La palabra "herejía" durante las últimas décadas da la impresión de haber casi desaparecido de la habitual predicación popular de la Iglesia a través de sus más directos pastores, ya se trate de Obispos como de presbíteros. No es éste, sin embargo, el caso del papa Francisco, quien ha tenido en sus labios la palabra "herejía" en múltiples ocasiones, mucho más que en el caso de sus inmediatos predecesores en el solio pontificio. [En la imagen: fragmento de "La victoria de la Verdad sobre la Herejía", óleo sobre tabla, pintado hacia 1625 por Pedro Pablo Rubens, obra conservada y expuesta en el Museo Nacional del Prado, Madrid, España].
Una predicación descaminada, que ha acabado por debilitar la fe de los fieles
----------He recibido un par de comentarios críticos tras la publicación de algunas de mis recientes notas, en las cuales he calificado al actual cristianismo occidental, sobre todo en Europa pero también entre nosotros, como un cristianismo debilitado, o aguado, o invertebrado, e incapaz de hacer frente y mantenerse fiel y firme antes las presiones externas e internas que influyen con sus insidias corruptoras o licuadoras de la verdadera fe. Hice mención a esta cuestión particularmente en referencia a la expansión del Islamismo (que nosotros no advertimos tanto, pero que está muy viva en Europa), y he indicado como principales responsables del debilitamiento de la fe a los Obispos y a sus más directos colaboradores, los curas párrocos y demás sacerdotes y religiosos, sobre todo educadores. Claro está que no estoy hablando aquí de los católicos sólo de bautismo, sino de aquellos que se mantienen visiblemente fieles a la práctica de los sacramentos, y asisten a Misa los domingos, pero cuya fe dista mucho de ser íntegra y no pasarían un examen de catequesis básica.
----------Pues bien, un par de lectores ha puesto en tela de juicio la caracterización que he formulado del actual cristianismo occidental, en buena medida secularizado y muy alejado de la recta fe católica, solicitándome que proponga ejemplos que den testimonio de lo que digo. El pedido me ha sorprendido porque es precisamente lo que vengo haciendo en detalle en gran número de publicaciones de este blog, intentando siempre ofrecer las razones y argumentos que dan prueba y fundamento a mis afirmaciones.
----------Sin ir más lejos, hemos tenido un ejemplo indudable del debilitamiento de la fe cristiana en nuestra gente (y de la responsabilidad de sus pastores en este fenómeno) en la pasada pandemia del Covid. Durante los tres años en que se ha venido prolongando la pandemia, particularmente en su primera etapa, la más dramática y mortal, constituyeron una excepción aquellos pastores que recordaron claramente a los fieles los términos de las verdades cristianas que dan sentido a los sufrimientos y desgracias de la vida presente. Esta predicación tan necesaria en ese momento ni siquiera estuvo presente en aquellos sectores del clero que son más proclives a defender la integralidad de la predicación del dogma católico (los pasadistas, por ejemplo), contentándose en la mayoría de los casos por silenciar estas verdades del Evangelio, cuando no, en el peor de los casos, difundiendo un buenismo a ultranza, con la falsa enseñanza de un Dios que no castiga.
----------Hoy la afirmación de que en el sufrimiento y desgracias que nos acompañan siempre en la vida presente no sea Dios el que nos castigue ni nos ponga a prueba, es una afirmación muy extendida, más o menos consciente o inconscientemente, vale decir, ya sea mantenida como presupuesto no razonado o bien como convicción con pretensión de estar motivada en razón. Sobre esta problemática vital, lo cierto es que ha penetrado hondamente en las masas católicas el sentir secularizado. Para comprobarlo basta simplemente tomar ocasión del fallecimiento de un familiar o de un amigo o de un vecino (cosa que frecuentísimamente nos ocurre a todos) para sugerir, aunque sea con la mayor cautela y moderación, el verdadero sentido cristiano del sufriminto, para comprobar la sorpresa en la simple mirada de nuestro interlocutor, aunque se trate de un católico de vida sacramental; cuando no es el caso que nos reproche nuestro "atrevimiento".
