Hay calamidades que, como es de evidencia, y sobre todo las que están ante nuestros ojos en Argentina, son cotidianas: generalizado olvido de Dios, absoluto olvido del prójimo, anomia, extendida injusticia social, linflación desatada, carestía, hambre, desocupación, pobreza y miseria, particularmente fruto de malos gobiernos, políticos que no son más que ladrones y a veces manipuladores de las ingenuas creencias mesiánicas de argentinos a quienes ni siquiera se les ha educado en la propia responsabilidad y en la conciencia de la propia culpa, y fácilmente, desde hace décadas, terminan confiando su esperanza en falsos mesías, lo cual en el fondo es una forma de eximirse de la propia responsabilidad, ante los demás y ante Dios. [En la imagen: sólo una fotografía, tomada recientemente, de los muchos rostros con los que hoy se revela la pobreza en Argentina].
----------A veces me asalta el pensamiento, que me afecta de modo bastante angustiante, de lo escasamente eficaz que tal vez sea nuestra predicación y catequesis cristiana si se tiene en cuenta el escasísimo número de palabras que, según escalas bien fundadas, habla la población nativa Argentina. Si consideramos la población adulta, los argentinos manejan un promedio de apenas 300 palabras, y ese promedio desciende aún más bajo en el caso de la población juvenil: sólo unas 240 palabras. ¿Cómo podemos hacernos entender manejando tan pocos términos? ¿Cómo evitar la ambigüedad en el hablar, con tan reducido vocabulario? A menor extensión mayor comprensión, es decir, a menor número de palabras, cada una de ellas pretende adquirir una mayor cantidad de significados añadidos. De ahí también el surgir de la confusión, los diálogos de sordos, los malos entendidos. ¿Quién puede entender y hacerse entender en semejante Babel?
----------Hoy, que es domingo de elecciones en Argentina, quisiera que mi reflexión se centrara en el concepto de "calamidad". Pero de entrada aparece un problema: ¿qué entiende un lector argentino cuando digo "calamidad"? Ciertamente, los pocos que han ingresado alguna vez a mi celda quizás tengan la idea de que, precisamente, yo soy una calamidad. Probablemente no estén equivocados, pues, al fin de cuentas, ése es el segundo de los sentidos que da al término "calamidad" el diccionario de la Real Academia Española: "persona incapaz, inútil o molesta", vale decir, un individuo desmanado, bueno para nada o que todo lo hace o le sale mal. No me opongo: puede ser que tengan razón los que me califican de fraile "verdadera calamidad" (y para eso no les hace falta saber donde vivo, o como vivo, o conocer el desorden de mis papeles y libros).
----------Pero aquí me interesa más atender al primero de los significados de "calamidad" (del latín calamitas) según el diccionario de la RAE: "desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas". Efectivamente, la calamidad es un desastre, un daño grave causado por la naturaleza o bien por acción humana en un área geográfica, y que tiene consecuencias negativas para la vida o el sustento. También puede ser un infortunio, un acontecimiento desgraciado. Conceptos relacionados son los de mala suerte y la desgracia.
----------Por consiguiente, las calamidades admiten básicamente dos órdenes: pueden ser naturales, como los terremotos, maremotos o tsunamis, huracanes y erupciones volcánicas, inundaciones, sequías; o bien humanas, como los conflictos armados, los accidentes nucleares o los incendios en su mayoría, o los accidentes masivos, o las tiranías, la opresión, la esclavitud, los malos gobiernos generadores de injusticia, pobreza y miseria, y más muertes que cualquier guerra. Ciertamente, el aborto hoy difundido extensamente en grandes capas sociales, es una calamidad causal de muerte de personas humanas a escala inimaginable.
