Hace poco más de una década, durante el pontificado de Benedicto XVI, la Santa Sede hacía ingentes esfuerzos por procurar que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) abandonara su postura cismática y herética, y existían los llamamientos de algunas autorizadas personalidades en tal sentido.
----------Me viene ahora a la memoria, el llamamiento hecho a la FSSPX por mons. Nicola Bux, eminente liturgista y docente, dirigido al obispo Bernard Fellay, por entonces superior general de la hermandad. Recuerdo que fue aquél un llamamiento noble y sincero a la reflexión, en nombre de la concordia, la obediencia y la paz, para que cese la separación de Roma y la hermandad fundada por mons. Lefebvre hace unos cincuenta años, volviera a la plena comunión con la Iglesia católica.
----------Recuerdo también que no se hizo esperar una respuesta en nombre de la Fraternidad en la persona del obispo Richard Williamson. En ella, con tono amable y también con expresiones de estima hacia el papa Benedicto XVI, el obispo lefebvriano reafirmaba sin embargo la imposibilidad por parte de la FSSPX de restablecer relaciones regulares con Roma, porque una vez más se insistía en la tesis según la cual las doctrinas del Concilio Vaticano II estarían en contraste con las verdades de Fe. La Fraternidad, según la respuesta de Williamson, intentaría conservar la recta fe, corrompida por las "tinieblas" del Concilio. De ahí la negativa a reconciliarse con Roma, que es -según piensa la FSSPX- la que en cambio se habría desviado de la verdad a raíz de las innovaciones conciliares.
----------En su intervención, el obispo lefebvriano no hacía sino recordarles a todos y al mismo mons. Bux que la cuestión de fondo en las desavenencias de la FSSPX con Roma no es de carácter disciplinario, moral, canónico o pastoral, ni es la famosa cuestión de la Misa Tridentina, que por entonces ya había sido liberada, como se sabe, por el propio papa Benedicto XVI, con el motu proprio Summorum Pontificum.
----------La cuestión de fondo es de carácter doctrinal, como a su tiempo el mismo papa Ratzinger declaró, advirtiendo a la Fraternidad que si quería estar en plena comunión con la Iglesia, tendría que aceptar las doctrinas del Concilio, evidentemente las doctrinas nuevas, es decir, los desarrollos de la doctrina tradicional y de los dogmas precedentes, ya que en lo que respecta a la presencia en el Concilio de enseñanzas dogmáticas ya definidas por el Magisterio preconciliar, los lefebvrianos no tienen ninguna dificultad en aceptarlas, dado el sentido que ellos tienen de la Tradición y de la inmutabilidad del dogma; aunque en la práctica, por sus múltiples expresiones oficiales y no oficiales, los lefebvrianos, ni siquiera tienen en cuenta esas doctrinas preconciliares presentes en el Concilio de nuestro tiempo y, de hecho, actúan como si el Vaticano II no tuviera ninguna autoridad doctrinal, de hecho no lo consideran Magisterio.
----------En su respuesta a mons. Bux, el obispo Williamson hacía una enunciación de principios sobre la cual no podemos no estar todos de acuerdo: la unidad y la concordia presuponen la común aceptación de la verdad. Obviamente, nunca podríamos aceptar la invitación para unirnos a aquellos que desearan fundamentar la unidad sobre la falsedad. El problema surge en cambio del modo como el obispo Williamson aplica este principio. De hecho, lo remite a la cuestión de la reconciliación con Roma y, suponiendo que Roma a causa del Concilio ha dejado el camino de la verdad, advierte a Roma sobre la base del mencionado principio mal aplicado, que la Fraternidad no considera unirse a Roma a menos que la Iglesia del Concilio y del postconcilio no se retracten de las doctrinas del Concilio en cuanto contrastan con las de la Tradición.
----------Para los lefebvrianos, pues, Roma ha cambiado donde no debía cambiar; no ha conservado lo que debía conservar. Según esta errónea tesis, en el Concilio Vaticano II, los supuestamente fieles a la Tradición fueron derrotados por los modernistas. Esta es sustancialmente la acusación de la Fraternidad. Por el contrario, la Fraternidad, según lo que decía Williamson en aquella carta, por una especial asistencia del Espíritu Santo, habría preservado la pureza y la integridad de la fe de siempre (recordemos el recurrente falso slogan de la "Misa de siempre" al que recurre una y otra vez la Fraternidad). Por lo tanto, siempre según Williamson, si puede tener lugar una reconciliación, ella debe fundarse sobre el hecho de que Roma recupera, a la luz de la Tradición, esa misma Tradición inmutable y divina que la Fraternidad ha conservado para salvar a la Iglesia de las tinieblas del Vaticano II y devolverla a la luz de la verdad de la Tradición. Más o menos en esos términos podemos resumir el "relato" o "tesis" fundamental de los lefebvrianos.
