Los problemas teológicos que durante muchos siglos había planteado la antigua doctrina acerca del limbo (que hasta este momento había sido considerada una opinión legítima entre los teólogos) han obtenido ahora definitiva respuesta y solución. A partir de la clarificación dogmática realizada recientemente por el Romano Pontífice, podemos estar seguros de que todas las víctimas del aborto están en el paraíso del cielo e interceden por nosotros según el dogma de la comunión de los santos. [En la imagen: fragmento de "Jesucristo en el limbo", óleo sobre madera, de principios del siglo XVI, obra de Hieronymus Bosch, conservado y expuesto en la colección del Philadelphia Museum of Art, Philadelphia, Pennsylvania, USA].
Una cuestión que se había debatido durante siglos
----------A mediados de la primera década de este siglo hubo una acalorada discusión entre los teólogos sobre si el limbo era o no un dato de fe. En realidad, el debate acerca de la existencia o no del limbo y, por ende, del valor dogmático de una doctrina cuya enseñanza fue permitida en las escuelas católicas, era una discusión que había perdurado por siglos. De hecho, el limbo estuvo presente en el Catecismo de san Pío X, publicado en 1905. Pero el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por san Juan Pablo II en 1992, en su n.1261, expresa la esperanza de que los niños que mueren sin ser bautizados pueden ser salvados.
----------Ahora bien, es evidente que, aunque una esperanza personal nuestra puede verse decepcionada, la esperanza de la Iglesia no puede dejar de realizarse. Mientras tanto, se ha esclarecido que la doctrina del limbo no ha sido nunca definida como dogma de fe, sino que ha sido una doctrina que la Iglesia siempre ha aceptado en las escuelas teológicas como opinión legítima. Sin embargo, en 2007 la Comisión Teológica Internacional tomó postura en esta cuestión, mostrándose favorable a la superación de la doctrina del limbo.
----------Un hecho decisivo respecto a la solución definitiva de esta cuestión, y que demuestra claramente la toma de posición adoptada por el papa Francisco, ha sido la reciente beatificación de un niño en el seno de su madre, "el séptimo hijo", de una familia polaca asesinada por los nazis en 1944, beatificación canónica de septiembre de 2023 a la que me referiré en la tercera parte de esta serie de artículos.
----------Ahora bien, debemos tener presente que cuando la Iglesia proclama beata a una persona, el magisterio eclesial nos está indicando con seguridad que el ejemplo de tal determinada persona es un camino seguro de salvación, que podemos imitar, pero, como sabemos, es claro que un ejemplo de vida supone la práctica de la verdad cristiana. Por esto, la Iglesia, declarando mártir a aquel niño en el seno de su madre, implícitamente nos enseña la verdad acerca del camino de salvación que el Señor ha hecho seguir a ese niño.
----------Todo esto supone en la Iglesia el poder del magisterio infalible, capaz de enseñarnos la verdad acerca del camino de la salvación. Ahora bien, ¿qué nos enseña la Iglesia con esta beatificación? Que este niño se ha ido al paraíso del cielo. De esto deducimos con seguridad y certeza que ahora, en base a la enseñanza misma de la Iglesia, la cuestión largamente debatida de si la existencia del limbo es o no es de fe, ha sido resuelta por el papa Francisco con la beatificación de ese niño polaco no nacido.
----------Los problemas teológicos que durante muchos siglos había planteado la antigua doctrina del limbo (que hasta ahora había sido una opinión legítima entre teólogos) han obtenido definitiva respuesta. A partir de esta clarificación dogmática del Romano Pontífice, podemos estar seguros de que todas las víctimas del aborto están en el paraíso del cielo e interceden por nosotros según el dogma de la comunión de los santos.
----------En esta serie de tres publicaciones, propongo al lector un repaso de los hechos más importantes de estas tres últimas décadas (desde 1992 a 2023) que han jalonado el debate entre los teólogos y la enseñanza de la Iglesia acerca de la cuestión del destino final de los niños que mueren sin el bautismo. A continuación, planteo el estado de esta cuestión tal como estaba antes de la clarificación dogmática del Santo Padre.
La enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica
----------El documento de la Comisión Teológica Internacional "La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo", del 19 de enero de 2007, que retoma la esperanza expresada por el propio Catecismo de la Iglesia Católica (n.1261), fue ciertamente aprobado y elogiado por el benemérito papa Benedicto XVI, pero indudablemente no constituye un documento auténtico del magisterio de la Iglesia, y por tanto no es vinculante desde el punto de vista de la fe católica: es simplemente una opinión teológica, por muy autorizada que sea, considerando el organismo pontificio del cual proviene y la aprobación recibida del Romano Pontífice, en ese momento el papa Benedicto. Sin embargo, esa aprobación pontificia no debe ser entendida como confirmación apostólica de infalibilidad, sino simplemente como un elogio a los teólogos, los cuales, como teólogos y dentro de los límites falibles de la teología, han hecho un buen trabajo.
----------Sin embargo, considerando la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica acerca del destino de los niños muertos sin bautismo, es comprensible que fuera ganando terreno entre los teólogos y el pueblo de Dios la suposición o la convicción de que también los niños que mueren sin bautismo se salven, es decir, vayan al paraíso del cielo a gozar de la visión beatífica del misterio trinitario.
----------En lo que a mí respecta, ya desde antes de la actual autorizada expresión magisterial del Romano Pontífice del pasado mes de septiembre, yo venía compartiendo esta misma visión, pero también siempre he respetado la tradicional opinión contraria, sostenida todavía hasta ahora por teólogos que entendían hasta ahora ser fieles al magisterio y, de hecho, es precisamente en nombre de esta voluntad de fidelidad católica que ellos sostenían la existencia del limbo, precisamente en la convicción de que ella fuera o pudiera ser algún día enseñada por el magisterio infalible de la Iglesia, aunque no se tratara de un dogma definido.
----------Esta era la tesis, por ejemplo, del teólogo agustino padre Brian W. Harrison, en un docto artículo titulado Deceased infants reach the Beatific Vision?, y publicado en 2006, un año antes del documento de la CTI (en Divinitas 3, pp.324-340), en el cual cita pronunciamientos de santos, de teólogos y del magisterio, comentados con serias argumentaciones. Ahora bien, para sostener mi punto de vista, intentaré refutar las argumentaciones de Harrison, utilizando sobre todo las razones del documento del Comisión Teológica Internacional, al cual sin embargo, no ahorraré algunas críticas. Al lector le corresponderá el juzgar.
----------En primer lugar, comienzo admitiendo que, ciertamente, el Catecismo de la Iglesia Católica no dice explícitamente que los niños que mueren sin ser bautizados vayan al cielo, sino que afirma que "la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia de Dios, como hace en el rito de las exequias por ellos" (n.1261) y exhorta a esperar o "confiar que haya un camino de salvación para los niños que murieron sin bautismo" (ibid.). De hecho, en el rito de los funerales encontramos precisamente la siguiente plegaria: "Oh Dios, fuente de todo consuelo, que ves los secretos de los corazones, tú conoces la fe de los padres del pequeño N.: dales la íntima conciencia de que el hijo que les ha dejado ha sido confiado a tu amor misericordioso".
----------Y de modo claramente similar se expresaba el papa san Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae del 25 de marzo de 1995, hablando a las mujeres que han abortado: "podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia" (n.99).
----------Ahora bien, es evidente que la salvación consiste en la visión beatífica. En cuanto a la misericordia, ella efectivamente podría encontrarse en alguna medida también en la concepción tomista del limbo, que prevé para los niños muertos sin ser bautizados un estado de perfecta felicidad natural, y por tanto, sin la poena sensus (el fuego eterno), sino sólo con la poena damni (la ausencia de la visión beatífica). Estas criaturas serían felices en sentido puramente humano; carecerían de la filiación divina y no sabrían de qué están privados.
----------¿No es esto también misericordia? Ciertamente. Se puede decir con el Aquinate que la misericordia divina llega al mismo infierno donde también existe la poena sensus, ya que los condenados no son castigados tanto como merecerían. Justicia y misericordia son distintas, pero Dios también puede mezclarlas, así como lo dulce y lo amargo son distintos y opuestos, pero también pueden mezclarse en varias dosis.
