Pontífice.
----------Podríamos citar algunos ejemplos de tales juicios, turbadores incluso para los católicos más celosamente devotos de la Cátedra de Pedro, sea quien sea el hombre que circunstancialmente ocupe el solio pontificio. Algunos de ellos versan acerca de lo absoluto e inmutable de la verdad y de la moral, o el aspecto intelectual de la fe, o la conservación del depósito de la fe, los atributos divinos, la justicia divina, la Santísima Trinidad, o el significado del sufrimiento, la satisfacción por los pecados, la esencia de la Iglesia, la relación Iglesia-mundo, el objetivo de la evangelización, la mariología, la relación hombre-naturaleza, el ecumenismo, el pluralismo religioso, la valoración de la figura de Lutero, etc. pudiendo citarse muchas frases concretas y expresadas en múltiples y repetidas ocasiones. Se trata de juicios que parecen disonantes de la sana razón, de los datos de la historia, de las Sagradas Escrituras, de la Sagrada Tradición, de las enseñanzas de los precedentes Pontífices y Concilios, así como de las enseñanzas de los Santos.
----------Eso referido al tema o contenido de esos juicios turbadores. Como es evidente, su tema o contenido hace referencia cuestiones de fe. Ahora bien, respecto al modo o maneras de expresas ese contenido, podemos advertir que, a menudo, tales juicios han sido expresados en forma ambigua, o ambivalente, pasibles de interpretaciones contradictorias, que no siempre el papa Francisco se ha preocupado por aclarar, ni en el momento de expresarlas ni en ocasiones posteriores. Respecto a esas expresiones equívocas o ambiguas, a menudo, si realizamos un esfuerzo interpretativo (como por respeto al Santo Padre, todo católico siempre debe hacerlo), es posible dar a estas expresiones anómalas y a veces inauditas en la boca de un Papa una interpretación benévola. Pero debe reconocerse que en otros casos, por mucho esfuerzo que hagamos, eso no es posible. Y la tentativa hecha por algunos tiene el sabor de la cortesía.
----------En lo que me permite mi memoria, en lo que recuerdo de mis estudios e incontables lecturas sobre la historia de la Iglesia y del Papado, considero que es la primera vez en la historia del Magisterio Pontificio que este problema surge así de modo tan agudo, como ocurre con el papa Francisco. Los católicos más conscientes, más piadosos, más meritorios, y, repito, incluso los más devotos de la Cátedra Petrina, se preguntan, muy preocupados, cómo explicar una cosa de tal género. Por su parte, el papa Bergoglio (al menos antes de que comenzaran a advertirse algunas señales en contrario, como ha venido ocurriendo últimamente) no parece dar importancia a este grave malestar en el corpus eclesial y, por lo tanto, parece no hacer casi nada para tranquilizar las conciencias escandalizadas, y de hecho a veces, precipitadamente hasta parece querer irritar aún más tanto al clero como al laicado, utilizando los apóstrofes más impensables en boca de un Papa, con desagradables adjetivos, como personas "rígidas" y "conservadoras".
----------Pero sobre este problema no debemos cortar tan ancho y, por el contrario, tomar el recaudo de hacer algunas distinciones, para no meter a todos los católicos o sedicentes católicos en la misma bolsa. Por lo pronto, es necesario decir que efectivamente existen católicos que, al no haber aceptado las doctrinas innovadoras del Concilio Vaticano II, acusan injustamente de modernismo y de traición a la Tradición, al papa Francisco, que está llevando adelante la reforma conciliar, como ha sido y es el deber de todo Pontífice posterior al Vaticano II. En esto, el error está ciertamente del lado de estos nostálgicos del pasado y falsos fieles a la Tradición. Pero también el papa Francisco, convengamos, carga con su equivocación personal, que consiste en hacer de todas las hierbas un fajo, reuniendo en una única condena del "conservadurismo" tanto a los laudatores temporis acti como a los auténticos católicos amantes del Papa, que sufren y están angustiados al constatar los mencionados defectos del Padre común y no saben cómo explicarlos o qué hacer.
