jueves, 6 de julio de 2023

¿Acaso no es ya hora de una VI Instrucción para la Reforma? (8/9) Posibilidades, riesgos, y límites, de la traducción literal

En todas las épocas de la cultura occidental, la Sagrada Biblia y la Sagrada Liturgia no sólo han sido receptoras del lenguaje y de la cultura actuales en cada tiempo, sino también fuentes a partir de las cuales la lengua y la cultura misma han sido constantemente fecundadas y enriquecidas con nuevas posibilidades expresivas, a nivel simbólico, a nivel de léxico e incluso a nivel gramatical. Sin embargo, no toda expresión o construcción puede siempre ser transferida mediante calco lingüístico de una lengua a otra, al tener un límite intrínseco en las capacidades y en los medios expresivos de la lengua de destino. [En la imagen: Misa en la Parroquia Señor del Milagro y Virgen Niña, de la Arquidiócesis de Mendoza, en la ciudad de Mendoza].

Cómo decir cosas antiguas en modo nuevo
   
----------El honor que la Iglesia rinde a la lengua latina no debe ser nunca idealizado. Toda idealización esconde siempre una agresión. Muchas veces idealizamos el latín porque no podemos soportar que la vida de fe y su expresión ritual esté implicada en la complejidad de las lenguas vivas, populares, inacabadas, siempre abiertas, en devenir o evolución. Las lenguas "vulgares" no son seguras, no son ciertas, no están bloqueadas. Cada niño que nace, y empieza a hablarlas, las cambia, las modifica, las enriquece. De todo esto el latín ha quedado irremediablemente excluido. Ningún niño podrá modificar el latín, enriquecerlo, metaforizarlo, hacerlo suyo como "lengua madre". El latín ya no genera una relación inmediata con el mundo. Pero este límite de experiencia, que desde hace muchos siglos impide inexorablemente al latín acceder a la experiencia viva de los pueblos, aparece también como su fascinación y su autoridad. Puede parecer más adecuado para el culto porque está separado de la vida. Aquí radica nuestra tentación de usarlo para agredir.
----------Liturgiam Authenticam participaba de este riesgo de idealización agresiva. En esta nueva reflexión que dedico (al perfilado de una eventual nueva Instrucción que a mi entender debería emanar la Santa Sede para la aplicación de la Reforma litúrgica) quisiera en primer lugar identificar una serie de puntos clave en la compleja relación entre lengua de tradición y lengua de traducción. Su relación no puede ser de transposición: para traducir es necesario, en cualquier caso, interpretar, siempre. Este punto ha quedado oscurecido en Liturgiam Authenticam, en una actitud que es a la vez de presunción y desesperación, con el presupuesto de que se pueda traducir sin interpretar. Esta opción -la renuncia a interpretar- es de hecho no sólo una interpretación en sí misma, sino que a menudo aparece como la peor interpretación.
----------Traducir no es solo transponer. La instrucción (o más bien pre-instrucción) Comme le prévoît del 23 de enero de 1969, a la que ya nos hemos referido en notas anteriores, representó la primera intervención enteramente dedicada a la temática de las traducciones a las lenguas nacionales. Significativamente redactada en un idioma actual, el francés, Comme le prévoît no ofrecía tanto una serie de normas vinculantes, sino más bien criterios orientativos para los traductores, en los cuales se reflejaban la conciencia de algunos escollos o trampas que aparecen fácilmente, y la preocupación por evitarlos.
----------En el párrafo 12 del texto de Comme le prévoît encontramos expresada la clara conciencia del modo como el léxico y las características morfológicas y sintácticas confieren a todo idioma los medios y los límites expresivos propios, que nunca pueden a priori superponerse a los de otro sistema lingüístico, salvo en una medida muy limitada. La consecuencia inmediata de esta simple observación es que la adopción de simples mecanismos de transposición, vale decir, la búsqueda de una estricta correspondencia entre término y término (del mismo modo que sucede en las versiones parafrásticas o interlineales de uso escolástico) no representa en absoluto una garantía de fidelidad al original, sino más bien un engañoso atajo respecto al laborioso proceso de decodificar un texto en todas sus valencias o sentidos o significados, para expresarlo nuevamente en un código distinto y distante respecto del original.
