miércoles, 18 de marzo de 2020

En realidad, ¿están mirando los obispos?

Según Karl Rahner [1904-1984], la tarea del Obispo (ἐπίσκοπος, observador, vigilante, inspector, supervisor) es tomar nota de la fe "real" o "efectiva" expresada por el pueblo de Dios, como expresión temática o categorial y "aposteriorica" de la fe atemática trascendental y "apriorica", que es común a todo hombre ("existencial sobrenatural") y, por lo tanto, también a los no católicos explícitos y a los mismos ateos, de ahí el famoso concepto rahneriano del "cristiano anónimo" de todos modos y siempre en gracia, concepto según el cual todos se salvan y no existen condenados en el infierno (buenismo trascendental).

----------El Obispo -siempre según Rahner- debe esforzarse lo mejor que pueda por comprender esta fe e interpretarla rectamente, debe aprobarla y sostenerla, debe por lo tanto seguirla en su evolución y en sus expresiones históricas, dictadas por el Espíritu Santo, debe traducirla en fe doctrinal, oficial e institucional. Pero es claro que el primado pertenece siempre a la fe existencial de los comunes fieles dotados del sacerdocio común bautismal, infalibles en la escucha directa del Espíritu Santo y en la interpretación de la Palabra de Dios, aunque los conceptos dogmáticos con los que se interpreta dicha Palabra están en continua evolución y son relativos a las diversas culturas en las cuales se expresan.
----------A los lectores que habitualmente siguen este blog, no tengo que explicarles quién es Rahner, ni lo que el teólogo jesuita ha significado para el desmadre de la fe y de la moral católicas durante el post-concilio, ni lo distante que están sus enseñanzas sobre el lugar y la función del Obispo en la Iglesia, con respecto a las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Pero no está de más recordarlas, para volver a confrontarlas con la verdad, y para compararlas con lo que suele verse en la actualidad eclesial.
----------El Concilio Vaticano II, como sabemos, ha valorizado, promovido y estimulado la actividad de los laicos, de los religiosos, de los sacerdotes y de los teólogos y, de hecho, desde cincuenta años a esta parte ha habido y hay numerosas iniciativas de diversa índole, algunas de las cuales son óptimas, realmente excelentes, mientras que otras, lamentablemente (y quizás son las más numerosas) están influenciadas por concepciones anti-jerárquicas y populistas o demagógicas de la Iglesia, influenciadas por ideas como una cierta "Iglesia de abajo", una cierta "Iglesia popular", o ciertos "grupos espontáneos" o "de base" de la década de 1970, o "movimientos carismáticos" de la década de 1980. Por lo cual estas iniciativas le han ganado la mano a los obispos, quienes, o bien ingenuamente seducidos o bien intimidados frente a tanta intrusiva, poderosa y a veces amenazante efervescencia (no privada por cierto de sus lados buenos) han terminado por asumir, ciertamente no todos voluntariamente, el rol delineado arriba por Rahner, cediendo a una excesiva indulgencia o tolerancia hacia los errores y malos comportamientos que se iban extendiendo. Por cierto, ya sabemos, el rol del obispo propuesto por Rahner, es falso, pero hay Obispos que no se han dado cuenta.
----------Los Obispos, cuando no son "fuertes con los débiles" (Rom 15,1), vienen a convertirse como en notarios que se limitan a registrar y a oficializar o formalizar o como mucho a tolerar la "fe" o mejor sería decir las fábulas que mayormente circulan entre los fieles, sobre todo aquellas mayormente divulgadas por los mass-media y por los institutos educativos y culturales, sólo para tratar luego duramente a aquellos pocos que, fieles a la concepción evangélica del pastor, osan recordarles su responsabilidad.
----------Al mismo tiempo, el Concilio Vaticano II ha acentuado la autonomía de la Iglesia local, la Diócesis, con respecto a Roma, y también ha instituido, como sabemos, las Conferencias Episcopales y los Sínodos mundiales de Obispos de forma regular. Indaguemos: ¿cuáles han sido las consecuencias?
----------De hecho, en los primeros años del actual pontificado, se tuvo la impresión de que el papa Francisco intentaba hacer partícipes a los Obispos de su autoridad doctrinal, o sea, de la que exclusivamente le compete a él en la Iglesia. Esta impresión acerca de la intención del papa Bergoglio la tuvimos más o menos en el 2014 y 2015, con aquellos sínodos sobre la familia. En años más recientes, con los sínodos sobre la juventud y, sobre todo, con el sínodo para la región de la Amazonía, aquella impresión adquirió contornos más formales y definidos con el nuevo estatuto normativo para el Sínodo de Obispos. Todo parecía apuntar entonces a que el sínodo se convertiría en una especie de mini-Concilio periódico con un término fijo. Pero ha sido inevitable preguntarse si esto no es (como mínimo y antes que una cuestión dogmática acerca de la estructura esencial de la Iglesia) simple y meramente demasiado artificioso y poco práctico. Porque, al fin de cuentas, el desarrollo doctrinal no se puede programar, sino que depende de factores imponderables ligados a la divina Providencia. Afortunadamente, los resultados del Sínodo para la Amazonía, dieron un mentís al supuesto programa del Papa, quien terminó por hacer oídos sordos a la moción final del sínodo, y en la exhortación apostólica Querida Amazonia, se mostró, como era de esperarse, nuevamente con su poder magisterial.