----------Es preciso señalar, además, que hoy está muy extendida la conciencia de que muchas de las denominadas calamidades naturales no lo son tanto, sino que constituyen fenómenos vinculados al sistema social y favorecidas por la acción humana. Sería el caso de las inundaciones derivadas de la excesiva urbanización de las cuencas fluviales, o las sequías propiciadas por la deforestación y el calentamiento global. A su vez, puede darse la relación inversa: algunas de las catástrofes humanas (como un escape radioactivo) puede ser alterado por factores naturales tales como la dirección y velocidad del viento. En definitiva, la frontera entre lo natural y lo humano en las catástrofes es difusa, y todas tienen parte de ambos componentes.
----------Sea como sea, del significado principal de "calamidad", hablamos cuando nos referimos a sucesos naturales, como el terremoto en Turquía y Siria de principios de este año, con unos 60.000 muertos y doble cantidad de heridos; pero también de "calamidad" hablamos cuando nos referimos a sucesos humanos, como por ejemplo la guerra entre Ucrania y Rusia, cuyos muertos ya se cuentan por centenares de miles. ¿Qué es lo que impide, entonces, llamar "calamidad" a lo que sucede en Argentina desde hace décadas?
----------Días atrás el nuevo arzobispo de Buenos Aires ha ofrecido una breve entrevista a un medio español, que acabo de leer. Allí mons. Jorge Ignacio García Cuerva tiene algunas expresiones muy compartibles. El arzobispo porteño habla de la "situación muy crítica que hoy está atravesando nuestro país", subrayando que "si Argentina en 1975 tenía un 4% de pobreza, y hoy más del 40%, habiendo gobernado todos, debemos pedirle perdón a nuestra gente y pedirnos perdón". E insistió sobre la necesidad de reconciliación: "Debemos sacar el perdón y la reconciliación de la esfera privada y llevarlos a una política pública en la cual, asumiendo los errores y todo lo sucedido, nos demos otra oportunidad como argentinos".
----------Se trata, ciertamente, de expresiones oportunas y bien rumbeadas, aunque lamentablemente ellas se mantienen bastante en la vaguedad, y hasta pueden generar malentendidos, como si fueran sólo los dirigentes sociales y políticos los únicos que debieran pedir perdón a "la gente", como si "la gente", no tuviera también que pedir perdón. Además, ¿se trata sólo de pedirnos perdón entre nosotros? ¿Quién debe reconciliarse con quién? ¿Y por qué reconciliarnos? Tampoco queda claro si somos nosotros plenamente capaces de darnos por nosotros mismos esa "otra oportunidad", como el arzobispo dice, y si no hubiera sido mejor esclarecer que es Dios, y no el hombre, el fundamental y verdadero dador de las "oportunidades".
----------Los lectores que habitualmente siguen este blog, saben que he venido insistiendo mucho estos años acerca del problema del mal, de las causas del sufrimiento humano (sobre todo durante la pasada pandemia del covid), acerca también de la misericordia y la justicia en Dios, por ende también acerca de las pruebas y castigos de Dios, y del modo como el fiel cristiano debe asumir y vivir la inevitable existencia del mal en el mundo en el que vivimos y en nuestra propia vida. Pero esto lo vengo haciendo desde mucho antes de comenzar a publicar este blog. El inicio de mi insistencia sobre este tema ocurrió al advertir el surgimiento del buenismo y misericordismo en cierta predicación católica, como la de muchos Obispos y sacerdotes.
----------Al lector no le sorprenderá si digo que mi insistencia en los temas mencionados me acarreó algunos problemas y contrariedades, frecuentemente no fáciles de sobrellevar. En cierta ocasión, en un curso para catequistas, explicando el motivo y la finalidad del Bautismo, había tratado de explicar que este sacramento sirve para quitar la culpa y el castigo del pecado original. Entonces, para dar un ejemplo, recordé que las catástrofes naturales, como es el caso de los terremotos o los maremotos, o las inundaciones o las sequías, las pestes y pandemias, etc., pueden ser considerados una consecuencia del pecado original y un llamado o apelación de Dios a la conversión por los pecados cometidos. También agregué que no sólo las catástrofes naturales, sino también las catástrofes propiamente humanas, o sea las nacidas del libre albedrío, como las guerras, las tiranías, las hambrunas, los malos gobiernos, la calamidad de la coexistencia en una misma nación de pocos ricos muy ricos y muchísimos pobres muy pobres, y otras calamidades semejantes, tienen su última causa en el desorden producido en el género humano a partir del pecado original.
