martes, 31 de marzo de 2020

Dom Jean Prou y los debates sobre Gaudium et Spes n.22

Todo católico sabe por el Catecismo que el don de infalibilidad con el que el Espíritu Santo asiste siempre a su Iglesia, no ha sido garantizado ni a los teólogos, ni a los exégetas, ni a los apologetas, ni a los historiadores de la Iglesia, sino solo al Papa, Sucesor de San Pedro, y también a los Obispos, Sucesores de los Apóstoles, cuando se reúnen en Concilio Ecuménico, unidos con el Papa y bajo la guía del Papa.

----------Sin embargo, ya hemos dicho y repetido en este blog lo difundida que está hoy la tesis de que el Concilio Vaticano II pudiera contener errores doctrinales; tesis obviamente falsa (y herética si se afirmara explícita y formalmente). El Vaticano II puede tener errores pastorales, pero no doctrinales, porque es infalible en cuestiones de fe y moral, al menos con esa infalibilidad ordinaria al enseñar los dogmas ya definidos o al profundizar en el esclarecimiento de las doctrinas de fe o conexas con la fe. Puede un Papa o un Concilio Ecuménico (con el Papa y bajo el Papa) no enseñar con infalibilidad extraordinaria, al no definir solemnemente ningún nuevo dogma, pero nunca carece de la primera infalibilidad.
----------Relacionado con eso, está la otra falsa tesis que se ha difundido tanto entre tradicionalistas abusivos (fijistas, lefebvrianos, etc.) como entre progresistas modernistas, según la cual las enseñanzas del Concilio Vaticano II constituirían una ruptura con las del Magisterio precedente. Los tradicionalistas lamentan esa supuesta ruptura, devaluando así tanto como se pueda la autoridad dogmática del Vaticano II o declarándolo nulo dogmáticamente; y los modernistas se alegran por esa ruptura, considerando al Concilio iniciador de una nueva Iglesia, excluyendo las enseñanzas precedentes. Los tradicionalistas fijan o cristalizan la Tradición al preconcilio, mientras que los modernistas le niegan todo valor a la Tradición.
----------Ya sabemos que los lefebvrianos, para pretender sustraerse al deber de aceptar las doctrinas del Concilio, apelan sobre todo a dos engañosos pretextos: 1) por un lado, dicen que el Concilio es solo pastoral y no doctrinal; 2) por otro  lado afirman que en el Concilio no se han definido nuevos dogmas y que, por lo tanto, sus doctrinas no son infalibles. Los dos pretextos lefebvrianos para no acatar el Vaticano II son inconsistentes, fundamentalmente porque no es cierto que las enseñanzas del Concilio sean solo pastorales, sino que se dan, como han afirmado muchas veces los Papas del postconcilio, también enseñanzas doctrinales, como tales infalibles (de infalibilidad ordinaria), ya que para que se de una doctrina infalible no es necesario, como la Iglesia misma lo enseña (por ejemplo en la Instrucción Ad tuendam fidem, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1998), que el Magisterio declare explícita o solemnemente que una proposición dada es de fe, sino que es suficiente que de hecho se trate de materia de fe. Este pronunciamiento viene calificado por la mencionada Instrucción como "definitivo" e "irreformable", que es como decir infalible.
----------Lo que aquí quiero destacar es que la impresión de la ruptura pueden tenerla más los historiadores del Concilio, pero no los teólogos, pues si la tuvieran los teólogos sería grave, pues faltarían a la Fe y significaría que no pueden ver la continuidad esencial en el progreso clarificador. Pero la labor de los historiadores católicos es más arriesgada, y peligrosa si no se cuidan de mantenerse en los límites de su disciplina y, por el contrario, pasan a hacer teología desde falsos fundamentos. Lo que quiero decir es que los historiadores del Concilio Vaticano II examinan las actas de las centenares de sesiones, las discusiones, las contraposiciones, las diversas etapas o eventos sucesivos de la elaboración de los documentos conciliares, y en esta, su labor, los historiadores no pueden sino constatar los efectivos contrastes, también en el campo doctrinal, que han surgido durante las labores del Vaticano II entre conservadores y renovadores, sobre todo entre aquellos conservadores que se escandalizaron irrazonablemente de las novedades, y aquellos renovadores que se sentían inclinados hacia el herético modernismo.
----------Pero el historiador católico puede mantenerse a salvo de esos peligros, simplemente con seguir siendo católico, pues en tal caso no puede dejar de mantenerse firme en las conclusiones, es decir, en los textos finales del Concilio. Es decir, en los documentos finales están las conclusiones, donde los contrastes han desaparecido, y se trata de textos que la Iglesia considera definitivos e irreformables. En cuanto al teólogo católico, si bien puede serle útil saber de parte del historiador cómo se han llegado a las conclusiones canonizadas en los textos oficiales para una mejor interpretación de los textos mismos, sin embargo debe ser muy cuidadoso de querer encontrar en los textos oficiales doctrinales rastros de aquellas incoherencias o imperfecciones que el historiador constata con facilidad en el material que le viene proporcionado por la historia de los debates conciliares precedentes. Así como el historiador no puede dar mayor importancia doctrinal a los precedentes contradictorios debatidos respecto a las conclusiones a las cuales ha arribado el Concilio.

