domingo, 1 de marzo de 2020

Unidad y divisiones en la Iglesia

Hasta antes de la pandemia del Covid-19, las celebraciones de las misas dominicales y, sobre todo, las masivas convocatorias, a nivel de cada diócesis o, más aún, a nivel de Iglesia universal, los congresos juveniles o los viajes del Papa, y en todos esos eventos la presencia masiva de los católicos, producía imágenes que podían desmentir o, al menos, poner en duda, las acusaciones de divisiones en la Iglesia.

----------En cambio, las particulares condiciones que ha impuesto la pandemia y el confinamiento, vuelven a poner sobre el tapete aquellos temas, planteando cuestiones que pueden resumirse en una sola pregunta: ¿hasta qué punto existe unidad en la Iglesia terrena, o lo que prima en ella son más bien las divisiones?...
----------Las grandes convocatorias muestran efectivamente sin duda, la bondad de las Iglesias a nivel diocesano o nacional, e incluso universal, tanto en términos de amor al Papa y unidad con él, como de apego a los valores humanos no negociables, como son los de la familia, la vida desde su concepción hasta su desenlace natural, o de la educación como derecho de los padres, etc.
----------Sin embargo, las más entusiasmantes y conmovedoras manifestaciones católicas, no son suficientes ciertamente para poner en sombra o para cancelar el tristísimo espectáculo de las divisiones intra-eclesiales, de todo tipo, que constituyen la punta del iceberg de una situación de gravísima crisis en muchísimas diócesis, una crisis que se configura, como notan los Papas del postconcilio y en particular ha señalado el papa emérito Benedicto XVI, y el papa Francisco en su primera encíclica, como una crisis de fe tanto a nivel de líderes como a nivel de pueblo: descristianización, falsificación de la fe, influencias anticatólicas en el interior del catolicismo, formas sincréticas, secularistas, religión-"hazlo-tú-mismo", relajación, subjetivismo, relativismo y muchas otras cosas, pues muy larga sería la lista.
----------Ciertamente las grandes jornadas masivas en la Iglesia no anulan todo esto y en particular no lo anulan en las grandes diócesis, como en la de Mendoza, por ejemplo, donde hay que reconocer, con lucidez y franqueza evangélica, los males que la afligen, males que han sido encubiertos e ignorados durante demasiado tiempo, pero que es mejor que salgan a la luz, más vale tarde que nunca, ya que en la visión cristiana no existen males que no sean curables, si no es el propio paciente que no quiera hacerse curar.
----------¿Acaso una Iglesia en la que vagan libremente una gran cantidad de ideas contrarias al catolicismo permaneciendo bajo la etiqueta de "católicas", sin apreciables intervenciones de los Pastores, entre los que incluso no siempre encontramos una plena ortodoxia y obediencia al Papa, una Iglesia en la que se da el choque de partidos opuestos como por ejemplo el que se da entre modernistas y lefebvrianos o filo-lefebvrianos, una extendida conducta moral de católicos no coherentes con los principios de la moral católica continuamente recordados por el Magisterio, todo esto es en verdad quizás el signo de una Iglesia unida, como muchos quisieran que creyéramos con el simple gesto de señalar a la multitud en los encuentros masivos?
----------¿Acaso las esporádicas reuniones masivas de católicos como se hacían antes de la pandemia, resuelven nuestras dudas? ¿Calman nuestras ansiedades? ¿Quitan nuestra amargura, nuestras desilusiones, calman nuestro desconcierto? Si somos verdaderamente conscientes de lo que está ocurriendo en la Iglesia y lo juzgamos con esos criterios que nos proporciona el Magisterio de la propia Iglesia, ciertamente debemos decir, aunque con dolor, pero también con realismo, que la Iglesia, al menos la argentina, y la mendocina, no está unida para nada, sino atravesada por fuertes movimientos centrífugos, presa de una enorme confusión doctrinal, desgarrada por facciones obstinadamente irreconciliables porque están convencidas de poseer la plenitud de la verdad frente a los opositores casi demonizados.