----------En mi catequesis todo estaba encuadrado en el misterio del pecado original, a causa del cual no sólo el hombre pierde su originaria perfección, pasando de ser casi angélica criatura inmortal a criatura mortal, sino que además la naturaleza misma de todo lo creado se ve alterada por este pecado de nuestros primeros progenitores, deviniendo hostil al hombre y manifestando esta hostilidad a través de maremotos, terremotos, grandes erupciones volcánicas; o a través del cambio en las estructuras geológicas de la propia tierra, como el mar que retrocede generando zonas desérticas, o el mar que avanza y sumerge zonas habitadas y cultivables, induciendo a los supervivientes a emigrar a otros lugares, a luchar contra las carestías y el hambre. En resumen, aquellas calamidades naturales descritas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
----------Todo esto, en teología, siempre ha estado vinculado al pecado original, que ha afectado tanto al hombre como a la naturaleza, es decir, a toda la creación, alterando y por tanto corrompiendo el equilibrio perfecto creado en el origen por Dios. Y como he dicho, al pecado original se unen los pecados personales y sociales, fruto del desorden en el que nacemos pero también causados por el libre albedrío, por la mala voluntad.
----------A lo largo de los siglos, la misericordia de Dios se ha servido también de estos acontecimientos para la salvación del hombre. Por ejemplo: cuando la población europea fue diezmada por la gran peste negra de 1347, las poblaciones, en esa época, poblaciones siempre cristianas en su totalidad, interpretaron ese acontecimiento como una advertencia de Dios que llamaba a su conversión. Y si nos fijamos únicamente en el aspecto arquitectónico, por una parte vemos grandes obras inacabadas anteriores a 1374; por otra parte tenemos, en las décadas inmediatamente siguientes, la construcción de espléndidos edificios de culto que representaban la nueva dedicación del hombre a Dios a través de la fe, manifestada no sólo con las obras de arte, sino también a través de las grandes producciones filosóficas, literarias y teológicas que siguieron, o incluso a través del nacimiento de muchas nuevas formas de vida religiosa consagrada.
----------En este sentido, mis declaraciones, expresadas en aquella ocasión, fueron palabras que tenían el propósito de traer a la mente de aquellos mis ocasionales oyentes, la justicia divina, pero que, al mismo tiempo, suscitaban en el cristiano la paz en el alma, porque el creyente sabe ver en las desventuras no sólo el signo de un Dios justo, sino también misericordioso; y la prueba histórica es el hecho de que después de ciertos eventos catastróficos siempre ha habido expresiones de gran renacimiento, y nadie puede negarlo razonablemente, porque está escrito en nuestros monumentos que aún hoy son visibles.
----------Aquellas palabras, inspiradas en la más común tradición cristiana, suscitaron contra los organizadores de aquel curso para catequistas, pero en particular contra mí, una inmediata intervención indignada por parte de varios asistentes, que no dudaron no sólo en acudir a reclamar al Obispo diocesano por las que consideraban mis "escandalosas ideas", sino que hasta llegaron al punto de publicar reclamos, cartas de lector y artículos a propósito en varios diarios de la región.
----------Inmediatamente, como era de suponer, surgieron otras voces opinando sobre el tema, de otros que no habían asistido al curso, y que basaban sus comentarios "en caliente" en lo que se había escrito y publicado en los periódicos, en lugar de preocuparse por verificar cuanto yo había verdaderamente dicho en mi conferencia, y que la mayor parte de la asistencia había comprendido perfectamente en su sentido católico. Pero los agitadores sacaban mis palabras del contexto originario, que, como he dicho, había sido una catequesis sobre el pecado original, que no debía de por sí suscitar ningún escándalo.