----------La supuesta verdad de que "Dios no castiga" surge con frecuencia en ambientes y en personas que se supone o no dan señales de fe cristiana. Los ejemplos serían innumerables. En el diario Clarín del 6 de agosto de 2022, se entrevista al médico Raúl Facal, con cinco décadas de experiencia en su profesión, y que, con razón, afirma que el hombre "necesita entender el sentido de su vida" y que "la enfermedad tiene un sentido", pero a la vez no vacila en declarar que "la enfermedad no es mala suerte ni un castigo divino". En Infobae del 9 de junio pasado se da cuenta de un pequeño libro infantil de la psico-oncóloga Claudia Bernales y la periodista Silvia Miró Quesada, dedicado a ayudar a niños hospitalizados o que atraviesan enfermedades. En la entrevista, las autoras afirman que "el dolor físico siempre es una experiencia que causa mucho temor y confusión", y resulta interesante que señalen que "cuanto más chicos, más asocian el dolor a un castigo", sin embargo, enseguida indican que con su librito se proponen ayudarlos a lograr una "experiencia real" de la enfermedad, afirmación que obviamente presupone que la experiencia de la enfermedad como castigo no sea real.
----------Se podría suponer que de ese sentido secularista de la enfermedad y de la muerte se apartaría clara y netamente el sentido de fe que los cristianos (y particularmente los católicos) tienen de la enfermedad, de las desgracias, del sufrimiento en general, de las catástrofes naturales y de la muerte. Pero comprobamos que frecuentemente no es así. No hace falta citar aquí las innumerables veces que en ocasión de desventuras causadas por la naturaleza (terremotos, tsunamis, incendios, epidemias, tempestades, sequías, etc.), alguien mencione a Dios y a sus castigos como causa primera de tales desgracias, para que el mundo se horrorice de tales "fundamentalismos anacrónicos", cuando en realidad no se trata de otra cosa más que de una verdad del Catecismo, y esencial para dar pleno sentido a nuestra vida de cristianos.
----------No han faltado en los últimos años, en distintas partes del mundo, terremotos y desventuras naturales sobre los que ha faltado el iluminador sentido que da la fe cristiana. Por mencionar sólo un ejemplo que ahora me viene al recuerdo: en 2016, durante el terremoto de Italia central (una serie de eventos sísmicos que afectó las provincias de Rieti, Ascoli Piceno y Perugia), el monje laico Enzo Bianchi publicaba en Avvenire algunas de sus reflexiones sobre el hecho, y pensando en consolar a los afligidos y en dar una respuesta esclarecedora a por qué Dios había permitido tal desastre, no se le ocurría nada mejor que desempolvar la vieja herejía según la cual "Dios no castiga", falsedad contraria a la sana razón, a la Sagrada Escritura, al Magisterio de la Iglesia y a la enseñanza de todos los Santos; sino que, según Bianchi, Dios es siempre y sólo "misericordioso" con todos y conduce a todos, creyentes y no creyentes, al paraíso del cielo.
----------Una aseveración empalagosa de este tipo, gravísima en labios de quien debería ser un hombre de Dios, privaba a los desdichados que habían sufrido aquel terremoto de ese incomparable consuelo que proviene de nuestra fe, añadía amargura a la amargura, dejándolos en la angustia, y los empujaba a blasfemar a un Dios que sería "bueno" al enviar los terremotos. Pero el problema es que esto que predicaba Bianchi en 2016 es más o menos lo mismo, palabras más, palabras menos, que lo que predican hoy muchos obispos y sacerdotes cada vez que ocurre una desventura parecida, o como predicaron durante la pasada pandemia.