Las discusiones sobre la doctrina de Gaudium et Spes n.22

----------Un buen ejemplo de lo que acabo de explicar son las discusiones en torno al esquema de la futura constitución pastoral Gaudium et Spes, particularmente la doctrina que quedó fijada en el n.22 de este documento. En la presente ocasión quiero llamar la atención acerca de lo sucedido en la 190° asamblea general del 26 de octubre de 1964 y, en particular, acerca de la intervención de dom Jean Prou OSB.
----------Dom Jean Prou, nacido en 1911, era procurador, o sea encargado de negocios de la Congregación de Solesmes en Roma, cuando fue elegido abad el 5 de julio de 1959. En 1961, emprendió una fundación en Keur Moussa, Senegal. Muy rápidamente, los monjes de Keur Moussa se unieron a las monjas de Sainte-Cécile, y fundaron el monasterio vecino de Keur-Guilaye. Convocado a participar en las sesiones del Concilio Vaticano II como Abad presidente de la Congregación de Solesmes, Dom Prou participa en particular en la elaboración de los textos conciliares sobre la liturgia. Aquellos años pasados en Roma en la extraordinaria experiencia eclesial del Concilio Vaticano II dejaron una profunda huella en él. Dom Prou pudo así guiar con seguridad durante el postconcilio a la gran comunidad de benedictinos de todo el mundo, en los agitados años del aggiornamento eclesial. De acuerdo con las demandas del propio Concilio, se trataba de adaptarse a los nuevos tiempos, siendo siempre y aún más fieles a la intuición fundadora de San Benito. Dom Prou renunció a su cargo en 1992, muriendo en Solesmes el 14 de noviembre de 1999. Su lema era Coram ipso (en su presencia), y expresaba su profundo deseo de ver a Dios.
----------Pues bien, su intervención aquel 26 de octubre de 1964, durante la 190° Asamblea General del Concilio, fue la siguiente:
----------"Venerables Padres,
----------1. Es en sí mismo importante determinar con claridad y precisión el sentido de las líneas 17-25, en la página 8, en el número 6. Porque es aquí donde radica el nudo de toda la cuestión, al mismo tiempo muy cargada de consecuencias y muy difícil, de las relaciones entre la naturaleza y la gracia. Necesitamos indicar en pocas palabras, de manera concisa y clara, qué es esta "consagración del mundo" que fluiría del solo hecho de la Encarnación del Verbo de Dios; y esto, a fin de resaltar lo que debe ser esta otra "consagración del mundo" que la Iglesia de Cristo debe proseguir cada día a través de sus miembros hasta la Segunda Venida del Señor.
----------2. Cierto número de autores modernos parecen sostener que el hecho de la Encarnación del Verbo ha consagrado por sí misma a todas las creaturas, tanto espirituales como corporales, hasta el punto que, se debería decir, toda la creación habría sufrido en sí misma una mutación y una elevación intrínseca; y lo que es más, esta mutación y esta elevación ya habrían tenido lugar al comienzo del mundo, por el hecho de que el Creador habría ordenado intrínsecamente toda la creación a Cristo por venir, en razón de esta Encarnación. Algunos han deducido de esto que desde el comienzo del mundo, toda la naturaleza, incluso la corporal, habría sido elevada al orden sobrenatural y tendería de suyo, sin duda con la ayuda de Dios, pero en virtud de una evolución connatural, no solo hacia el hombre, sino hacia Cristo.