¿Se equivoca el Catecismo de la Iglesia Católica?
----------Ahora bien, conviene aclarar algo para aquellos que hasta ahora apoyaban la opinión de la existencia del limbo sin mayores conocimientos teológicos, lo cual solía ocurrir en ámbitos más bien tradicionalistas, con fieles que aceptaban la existencia del limbo simplemente por el mero hecho de que esta doctrina parecía ser enseñada por el Catecismo de 1905, de san Pío X. ¡Pero el limbo no es nada trivial!
----------El limbo no era una broma. El limbo era ¡el limbus inferni! El borde, el margen, la orilla ("lembo" en italiano) superior del infierno, algo así como en un pozo profundo, está el borde, cercano a la luz, y está el fondo, inmerso en espesas tinieblas. Pero seguía siendo siempre infierno, ya que es cierto de fe que la alternativa eterna no puede ser sino doble: o infierno o paraíso. No existen estados intermedios, aunque se pueden concebir diferentes grados de pena para el infierno, así como diferentes grados de bienaventuranza en el paraíso del cielo. Por lo tanto, algunos habían considerado como suavísima o levísima la pena del limbo, otros, como el Aquinate, habían planteado la hipótesis de la ausencia de toda pena y una pura felicidad natural.
----------Sin embargo, si el concepto de misericordia deja una puerta abierta al limbo, el concepto de salvación parece decidida y definitivamente cerrarla. La idea, por tanto, de que esos niños se salven, indudablemente contrasta con esa idea de aquellos teólogos que, por el contrario, consideraban que la doctrina del limbo fuera objeto del magisterio infalible de la Iglesia, como era el caso de Harrison, como he dicho.
----------Sin embargo, Harrison acusa al Catecismo de la Iglesia Católica de "equivocarse" en el punto en el cual (n.1261) parece enseñar que también los niños que mueren sin bautismo van al paraíso del cielo. Ahora bien, debo decir francamente que a un católico no le está permitido hacer una afirmación semejante a un Catecismo oficial y universal de la Iglesia cuando trata, como en este caso, de un tema que toca a la divina revelación, en este caso específico a la cuestión de la salvación.
----------Lo único que le estaba permitido al teólogo (antes del 10 de septiembre de 2023), si él estaba precisamente convencido de que la existencia del limbo era enseñada por el magisterio infalible, hubiera sido interpretar esa declaración del Catecismo a su favor, si es que lo conseguía. Harrison de algún modo lo intentó en su ensayo del 2006, diciendo que la "esperanza" que el Catecismo expresa en la salvación de estos niños debe ser entendida como limitada sólo a algunos casos. Pero a mi modo de ver se trata de una interpretación forzada, porque en realidad, en el texto del Catecismo no aparece ninguna restricción.
----------El método correcto a seguir para encontrar la verdad no está en decir que el Catecismo de la Iglesia Católica se equivoca, sino en interpretar los pronunciamientos precedentes del magisterio que puedan dar la apariencia de enseñar la existencia del limbo, de manera de hacerlos conformes a cuanto enseña el Catecismo, ya que está claro para todo católico que el magisterio infalible de la Iglesia ya no sería infalible si debiera desmentirse o negarse o traicionarse a sí mismo. Por lo demás, lo que dice el Catecismo parece claro, mientras que las enseñanzas del magisterio del pasado pueden ser interpretadas de tal modo que no se vea en ellas un apoyo incondicional a la tesis del limbo.
----------Y de hecho, no es difícil interpretar aquellos pronunciamientos precedentes de manera de no ponerlos en contradicción con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, mientras la enseñanza del Catecismo parece clara, como he dicho, la empresa de Harrison, como intentaré mostrar enseguida, de querer mostrar que en la enseñanza del magisterio existían los presupuestos para una definición dogmática en sostenimiento del limbo, parece estar condenada al fracaso.
