lunes, 30 de octubre de 2023

El concepto del castigo divino en el cristianismo, y el concepto del castigo divino en el paganismo greco-romano (1/5)

En estos tiempos de extendido buenismo y misericordismo, abordemos en un rápido panorama, aunque no por eso menos articulado y sistemático, la tarea de comparar el concepto del castigo divino en el cristianismo y en el paganismo greco-romano. [En la imagen: fragmento de "Las tres Moiras" o "El triunfo de la Muerte, tapiz flamenco, de 1520 aprox., conservado y expuesto en el Victoria and Albert Museum, Londres. Las tres Moiras, Clotho, Lachesis y Atropos, que hilan, estiran y cortan el hilo de la Vida, representan la Muerte en este tapiz, mientras triunfan sobre el cuerpo caído de la Castidad (que no aparece en este fragmento)].

El pecado y el castigo en el ámbito de las religiones
   
----------Respecto al pecado y al castigo, todas las religiones reconocen en la divinidad el atributo de la justicia, que le confiere el derecho y el deber de castigar infaliblemente el delito y premiar la virtud. Lo que varía es el criterio de la justicia divina. En ciertos casos, el dios puede ser demasiado severo o incluso cruel, como Huizilopoctli en la antigua religión mexicana o Moloch en el antiguo Israel (cf. Lev 18,21; 2 Re 23,10) o en aquellas religiones que admiten el Destino o Fatum, o bien a la inversa puede ser demasiado permisivo y laxista, como Dioniso, Venus o Príapo en los cultos orgiásticos o eróticos. En el caso del buenismo católico, como veremos, con el pretexto de la "misericordia", a veces incluso se llega a negar la existencia de los castigos divinos y en cambio son castigados los católicos fieles a la sana doctrina.
----------Ahora bien, el castigo, considerado en general, es la pena que el señor inflige por justicia al súbdito que desobedece su voluntad. Siendo el dios el señor del hombre, y dado que sucede que el hombre se rebela contra la voluntad del dios, la noción de castigo es una noción elemental en todas las religiones, incluida la religión cristiana. En la administración de la justicia humana, el castigo toma el nombre de "sanción penal": es la irrogación de la pena a un reo por parte del juez en conformidad con la ley.
----------El castigo divino es la pena del pecado como violación de la voluntad o ley divina. El pecado es, como dice Cicerón, una mala actio, un acto con el cual el pecador se procura un mal a sí mismo o a los otros. Con el pecado la voluntad se pervierte, deviene mala, hostil a Dios, adversa a Dios. Sólo Dios puede convertirla y hacerla volver buena. Por sí sola no puede hacerlo, porque está en un estado de postración mortal, sin fuerzas, esclava del pecado e inclinada al pecado. Por esto, la Biblia dice que sólo Dios puede remitir el pecado.
----------El pecado destruye el bien y causa el mal. Más específicamente, la Biblia concibe el pecado como una ofensa a la vida. Los mandamientos divinos son mandamientos de vida. El pecado, en cuanto desobediencia a los mandamientos de Dios, es ofensa a la vida. Por esto, el castigo del pecado es la muerte. El pecador es un hombre muerto. Por eso, para la Biblia, sólo Dios puede perdonar el pecado, porque el perdón es hacer resucitar a un muerto y sólo Dios puede hacer resucitar de la muerte.
----------La pena o castigo del pecado puede ser intrínseca o extrínseca al pecado mismo. La pena intrínseca es el malestar o incluso el tormento que la voluntad y la conciencia experimentan después del placer ilusorio de pecar. En este sentido, se habla de "remordimiento" o "reprimenda" de la conciencia.
----------En efecto, al pecar, la voluntad, alejándose de Dios (aversio a Deo), y convirtiéndose hacia una creatura (conversio ad creaturam), se tuerce, se pervierte y se desvía de su apetito natural de cumplir el bien, se repliega sobre sí misma y ya no se vuelve a Dios y el alma ya no es capaz de levantar los ojos hacia Él.
----------San Bernardo de Claraval, a este respecto, habla de "curvitas" de la voluntad, que queda como encogida. Ella se encuentra "in regione dissimilitudinis", pierde su semejanza con Dios, deviene en cierto modo monstruosa. Se experimenta confusión y vergüenza. La paz desaparece. Por eso, Isaías dice que "no hay paz para los impíos" (Is 57,21). Este estado penoso es el castigo intrínseco del mismo acto del pecado, así como cuando se experimenta dolor al sufrir un trauma.
----------Sin embargo, este estado, por más desagradable u odioso que sea, es saludable e indica, por contraste, el camino hacia la salvación. En efecto, si el pecador escucha la voz de una conciencia no dormida y quizás el llamado a una corrección fraterna o la lección del sufrimiento, el corazón endurecido se enternece o "se quebranta", como dice san Agustín de Hipona -ésta es la llamada "contrición"-; la voluntad, bajo influjo de la gracia, se desprende del falso bien, se recupera, se endereza, vuelve a ser buena, se re-orienta hacia Dios, el pecador se arrepiente, su culpa es perdonada, el castigo interior se disuelve y retorna la paz.
