martes, 4 de julio de 2023

¿Acaso no es ya hora de una VI Instrucción para la Reforma? (6/9) Una traducción litúrgica en armonía con la realidad pastoral

La traducción litúrgica, cuando se hace con inteligencia y con la concurrencia de todas las competencias científicas y teológicas necesarias, también puede mejorar el texto de base, haciéndolo de veras orable por asambleas litúrgicas que siempre están determinadas lingüística e históricamente. El texto traducido, por tanto, también contribuye a la lex orandi. [En la imagen: una celebración eucarística en la Parroquia Santiago Apóstol y San Nicolás, de la Arquidiócesis de Mendoza, ciudad de Mendoza, Argentina].

La eventual VI Instrucción más allá de la ciencia ficción
   
----------En años recientes, poco antes de la publicación, en 2017, del motu proprio Magnum Principium, el debate sobre una eventual VI Instrucción para la recta aplicación de la Reforma, tuvo intervenciones de teólogos y liturgistas de lo más variadas. No faltó un teólogo liturgista que supo expresar, con mucho coraje la hipótesis de que una VI Instrucción en aquellos años, con la estructura y orientación que tenía el Dicasterio del Culto en aquella época (con el cardenal Sarah como Prefecto) era poco menos que ciencia ficción.
----------No daré nombres, tan sólo citaré algunas de sus frases. "Considero ciencia-ficción una sexta Instrucción sobre la reforma litúrgica. ¿Quién debería escribirla? ¿El actual staff de la Congregación? ¡Dios nos libre!". Claro que había que tener en cuenta que desde el 2012 ya trabajaba como secretario de la Congregación del Culto el cardenal Arhur Roche, pero años después sus diferencias de criterio respecto a las orientaciones del entonces Prefecto del Culto, cardenal Sarah, eran por entonces bien conocidas. Sea como sea, incluso con Roche en su oficio, las perspectivas de una VI Instrucción para la Reforma, le parecían inviables a muchos.
----------El teólogo del comentario anterior, se expresaba de esta manera: "A todo esto, ¿sobre qué debería tratar una VI Instrucción? ¿Sobre los desastres debidos a la precedente V Instrucción y el absoluto callejón sin salida en las traducciones, debido a ciertos principios absolutamente fuera de toda lógica? Y por otra parte: ¿existe todavía la voluntad de una 'reforma litúrgica' a nivel central, y a qué aspectos de la celebración litúrgica debería referirse?". A mi entender, estos juicios son exagerados teniendo en cuenta que cuando fueron expresados, mediados del 2016, el papa Francisco ya había tenido expresiones muy claras acerca de la "irreversibilidad" de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. No me parece que pudiera ser planteada tan negativamente la vida de la Reforma, incluso en tiempos del cardenal Sarah como Prefecto del Culto.
----------Seguía diciendo aquel teólogo liturgista: "Quizás sería bueno verificar a nivel de cada Conferencia Episcopal nacional, cuáles son los principales 'problemas abiertos' en la práctica litúrgico-pastoral actual. Por no mencionar el problema de la formación, comenzando es obvio por los propios Seminarios, un problema nunca suficientemente profundizado o reformulado, si se tiene en cuenta la particularidad de la mentalidad de los jóvenes de hoy, que ha cambiado tanto en tan pocos años. Estos jóvenes, en el Seminario, entre otras cosas, ¿qué visión tienen de la acción litúrgica resultante del Concilio Vaticano II?"