----------Equilibrio entre significantes y significados. Conviene recordar ahora que la III Instrucción, Liturgicae instaurationes, del 5 de septiembre de 1970, retomó las temáticas relacionadas con la implementación de la Reforma litúrgica, incluída la del uso de la lengua vulgar o vernácula. Esa Instrucción recomendaba no separar en la traducción de los nuevos libros litúrgicos la dignidad y propiedad de la forma respecto de la fidelidad en el contenido, y decía: "Las traducciones son documentos de reconocida belleza, que pueden desafiar la prueba del tiempo con la propiedad, la armonía, la elegancia, la riqueza de la expresión y de la lengua, en plena correspondencia con la interior riqueza del contenido".
----------Me parece que en ese pasaje de la III Instrucción litúrgica queda bien expresado el principio del respeto por lo valores de la lengua de destino. Vale decir, en una traducción litúrgica que pretende ser verdaderamente eficaz en el ámbito y alcance de los significados, aunque manteniendo la fidelidad básica al mensaje original, ella debe reconciliarse necesariamente con el ámbito de los significantes, representados por los valores formales y expresivos del lenguaje en los cuales se vierte el tenor original del mensaje.
----------El sentido cristiano de las palabras está enraizado en su sentido ordinario. En la época del Concilio Vaticano II, durante la década de 1960, estaba muy viva la conciencia de que la mayor parte de los idiomas contemporáneos nacían como lenguas litúrgicas recién a partir de la reforma conciliar y por tanto se debía ir construyendo con ellas nuevos modos expresivos, que fueran capaces de conjugar la fidelidad al mensaje con la comprensibilidad y más aún con la expresión orante de las comunidades concretas.
----------Decía el texto de Comme le prévoît, n.20: "En general, se obtendrá un mejor resultado adoptando palabras ordinarias y usuales que estén cargadas de sentido cristiano, en lugar de recurrir a palabras raras y eruditas. […] A menudo no será suficiente, en la liturgia, haber traducido con exactitud puramente verbal y material textos formulados para otra época y cultura. La comunidad reunida debe poder hacer del texto traducido su plegaria viva y actual, y cada uno de sus miembros debe poder encontrarse en ella y expresarse mediante ella. Por eso, al traducir textos litúrgicos, a menudo es necesario hacer prudentes adaptaciones". La preferencia por "palabras ordinarias y usuales que estén cargadas de sentido cristiano" frente a otras "raras y eruditas", expresa el carácter básico que se le reconoce a la instancia comunicativa dentro de la acción litúrgica.
----------Una obra nunca definitivamente concluida. En la carta apostólica Vicesimus quintus annus, del 4 de diciembre de 1988, el papa san Juan Pablo II se anunciaba un ciclo de revisión de las traducciones litúrgicas, diciendo: "Las Conferencias Episcopales recibieron el importante encargo de preparar las traducciones de los libros litúrgicos. [...] Pero ha llegado ya el momento de reflexionar sobre ciertas dificultades surgidas luego, dar solución a ciertas carencias o inexactitudes, completar las traducciones parciales, crear o aprobar los cantos litúrgicos, vigilar sobre el respeto de los textos aprobados y, finalmente, publicar los libros litúrgicos que tengan una vigencia estable y una presentación digna de los misterios celebrados" (n.20).
----------Es un pasaje sobre el que me permitiré hacer alguna crítica. Creo que debe ser permitido expresar las más francas reservas sobre la posibilidad de conducir a cualquier traducción a un estado que pueda considerarse "tener una vigencia estable", como dice en ese texto el Santo Pontífice. Tratándose de mediación cultural, no hay que hacerse ilusiones acerca del hecho de que tal trabajo pueda llegar algún día a deja de ser pasible de revisión y perfeccionamiento. Tampoco puede darse nunca, en las lenguas vivas, ese grado de fijeza que sólo puede poseer un texto típico latino, una lengua que ya no está expuesta a cambios vitales.
----------Precisamente la custodia de la Palabra y la fidelidad a ella conlleva, por tanto, la necesidad de reformar periódicamente los textos traducidos de la revelación (textos escriturísticos) y las fórmulas celebratorias (textos litúrgicos), precisamente como ocurre frecuentemente con las proposiciones doctrinales y catequísticas, para evitar que expresiones completamente desgastadas o incluso modificadas con el tiempo ya no sean capaces de vehiculizar y transmitir mejor su significado auténtico.