----------Estos católicos disgustados y turbados no tienen nada que ver en absoluto con los anti-conciliares, que en realidad son cristianos sedicentes católicos, al negar heréticamente el magisterio pontificio y conciliar. Los verdaderos católicos en cambio, disgustados y turbados con el Papa actual, aceptan el Concilio Vaticano II, como no puede ser de otro modo, pero quieren justamente que eso no se convierta un pretexto para promover el modernismo. De hecho, el punctum dolens, el nudo de la cuestión es precisamente esto, que los modernistas, que hoy son una legión, no están en absoluto perturbados por todas esas expresiones y salidas del Papa que he listado al principio, sino que las consideran signos proféticos y entusiasmantes de la línea reformadora -los más impulsivos dicen "revolucionaria"- del papa Francisco, el inaugurador de un "nuevo paradigma" y de un "punto de inflexión histórico", de un "giro epocal".
Los astutos discursos y maniobras de los modernistas
----------Los modernistas, llamándose a sí mismos "amigos del Papa", quieren hacernos creer que con el advenimiento del papa Francisco se han terminado los Papas "conservadores" y que finalmente llegó un Papa movido por el Espíritu Santo, un Papa que, como ese mismo Espíritu, "renueva la faz de la tierra", un Papa que cambia los dogmas y abandona las rígidas doctrinas envejecidas, como por ejemplo la del pecado original o que Dios castiga o que no todos se salvan o el sacrificio satisfactorio o la necesidad de los méritos.
----------Los modernistas, resurgidos con toda su fuerza en los años '60 y habiendo conquistado enorme cantidad de puestos de poder en el seno de la Iglesia durante las últimas décadas, nos quieren hacer creer que el papa Francisco nos está mostrando que lo que había sido prohibido ayer o ha sido prohibido durante 2000 años, puede ser permitido hoy y que el dicho "se ha hecho siempre de esta manera" es el lema de los atrasados preconciliares y anteriores a los años sesenta, que no se han mantenido al día con la modernidad. Por eso, para los modernistas, que en realidad no son católicos, sino cristianos cismáticos viviendo un cisma clandestino (no formal u oficial) el Papa es en realidad un revolucionario liberador, promotor del liberalismo cristiano, es decir de la libre circulación de las ideas y de las costumbres, "desvinculando" y liberalizando muchas viejas prohibiciones con la que los Papas anteriores sujetaban a clero y laicado.
----------Los cismáticos clandestinos modernistas enarbolan como una de sus banderas y lemas el de: "no más castigos, sino solo misericordia". Según ellos, todos los hombres están "heridos", necesitados de ser compasionados y dejados libres para hacer lo que quieran, porque Dios es bueno y, en cualquier circunstancia, siempre perdona, sin condicionamientos. No hay ningún "castigador", si no la malicia de los fariseos y de los doctores de la ley. El pecador no es alguien que se comporta mal respecto al justo, sino simplemente un "diferente", que debe ser respetado y apreciado en su "diversidad". En otras palabras, los modernistas entienden la novedad como ruptura; el progreso no es entendido como desarrollo de lo idéntico a lo de antes, sino a la manera de Hegel, como contradictorio a lo que era antes. No hay verdades ni dogmas inmutables. Lo inmutable es rechazado como rigidez de la piedra, de la estatua o del cadáver.
----------Pero los lectores no deben llamarse a engaño. Está claro que todo ese discurso es una astuta mistificación del magisterio y de la pastoral del papa Francisco. Sin embargo, desafortunadamente, el papa Jorge Bergoglio, con ciertas ambigüedades, contradicciones, injusticias, reticencias y negligencias, se presta a las críticas, aún cuando existan quienes exageran y terminan por calumniarlo y odiarlo.