----------Considero estas sugerencias, que son más generales, mucho más atendibles. Si le entiendo bien, lo que el comentarista quería decir es que el problema de la formación sacerdotal se ha agravado a nivel pastoral, por el hecho de haber cambiado tanto la mentalidad del hombre actual, en la presente hora de la revolución digital y de las comunicaciones globalizadas. Esto es comprensible si se tiene en cuenta que los jóvenes son mucho más rápidamente permeables al sentir de su propio tiempo. Un sacerdote, digamos de cincuenta años, puede todavía estar viviendo con criterios recibido de la era pre-digital y pre-globalizada.
----------Pero eso no pasa con los jóvenes de veinte años que hoy ingresan a los seminarios. Por lo tanto, parece muy válida la pregunta acerca de la visión que un seminarista de hoy tenga acerca de la liturgia según los parámetros ya indicados por el Concilio Vaticano II. Sin mencionar una problemática, en cierto modo más grave e importante: ¿qué visión tienen hoy los jóvenes en general, los jóvenes de nuestras parroquias, acerca de la liturgia y de lo que la Iglesia en estos últimos sesenta años les viene transmitiendo acerca del culto a partir del Vaticano II? En todo caso, estas cuestiones nos dan a entender mucho más claramente que la Reforma litúrgica no es algo que ha tenido lugar sólo en el pasado, por el hecho de que ya hayan sido instituídos textos y rúbricas nuevas, sino que la Reforma es en realidad una tarea en progreso.
----------A decir verdad, hay miles de preguntas que surgen a nivel de la pastoral litúrgica actual, cuando existe voluntad de encarar el tema con franqueza y libertad de espíritu. Esto parecía tenerlo bien en claro el liturgista al que vengo citando. "Mucho se habla hoy de la tan alardeada 'autonomía' de responsabilidad de las Conferencias Episcopales, también respecto a la problemática litúrgica. Pero la Congregación no parece sintonizar con ello -recordemos que el comentarista estaba hablando en 2016-, y sería bueno hipnotizarla o sedarla continuamente, porque parecería que no hace más que reafirmar el pasado (obra apologética) cerrando cualquier apertura al futuro, afirmando que la reforma ya ha terminado y sólo falta demostrar fidelidad a la ley litúrgica. ¡Como si el mundo se hubiera detenido en el tiempo! ¡Como si hubiera llegado a la definitividad del esjaton, en el sentido más profundo del término, es decir, del encuentro definitivo con Cristo!".
----------"¿Parezco pesimista? Tal vez, pero estaría dispuesto a arrepentirme, si el papa Francisco de veras demostrara ser 'hijo del Concilio' y diera de veras un renovado impulso a la Reforma. Antes que pesimista, me consideraría un sano realista, fiel a los hechos, que hablan por sí mismos", terminaba diciendo aquel liturgista, cuando se le preguntaba por la hipótesis de una VI Instrucción.
----------Tras seis años de esas expresiones, sopesando sus juicios, podríamos concluir que la idea de una VI Instrucción supondría una conciencia viva y atenta a todos los niveles aquí mencionados (y a otros más, no mencionados, por cierto), algo que, concordando con el comentarista, no parecía todavía estar presente en la sensibilidad de la Curia romana en aquellos años (aún cuando fueran años ya del pontificado de Francisco). Claro que esta perspectiva ha cambiado mucho desde el 2021, luego de las cartas pastorales Traditionis custodes y Desiderio desideravi. En todo caso, me parece bueno, como paso inicial, para revertir este "impasse" que se mencionaba, que en cada Conferencia Episcopal se retome la cuestión litúrgica como tema central y urgente. Si al menos en las Iglesias particulares se cambiara el status de la pastoral litúrgica, y se la considerara tema central puesto sobre el tapete, ya se estaría dando un primer y gran paso.
   