----------Ahora bien, es necesario distinguir el pecado de la culpa. El pecado es la mala actio, que produce un daño, siempre al pecador y eventualmente también a los otros. Si el pecado es cometido con advertencia y deliberado consentimiento, causa la culpa. En cuyo caso el pecador debe responder por el mal que ha cometido y merece ser castigado por su culpa.
----------Si en cambio ha hecho el mal o cometido el pecado por ignorancia o inadvertencia o involuntariamente, por tierna edad o por trastorno mental, violenta pasión o coerción, entonces la culpa es mínima o inexistente, incluso en materia grave o con daños graves, y por lo tanto el sujeto es incluso inocente y no debe ser castigado. Aquí no se debe hablar de "pecado" verdadero y propio, en sentido formal, sino sólo más bien material, es decir, de error o equivocación.
----------Al pecado le sigue la culpa y el mérito del castigo. El pecado debe ser castigado, pero puede ser perdonado. La culpa es eliminada con la penitencia. La expiación de la culpa elimina el castigo. El perdón del pecado puede evitar el castigo. El descuento de la pena o penitencia es deber del pecador. El castigo es, al mismo tiempo, consecuencia y remedio del pecado. Dios castiga a los pecadores mediante las desventuras y otros pecadores, mientras que el sufrimiento causado a los buenos por estos factores es para los buenos ocasión e incentivo para ofrecerse en Cristo para la conversión de los pecadores.
----------Cristo, de hecho, ha tomado sobre sí el castigo de nuestros pecados y, dando con el sacrificio de la cruz satisfacción al Padre ofendido por nuestras culpas, ha transformado el castigo en medio o camino de salvación para nosotros y de reconciliación de nosotros con el padre. Por lo tanto, lo que era castigo aflictivo ha devenido, para quienes sufren con Cristo, como dice Isaías, "castigo que da salvación" (Is 53,5) o castigo redentor.
----------Este castigo, que en última instancia es la muerte, evidentemente no podría por sí producir la vida. Y sin embargo esto ha sucedido, en cuanto asumido por nuestro Señor Jesucristo, que es la Vida. En cambio, para quienes rechazan la cruz de Cristo, el castigo sigue siendo aflictivo. Así, el sacrificio de Cristo es una obra de justicia hacia el Padre y de misericordia hacia nosotros, mientras que el Padre ha usado su misericordia hacia nosotros al darnos en Cristo la posibilidad de expiar por nuestros pecados, y ejerce su justicia premiando a los justos y castigando a los malvados. El sacrificio de Cristo es actualizado de modo incruento en la Santa Misa. Aquellos que niegan que Dios castigue, por lo tanto, quitan a la obra de Cristo el sentido mismo de su existencia y destruyen desde sus mismas raíces el culto cristiano.
----------Ahora bien, el castigo tiene una cuádruple finalidad: correctiva, re-equilibrante (véase: Jacques Maritain, Nove lezioni sulle prime nozioni della filosofia morale, IX, La nozione di sanzione, pp.231-245, Edizioni Vita e Pensiero, Milano 1979), redentiva y aflictiva. Castigo correctivo: "Es a fin de corregir que el Señor castiga" (Jdt 8,27); "los castigos vienen para la corrección de nuestro pueblo" (2 Mac 6,12); "por nuestra corrección el Señor se enoja con nosotros" (2 Mc 7,33).
----------El castigo re-equilibrante es el característico del poder judicial civil o eclesiástico. El delincuente, que ha abusado de su libertad para sobrepasar (trans-gredere, transgresión) los límites de lo lícito, entonces debe ser forzadamente devuelto a lo interno de lo lícito con esa disminución de libertad que corresponde al exceso de libertad, que le ha permitido llevar a cabo a cabo el delito. Es la así llamada sanción penal. Ella conlleva una retribución, reconstitución, reordenamiento, restablecimiento, restitución y restauración del orden violado.
----------El castigo redentor destruye el pecado, elimina sus consecuencias penales, repara el mal causado por el pecado y restablece el bien destruido por él. El castigo aflictivo penaliza a quienes no se han arrepentido del propio pecado. Por ejemplo, la pena del infierno.
----------Lo que varía en el castigo es la naturaleza, la entidad, el motivo, la cualidad y el fin del castigo, el criterio sobre el cual Dios se funda para hacer justicia, la ley que es violada por el transgresor, y las condiciones subjetivas del reo. No hay espacio aquí para hacer la comparación entre las religiones acerca de todos estos puntos. Detengámonos en algunos aspectos principales, con una mirada más atenta a la concepción pagana greco-romana, dado que en otros precedentes artículos me he ocupado del aspecto cristiano del castigo.
   