El falso remedio de los tradicionalistas extremos
----------Por otra parte, en el polo opuesto de la Iglesia visible, existe el intento hipócrita, farisaico, deshonesto y temerario, realizado por aquellos sedicentes católicos del tradicionalismo extremo o tradicionalismo abusivo, que sin ser cismáticos formales u oficiales (como lo son los protestantes, los ortodoxos orientales, o los lefebvrianos, por ejemplo), sin embargo también actúan y dan vida a otro cisma también clandestino, al acusar al papa Francisco de herejía; actitud que de ningún modo podemos aprobar. Estos tradicionalistas abusivos, o filo-lefebvrianos, acusan al Romano Pontífice de herejía sobre la base de la convicción errónea de que la infalibilidad pontificia se refiere solamente a aquellas condiciones especialísimas y rarísimas establecidas por el dogma de la infalibilidad de 1870, o sea la declaración o definición explícita, extraordinaria y solemne de un nuevo dogma de fe. Razonan de esta manera: dado que el papa Francisco en sus documentos oficiales, en sus discursos, en las entrevistas que se publican, en sus homilías y en sus audiencias generales nunca proclama nuevos dogmas, entonces su enseñanza no es infalible, y puede ser herética.
----------Sin embargo, estos tradicionalistas (fijistas) no tienen en cuenta la Carta Apostólica en forma de motu proprio Ad tuendam fidem, de san Juan Pablo II, firmada el 18 de mayo de 1998, en la que el Santo Papa, a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, explicitando y ampliando el significado del dogma de 1870 (del Concilio Vaticano I), presenta tres grados de autoridad de las doctrinas pontificias, todas igualmente e irreformablemente veraces, por lo tanto infalibles, donde el primer grado es el de las definiciones dogmáticas solemnes, pero el tercero es el del magisterio ordinario.
----------Precisamente, a la luz de esa Carta Apostólica Ad tuendam fidem resulta de fe católica definida que el Papa posee de parte de Cristo, a través de la sucesión apostólica, el poder de enseñar infaliblemente, tanto en el magisterio extraordinario, como en el ordinario, la verdad del Evangelio. La infalibilidad pontificia no quiere decir que el Papa, en asuntos de fe, como hombre o incluso como creyente, sea personalmente infalible, sino que el Espíritu Santo, que es Quien lo asiste, es infalible.
----------En resumidas cuentas, decir que el Papa es infalible en el enseñar como Sucesor de Pedro la verdad evangélica, quiere decir que, cuando el Espíritu Santo lo asiste en su munus petrino porque él anuncia o explica o defiende la verdad del Evangelio, el Espíritu Santo ilumina su mente y mueve infaliblemente su libre arbitrio, sin que pueda oponerse, a enseñar infaliblemente y exactamente, con diligencia, claridad inequívoca y sin reticencias, esa verdad que el Espíritu Santo quiere que enseñe. Aquí el Espíritu Santo vence la tendencia de nuestro espíritu al error y lo confirma en la verdad: confirma fratres tuos. El Papa confirma a todos los creyentes y es confirmado directamente por el Espíritu Santo.
El modo como funciona en el Papa el munus de la infalibilidad
----------Desconozco si los lectores nunca han oído hablar de estos cismas "clandestinos" en la Iglesia. No soy ni el primero ni el único que habla de esto. Pero no deseo que se me malinterprete: no soy quien para juzgar subjetivamente la "catolicidad de los católicos", no se trata de eso, no se trata de ningún catarismo redivivo, de buscar una Iglesia de puros. Se trata simplemente de aceptar la Fe integra de la Iglesia, la única Iglesia de Cristo, la Católica, que tiene entre sus dogmas el de la infalibilidad pontificia, junto a la infalibilidad conciliar, que es la de los Obispos unidos en Concilio ecuménico con y bajo el Papa. En otras palabras: la afirmación de la actual existencia en la Iglesia de dos cismas clandestinos, el de los modernistas y el de los tradicionalistas extremos o abusivos (aparte del cisma oficial o formal de quienes se hallan institucionalmente fuera de la Iglesia: protestantes, ortodoxos orientales y lefebvrianos, entre otros), no surge de ninguna subjetiva discriminación personal de mi parte, sino de la observación objetiva de que en ambos sectores de sedicentes católicos existe la negación, rechazo o infidelidad a uno de los dogmas de fe: la infalibilidad pontificia de todos los Papas de la Iglesia y la infalibilidad conciliar (implícita en la pontificia). En sí mismo, el rechazo de un dogma implica herejía, pero en el caso particular del rechazo de este dogma particular relativo a la autoridad del Papa en la Iglesia, esta herejía naturalmente no puede menos que tener consecuencias cismáticas.