Un error en el documento de la Comisión Teológica Internacional
----------Prestemos de nuevo atención ahora al documento de la Comisión Teológica Internacional "La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo", del 19 de enero de 2007, un texto elaborado por una más reducida Sub-comisión del organismo pontificio, con doce miembros, entre los cuales figuraron el jesuita Luis Ladaria (luego cardenal y prefecto del Dicasterio de la Fe, hasta fecha reciente), mons. Guido Pozzo, y el destacado teólogo argentino mons. Ricardo Ferrara [1930-2022].
----------Debo decir que en el propio documento de la Comisión Teológica Internacional, parece encontrarse un error acerca de la cuestión de la salvación, cuando se sostiene, a la manera de Rahner y Von Balthasar, que la Iglesia "espera la salvación de todos". Esto es falso y no aparece por ninguna parte en los documentos del magisterio, mientras que, si se pretendiera derivar una tesis similar de la misma Sagrada Escritura, se cometería un error de interpretación. Afortunadamente, el documento se corrige a sí mismo, al citar un canon del Concilio de Quierzy del año 853, en el que se dice que "no todos se salvan".
----------Es verdad que se trata de un concilio local; pero también en esto, en cuanto entiende pronunciarse sobre datos de la revelación y por tanto en nombre de toda la Iglesia y a favor de toda la Iglesia, su doctrina no puede no ser infalible, suponiendo obviamente la aprobación del Papa, que en ese caso no ha faltado. Pero aquí, el papa León IV, en 853, no aprueba como ha aprobado el documento de la Comisión Teológica Internacional en 2007 el papa Benedicto XVI, sino que León IV lo hace precisamente como supremo maestro de la fe, aprobando a sus hermanos obispos, que son a su vez maestros de la fe.
----------En efecto, según la doctrina católica, el objeto de la esperanza teologal es sólo la propia y personal salvación. Diferente es la perspectiva de orar por todos: ciertamente la Iglesia ora por todos; pero orar por la salvación de todos no es en absoluto lo mismo que esperar que todos se salven. En efecto, el magisterio de la Iglesia, como se ha dicho, sostiene en cambio que en el infierno existen los condenados, aunque no sabemos cuántos ni quiénes. Jesús mismo señala un "mundo" por el cual él no ora (Jn 17,9) y Juan habla de un pecador por el cual no se debe orar (1 Jn 5,16), manteniendo a salvo, por supuesto, la posible intervención de la divina misericordia. Para sostener que también los niños muertos sin bautismo van al cielo no hay necesidad de basarse en el falso buenismo de Rahner y Von Balthasar.
----------San Pablo sostiene que "la esperanza no defrauda": si verdaderamente la Iglesia esperara la salvación de todos, ella se desmentiría a sí misma, porque es la misma Iglesia la que enseña que no todos se salvan. Una esperanza que defrauda no es la esperanza teologal, sino una esperanza meramente humana y falible. Podemos y debemos trabajar por la salvación de todos, podemos orar por todos porque no sabemos quién se salvará y quién no se salvará. Pero sabemos desde el principio que no todos se salvarán; y en tal sentido no se puede y no se debe esperar que todos se salven. Más bien, se debe esperar que, junto con la misericordia divina, sea actuada su justicia. Ésta es la verdadera enseñanza de la Escritura, de la Tradición y del Magisterio.
----------Es necesario, por tanto, distinguir un doble concepto de "esperanza": la esperanza como virtud teologal, la cual, como he dicho, tiene un objeto muy preciso: la propia salvación, sabiendo que no todos se salvan; y la esperanza entendida en un sentido lato, como apertura de ánimo, interés, atención, anhelo, mirada amplia y generosa: en este sentido quizás se puede hablar de "esperanza para todos". Pero el caso es que el documento de la Comisión Teológica Internacional de 2007, parece jugar un poco sobre el equívoco al inclinar con insistencia el concepto dogmático de esperanza teologal a este segundo sentido más metafórico y ampliado; y esto daña el rigor de la argumentación, dando espacio a la tesis contraria, que cuenta con teólogos que saben bien qué es la esperanza teologal y que no todos se salvan.