----------Ciertamente, el Sínodo de Obispos en sí mismo, es una institución muy importante, que estaba destinada a reforzar la iniciativa y la responsabilidad pastoral de los Obispos tomados individual o colectivamente, pero lamentablemente hay que reconocer que en muchos casos ha terminado por crear una figura de obispo conformista y oportunista, privada de una visión universal de la Iglesia, encerrado en su diócesis o en su nación, dispuesto a volverse independiente del Papa, para no disgustar a sus propios co-hermanos más influyentes o más estimados o a su propia conferencia episcopal nacional.
----------Por otra parte, basta con haber leído la moción final del Sínodo para la Amazonía, para advertir un ejemplo de como el sínodo mundial de Obispos ha adquirido un tono doctrinal que en realidad no le compete, ya que no se trata ni siquiera de una asamblea conciliar, y los Papas han comenzado (bastante poco dignamente hay que decirlo) a hacer de faros de cola de los sínodos, limitándose a convalidar y sancionar sus conclusiones, aunque no digan nada nuevo desde el punto de vista doctrinal, ni podrían decirlo. Esto no es digno para el Papa, el cual debe recuperar en su mano el propio poder de guía sobre los obispos. Precisamente, cuando en el Sínodo para la Amazonía, su moción final incluía peticiones de cambios doctrinales, el Santo Padre tomó las riendas del caso, y sabemos lo que resultó en su exhortación postsinodal.
----------Considero que el inconveniente más grave que ha seguido a toda esta historia de las últimas décadas, dejando aparte los aspectos positivos, es que ha venido a menos o fracasado la colaboración entre el Papa y los Obispos en la enseñanza y en la defensa de la doctrina de la fe. Naturalmente, esta función no se ha extinguido en absoluto y debemos reconocer el gran celo con el cual, por ejemplo, un hombre como el entonces cardenal Joseph Ratzinger desempeñó su oficio en la Congregación para la Doctrina de la Fe durante un período de veinte años, y mucho menos podemos ignorar las numerosas intervenciones de los Papas y de los buenos Obispos, sin excluir las conferencias episcopales y los sínodos mundiales.
----------Sin embargo, como los observadores atentos han señalado desde hace muchos años, la autoridad eclesiástica en todos los niveles, desde el Papa hasta los Obispos individuales, no es en absoluto capaz de controlar una compleja situación doctrinal y en consecuencia, moral, disciplinaria y litúrgica, que a ellos se les escapa de las manos y que ahora se ha vuelto ingobernable, con gravísimo daño para los fieles. A menudo y espontáneamente tal teólogo o tal obispo o tal profeta o tal vidente (pongan los lectores los nombres propios que quieran, tomados de los titulares de la prensa y los blogs amarillistas que hoy abundan) toman ellos el lugar del Magisterio, el cual viene a ser finalmente ignorado o despreciado. ¿Y qué hacen los obispos? Sí, claro, están mirando, pero ¿con qué ánimo, con qué espíritu? ¿Pueden estar contentos y felices? No ciertamente. No se trata de mirar un espectáculo agradable, sino de contemplar, aunque en medio de hechos positivos, un proceso de disolución y de desintegración de la Iglesia, proceso que ciertamente se detendrá, porque la Iglesia es inquebrantable. Sin embargo, Dios no le perdona las pruebas y le da los medios para superarlas.
----------Los medios, los recursos de que la Iglesia dispone para enfrentar esta situación, están ahí, no hace falta buscarlos lejos: es necesario que los Obispos, con un humilde y valiente impulso de fe y confianza en su propio carisma, retomen la mano de la situación. Después de todo, el rebaño de Cristo, desconcertado por los intrigantes y por los rebeldes, no espera otra cosa de ellos. El pastor ha sido golpeado y las ovejas se han desorientado. Pero, ¿acaso alguna vez hará Dios que falten los buenos pastores? ¡De ninguna manera!
----------El mundo católico, aunque no vivamos hoy en la Cristiandad todopoderosa, dispone todavía, gracias a Dios, al menos en los países democráticos, de numerosos medios de comunicación, de enseñanza, de acción pastoral, de predicación: desde púlpitos hasta congresos de todo tipo, desde parroquias a escuelas, desde la prensa a internet, desde editoriales hasta sitios web, desde contactos con movimientos y asociaciones hasta aquellos con particulares, desde salas para conferencias hasta plazas.
----------Y los temas de posibles y deseables intervenciones de específica y exclusiva competencia del Obispo son numerosísimos y urgentes. No intento ni siquiera enumerarlos.
----------Que un obispo asista al festival del kiwi o de la aceituna, o que el arzobispo mendocino esté en primera fila en la Fiesta anual de la Vendimia, o asista con el pueblo al espectáculo de fuegos artificiales, o al encuentro interreligioso con los budistas o al concierto de beneficencia con el mundo de la cultura, sin duda puede ser agradable y simpático, y son recursos para acercar al Obispo a la gente. Sin embargo, queda todavía por acercar a la gente a Cristo. ¿Por qué razón hoy los obispos se sienten o parecen sentirse tan poca cosa cuando solo ellos serían los más cualificados para hablar? No basta con "estar entre la gente"; es necesario ver qué se hace entre la gente. ¿Por qué entonces dejar a los laicos, por más competentes y de buena voluntad que sean, la discusión o más aún las decisiones o la sentencia magisterial sobre cuestiones de fe y de moral donde en cambio tan importante e insustituible, por mandato del mismo Cristo, es la palabra del pastor?

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