----------Por lo tanto, ante el problema que surge de este doble cisma clandestino, o sea, ante la postura del modernismo y del tradicionalismo, nada parece más necesario que esclarecer el punto en el cual se hace más visible lo erróneo de ambas posturas: su actitud hacia el Romano Pontífice y, en concreto, todo lo relativo al dogma de la infalibilidad pontificia. Y sobre ese dogma, repito lo dicho, para ayudar a que los lectores lo graben: que el Papa es infalible en el enseñar como Sucesor de Pedro la verdad evangélica, quiere decir que, cuando el Espíritu Santo lo asiste en su munus petrino porque él anuncia o explica o defiende la verdad del Evangelio, el Espíritu Santo ilumina su mente y mueve infaliblemente su libre arbitrio, sin que pueda oponerse, a enseñar infaliblemente y exactamente, con diligencia, claridad inequívoca y sin reticencias, esa verdad que el Espíritu Santo quiere que enseñe. Aquí el Espíritu Santo vence la tendencia de nuestro espíritu al error y lo confirma en la verdad: confirma fratres tuos. El Papa confirma a todos los creyentes y es confirmado directamente por el Espíritu Santo.
----------Por lo tanto, cuando el Espíritu Santo inspira (se trate ya sea de magisterio ordinario o extraordinario), la mente y la voluntad del Papa, él obedecerá infaliblemente a la inspiración del Espíritu. El Espíritu no mueve la voluntad del Papa mientras la deja libre, sino que mueve su propia voluntad precisamente haciéndola libre, libre en su ejercicio y libre del error. Por consiguiente, si como ocurre en el caso del papa Francisco, la enseñanza del Papa no es clara, sino que es ambigua o confusa, entonces debe ser interpretada in bonam partem, vinculándola en continuidad con el magisterio eclesiástico precedente.
----------Por lo tanto, cuando el Papa es movido por el Espíritu Santo como Maestro de la fe, obedece dócilmente, infaliblemente y libremente, al Espíritu Santo, enseña infaliblemente también en su magisterio ordinario la verdad del Evangelio a toda la Iglesia y conserva fielmente el depósito de la fe.
----------El Papa enseña infaliblemente, ya que esa es la autoridad del Papa sobre la Iglesia, o sea, es para eso que Nuestro Señor Jesucristo ha instituido a san Pedro y sus sucesores, y para eso les dona un carisma especial. Pero eso dicho, no se dice que en la práctica él sepa gobernar bien la Iglesia, porque aquí el Papa es un pecador como todos nosotros: es infalible en la doctrina, pero no es impecable en la conducta moral. Está claro que recibe una especial gracia de estado para gobernar pastoralmente a la Iglesia, pero en este ámbito no es infalible. Esta es la distinción que se hace en teología entre gracia pontificia magisterial (inspiración del Espíritu Santo a la que el Papa no puede rechazar) y gracia pontificia pastoral o de gobierno (inspiración del Espíritu Santo a la que el Papa puede rechazar). En el primer ámbito rige la infalibilidad pontificia, en el segundo ámbito rige la defectibilidad moral del Papa. En el Papa no puede haber pecado contra la Fe (por ejemplo, el Papa no puede perder la Fe, ni ser herético), pero en todo lo demás el Papa puede pecar, como todos los hombres. Un Romano Pontífice no cambia el dogma ni la ley moral, sino que los explica mejor. Pero puede cambiar las leyes canónicas, litúrgicas, disciplinarias, etc. con el fin de hacer progresar a la Iglesia en el camino de la justicia evangélica y de la santidad.
----------Por consiguiente, en virtud del carisma de la infalibilidad, un Papa puede tener todos los vicios imagibables, pero es el único entre todos los católicos, que no puede perder la fe y no puede pecar contra la fe, por lo tanto, no puede caer en la herejía o en la apostasía, a menos que perdiera la salud mental, pero en tal caso no sería responsable. El diablo puede tentarlo a perder la fe, por supuesto; pero aquí, a imitación de Nuestro Señor Jesucristo y con la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, el Papa resiste.