----------Un registro estilístico solemne también en las lenguas traducidas. Incluso más allá de la pretensión, cuanto menos ingenua, de una revisión definitiva, la exhortación que hace Liturgiam Authenticam a no temer una cierta equilibrada distancia del lenguaje corriente, que contribuya a conferir solemnidad a la celebración, es ciertamente aceptable. Al ejemplificar los casos a los que se puede aplicar tal criterio, la instrucción considera que los arcaísmos, semitismos, elementos estilísticos característicos del lenguaje bíblico deben contribuir a enriquecer la expresividad de las mismas lenguas vivas con un registro propiamente litúrgico y sagrado. Se recomienda, por tanto, a los traductores que inspiren la revisión no sólo en la fidelidad al sentido, sino que traten de crear en todas las lenguas un estilo propiamente litúrgico, corrigiendo así la tendencia a introducir en la liturgia expresiones de tono psicologizante, sociológico y en general de cualquier tipo de terminología culturalmente en boga, fatalmente expuesta a desgastarse y frustrarse rápidamente.
----------Sin embargo, creo que se me comprenderá si señalo que la instancia de conferir solemnidad y sacralidad al lenguaje litúrgico en las lenguas vernáculas no implica de por sí, de modo automático, la adopción del literalismo y del calco lingüístico del latín como medio y criterio estilístico privilegiado, y mucho menos único. Toda lengua puede activar múltiples instrumentos propios, ya sea del léxico, ya sea sintácticos, o bien retóricos, para caracterizar un registro estilístico más elevado respecto al del habla corriente, los cuales no pueden ciertamente reconducirse y reducirse a la imitación de un modelo latino subyacente en su pasado.
----------La tradición enriquece el lenguaje, pero respeta sus límites expresivos. La invitación que hace Liturgiam Authenticam a una traducción más fiel de los textos litúrgicos, a un lenguaje con una tonalidad más semítica y sacral, puede ser recibida como válido criterio de máxima o ideal, y así parece que en general se ha hecho por expertos en la materia. Al fin y al cabo, en todas las épocas de la cultura occidental, la Biblia y la liturgia no sólo han sido receptores del lenguaje y de la cultura actuales, sino también fuentes a partir de las cuales la lengua y la cultura misma han sido constantemente fecundadas y enriquecidas con nuevas posibilidades expresivas, a nivel simbólico, a nivel de léxico e incluso gramatical. Sin embargo, no toda expresión o construcción puede siempre ser transferida mediante calco lingüístico de una lengua a otra, al tener un límite intrínseco en las capacidades y en los medios expresivos de la lengua de destino.
   
El principio de correspondencia literal y sus límites
   
----------Como hemos dicho líneas arriba, una cuestión de fondo para evaluar la aplicabilidad de la V Instrucción, Liturgiam Authenticam, consiste en su pretensión de poder traducir sin interpretar. Sólo en esta perspectiva es posible configurar una correspondencia entre texto de partida o texto fuente, y texto de arribo o texto traducido, que pueda soñar con prescindir de la interpretación, por el simple hecho de posponerla para un momento posterior. Como si pudiéramos traducir los libros de Homero sin comprenderlos, y luego dedicarnos, en el texto traducido, a un trabajo de posterior interpretación.
----------Por otra parte, la propia correspondencia literal es muy consciente de tener que cuidarse del simplista literalismo, que casi siempre conduce a un resultado desastroso. Basta un sencillo ejemplo: traducir palabra por palabra, como más o menos hace el traductor automático de Google (o cualquier otro de los que hoy existen) casi siempre asegura un desastre comunicativo. Ciertamente, se pueden traducir de este modo mensajes de emergencia, pero tan pronto como el lenguaje entra en una dimensión metafórica y simbólica, por pequeña y marginal que fuere, cualquier esfuerzo de traducción literal es en vano. 
----------Por consiguiente, podríamos decir que precisamente el lenguaje ritual (que es seguramente el más expuesto a la naturaleza metafórica y simbólica de las lenguas) debería tener especial cuidado con la pretensión de absolutización de la correspondencia literal, y encontrar un sano equilibrio entre la correspondencia de las palabras y la correspondencia de las estructuras: porque a las correspondencias estáticas pueden preferirse, en muchísimos casos, las correspondencias dinámicas.