Tratando de poner remedio al medicamento mal administrado
----------Ese buenismo a ultranza, ese misericordismo sin fundamento ni racional ni de fe, es como una droga, un mal medicamento que deberíamos eliminar cuanto antes de la predicación cristiana, tal como los organismos competentes del Estado se toman premura por eliminar de circulación de las droguerías y farmacias aquellos pseudo-remedios que han revelado ser más contraproducentes que eficaces.
----------Tratemos en este artículo, entonces, de remediar el mal remedio, la "droga mal administrada", como la que comercializaba Enzo Bianchi en 2016 y como la que hoy comercializan muchos otros (en el contexto, a la palabra "droga" la uso como sinónimo de herejía, y lo mismo dígase de la acción de "comercializar", entendida aquí como tráfico de herejías), proponiendo la verdadera enseñanza evangélica, y suponiendo en el lector la disponibilidad a la escucha de la Palabra de Dios. El misterio cristiano no excluye la razón, y una amarga medicina es mejor que una bebida o loción o pócima dulce, pero indudablemente envenenada
----------Así que digamos en primer lugar que esta desafortunada predicación misericordista (la de Bianchi y la de tantos otros) se olvida que la misericordia alivia el sufrimiento o bien lo impide; Bianchi se olvida también que, en línea de principio, el sufrimiento es la pena del pecado. Y por tanto el sufrimiento no depende de la misericordia, sino de la justicia. De modo que entonces, llamar "misericordioso" a alguien que me maltrata, es una broma, es tomarme el pelo. Por eso, cuando Dios permite las desgracias, no demuestra inmediatamente su misericordia, sino su justicia. Es absurdo e irrisorio intentar explicar el sufrimiento sólo con la misericordia y olvidando la justicia. Esto no quiere decir que cuando me sobreviene una desgracia, eso siempre sea castigo divino por un pecado que he cometido. Esto puede ser verdad en ciertos casos; pero no está dicho que siempre sea así. En efecto, en realidad en esta vida sucede que hay malhechores de profesión que se salen con la suya y gente inocente sin culpa alguna a la que golpean las desgracias.
----------En efecto, como resulta de la divina revelación, todas las penas de la vida presente, tanto si afectan a los justos, como si golpean a los pecadores, todas ellas son, desde su lejano origen protológico, castigo de Dios, consecuencias del pecado original y, en tal sentido, se trata de justas penas, aunque de hecho existen aquellos a los que les afectan poco y a los que les afectan mucho. Pero también este desorden es consecuencia del pecado original. Aparte de los sufrimientos causados por los pecados o por la negligencia o por la ignorancia de los hombres. Por lo demás, es necesario prestar atención a lo que la Sagrada Escritura nos quiere decir cuando habla del "castigo de Dios". Debemos entender que la Biblia utiliza un lenguaje metafórico, como por otra parte es el caso de la palabra "ira", extraído de las relaciones humanas, pero que debe ser oportunamente adaptado en el caso de Dios, para no hacer repugnante la idea de un "castigo divino".
----------A este respecto, merece tenerse en cuenta el esfuerzo del papa Francisco en tratar de brindar una lectura adecuada a la idea hoy tan impugnada del castigo de Dios. Por citar sólo un ejemplo, en diciembre de 2019, en días durante los cuales ya llegaban las primeras noticias de la epidemia Covid que se desataba en China y que poco tiempo después ingresaría a Europa a través principalmente de Italia, decía el Santo Padre en una de sus homilías en Casa Santa Marta: "El Señor guía a su pueblo, lo consuela, pero también lo corrige y lo castiga con la ternura de un padre, de un pastor que lleva los corderitos sobre el pecho y conduce suavemente a las ovejas madres. [...] El Señor conduce, el Señor guía a su pueblo, el Señor corrige; el Señor castiga con ternura. La ternura de Dios [...] cuando se acerca un pecador".