----------3. Por más seductora que parezca esta manera de ver las cosas, sin embargo, ella parece socavar la verdad de la fe, e implicar el peligro de un cierto confusionismo, que el Concilio no debería alentar de ninguna manera. Ella contiene sin duda una cierta parte de verdad, que absolutamente debemos retener. En razón de la Encarnación del Verbo, todas las creaturas están ordenadas a Cristo, por la providencia sobrenatural de Dios. Porque Cristo es el Alfa y la Omega. Pero es absolutamente necesario hacer la distinción entre dos ordenaciones diferentes, una de las cuales es intrínseca mientras que la otra es puramente extrínseca.
----------4. La primera tiene lugar solamente cuando las realidades que son ordenadas han sido enriquecidas en su propia realidad, de modo que, en razón de esta perfección que se les ha atribuido, ellas tienden connaturalmente hacia el fin que les ha sido impuesto. La segunda ordenación, puramente extrínseca, tiene lugar cuando las realidades que son ordenadas, son de alguna manera puestas en dependencia de un fin de orden superior, al que apunta un agente del mismo orden, y únicamente por disposiciones exteriores conocidas y realizadas por este mismo agente.
----------5. Siendo admitida esta distinción, si hablamos del orden sobrenatural, que sobrepasa toda la naturaleza creada, solo la creatura espiritual, es decir, capaz de recibir la gracia, puede ser elevada a él. Y así, aquí abajo, solo el alma humana (y, por su intermedio, el cuerpo que se le une para formar con ella una sola persona) puede ser elevada intrínseca e inmediatamente al orden sobrenatural y, por lo tanto, al misterio de Cristo.
----------6. Dicho esto, propongo modificar el texto del esquema de la siguiente manera, en las líneas 17-25 de la página 8: "En Cristo Jesús, el hombre, iluminado por la gracia, puede escuchar y comprender la palabra de Dios que está inscrita en la manera en que las cosas son ordenadas. Pues todas las cosas han sido creadas por Él y en Él que es el Verbo del Padre. Viniendo a este mundo, ha revelado en un lenguaje humano el sentido profundo a la vez de las creaturas y especialmente de su gobierno. El Verbo del Padre, asumiendo por su Encarnación la naturaleza humana, ha elevado a una dignidad de un orden superior al hombre completo, en su cuerpo y en su alma, así como a toda la obra de la creación, con la materia misma, cada una de estas realidades siendo elevada según el modo que le conviene, y ha permitido que todos los dones de esta tierra sean puestos en relación con Dios de una manera que excede la naturaleza del hombre".
----------El texto original en latín del último pasaje (indicando en negrita las modificaciones sugeridas por dom Prou) es el siguiente: "In Christo Jesu autem homo, gratia illustratus, loquelam Dei in rerum ordinatione audire et intelligere potest. Omnia enim per Ipsum et in Ipso creata sunt, qui est Verbum Patris. Ipse veniens in mundum verbis humanis altum sensum tum rerum creatarum, tum praesertim illarum gubernationis revelavit. Verbum Patris, assumendo sua Incarnatione naturam humanam, totum hominem, corpus et animam, omneque creationis opus, ipsam quoque materiam, unumquodque tamen iuxta modum suum, ad altiorem evexit dignitatem, et omnia, etiam munera terrestria, altiori inseri permisit cum Deo habitudini quae naturam hominis excedit".
----------Ahora bien, la cuestión es que todo este debate, e incluso las expresiones del esquema preparatorio, no conforman la doctrina del Concilio, la cual sólo está puesta de manifiesto en el texto final y definitivo de la Gaudium et Spes, y en ese texto final, incluyendo el tan discutido n.22, no hay nada que indique ruptura con el magisterio precedente. Así de sencillo y simple.

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