El argumento fundamental contra el limbo
----------En cambio, el argumento fundamental (verdad de fe certísima) sobre el cual basarse y desde el cual partir para sostener nuestra tesis (razón que por otra parte está claramente presente en el documento del Comisión Teológica Internacional) es que Dios ofrece a todos la posibilidad efectiva de ser salvados, aunque luego de hecho no todos se salvan. Pero no se salvan no por una culpa personal, sino por la simple culpa del pecado original. Esto parecería insinuar el Concilio de Florencia, pero debemos considerar que nos dice lo que sucedería de por sí, si la gracia de Cristo no viniera en nuestro auxilio. ¿Pero qué es lo que, en efecto, impide a la gracia llegar inmediatamente después de la concepción y anular la culpa del pecado original? Sin embargo, alguien podría decir: ¿pero estamos seguros de que esta gracia llega? Respuesta: ¿cómo entonces (según cuanto dice la fe) todos deberían tener la posibilidad concreta de salvarse? ¿Y acaso es que Dios no tiene el poder para cumplir esta obra de misericordia, siempre, se entiende, vinculada a la pasión de Cristo?
----------En cuanto al argumento sostenido por el documento de la Comisión Teológica Internacional de la atención y del respeto que Jesús reserva hacia los niños, ello está fuera de toda duda, pero debería quedar claro que Jesús no se refiere a los recién nacidos, a los fetos o a los embriones, sino a los niños que ya hacen uso de la razón, en línea con el concepto veterotestamentario de los "pequeños", de los "simples" o de los "pobres" (anauím), los cuales ciertamente pueden ser sujetos desde tierna edad, pero la Biblia se refiere sobre todo a los humildes, a aquellos que se sienten "pequeños" delante de Dios, los "temerosos de Dios" (jasidím).
----------En cambio, en cuanto a la tesis de santo Tomás de Aquino, del limbo como estado de felicidad natural, no carece de su belleza propia y es ciertamente el signo del buen corazón del Doctor Angélico, que no sentía complacencia en ubicar sic et simpliciter en el infierno a tantos pequeños culpables sólo de ser hijos de Adán. Pero digámoslo honestamente: tal teoría no tiene apoyo en las palabras de Cristo, quien prospecta sólo dos posibilidades: o un terrible castigo eterno o una celestial bienaventuranza eterna. La perspectiva de una simple felicidad natural no parece combinarse con ninguna de esas dos radicales alternativas: parece estar un poco aquí y un poco allá: pero ¿cómo podría ser admitido eso?
----------Según la divina Revelación, el fin último del hombre es un fin sobrenatural. Ciertamente también existe un fin natural, pero, siempre según la Revelación, no parece que este fin natural sea el fin de ningún hombre, porque, aunque de por sí Dios, si hubiera querido, habría podido ordenar al hombre a un fin último simplemente natural (Dios contemplado, amado y disfrutado con las solas fuerzas de la naturaleza), de hecho Dios ha querido ordenar al hombre a un fin último sobrenatural: el Dios Trinitario. Por esto, si el hombre pierde esto, no se ve cómo pueda conservar aquello. En el plan efectivo de la salvación, felicidad natural y felicidad sobrenatural están indisolublemente conjugadas: o están juntas (el cielo) o ambas faltan (el infierno).
----------Según la enseñanza explícita del Evangelio, quien pierde la bienaventuranza, está sometido a una pena eterna. No parece haber otra posibilidad. Según las palabras de Cristo, es difícil concebir un infierno animado por una felicidad natural. La descripción que Cristo hace del infierno no es exactamente ésta. Ahora bien, el limbo debería precisamente formar parte del infierno, aunque no sea su abismo más profundo y terrible. Como lo he dicho antes: opinar que el limbo existe, como era legítimo opinar en la Iglesia hasta recientemente, ¡no era en absoluto algo que pudiera ser tomado a la chacota!
Querido padre Filemón: ¡hermosa publicaciómn!, y me quedo esperando las dos siguientes.
ResponderEliminarPero antes dejo una preguntita, pues no entendí bien el sentido de que usted haya citado la oración en el rito de un niño muerto sin bautismo:
"Oh Dios, fuente de todo consuelo, que ves los secretos de los corazones, tú conoces la fe de los padres del pequeño N.: dales la íntima conciencia de que el hijo que les ha dejado ha sido confiado a tu amor misericordioso".