----------La expresión bíblica "castigo divino", de hecho, materialmente tomada, hace pensar en el acto de un juez que irroga una pena convencional a un malhechor. En cambio, la pena del pecado no es un mal causado por Dios en el pecador. En realidad, Dios no hace mal a ninguno. La pena del pecado no es otra cosa que el mal o el daño que el mismo pecador, con su pecado, se ha acarreado a sí mismo. Sería como decir que quien bebe demasiado vino es "castigado" con la cirrosis hepática.
----------Dios no "manda" a nadie al infierno como lo haría un juez que manda al reo a prisión, sino que al infierno sólo van aquellos insensatos, cuya soberbia es tal que prefieren sufrir lejos de Dios antes que ser felices con Él en el paraíso del cielo. Si nuestro bien es estar unidos a Dios, entonces es lógico que nuestro mal lo constituya el rechazo a unirnos a este Bien. Sin embargo, la fe nos enseña a ver en obra la misericordia de Dios incluso en el momento del sufrimiento, en cuanto que para nosotros los cristianos este momento nos recuerda el castigo por el pecado original, y quizás también el castigo por nuestros propios pecados. Pero el cristiano no se detiene allí. Acepta serenamente cuanto le sucede, porque sabe aprovechar este sufrimiento para unirse con amor, confianza y esperanza a Cristo crucificado, que expía por nosotros, nos obtiene la misericordia y el perdón del Padre por nuestros pecados, por lo cual el pecador, con acto de gran generosidad, pero también en su interés, puede llegar a expiar en Cristo también por los pecados de los otros.
----------Por consiguiente, la bondad divina no se manifiesta sólo en las consolaciones, sino también en la corrección. También la corrección es misericordia. Y si sufrimos como inocentes, no nos inquietemos, pensemos en Cristo, quien, inocente, ha sufrido y ha expiado por nuestra salvación, y unamos nuestro sufrimiento al suyo para cumplir nuestra parte por la salvación del mundo. Cristo con su sangre ha pagado por nosotros la deuda contraída por el pecado (satisfecit pro nobis, como dice el Concilio de Trento), pero esto no nos impide dar nuestra contribución. Por consiguiente, en esta luz de la fe, aquella que es la experiencia del castigo divino se transforma en la experiencia de su misericordia. En efecto, es por misericordia que el Padre nos ha donado a Jesús, en Quien y gracias a Quien, nosotros podemos expiar por nuestros pecados. Y no sólo podemos ser salvados del pecado (que eso es la gratia sanans), sino también llegar a ser "hijos de Dios" (1 Jn 3,1, que eso es la gratia elevans), partícipes en el Hijo de la vida del Hijo.
El motivo por el que no todos se salvan
----------Sin embargo, hay que tener presente que, aunque Cristo ofrezca a todos la posibilidad de salvarse por la cruz, de hecho no todos aceptan esta oferta, por lo que no todos se salvan. Lo que quiere decir que Dios ofrece a todos su misericordia salvífica, con tal de que, arrepentidos de sus pecados, hagan penitencia. Por tanto, como observa la Carta a los Hebreos (Hb 10,26-31), si ya merece castigo la desobediencia, que aquí la Carta llama "Ley de Moisés", mucho más grave castigo merecerá el rechazo de la misericordia divina a causa de la rebelión a la ley de Cristo. Cristo es clarísimo al enseñarnos que algunos acogerán esta misericordia y se salvarán, mientras que otros, por su desobediencia, la rehusarán y se condenarán.
----------Francamente hablando, el Romano Pontífice, hoy por hoy, debería recordar estas cosas, de lo contrario su predicación de la misericordia corre el riesgo de ser malinterpretada y que de ella se aprovechen los zorros, que los buenos se desconcierten, que el sistema judicial se paralice y que a los oprimidos no se les haga justicia, a la vez que queden obstaculizados la reforma y la mejora de las costumbres y venga favorecido el laxismo moral y la corrupción. Por otra parte, dado que los terroristas del ISIS, según la visión rahneriana, son "cristianos anónimos", objeto de la divina misericordia, podemos aceptar su propuesta de sustituir el Corán por el Evangelio, tanto más porque, como según la teología de Rahner, el Evangelio y el Corán se ubican en el plano "categorial", donde un concepto vale como el otro, y a la vez todos poseemos la "experiencia trascendental de Dios", que es lo que cuenta y lo que garantiza la salvación para todos.