El poder del Fatum
   
----------Una primera dificultad que nos ofrece el paganismo en el ámbito greco-romano, en esta cuestión de la punición divina, es el concepto mismo de la divinidad y su criterio de juicio, en base al cual la divinidad hace justicia y establece la suerte o destino reservado al reo de culpa.
----------En todo el mundo greco-romano, desde tiempos remotísimos, el destino feliz o infeliz de los hombres ha estado irrevocable e ineluctablemente marcado ab aeterno por una fuerza suprema ciega, irracional y ultrapoderosa, carente de justicia y de misericordia, tal como la razón las concibe, por la cual hacen fortuna los malhechores y son desafortunados los honestos, independientemente de sus acciones. Si uno está destinado a la felicidad, podrá cometer todos los delitos que quiera, pero será feliz. Si uno está destinado a la infelicidad, podrá cumplir todo el bien que quiera, pero será infeliz.
----------Se trata, como el lector ya se habrá podido dar cuenta, de aquello que en griego se llama Moira, Eimarméne o Anánke, mientras que en latín tenemos el Fatum y en italiano y español tenemos el Destino. El destino concierne a la suerte, a los acontecimientos y la conducta decisivos y más importantes de los individuos, de las sociedades, de los pueblos y de la historia, mientras que dentro del horizonte, que está contenido en estos términos fundamentales y últimos de la historia humana, tienen lugar las elecciones y decisiones de los hombres y de los dioses, sin excluir los del mismo supremo dios entre todos, Júpiter, que es concebido por Homero como sujeto a la Moira, mientras que Servio, filólogo del siglo IV-V en su Comentario a la Eneida, entiende los decretos del Destino como "vox Jovis".
----------Etimológicamente, moira viene de méiromai, "tengo en suerte", y significa "parte asignada a cada uno en suerte". Eimarméne viene también de méiromai, por tanto: "aquello que es fijado en suerte". La Ananke es la necesidad. Quiere decir que lo que sucede, sucede por necesidad o necesariamente, no puede no suceder. Fatum viene de for, raíz griega fa, de la cual femí "digo".
----------El Fatum es lo que se ha dicho o establecido. ¿Pero por quién? Este es el problema. El decir supone un dicente. ¿Quién es este personaje que subyuga de tal manera los ánimos, como para conducirlos a creer en su existencia, no obstante el malestar y la angustia que les provoca? Se tiene la impresión de una fuerza personal, en definitiva malvada y enemiga del hombre, en cuanto ser racional y libre.
----------Ahora bien, ¿cuál es la fuerza maligna que puede mantener subyugado de tal manera al hombre? La mente cristiana va espontáneamente al demonio. El Fatum es el demonio. He aquí por qué dice san Pablo: "afirmo sencillamente que los paganos ofrecen sus sacrificios a los demonios" (1 Cor 10,20). El Fatum no es directamente objeto de culto. Pero en cuanto los dioses, a los cuales se hacen sacrificios, están sujetos al Fatum, a través de ellos se le da culto al Fatum.
----------Sin embargo, la cultura greco-romana es consciente de que el hombre posee el liberum arbitrium, una voluntad, voluntas, bulé en griego, la capacidad de elección, electio, áiresis en griego, fundadas sobre el logos o la ratio, propiedad caracterizante de la naturaleza humana, promulgadora y sometida a la ley moral, la lex, el nomos, regla del actuar libre, finalizado y responsable, la ley "no escrita", de la cual hablan Antígona y Cicerón, principio insuprimible de la justicia, iustitia (griego: diké) y de la virtud, virtus (griego: areté). El hombre libre es señor de sí mismo, compos sui. Esta cultura posee claro el concepto de la libertad, libertas, eleutheria, que ha dejado como legado preciosísimo, una defensa contra la barbarie, a la civilización cristiana.