Una eventual VI Instrucción en armonía con la realidad pastoral
   
----------Por aquellos mismos años, más o menos seis años atrás, otro experto en liturgia, manifestaba un punto de vista algo distinto, en cierto modo más positivo, y concorde al que vimos en nota anterior, ofrecido por el padre Matthieu Rouillé d'Orfeuil, entrambos potenciando la perspectiva de una fidelidad al texto (ya sea escriturístico o ritual) mediada por traducciones "libres".
----------Decía ese liturgista: "Es interesante notar, reflexionando sobre la cuestión de la fidelidad o infidelidad de las traducciones, que este problema es todo menos simple. En las reflexiones del teólogo francés sale a la luz un aspecto interesante. De hecho, la traducción resulta extremadamente enriquecedora tanto en la medida en que reproduce fielmente el original y no permite que se pierda su sentido, como de hecho ha ocurrido en algunas torpes traducciones, como en la medida en que incrementa y enriquece al texto original sin traicionarlo, y este es el caso del 'Mysterium fidei' de la Misa en el Misal francés y en otras versiones".
----------No faltan otros casos similares. Pienso, por ejemplo, en la oración colecta en la memoria de santa Lucía (el 13 de diciembre). El texto latino es bastante genérico: se pide que la intercesión de santa Lucía se vuelva provechosa para poder celebrar en el tiempo su nacimiento al cielo y contemplarla en la eternidad. Nuestro texto en español ha conservado ese mismo carácter genérico, y dice: "Te pedimos, Señor, que la gloriosa intercesión de santa Lucía, virgen y mártir, sea nuestro apoyo para celebrar ahora su nacimiento para el cielo y contemplar también las realidades eternas...". En cambio, el texto italiano enriquece el exordio: "Riempi di gioia e di luce il tuo popolo" (llena de alegría y de luz a tu pueblo) y la conclusión: "perché noi possiamo contemplare con i nostri occhi la tua gloria" (para que podamos contemplar con nuestros ojos tu gloria).
----------Se trata de expresiones ausentes en el texto original. Claramente la traducción italiana hace referencia a la devoción popular ligada al martirio de la santa y a su patrocinio sobre los ojos: en este caso para el pueblo, lleno de luz y de alegría, se le pide contemplar/ver la gloria eterna. El tema de la visión beatífica está sostenido por la popular referencia devota a santa Lucía. Me parece que en este caso la traducción no traiciona, sino que mejora y enriquece el original incluso recurriendo a un patrimonio en sí mismo extra-litúrgico y popular (la devoción popular hacia santa Lucía). Perder este desarrollo del sentido sería un empobrecimiento.
----------Terminaba diciendo nuestro teólogo liturgista: "El problema, por tanto, surge cuando la traducción pierde evidentemente piezas por el camino, vale decir, auténticas perlas de contenidos y literarias, y no cuando, al añadir algo, se fortalece la percepción del contenido. Ciertamente, queda el problema de establecer los criterios de la traducción litúrgica a fin de que no se de efectivamente otro texto para el cual sería mejor componer desde cero, sino ante todo un texto maduro, fiel al original sin ser la copia o transcripción del original, fiel a la lengua de arribo, fiel al nuevo contexto celebrativo que, aunque recreado por el hic et nunc de cada acción ritual, se sitúa sin embargo dentro de las coordenadas culturales de una época".
----------En efecto, como ya se ha señalado en otros casos, la V Instrucción para la Reforma litúrgica, Liturgiam Authenticam, pretendía identificar fidelidad con literalidad, lo que no sólo no está confirmado por la teoría, sino que también viene desmentido por las prácticas de las traducciones durante cuarenta años después del Concilio Vaticano II. La reflexión sobre los casos concretos de fidelidad en la libertad puede ayudar a superar esa rigidez o endurecimiento que la V Instrucción ha hecho tan unilateral como para bloquear cualquier posibilidad de traducir los textos, como es denunciado abiertamente por el primero de los dos testimonios aquí citados.
   