Estimada Herminia,
Eliminarel sentido de esa oración de exequias es muy simple.
Si en el funeral de un niño muerto sin bautismo no se reza por el difunto, ¿eso significa que está en el limbo? No. Eso significa que, estando ya salvo, no hay necesidad de rezar por él.
Estimado padre Filemón: Supongo que por el término "error" en el documento de la Comisión Teológica Internacional usted se refiere a lo que dice el segundo párrafo de ese texto.
ResponderEliminarPero allí no se dice que la Iglesia "espera la salvación de todos", sino que dice que: "el principio según el cual Dios quiere la salvación de todos los seres humanos permite esperar que haya una vía de salvación para los niños muertos sin bautismo".
Se trata, sí, de la voluntad de Dios, pero presupone el libre albedrío humano.
No creo que haya ningún error en el texto de esa declaración. Pero, por favor, indíqueme en qué me estoy equivocando.
Gracias.
Estimado Joaquín,
Eliminarsé muy bien que la Iglesia no espera la salvación de todos. Esta es una tesis herética de Von Balthasar.
En efecto, el objeto de la esperanza cristiana es la propia salvación.
Por cuanto respecta a la salvación de los demás, sobre todo si se trata de personas queridas, no está prohibido esperar que se salven. Sin embargo, como cada uno de nosotros hace su propia elección, nosotros podemos tener una certeza moral de salvarnos, basados en la confianza en Dios, pero no podemos saber con certeza cuál será la elección que hacen los demás, porque cada uno tiene su propia responsabilidad.
Por cuanto respecta a la voluntad divina de salvar a todos, este es un dato de la Escritura: 1 Tim 2,4. Sin embargo, no debe ser entendido en el sentido de que esta voluntad se actúe en todos, porque Dios invita a todos al banquete escatológico, pero no todos aceptan la invitación.
Por cuanto respecta a la esperanza de la Iglesia de que todos se salven, esta esperanza, en el Documento, se expresa en el n.6 con estas palabras: "la Iglesia no puede dejar de estimular la esperanza de la salvación para los niños muertos sin Bautismo por el hecho que ella ruega para que nadie se pierda, y ruega en la esperanza de que todos los hombres se salven".
Las oraciones oficiales de la Iglesia no contemplan nunca una oración para que toda la humanidad se salve. Debo reconocer con pesar, que aquí el Documento interpreta mal el pasaje de la Primera Carta a Timoteo, en donde no se habla en absoluto de una esperanza de que todos los hombres sean salvados, sino que se dice simplemente que Dios quiere que todos los hombres sean salvados.
Ahora bien, lo que se debe decir es que la Iglesia trabaja por la salvación de todos, pero ya sabe desde el inicio, por labios de su Salvador, que no todos se salvarán. Esto no nos impide trabajar por cada alma, siguiéndola con el máximo cuidado hasta el final de su vida, siempre con la esperanza de que esa alma se salve.
Pero la Iglesia ya sabe por la fe que no todos se salvan (Concilio de Trento, Denz.1529; Concilio de Quierzy del año 853, Denz.623). Por eso la Iglesia no tiene ningún fundamento para esperar la salvación de todos, porque falta el objeto de esta esperanza.
Al mismo tiempo, si Dios quiere salvar a una persona, ésta se salva infaliblemente, por obra de la gracia eficaz. Ahora bien, Dios da la gracia suficiente para salvarse a todos los hombres. Entonces, ¿por qué Dios elige sólo a algunos? ¿Por qué no todos son elegidos? Porque Dios nos deja libres para elegir, por lo cual, si no somos elegidos es porque nosotros no lo elegimos a Él, es decir, Lo rechazamos.
Por cuanto respecta a los niños antes de llegar a la edad de la razón, ellos se salvan infaliblemente, porque no rechazan la voluntad salvífica de Dios, porque Dios de modo misterioso mueve la voluntad de estos pequeños.
Este misterio de salvación es confirmado por las propias palabras del Señor en varias ocasiones, como por ejemplo cuando dice que el Reino de los Cielos está hecho para aquellos que son como niños.