----------Por lo tanto, la creencia en el Fatum o en la Moira no impide en absoluto al hombre piadoso, justo y sensible al bien público y personal, y al valor de la religión, el proyectar elecciones, el juzgar y evaluar la propia acción y la de los demás, el practicar y administrar la justicia según los méritos de cada uno.
----------Sin embargo, detrás de este cuadro humano y racional, sereno y ordenado, en el fondo oscuro e ilimitado de todo lo cotidiano, se alzaba como capa pesada e inquietante, la sombra omnienvolvente, inflexible, amenazadora, tenebrosa y anónima del Fatum, al cual nadie, ni siquiera los dioses, podía escapar.
----------El hombre piadoso greco-romano tiene la consciencia de sus propias necesidades y de sus propias debilidades, advierte la precariedad de la vida y el peso de las desgracias; y por ello siente el deber de rendir culto a la divinidad y de ofrecer sacrificios de expiación y oraciones, sobre todo a Júpiter, el supremo entre todos los dioses, Optimus Maximus, para tener protección y defensa contra enemigos y desventuras. En este sentido, es bellísimo el famoso Himno a Zeus de Cleantes, del siglo III a.C., relatado por Estobeo.
----------Pero incluso el culto a Júpiter, por dulce y reconfortante que fuera, por más que ensanchara el espíritu, purificara y pacificara la conciencia, elevara y liberara el ánimo, por más beneficioso que fuera para el Estado, al ser patrono de la agricultura, custodio del derecho y de la justicia (al respecto, Júpiter era considerado el garante de los juramentos, de los pactos y de los contratos, así como el protector de la indisolubilidad del matrimonio), por mucho que consolara en las aflicciones y en las desgracias, por más que fomentara la virtud, por más que el rayo del dios produjera un saludable temor a los malvivientes, incluso Júpiter debía tener en cuenta al Fatum.
----------Rebelarse contra el Fatum es imposible. Su voluntad se cumple siempre y sea como sea. Por eso, todo lo que sucede, bueno y malo, sufrimiento y pecado, fortuna y desgracia, vida y muerte, todas las acciones humanas buenas y malas, aunque aparentemente causadas por el libre albedrío, como también dice Spinoza, cuyo Dios-Naturaleza no es otra cosa que el antiguo Fatum pagano, a fin de cuentas, todo se reconduce al Fatum.
----------Pero debemos tener presente que el Fatum no quiere algo porque sea bueno; sino que algo es bueno porque es querido por el Fatum. Es el voluntarismo de Ockham, retomado por Lutero. En la visión fatalista, todo lo que sucede, es bueno por el simple hecho de que sucede. Todo está bien como está. Esto es lo que Severino llama el "destino de la necesidad". "Todo sucede por necesidad": frase de Wycliff, que Lutero hace suya. Todo es ananke por voluntad del Fatum. Es claro que desde esta perspectiva, premios y castigos ya no tienen ningún sentido, ni utilidad. Todos son buenos. Es el buenismo universal.
----------La idea del Fatum es de tal manera dañina e insidiosa que ha engañado en la antigüedad incluso a los hombres más sabios, por lo cual no pudo sino haber sido inventada e inspirada por la más refinada astucia y malicia del demonio, el "dios de este mundo" (2 Cor 4,4), el "príncipe de este mundo" (Jn 12,31), "padre de la mentira" (Jn 8,44), en un vano intento de mantener sometida a sí a la humanidad, sustrayéndola del dominio de Dios, escudándose detrás de esta idea fascinante, horrible y tenebrosa.

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