Existen tres modalidades de traducir textos litúrgicos
   
----------No todas las traducciones son iguales y no siempre se puede traducir con los mismos criterios. Una correcta elasticidad o flexibilidad, que la Instrucción Liturgiam authenticam quería impedir, es el ingrediente necesario para una sabia transferencia de experiencia de una lengua a otra lengua. La nociva idea de uniformar todos los criterios de traducción a uno solo (es decir, al criterio de literalidad) genera solamente conflicto o parálisis. Lamentablemente, esta es la condición a la que hemos llegado, apoyándonos en los criterios demasiado drásticos y demasiado nostálgicos de la V Instrucción del 2001. Para emprender el camino hacia una eventual VI Instrucción, es necesario madurar una visión más amplia y realista de la obra del traducir, que considere el encuentro entre lengua de origen y lengua de llegada como la ocasión para un enriquecimiento y no sólo como una pérdida o empobrecimiento.
----------En años recientes ha sido intensa en el ámbito de la teología litúrgica la reflexión sobre las traducciones litúrgicas al servicio de una hermenéutica del misterio celebrado. Los frutos de esta reflexión se han focalizado sobre todo en la problemática de la relación entre fidelidad e infidelidad en la obra del traducir litúrgico. Frente a la inútil rígida postura que tenía Liturgiam authenticam respecto a este problema, una de las conclusiones que lucen más claras es que existen al menos tres modos de traducir los textos litúrgicos.
----------1. Traducción fiel, cuando el texto en lengua viva respeta el original no sólo en el sentido sino también en los vocablos, en el estilo y en la forma. Una traducción infiel, en este caso, sería una traducción por debajo de las posibilidades teológicas del texto original. Al respecto, por ejemplo, serían criticables en las versiones en lengua vernácula (al menos las elaboradas por varias Conferencias Episcopales) la falta de traducción de las densas expresiones "quadragesimalis exercitia sacramenti" (colecta del I Domingo de Cuaresma) e "ipsius venerabilis sacramenti celebramus exordium" (oración sobre las ofrendas del mismo Domingo).
----------2. Traducción correctiva, cuando el nuevo texto remedia eventuales carencias o tibias generalizaciones del texto original que podría ser enriquecido por el aporte de expresiones que reflejen el enriquecimiento logrado por el conocimiento y experiencia de fe. Aquí yo pondría como ejemplos los casos que ya hemos mencionado en otras notas, como la traducción del "mysterium fidei" en los textos litúrgicos franceses, o el texto de la memoria de santa Lucía en las versiones italianas, mencionado líneas arriba. No estoy de acuerdo, sin embargo, con lo expresado años atrás por algunos liturgistas, que dieron como ejemplo de traducción correctiva, el concepto de "placatio", considerado "típicamente medieval, y que la soteriología contemporánea ha superado ampliamente". Debe ser rechazada esta postura, claramente negadora del concepto de sacrificio expiativo de la muerte de Jesús en la cruz, renovado incruentamente en el altar.
----------3. Traducción incrementativa, cuando la nueva formulación acrecienta el significado del contenido del original, sobre todo en referencia a imágenes o expresiones de origen bíblico. Un ejemplo podría ser el de "memores" traducidos con "memorial", no sin cierta ambigüedad como es sabido. A decir verdad, alguien podría decir que este tercer modo de traducir es parangonable al segundo, y ambos podrían ser considerados como un solo modo. Podríamos estar de acuerdo. Sin embargo, yo podría imaginar la posibilidad de una versión en lengua vernácula que corrigiera al texto original, aunque en este momento no soy capaz de proponer ningún ejemplo probatorio. ¿Podría quizás aportarlo algún lector más informado en esta ocasión?
----------Sea válida o no, esta catalogación ayuda a comprender que en cualquier caso la traducción no es nunca la simple transposición del texto original, como si fuera considerado el único depositario del sentido y de la verdad, mientras que las versiones serían copias menores, infieles, estrictamente dependientes de un texto más venerable. La traducción, cuando se hace con inteligencia y con la concurrencia de todas las competencias científicas y teológicas necesarias, también puede mejorar el texto de base, haciéndolo de veras orable por asambleas litúrgicas que siempre están determinadas lingüística e históricamente. El texto traducido, por tanto, también contribuye a la lex orandi. En cambio, en mi opinión, no sería así si, para comprenderlo a fondo, para gustarlo, y también para practicarlo desde un punto de vista celebratorio (en el decirlo y en el cantarlo), se debiera volver al texto original porque el nuevo texto se considerara demasiado pobre en cuanto al contenido, o poco elegante, o desvaído en cuanto a la forma.

5 comentarios:

  1. Estimado Filemón:
    Permíteme dos comentarios al margen:
    1) Desde un punto de vista filológico, una traducción puede ser fiel sin respetar necesariamente el original "en las palabras, en el estilo y en la forma", porque no siempre es posible hacerlo, especialmente "en las palabras”, en cuanto que no existe una perfecta correspondencia del léxico entre dos lenguas, por lo cual una traducción fiel será también siempre aumentativa o minorativa en virtud de la diferencia lingüística y cultural entre lenguas y del diferente valor denotativo y connotativo que tienen las palabras de diferentes lenguas, aunque pertenezcan al mismo campo semántico, la forma correctiva (y perdón por mi tosquedad) es más bien un "monstrum philologicum".
    2) Desde un punto de vista teológico, dado que se trata de eucología, yo diría incluso que es fácil corregir expresiones o conceptos que el traductor siente teológicamente obsoletos, pero el riesgo es el de someter al arbitrio de cada individual teólogo-traductor la lex orandi que es patrimonio común de toda la Iglesia y que lleva consigo, incluso literariamente, los signos de su continuo desarrollo.