----------Naturalmente, para el verdadero católico, para el católico de recta fe, es claro que la verdadera Iglesia, la Iglesia Católica, como Esposa y Cuerpo Místico de Cristo, es una y unida, gracias a la presencia en los corazones del Espíritu Santo que los ilumina y los une, creando concordia y sano pluralismo, en la única verdad del Evangelio bajo la única guía de los Pastores unidos al Papa.
----------Pero la pregunta que aquí nos hemos hecho evidentemente no se refiere a esta unidad espiritual y mística de la Iglesia, unidad evidente para todo creyente y en sí misma indestructible, pero que no afecta a las individuales y concretas formaciones de católicos en el interior de la Iglesia, católicos que, como es sabido, aunque vivan en la gracia de Dios, son siempre pecadores y, por tanto, sujetos a la permanente posibilidad de fallar, es decir, de pecar contra la verdad y contra la caridad.
----------Si no existe unidad de fe, no existe unidad eclesial. Este es el gravísimo problema de la Iglesia hoy. Está claro que los verdaderos católicos están unidos entre sí y con el Papa, y en este sentido constituyen una Iglesia unida. Pero, ¿cuántos que se autodenominan católicos lo son verdaderamente o lo son solo de nombre, dado que de hecho asumen en su pensamiento y en su conducta ideas que en realidad son erróneas, escandalosas, impías, blasfemas, absurdas o heréticas?
----------Ciertamente en la vida actual son pocos o poquísimos, son sólo los grandes santos, aquellos que pueden presumir de una perfecta pureza doctrinal y una plena comunión eclesial, aunque también tengan algunas pequeñas imperfecciones. Está claro que hoy la Iglesia es más acogedora, tolerante y misericordiosa que nunca al acercarse, acoger y contactar a personas incluso muy alejadas del catolicismo.
----------Gracias a la práctica del ecumenismo y del diálogo interreligioso, la Iglesia es hoy más amplia y misericordiosa que nunca en acoger incluso a aquellos que no aceptan plenamente la doctrina y la moral del catolicismo. Pero existe y debe siempre existir un límite, más allá del cual no puede decirse en absoluto que una persona pertenezca a la Iglesia o al catolicismo, y es en este punto que a menudo no hay claridad, ni siquiera en el clero, así que, como he señalado en un artículo aparecido tiempo atrás en este blog, muchos ya no saben lo que significa la calificación de "católico" y esto es muy grave, como cuando por ejemplo, salvadas las proporciones, un alimento renombrado conserva su propio nombre pero a causa de estafas o alteraciones viene a ser algo distante o contrario a lo que su nombre mismo significa.
----------En conclusión, lo que intento decir aquí es que, en los foros y sedes apropiados, es hora de reconocer francamente las graves divisiones que estamos sufriendo en el seno de la Iglesia. Los católicos no debemos tener miedo de hacer un análisis franco y realista, en tanto existe después la cura que nos es dada por una renovada voluntad de conversión y sobre todo por la gracia de nuestro Salvador.
----------Por el contrario, encubrir, disimular, aparentar, y fingir, de nada sirve a nadie. Aquel Año de la Fe que había decidido el papa emérito Benedicto XVI y que, tras su abdicación, fue celebrado -digámoslo con franqueza- a medias, salvadas las buenas intenciones del papa Francisco, quizás debería volver a proponerse, o algo similar, para que se convierta en la buena y necesaria ocasión que todos los católicos necesitamos aprovechar, a fin de corregir nuestros errores en la fe y en las costumbres, para que se pueda decir que, aunque sea siempre en las míseras condiciones a que nos somete nuestro peregrinar y militancia en la tierra, existe una Iglesia unida a semejanza de la santa unidad de la Iglesia del cielo.

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