----------Hay que notar, por otra parte, que el apego excesivo, unilateral y abusivo, de los lefebvrianos a la Misa Tridentina depende de su incapacidad para apreciar la reforma litúrgica conciliar, viendo en ella una profanación de la liturgia (esto ciertamente se da en la interpretación rahneriana de la liturgia conciliar, interpretación neo-modernista naturalmente), y además depende de una visión anticuada de la doctrina católica, una visión absolutamente incapaz de reconocer en las doctrinas del Concilio Vaticano II una profundización y una explicitación de la doctrina católica de siempre.
----------Y vale advertir que, en sustancia, mutatis mutandis, esta actitud de los lefebvrianos es la misma actitud que asumió Lutero, aunque los lefebvrianos se declaran adversarios de Lutero en nombre del Concilio de Trento. También Lutero, considerándose iluminado por el Espíritu Santo mejor que el Papa, no hacía tanto una cuestión de comunión eclesial o de praxis cristiana o liturgia, sino más bien de la verdad del Evangelio o, como él decía, de la Palabra de Dios. Los lefebvrianos hablan de "Tradición" y de Dogma en lugar de "Escritura", pero el método y la actitud hacia Roma son iguales. Precisamente en esto que acabo de señalar, la actitud protestante y la actitud lefebvriana, son absolutamente idénticas.
----------Por consiguiente, la cuestión de fondo para nosotros los católicos y para la misma Santa Sede en sus tratativas con los lefebvrianos (tratativas muy vivas hace diez años, y aparentemente muertas en la actualidad), no puede limitarse a una genérica aunque ferviente y sincera invitación a la unidad, a la obediencia y al retorno, sino que conlleva la capacidad de la Santa Sede, del Papa, de la Curia Romana, y en especial de sus organismos docentes, para convencerlos de que con el Concilio Vaticano II la Iglesia no ha abandonado el camino de la verdad, no ha caído en la herejía, no ha traicionado la Tradición, sino que por el contrario ha confirmado el dogma y la Tradición y de hecho los ha ilustrado mejor y los ha explicitado en un lenguaje moderno, asumiendo cuanto de válido existe en el pensamiento moderno y al mismo tiempo condenando sus errores, y yendo al encuentro de las necesidades de nuestro tiempo, precisamente en vista de la expansión del cristianismo en el mundo y de las nuevas situaciones que se atraviesan.
----------Es necesario convencer a la Fraternidad de algo que la Fraternidad debería saber por Catecismo: que el custodio supremo de la Tradición no es la FSSPX, sino el Sumo Pontífice en su enseñanza como pastor universal de la Iglesia y a través de las enseñanzas de los Concilios, incluido el Concilio Vaticano II. A Pedro y solo a Pedro Nuestro Señor Jesucristo le ha confiado la custodia y la interpretación definitiva del dato revelado, cuyas fuentes son la Tradición y la Escritura. Esta debería ser convicción elemental de fe de todo buen católico, por lo que la pretensión de pillar a Roma en este punto no tiene sentido o simplemente significa que no hemos entendido lo que Roma nos enseña.
----------No debería por lo tanto ser Roma la que debe corregirse, sino que este deber, que debe cumplirse con humildad y confianza, corresponde solo a los seguidores de Mons. Lefebvre, quienes deben convencerse que las doctrinas del Concilio Vaticano II -por más que quizás así pueda parecer aquí y allá- en realidad no rompen con la Tradición sino que están en continuidad con la Fe de siempre, y de hecho, como he dicho, son una explicación y una explicitación de la Tradición, tanto que estarían fuera de la verdad católica precisamente aquellos que se opusiesen a esas doctrinas.
----------Desafortunadamente, todo esto quiere decir que en la cuestión lefebvriana no está en juego tanto el cisma, como a menudo se cree, sino que la cuestión es aún más grave y radical: estos hermanos han caído en la herejía desde el momento en que acusan a las doctrinas del Concilio de ser heréticas. Es cierto que el Concilio no define nuevos dogmas y es verdad que herético es solo quien se opone a un dogma definido. Pero herejía puede ser también acusar de herejía las doctrinas de un Concilio, las cuales, aún cuando no estén definidas, sin embargo tratan materia de fe en cuanto desarrollan datos de la Revelación precedentemente definidos por la Iglesia o contenidos en la Tradición.