----------Por lo tanto, si se encuentran a veces en las palabras de un Papa, como ocurre en el caso del papa Francisco, cosas extrañas e inquietantes, que suenan a herejía, es porque se le han escapado o porque no se ha expresado bien, ya sea por negligencia, o por imprudencia pastoral, o por broma, o por incompetencia, o por inadvertencia, o porque está apegado obstinadamente a una opinión suya, o porque confía en teólogos no preparados, o porque no hemos podido interpretar bien lo que ha querido decir.
----------Es necesario también tener bien presente algo que ya indicado: que el Papa es infalible como doctor, pero no es impecable como pastor. Y la pastoral no concierne solo al gobierno de la Iglesia y al poder de las llaves, sino también al lenguaje, es decir, al modo de enseñar y difundir el Evangelio. Si el Papa es infaliblemente asistido en el conocer y en el enseñar la verdad, el modo de enseñarla está supeditado a su habilidad y prudencia pastoral. Y aquí el Papa puede fallar. Puede enseñar la verdad en modo impropio, extraño, ambiguo o confuso o en doble sentido, tal como para inducir a engaño y suscitar equívocos y malentendidos o para ser instrumentalizado por los enemigos de la Iglesia o por falsos amigos.
----------Además, hay que tener presente que el papa Francisco, como Pastor, está siempre libre de cumplir o no cumplir un acto de su magisterio. Pero desde el momento en que el Papa comienza a realizar este acto, en virtud del movimiento infalible del Espíritu Santo, no puede resistir al Espíritu Santo, no porque por Él esté constreñido -sería una blasfemia el solo pensarlo- sino precisamente porque el Espíritu Santo mueve infaliblemente ad unum fortiter et suaviter la voluntad del Papa para decir la verdad evangélica voluntariamente y responsablemente por el bien de la Iglesia y de las almas.
----------Tomemos un ejemplo de lo que el Papa en estas circunstancias puede hacer: en ocasión de la oportunidad que se le puede ofrecer para cumplir un acto de magisterio, el Papa puede aceptar o no aceptar cumplir ese acto de magisterio, pero cuando cumple tal acto de magisterio no puede no querer y no decir verazmente o sea infaliblemente aquello que el Espíritu Santo le dicta y le ordena decir.
----------Esta es precisamente la clase de autoridad que el Papa ejerce sobre la Iglesia. Es esta una gravísima pero dulcísima responsabilidad, que le es dada por el Espíritu Santo, como prerrogativa única, peculiar e insustituible del magisterio pontificio, por encima de todas las demás autoridades de la Iglesia hasta el fin del mundo, a fin de que las potencias satánicas no prevalezcan sobre el Iglesia.
----------Ahora bien, nos preguntamos: ¿de qué aspecto, característica, o detalle, podemos deducir que el papa Francisco en una determinada frase, al tratar materia de fe o próxima a la fe, no ha hecho uso del munus de la infalibilidad? Precisamente por el hecho de que esa frase, tal como suena o parece sonar, parece apartarse o de la sana razón o de la Escritura o del depósito revelado o del magisterio de los precedentes Pontífices. En este caso, es evidente que no podría haber sido pronunciada con la asistencia del Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad, sino que proviene solo de la frágil humanidad de Francisco.
----------Por lo tanto, y concluyendo ya nuestro tema, si el papa Francisco, ya sea debido a un repentino movimiento apasionado, o bien por motivos de carácter, o por motivos ideológicos o psico-emotivos, accidentales u ocasionales, o pre-intencionales o independientes de su voluntad de Papa, tratando públicamente de temas de fe o próximos a la fe, expresa su particular opinión como doctor privado sobre la doctrina de Cristo, una opinión discutible o no conforme a la sana razón, a los datos de la ciencia y de la historia, a las Escrituras, a la Tradición y al magisterio pontificio precedente, está claro que en tal caso el Papa no habla como Papa, como Sucesor de Pedro, sino como ser humano falible y expuesto al error; no es asistido por el Espíritu Santo y, por lo tanto, no es infalible, sino que se equivoca.
----------El católico no debe tener en cuenta tales opiniones y más bien debe rechazarlas como contrarias a la verdad del Evangelio y al auténtico magisterio pontificio. Sea como sea, el Papa siempre tiene la posibilidad de revisar o corregir estas posiciones a la luz de su auténtica autoridad apostólica.
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