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    1. Estimado Berengario,
      ante todo, respecto a tu comentario, me parece que utilizas el término "fiel" en sentido lato y no en sentido técnico, que es al que me refiero en mi artículo. Los tres modos de traducir que he señalado, vendrían a ser una posible catalogación respecto de las traducciones que son todas "fieles" en sentido lato. Por eso no es de extrañar en absoluto que haya casos en los cuales la fidelidad esté inevitablemente mediada por diferentes vocablos, diferentes estilos y diferentes formas.
      El desacuerdo radica, a mi juicio, en la diferencia entre un uso genérico de fidelidad y un uso técnico de fidelidad. Así, para el uso que he indicado en el artículo, la traducción "fiel" es la que puede permitirse mantener vocablos, estructura y estilo, entre la lengua de partida y lengua de llegada. Por ese motivo encuentro dificultad para entender por qué la "traducción correctiva" se convertiría en un "monstrum philologicum".
      También aquí, "correctivo" no significa que alguien quiera corregir la liturgia o (menos aún) la doctrina del pasado, sino que la obra del "traducir" no permite mantener ni las mismas palabras, ni la misma estructura ni el mismo estilo.
      Por otra parte, ¿cómo puede darse el desarrollo de la "lex orandi" (eclesial, no divina, por supuesto) si no se acepta el principio de una traducción que no sea sólo literal?
      Detrás de este tipo de perplejidades, veo aparecer no sólo la legítima cautela y preocupación hacia formas arbitrarias de "traducción", sino sobre todo una cierta incomprensión del desarrollo de la lex orandi (eclesial), así como de la lex credendi.
      Si se habla para la tradición litúrgica de "desarrollo homogéneo y continuo" (como diría Marín Solá para el dogma), es necesario aceptar que este "desarrollo" puede continuar hoy y mañana. ¿Por qué deberíamos pensar que el desarrollo haya sido posible sólo para el pasado y no también para el presente y para el futuro? ¿No sería eso hacer de nuestras traducciones (y por ende, de la liturgia) piezas de museo y no actos vitales?

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  2. Estimado Filemón, permíteme explicarte por qué, en mi opinión, una traducción "correctiva" es un monstrum philologicum.
    Toda traducción es el intento más o menos exitoso de transportar un texto de un universo cultural a otro. Esto implica que el traductor debe estar familiarizado con el texto de origen (con todo el mundo cultural en el cual se sitúa) y el texto de destino (este también con todo el mundo cultural en el que tendrá que encajar), y en consecuencia en cada traducción hay elecciones interpretativas que un traductor debe hacer a causa del instrumento lingüístico de partida y de destino.
    Corregir deliberadamente un texto porque se considera anticuado no es lo mismo que hacerlo comprensible a través de una adaptación cultural. En el primer caso (corrección deliberada) el traductor actúa arbitrariamente y viene a menos la relación fiable con el lector que es el destinatario de la traducción que espera encontrar el pensamiento y el mundo cultural del autor traducido. En el segundo caso (adaptación cultural) se trata del caso ordinario de cualquier traducción que quiera ser útil para la mediación cultural. La traducción correctiva propuesta en tu artículo me parece más parecida al primer caso que al segundo.
    Pero también puede ser que haya entendido mal el post.
    Gracias por tu paciencia.