----------Por cierto, a diferencia de lo que ocurre hoy durante el pontificado del papa Francisco, hay que reconocer que una década atrás, tanto el papa Benedicto XVI como el obispo Williamson (y en esto ellos estaban ciertamente de acuerdo) planteaban la cuestión con claridad y franqueza en su impresionante radicalidad: la cuestión es sustancialmente doctrinal, está en juego la Verdad de la Fe. ¿Quién está de hecho equivocado en la fe? ¿La Iglesia del Concilio Vaticano II o la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? ¿Es esta la que tiene que corregir a Roma o le corresponde a Roma corregir a los lefebvrianos? ¿Quién es el supremo custodio e intérprete de la Tradición? Roma o Mons. Lefebvre? La respuesta es tan simple que podría darla cualquier niño de Catecismo, salvo que su Catecismo haya sido sustituido por ideología.
----------A una década de aquel intercambio epistolar que he querido recordar en esta nota, la distancia, la grieta existente, entre la Iglesia Católica y la Fraternidad lefebvriana es aún mayor, y la situación se ha agravado por el hecho de que su errónea tesis acerca del Concilio Vaticano II ha sido asumida por muchos filo-lefebvrianos que, sin llegar a confesarse lefebvristas, se agazapan tras títulos académicos, blogs y páginas webs, acercándose cada vez más a las mismas posiciones heréticas y cripto-heréticas en las que desde hace cincuenta años se mantienen los discípulos de Marcel Lefebvre.
----------La situación es de grave peligro en el seno de la Iglesia. ¿Como remediarlo? ¿Retornando a la situación doctrinal anterior al Concilio Vaticano II, como si hubiéramos salido del camino correcto? ¿Cancelando como herejías los progresos doctrinales del Concilio infectados con el modernismo (de iluminismo, liberalismo, antropocentrismo, secularismo, indiferentismo, etc., etc.)? ¿O no más bien interpretando correctamente y con buenos teólogos las doctrinas del Concilio en fidelidad a las indicaciones de Roma? ¿No será este el camino hacia la salvación de la Iglesia y del mundo de hoy?
----------Me viene ahora a la memoria, el llamamiento hecho a la FSSPX por mons. Nicola Bux, eminente liturgista y docente, dirigido al obispo Bernard Fellay, por entonces superior general de la hermandad. Recuerdo que fue aquél un llamamiento noble y sincero a la reflexión, en nombre de la concordia, la obediencia y la paz, para que cese la separación de Roma y la hermandad fundada por mons. Lefebvre hace unos cincuenta años, volviera a la plena comunión con la Iglesia católica.
----------Recuerdo también que no se hizo esperar una respuesta en nombre de la Fraternidad en la persona del obispo Richard Williamson. En ella, con tono amable y también con expresiones de estima hacia el papa Benedicto XVI, el obispo lefebvriano reafirmaba sin embargo la imposibilidad por parte de la FSSPX de restablecer relaciones regulares con Roma, porque una vez más se insistía en la tesis según la cual las doctrinas del Concilio Vaticano II estarían en contraste con las verdades de Fe. La Fraternidad, según la respuesta de Williamson, intentaría conservar la recta fe, corrompida por las "tinieblas" del Concilio. De ahí la negativa a reconciliarse con Roma, que es -según piensa la FSSPX- la que en cambio se habría desviado de la verdad a raíz de las innovaciones conciliares.
----------En su intervención, el obispo lefebvriano no hacía sino recordarles a todos y al mismo mons. Bux que la cuestión de fondo en las desavenencias de la FSSPX con Roma no es de carácter disciplinario, moral, canónico o pastoral, ni es la famosa cuestión de la Misa Tridentina, que por entonces ya había sido liberada, como se sabe, por el propio papa Benedicto XVI, con el motu proprio Summorum Pontificum.