----------Permanecer sordos a las advertencias del Señor por una falsa idea de la misericordia, cancelar o borrar de la Sagrada Biblia los versículos que hablan de castigo, como lamentablemente hacen muchos hoy, al creer que todos se salvan, los engaña para poder regular la propia conducta como les plazca, y así disolver todo freno moral, para pecar libremente, con la convicción de la propia impunidad y de que en cualquier caso no existe nadie en el infierno. Pero como estas ideas ignoran la advertencia del Señor, esta, su vana confianza, como ya había advertido el Concilio de Trento a los luteranos, no sirve para nada, por lo cual, si no se arrepienten a tiempo, en realidad terminarán en el infierno. El amor por la virtud no basta para volver virtuosos, si no se piensa en las consecuencias de la práctica del vicio.
----------El momento de la desventura y de la desgracia le recuerda al cristiano las consecuencias del pecado original y la posibilidad de redención que le ha sido dada por nuestro Señor Jesucristo, para que, si tuviera alguna culpa que pagar, aproveche para ajustar cuentas con el Señor. Y si fuera inocente, entonces puede aprovechar la ocasión para ofrecer su cruz por la salvación de los pecadores.
----------Ciertamente nosotros debemos obrar el bien por amor del bien y en vista del premio celestial que es la visión beatífica de Dios. El ejercicio de la virtud es ciertamente ya en sí mismo una fuente de alegría; pero la virtud no es, como creían los estoicos y como también creía Kant, fin o premio por sí misma; el ejercicio de la virtud no es todavía el contenido de la felicidad, sino sólo el medio para su consecución, que radica en alcanzar el fin último y supremo bien, que consiste en la unión con Dios.
----------La felicidad del hombre no es inmanente al hombre, es decir, no consiste en un acto del hombre, por más sublime y perfecto que ese acto pudiera llegar a ser, sino que la felicidad del hombre consiste en el hecho de que el hombre, por libre elección, se une para siempre e íntimamente a un bien externo, personal, trascendente e infinito, que es Dios. Pero precisamente este acto será perfecto en cuanto es el acto por el cual el hombre se une plenamente y eternamente con Dios en la caridad.
Actuar por temor al castigo no es cosa mala
----------El actuar por el temor al castigo no es algo malo, sino que es cosa sabia y lógicamente ligada a la acción desinteresada, a la acción producida por puro amor de la perfección y de Dios. En efecto, no se puede separar el amor por el bien de la fuga o del odio del mal. El pensamiento de que si hago tal cosa, Dios me castigará o sufriré un daño, en realidad me impulsa a hacer el bien.
----------La confianza en Dios y en su misericordia da impulso a nuestra acción, nos hace ser "sencillos como palomas", fervorosos en la caridad, tenaces en las convicciones, valientes en las empresas, mientras que el pensamiento de que algunos están condenados y que yo podría condenarme, pensamiento que está presente en todos los Santos, es un pensamiento saludable, que nos impulsa al bien, nos hace "prudentes como las serpientes" (Mt 16,18), modestos en las opiniones, conscientes de nuestra debilidad, vigilantes en el actuar, cautelosos y prevenidos en los peligros, advertidos en las insidias y trampas, humildes, dispuestos a corregirnos, penitentes, fuertes en las tentaciones y en las pruebas, circunspectos y desconfiados en las situaciones traicioneras, haciéndonos evitar la precipitación, la ingenuidad, la credulidad, el excesivo optimismo, la presunción, el exceso de autoconfianza, la fanfarronería y la arrogancia.