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    1. Estimado Berengario,
      agradezco tu pregunta y no se trata precisamente de paciencia lo que está en juego, sino ante todo de prudencia y comprensión. Ahora bien, debo reconocer que tu objeción tiene ciertamente su fundamento. Porque si se trata de "corregir" un texto, esto parece, de por sí, más bien el fruto del libre albedrío del traductor que de una exigencia del texto.
      Considerando el texto, en su carácter abstracto y absoluto, tu impugnación no me parece tener sentido. En cambio, lo que me parece que entra en juego, en nuestro caso, es el carácter "litúrgico" del texto. Y digo litúrgico, distinguiéndolo del texto bíblico. Sobre el texto bíblico, al traducirlo, yo sentiría ciertas dudas en asumir la "vía correctiva". Por ejemplo, en mi caso, como quizás también habrás supuesto, no estoy de acuerdo con esa tendencia que hoy existe, incluso de modo generalizado y con las razones que para ello se dan, para enmendar los "salmos imprecatorios", sometiéndolos, por así decirlo, a un juicio "políticamente correcto" en función de las sensibilidades maduradas a lo largo del tiempo, en la sociedad y en la conciencia.
      Pero eso es válido para un texto de la Sagrada Escritura, que la Iglesia "recibe" y que de alguna manera "resiste". Por el contrario, yo creo que el texto litúrgico (por ejemplo, el texto de una oración colecta, de una plegaria eucarística, de una oración de post-comunión, etc.) también puede ser objeto de traducciones correctivas. Te daré un ejemplo, que me parece muy claro, y en el cual el texto litúrgico no podría en absoluto ser tratado como tratamos al texto bíblico. Con este ejemplo, desarrollo algo más lo dicho en mi artículo.
      Tomemos la "vexata quaestio" de las intercesiones del Viernes Santo, un tema sobre el cual he reflexionado recientemente, y con bastante detalle. La plegaria preconciliar "pro iudaeis" del Misal Romano anterior al actual decía: "Oremus et pro perfidis Judaeis ut Deus et Dominus noster auferat velamen de cordibus eorum; ut et ipsi agnoscant Jesum Christum, Dominum nostrum. Omnipotens sempiterne Deus, qui etiam judaicam perfidiam a tua misericordia non repellis: exaudi preces nostras, quas pro illius populi obcaecatione deferimus; ut, agnita veritatis tuae luce, quae Christus est, a suis tenebris eruantur".
      Sabemos que ya en 1959 el papa san Juan XXIII, y luego la Reforma Litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II, han corregido ese texto, con una Reforma, que sustituyó el texto por uno nuevo.
      (sigo)

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    2. Pero si hoy tuviéramos que utilizar litúrgicamente una traducción del texto, ¿cómo podríamos permanecer "fieles al texto" si a la vez la teología (como mínimo la teología pastoral y ecuménica) de la relación entre cristianismo y judaísmo ha cambiado profundamente? Dado que el texto litúrgico no es un texto "de museo", sino un texto "para la vida", inevitablemente deberíamos tener una "traducción correctiva".
      En otras palabras, dado que el texto litúrgico no es sólo "literatura adquirida", sino "texto en acto", quien lo proclama es responsable de aquello que dice. Y si el texto original ha sido escrito dentro de una comprensión teológica que ha sido "superada" (en cuanto mejor explicitación de la verdad creída, y así sucede con el mayor conocimiento que la Iglesia va adquiriendo en el tiempo acerca de las verdades del hombre, de la mujer, de la Iglesia, de Dios, de las relaciones sociales, de la naturaleza, etc.) debe ser adaptado a una comprensión diferente. Repito, esto se aplica al texto de la Sagrada Liturgia, mientras que en términos de Sagrada Escritura yo sería mucho más cauteloso y cuidadoso para dejar incluso una fuerte tensión, y quizás evitar la "vía correctiva".
      Una traducción correctiva interviene necesariamente todas las veces en las cuales el texto litúrgico introduce representaciones o juicios vinculados a una época determinada y que ya no son adecuados para una época que se ha vuelto diferente, y en muchos sentidos. Y este es el principio de un desarrollo necesario, homogéneo y contínuo de la liturgia en cuanto lex orandi eclesial. Evidentemente, ante el cambio cultural hay muchas estrategias posibles a disposición: no se traduce en absoluto; se traduce ad litteram; se traduce en modo correctivo; se compone un nuevo texto. La tradición litúrgica (que de por sí es traducción litúrgica) se compone de todas estas posibilidades y ninguna queda excluida y, a menudo, todas están incluidas.

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