----------La cuestión de fondo es de carácter doctrinal, como a su tiempo el mismo papa Ratzinger declaró, advirtiendo a la Fraternidad que si quería estar en plena comunión con la Iglesia, tendría que aceptar las doctrinas del Concilio, evidentemente las doctrinas nuevas, es decir, los desarrollos de la doctrina tradicional y de los dogmas precedentes, ya que en lo que respecta a la presencia en el Concilio de enseñanzas dogmáticas ya definidas por el Magisterio preconciliar, los lefebvrianos no tienen ninguna dificultad en aceptarlas, dado el sentido que ellos tienen de la Tradición y de la inmutabilidad del dogma; aunque en la práctica, por sus múltiples expresiones oficiales y no oficiales, los lefebvrianos, ni siquiera tienen en cuenta esas doctrinas preconciliares presentes en el Concilio de nuestro tiempo y, de hecho, actúan como si el Vaticano II no tuviera ninguna autoridad doctrinal, de hecho no lo consideran Magisterio.
----------En su respuesta a mons. Bux, el obispo Williamson hacía una enunciación de principios sobre la cual no podemos no estar todos de acuerdo: la unidad y la concordia presuponen la común aceptación de la verdad. Obviamente, nunca podríamos aceptar la invitación para unirnos a aquellos que desearan fundamentar la unidad sobre la falsedad. El problema surge en cambio del modo como el obispo Williamson aplica este principio. De hecho, lo remite a la cuestión de la reconciliación con Roma y, suponiendo que Roma a causa del Concilio ha dejado el camino de la verdad, advierte a Roma sobre la base del mencionado principio mal aplicado, que la Fraternidad no considera unirse a Roma a menos que la Iglesia del Concilio y del postconcilio no se retracten de las doctrinas del Concilio en cuanto contrastan con las de la Tradición.
----------Para los lefebvrianos, pues, Roma ha cambiado donde no debía cambiar; no ha conservado lo que debía conservar. Según esta errónea tesis, en el Concilio Vaticano II, los supuestamente fieles a la Tradición fueron derrotados por los modernistas. Esta es sustancialmente la acusación de la Fraternidad. Por el contrario, la Fraternidad, según lo que decía Williamson en aquella carta, por una especial asistencia del Espíritu Santo, habría preservado la pureza y la integridad de la fe de siempre (recordemos el recurrente falso slogan de la "Misa de siempre" al que recurre una y otra vez la Fraternidad). Por lo tanto, siempre según Williamson, si puede tener lugar una reconciliación, ella debe fundarse sobre el hecho de que Roma recupera, a la luz de la Tradición, esa misma Tradición inmutable y divina que la Fraternidad ha conservado para salvar a la Iglesia de las tinieblas del Vaticano II y devolverla a la luz de la verdad de la Tradición. Más o menos en esos términos podemos resumir el "relato" o "tesis" fundamental de los lefebvrianos.
----------Hay que notar, por otra parte, que el apego excesivo, unilateral y abusivo, de los lefebvrianos a la Misa Tridentina depende de su incapacidad para apreciar la reforma litúrgica conciliar, viendo en ella una profanación de la liturgia (esto ciertamente se da en la interpretación rahneriana de la liturgia conciliar, interpretación neo-modernista naturalmente), y además depende de una visión anticuada de la doctrina católica, una visión absolutamente incapaz de reconocer en las doctrinas del Concilio Vaticano II una profundización y una explicitación de la doctrina católica de siempre.
----------Y vale advertir que, en sustancia, mutatis mutandis, esta actitud de los lefebvrianos es la misma actitud que asumió Lutero, aunque los lefebvrianos se declaran adversarios de Lutero en nombre del Concilio de Trento. También Lutero, considerándose iluminado por el Espíritu Santo mejor que el Papa, no hacía tanto una cuestión de comunión eclesial o de praxis cristiana o liturgia, sino más bien de la verdad del Evangelio o, como él decía, de la Palabra de Dios. Los lefebvrianos hablan de "Tradición" y de Dogma en lugar de "Escritura", pero el método y la actitud hacia Roma son iguales. Precisamente en esto que acabo de señalar, la actitud protestante y la actitud lefebvriana, son absolutamente idénticas.
----------Por consiguiente, la cuestión de fondo para nosotros los católicos y para la misma Santa Sede en sus tratativas con los lefebvrianos (tratativas muy vivas hace diez años, y aparentemente muertas en la actualidad), no puede limitarse a una genérica aunque ferviente y sincera invitación a la unidad, a la obediencia y al retorno, sino que conlleva la capacidad de la Santa Sede, del Papa, de la Curia Romana, y en especial de sus organismos docentes, para convencerlos de que con el Concilio Vaticano II la Iglesia no ha abandonado el camino de la verdad, no ha caído en la herejía, no ha traicionado la Tradición, sino que por el contrario ha confirmado el dogma y la Tradición y de hecho los ha ilustrado mejor y los ha explicitado en un lenguaje moderno, asumiendo cuanto de válido existe en el pensamiento moderno y al mismo tiempo condenando sus errores, y yendo al encuentro de las necesidades de nuestro tiempo, precisamente en vista de la expansión del cristianismo en el mundo y de las nuevas situaciones que se atraviesan.