----------Sin embargo, es el amor al bien lo que hace odiar el mal. Por eso, el motivo principal de la acción buena es el amor de Dios y no el temor al castigo. Pero por otra parte, también es necesario evitar esa falsa seguridad de que todos se salvan. El temor es un motivo sólo subsidiario, pero necesario, precisamente para evitar esa falsa seguridad. Temor que no es miedo, sino amor y respeto.
----------¿Un terremoto se puede considerar un castigo de Dios? No ciertamente como castigo por los pecados cometidos por las víctimas, sino como consecuencia del pecado original, como es el sufrimiento; y a estas consecuencias nadie escapa: incluso Cristo y la Virgen, de hecho, aunque exentos del pecado original y de sus consecuencias, estuvieron sujetos al sufrimiento.
----------En efecto, tenemos ejemplos bíblicos de ciudades castigadas por los pecados de sus habitantes. Pero en esos casos estamos frente a concepciones primitivas del castigo, según las cuales tanto los buenos como los malos estaban involucrados en un único desastre. La Escritura precisará en un cierto momento que cada uno es castigado por sus propias culpas (Jer 31,29ss) y no por las culpas de los otros.
----------Un acontecimiento tan grave como un terremoto, desde el momento en el cual pone a prueba nuestra solidaridad y misericordia por los necesitados y estimula la búsqueda de remedios o de defensas para tantas desgracias, se puede y se debe considerar como una cruz que Dios nos manda para nuestra purificación y para la conversión de los pecadores. Se puede, por tanto, ver en ello un signo de su misericordia, en cuanto tomamos ocasión de ello para unirnos a Jesús crucificado por la salvación del mundo.
La naturaleza "madre" y "madrastra"
----------El mundo, la naturaleza toda, ha sido creada por Dios buena, por eso la llamamos "madre naturaleza". Sin embargo, a consecuencia del pecado original, ella, aunque sin dejar de ser nuestra "madre", en cierto modo se ha convertido en nuestra "madrastra", y a través de sus peligros, de sus insidias, de las desgracias y catástrofes que nos causa, es el medio por el cual Dios nos quiere recordar al menos el pecado original, si no es incluso también nuestros propios pecados personales, por todo lo cual debemos ajustar cuentas con Él o, en todo caso, aprovechar los sufrimientos que nos produce el vivir en esta naturaleza caída para merecer en Cristo nuestra salvación y también la de los demás.
----------Supuesto el sentido a veces negativo que también solemos adscribir a los términos "madrastra" o "padrastro", es por ese motivo que usamos la expresión "naturaleza madrastra" para significar los peligros y acechanzas que ella nos produce, sin dejar de tener en cuenta sus bondades y beneficios, además del deber que tenemos de dominarla para nuestro bien terrenal y el bien de los demás. El sentido negativo del término "madrastra" es habitual y se pone de manifiesto en muchos refranes españoles. Por citar algunos: "El que no quiere entender por buena madre, entenderá por madrastra", lo cual denota que los que no hacen caso de advertencias amistosas tendrán que hacerlo cuando experimenten el castigo; "Madrastra, el nombre le basta", "Madrastra, el diablo la arrastra", "Madre me diera Dios, ya que madrastra no", etc.
----------Muchos fenómenos de la naturaleza creada perfecta por Dios pero vuelta imperfecta por el hombre y por tanto "madrastra", nos procuran desgracias y desventuras, que están entre las dolorosas consecuencias del pecado original, aunque el Creador haya querido poner en ella las reglas y las leyes, a las cuales obedece indefectiblemente. Pero en la futura resurrección gozaremos de una madre naturaleza, que habrá redescubierto la armonía con el hombre y el significado originario, querido por Dios, de su existencia.
----------Esta actual creencia de que Dios no castiga, esta obstinada convicción de que las enfermedades, los sufrimientos, las desventuras y catástrofes naturales, no existen en nuestra naturaleza y en la propia naturaleza del mundo en cuanto penosa consecuencia (por ende, castigo) por el pecado original y por nuestros propios pecados personales, es una vieja conocida herejía, a la que hoy, para que podamos entendernos, le damos el nombre de buenismo o misericordismo.