----------Las acusaciones que se me dirigían se basaban todas ellas principalmente en principios heréticos, por lo cual eran absolutamente nulas y, de hecho, merecedoras de ser a su vez objeto de severa condena. Por supuesto, no tuve necesidad de defenderme ante el Obispo, el cual, sabiendo con qué bueyes araba, se limitó en aquella ocasión a un llamado telefónico para informarse y manifestar solidaridad.
----------Sin embargo, ello no quita que las afirmaciones heréticas, buenistas y misericordistas, en las que se fundamentaban aquellas denuncias y acusaciones que se me dirigían, estén hoy muy extentidas a nivel general, y también en el clero, con pensamientos abiertamente heréticos expresados por algunos obispos, y desgraciadamente también por algunos altos dignatarios de la Santa Sede.
----------Por ejemplo, están los que a quienes predican como yo acerca de la justicia y los castigos divinos, los acusan de partir de un "dios pre-cristiano", contrario a la misericordia. Pero al afirmar esto, los que así acusan, muestran de tal modo estar influenciados por Marción, hereje del siglo II y padre de la herejía llamada marcionita, quien sostenía que, mientras el Dios del Antiguo Testamento era un Dios malo, que castiga, el Dios de lo Nuevo Testamento, el Dios de Jesucristo, es el Dios bueno, que es sólo misericordia y no castiga.
----------A los que, como yo, además de predicar sobre todo de la misericordia divina, no olvidamos predicar, cuando llega el caso, también de la justicia de Dios, otros nos acusan de tener un "dios paganísimo", en la presuposición que el Dios que permite los terremotos o las pandemias no sea el Dios bíblico, sino el pagano. Lo cual es completamente falso, ya que la Biblia enseña clarísimamente que también los terremotos, las sequías, las guerras, las hambrunas y los malos gobiernos, junto a todas las calamidades, son advertencias de la misericordia divina. Basta con considerar el Apocalipsis o los anuncios escatológicos del Evangelio.
----------El evangelista Lucas relata palabras precisas pronunciadas por Jesús, quien responde a sus discípulos diciendo: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: Soy yo, y también: El tiempo está cerca. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin. Después les dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo" (Lc 21,8-11). Estaría a punto de decir, si se me permite la ironía, que seguramente Cristo nuestro Señor, era precisamente un "dios pre-cristiano", porque una cosa queda fuera de toda discusión posible: ¡Cristo no era cristiano! Lo que digo es un chiste, pero sólo en apariencia, porque sintetiza una obvia verdad teológica.
----------Si yo hubiera tenido frente a mí a tales fieles o tales sacerdotes y obispos que así me acusaban, les habría preguntado de qué modo, pero sobre todo qué género de respuesta ellos habrían dado, ante el drama de una criatura inocente de dos años que muere en la sala de oncología pediátrica, consumida por un cáncer incurable. Quizás ese fiel, o ese hermano sacerdote, o ese Obispo, no tengan una respuesta para esa criatura, ¡pero yo sí que la tengo!, y ciertamente no es una respuesta de Filemón de la Trinidad, sino de la fe católica. Pues bien, supuesto en primer lugar que esa criatura inocente ciertamente no es culpable del cáncer que le está consumiendo, ya que en los planes de Dios, nosotros, no hemos sido creados para ser atacados por el cáncer y finalmente por la muerte, mi respuesta de fe, y en consecuencia mi respuesta teológica, es que el cáncer y la muerte son consecuencias del pecado original que ha corrompido la naturaleza y que ha marcado a la humanidad descendiente una naturaleza imperfecta, corrupta y mortal.