----------Es necesario convencer a la Fraternidad de algo que la Fraternidad debería saber por Catecismo: que el custodio supremo de la Tradición no es la FSSPX, sino el Sumo Pontífice en su enseñanza como pastor universal de la Iglesia y a través de las enseñanzas de los Concilios, incluido el Concilio Vaticano II. A Pedro y solo a Pedro Nuestro Señor Jesucristo le ha confiado la custodia y la interpretación definitiva del dato revelado, cuyas fuentes son la Tradición y la Escritura. Esta debería ser convicción elemental de fe de todo buen católico, por lo que la pretensión de pillar a Roma en este punto no tiene sentido o simplemente significa que no hemos entendido lo que Roma nos enseña.
----------No debería por lo tanto ser Roma la que debe corregirse, sino que este deber, que debe cumplirse con humildad y confianza, corresponde solo a los seguidores de Mons. Lefebvre, quienes deben convencerse que las doctrinas del Concilio Vaticano II -por más que quizás así pueda parecer aquí y allá- en realidad no rompen con la Tradición sino que están en continuidad con la Fe de siempre, y de hecho, como he dicho, son una explicación y una explicitación de la Tradición, tanto que estarían fuera de la verdad católica precisamente aquellos que se opusiesen a esas doctrinas.
----------Desafortunadamente, todo esto quiere decir que en la cuestión lefebvriana no está en juego tanto el cisma, como a menudo se cree, sino que la cuestión es aún más grave y radical: estos hermanos han caído en la herejía desde el momento en que acusan a las doctrinas del Concilio de ser heréticas. Es cierto que el Concilio no define nuevos dogmas y es verdad que herético es solo quien se opone a un dogma definido. Pero herejía puede ser también acusar de herejía las doctrinas de un Concilio, las cuales, aún cuando no estén definidas, sin embargo tratan materia de fe en cuanto desarrollan datos de la Revelación precedentemente definidos por la Iglesia o contenidos en la Tradición.
----------Por cierto, a diferencia de lo que ocurre hoy durante el pontificado del papa Francisco, hay que reconocer que una década atrás, tanto el papa Benedicto XVI como el obispo Williamson (y en esto ellos estaban ciertamente de acuerdo) planteaban la cuestión con claridad y franqueza en su impresionante radicalidad: la cuestión es sustancialmente doctrinal, está en juego la Verdad de la Fe. ¿Quién está de hecho equivocado en la fe? ¿La Iglesia del Concilio Vaticano II o la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? ¿Es esta la que tiene que corregir a Roma o le corresponde a Roma corregir a los lefebvrianos? ¿Quién es el supremo custodio e intérprete de la Tradición? Roma o Mons. Lefebvre? La respuesta es tan simple que podría darla cualquier niño de Catecismo, salvo que su Catecismo haya sido sustituido por ideología.
----------A una década de aquel intercambio epistolar que he querido recordar en esta nota, la distancia, la grieta existente, entre la Iglesia Católica y la Fraternidad lefebvriana es aún mayor, y la situación se ha agravado por el hecho de que su errónea tesis acerca del Concilio Vaticano II ha sido asumida por muchos filo-lefebvrianos que, sin llegar a confesarse lefebvristas, se agazapan tras títulos académicos, blogs y páginas webs, acercándose cada vez más a las mismas posiciones heréticas y cripto-heréticas en las que desde hace cincuenta años se mantienen los discípulos de Marcel Lefebvre.
----------La situación es de grave peligro en el seno de la Iglesia. ¿Como remediarlo? ¿Retornando a la situación doctrinal anterior al Concilio Vaticano II, como si hubiéramos salido del camino correcto? ¿Cancelando como herejías los progresos doctrinales del Concilio infectados con el modernismo (de iluminismo, liberalismo, antropocentrismo, secularismo, indiferentismo, etc., etc.)? ¿O no más bien interpretando correctamente y con buenos teólogos las doctrinas del Concilio en fidelidad a las indicaciones de Roma? ¿No será este el camino hacia la salvación de la Iglesia y del mundo de hoy?
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