----------Tanto los modernistas (rahnerianos por ejemplo) como los pasadistas (lefebvrianos por ejemplo) incluso piensan que algunas herejías (aquellas a las que ellos están apegados) han desaparecido ya de la Iglesia. Negar ciertas herejías es una típica manera de modernistas y pasadistas de manipular la fe a su conveniencia y placer. No. Las herejías no han desaparecido ni del mundo ni del seno de la Iglesia en cuanto humana. Siempre se trata de viejas herejías, remozadas para volverlas atractivas con el paso del tiempo, según las diversas mentalidades y épocas. El papa Francisco lo tiene bien claro, y lo ha expresado repetidamente.
----------Basta mencionar aquí al vuelo algunas de sus declaraciones: "la herejía verdadera no consiste solo en predicar otro Evangelio (Ga 1,9), como nos recuerda Pablo, sino también en dejar de traducirlo a los lenguajes y modos actuales, que es lo que precisamente hizo el Apóstol de las gentes [...] una Iglesia pura para los puros es solo la repetición de la herejía cátara" (discurso navideño a la Curia, el 22 de diciembre de 2022; muy relevante y sin precedentes ha sido su condena del gnosticismo: "La antigua gnosis heterodoxa, que fue una insidia muy poderosa y muy seductora para el cristianismo de los primeros siglos... es una cosa vieja esta: que la fe es una espiritualidad, no una práctica; una fuerza de la mente, no una forma de vida. La fidelidad y el honor de la fe, según esta herejía, no tienen nada que ver con los comportamientos de la vida, las instituciones de la comunidad, los símbolos del cuerpo... La tentación gnóstica que es una de las herejías, una de las desviaciones religiosas de este tiempo, la tentación gnóstica siempre permanece actual" (audiencia del miércoles 4 de mayo de 2022, un eco de su condena del gnosticismo ya en la exhortación apostólica Gaudete et exultate, de 2018: "quiero llamar la atención acerca de dos falsificaciones de la santidad que podrían desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad", n.35).
----------"El ejercicio del sensus fidei no puede reducirse a la comunicación y comparación de las opiniones que podamos tener sobre tal o cual tema, tal aspecto de la doctrina o tal regla de disciplina [...] Y cuando algunos grupos quisieron destacar más, siempre terminaron mal, negando incluso la salvación, cayendo en herejías. Pensemos en aquellas herejías que pretendían hacer avanzar a la Iglesia, como el pelagianismo, luego el jansenismo. Todas las herejías terminaron mal. El gnosticismo y el pelagianismo son tentaciones constantes para la Iglesia" (discurso a los fieles de la diócesis de Roma, 18 de septiembre de 2021); "La fe o es misionera o no es fe. La fe no es una cosa sólo para mí, para que yo crezca con la fe: esto es una herejía gnóstica" (homilía del sábado 25 de abril de 2020); "No debemos avergonzarnos de ser pocos; y no debemos pensar: 'No, la Iglesia del futuro será una Iglesia de los elegidos': caeremos de nuevo en la herejía de los esenios" (discurso del 23 de septiembre de 2019).
----------Y los ejemplos se podrían multiplicar. Son innumerables las declaraciones del Papa acerca de herejías muy actuales (y a la vez muy antiguas) que acechan constantemente a nuestra fe. Entonces, ¿cómo es posible afirmar, como hacen algunos, que hoy para la Iglesia ya no existen las herejías? Sin embargo, sería bueno, como lo he intentado explicar en este artículo, que tuviéramos una enseñanza más clara y definida del Papa acerca de esta vieja conocida herejía (la de que Dios no castiga) que hoy se ha desempolvado y que ha estado en boca de tantos cristianos, no sólo fieles con poca instrucción, sino también sacerdotes y Obispos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios sin debido respeto hacia la Iglesia y las personas, serán eliminados. Se admiten hasta 200 comentarios por artículo.