----------Pero si se quiere, podría ser todavía peor. Si alguien hubiera preguntado a esos laicos, sacerdotes y obispos buenistas y misericordistas: ¿Por qué Dios permite que una creatura inocente muera de un cáncer con sólo dos años de edad, mientras que muchos criminales y malhechores, que pasan los días de su vida haciendo los peores males al prójimo y complaciéndose del mal que hacen, llegan a vivir hasta los noventa años y finalmente mueren sin haber estado jamás enfermos ni haber padecido ningún tipo de dolencia? Nosotros, los hombres de fe, siempre hemos tenido la respuesta a estas preguntas, porque todo tiene su respuesta y su razón dentro de ese misterio que es el pecado original.
----------A través de un hermano sacerdote me enteré que otro, en reunión del clero, me había acusado de decir "idioteces" y "tonterías", de "tomar el nombre de Dios en vano" y de tener un "concepto pueril de Dios". Todas estas acusaciones, disparatadas, necias y ofensivas, que en aquella ocasión se me dirigieron, sentí sinceramente que debía rechazarlas todas a sus diversos remitentes, como lo hice inmediatamente, mientras que por toda respuesta mis acusadores intensificaron la dosis diciendo: "¡Y aquí lo tenemos, se niega incluso a presentar sus disculpas!". Sinceramente, me pregunté antes y me lo sigo preguntando hoy: ¿cómo puede, un teólogo, disculparse por expresar la doctrina católica?
----------No faltó algún otro que me acusó de haber ofendido la misericordia de la Santísima Virgen María, ya que, al afirmar que Dios castiga, según él implícitamente había concebido a María Santísima como mujer cruel, asociada a un Dios cruel. Curiosamente el hermano sacerdote que así me acusaba, no hacía mucho tiempo antes había sostenido una valiente línea pastoral, en la cual mostraba con razón a María en lucha contra el Dragón. Pero he aquí que ahora pegaba un viraje, y de repente surgía una Virgen blanda y pacifista, con un new look, aggiornada al más vulgar y peligroso misericordismo y buenismo.
----------Pero, convencidos como debemos estar de la fe de la Iglesia, a todos estos acusadores no les será suficiente con seguir propalando sus herejías buenistas y misericordistas, sino que más bien deberían entender que contra ciertos voraces enemigos insaciables que hoy nos rodean por todos lados y que desde hace tiempo han penetrado en lo interno de nuestra patria, no se debe ceder, sino que se debe combatir, pero no con una Virgen pacifista y cobarde, sino con Aquella que ha vencido a Satanás y a todas las herejías.
----------Sepan disculparme los lectores si esta vez he destacado un incidente que personalmente he vivido. Dejando ahora atrás lo ocurrido, se imponen algunas reflexiones, sobre todo a la luz de las muestras de solidaridad que en aquella ocasión recibí no sólo de parte de mi Obispo, sino de la mayoría de mis hermanos del clero diocesano, y de gran cantidad de laicos, asistentes o no asistentes a aquel curso.
----------En fin, sobre lo ocurrido en aquella ocasión, diría tres cosas. Primera, una presencia evidente del Espíritu Santo en el pueblo de Dios más que en los pastores. Segunda, una crisis generalizada de fe entre los pastores. Tercera, estos buenos laicos defensores de la fe ciertamente han tenido a sus espaldas buenos sacerdotes y buenos obispos, los cuales sin embargo permanecen en las sombras y no se exponen. Y esto no es bueno. Estamos en guerra y es necesario combatir. Tenemos las armas para vencer, tenemos que salir al descubierto y combatir valerosamente. No es digno hacernos los francotiradores. El enemigo buenista y misericordista debe bajar la cresta. Pero para que esto suceda, necesitamos mostrar nuestra fuerza. Si nos mostramos tímidos y condescendientes, el enemigo se aprovecha de ello.
----------Es necesario que los sacerdotes y los obispos que respaldan a los laicos salgan al descubierto con valentía. No deben ya decir a los laicos: "Ve tú adelante, porque sabes... ¡yo no puedo comprometerme! Pero te protegeré desde las sombras". No. Obispos y sacerdotes deben salir al campo para animar a los combatientes. El pastor debe estar a la cabeza del rebaño. También porque tenemos que contarnos, saber cuántos somos y quiénes somos, tenemos que saber los unos de los otros. Si estamos escondidos, los unos no saben de los otros; esto disminuye la fuerza, y nos impide organizarnos y emprender una acción común.
----------En particular, es necesario liberar al Papa de la multitud de cortesanos que lo rodean, que se hacen pasar por servidores de la Iglesia y en cambio la destruyen, que se auto-designan colaboradores del Papa y en cambio lo adulan, lo engañan y lo circundan, y probablemente incluso lo amenazan. Ellos le hacen aparecer enemigos a sus verdaderos fieles, mientras que ellos fingen ser fieles y en realidad son sus enemigos.
----------En esta situación confusa, es necesario más que nunca contar con el Papa en la lucha contra el modernismo, aunque él a veces parezca abrazar sus apariencias. En cambio, más que nunca, es necesario distinguir en el Papa al que nos guía hacia la victoria, de sus defectos humanos, que no debemos tener en cuenta, si él no logra corregirlos, porque esto podría hacernos perder de vista la función del Papa como guía.
----------Por lo tanto, no sólo el contenido de cuanto dije, sino también la oportunidad de haberlo dicho, como antes señalé, contrariamente a lo que a algunos les pareció, pretendía ser motivo de cristiano consuelo, precisamente para las pobres víctimas de las calamidades humanas, calamidades que, como es de evidencia, y sobre todo las que están ante nuestros ojos en Argentina, son cotidianas: la inflación desatada, la carestía, el hambre, la desocupación, la pobreza y miseria, particularmente fruto de los malos gobiernos, de políticos que no son más que ladrones y a veces manipuladores de las ingenuas creencias mesiánicas de argentinos a quienes ni siquiera se les ha educado en la propia responsabilidad y en la conciencia de la propia culpa, y fácilmente, desde hace décadas, terminan confiando su esperanza en falsos mesías, lo cual en el fondo es una forma de eximirse de la propia responsabilidad, ante los demás y ante Dios.
----------De lo que me doy cuenta, hoy más que nunca, es de lo difícil que es para muchos recibir y entender el lenguaje y el vocabulario cristiano, a veces para los propios eclesiásticos. Por lo tanto, al hablar de determinados temas, no debemos nunca dar nada por descontado, ni siquiera permitirnos explicaciones que podrían parecer obvias, movidos en este sentido por la conciencia de que entre los oyentes, no sólo pueden estar aquellos que no están dispuestos a escuchar, sino también sujetos que de forma completamente intencionada, me atrevería a decir diabólica, a menudo malinterpretan deliberadamente, para luego sembrar discordia.
----------Todo esto demuestra cómo, si por una parte estamos viviendo una muy extendida crisis de fe, sin embargo el Espíritu Santo nunca deja de hacerse sentir incluso en los momentos más oscuros para que soportemos el sufrimiento, alimentemos la esperanza y seamos fuertes en el realizar el bien.
----------Entonces, para terminar, volvamos ahora a la pregunta del título de estos pensamientos: ¿qué tiene que ver Dios con las calamidades argentinas? Nada y todo. Dios no tiene nada que ver en aquellos males que somos o debemos ser conscientes de que han surgido del mal que existe en mi corazón, en nuestro corazón, en el corazón de los argentinos. ¿O acaso somos todos buenos? Pero en cierto aspecto también en las calamidades argentinas Dios tiene todo que ver, porque nada sucede sin que Él lo permita, y por eso debemos ver en las calamidades de Argentina (y no puedo dejar de decirlo), el castigo de Dios por los males que personal y socialmente hemos cometido y seguimos cometiendo, y a la vez la prueba divina que nos invita, como dice el arzobispo porteño, a reconciliarnos. Eso sí, reconociendo que ante todo debemos reconciliarnos con Dios, para entonces sí poder reconciliarnos entre nosotros.
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