----------Tratemos entonces de repensar de manera útil sobre estos problemas, para salir del callejón sin salida en el que nos ha precipitado la unilateralidad demasiado drástica de la instrucción Liturgiam Authenticam del 2001, que muestra así toda su necesidad de ser superada por una nueva instrucción.
----------Liturgiam Authenticam como discontinuidad metodológica. Presuponiendo que una excesiva libertad en la traducción de los textos litúrgicos en lengua moderna haya llevado a menudo a un empobrecimiento del contenido, la V Instrucción, Liturgiam Authenticam, de 2001, ha reclamado a las Conferencias Episcopales que se adhieran tanto como sea posible, en las futuras ediciones de los libros rituales, al texto típico de acuerdo con lo que ha sido denominado el principio de correspondencia literal.
----------Algunos años más tarde de aquella reclamación del dicasterio del Culto, el papa Benedicto XVI defendió su decidida opción por la traducción literal del pro multis (en la fórmula eucarística) refiriéndose en modo explícito al principio de la correspondencia literal"Hasta un cierto punto, el principio de una traducción del contenido del texto base, y no necesariamente literal, sigue estando justificado. [...] Así, a lo largo de los años, también a mí personalmente me ha resultado cada vez más claro que el principio de la correspondencia no literal, sino estructural, como guía en las traducciones tiene sus límites. Estas consideraciones han llevado a la Instrucción sobre las traducciones 'Liturgiam authenticam' [...] a poner de nuevo en primer plano el principio de la correspondencia literal, sin prescribir obviamente un verbalismo unilateral" (Carta de Benedicto XVI al Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana,  14 de abril del 2012).
----------Un principio intrínsecamente no bien definido. Leyendo el citado pasaje de aquella Carta de Benedicto XVI, queda la duda respecto a lo que sea que distinga la "correspondencia literal" (que constituiría según Benedicto el correcto criterio a adoptar para la traducción de la liturgia e incluso de la Escritura) respecto a lo que él llama el "verbalismo unilateral", señalado como el exceso del que hay que distanciarse. En otras palabras, la pregunta que debemos hacernos es: ¿dónde termina la "correspondencia literal" y dónde comienza su forzamiento hacia el "verbalismo unilateral"?
----------Pero, entonces, si ese denominado "verbalismo unilateral" representa la patología a la que puede estar expuesta la "correspondencia literal", ¿cuál es el umbral crítico que marca el final del estado de salud y el inicio de la fiebre o de la enfermedad? ¿Qué corresponde a aquello por lo que el papa Benedicto XVI expresa que "hasta un cierto punto" la traducción "no necesariamente literal" todavía se define como "justificada" y por lo tanto aceptable? El riesgo que fácilmente se intuye en estas expresiones nada claras del papa Ratzinger referidas no a ninguna cuestión de fe ni de moral, sino a una cuestión atinente a la lingüística, es que, a falta de una escala de medida objetiva, el único criterio de la aceptabilidad de la traducción acabe por identificarse con el incuestionable, y sin embargo fatalmente subjetivo, juicio de la autoridad.
----------Una norma para aplicar con suma prudencia. Es necesario tener en cuenta que una traducción no es nunca un sistema de equivalencias rígidas y preestablecidas entre lenguas diferentes, cuyas posibilidades expresivas no son jamás idénticas, sino que se trata de una operación compleja y sujeta por su propia naturaleza a un margen solamente aproximativo y flexible, que no puede ser completamente eliminado. Parece imposible, en materia de traducciones, establecer otro criterio que no sea el de la recomendación de la prudencia y extrema cautela. El teólogo y liturgista Cesare Giraudo [n.1941] expresa muy bien esto mismo diciendo: "Cuanto menos nos desviemos del estilo semítico, siempre que exista una razonable posibilidad, seremos más capaces de comprender el lenguaje del Antiguo y del Nuevo Testamentos".
----------Sin embargo, los márgenes para poder mejorar la traducción (mejoramiento posible en las traducciones litúrgicas elaboradas después del Concilio Vaticano II) no son todavía tales como para justificar una revisión radical de los propios criterios de la traducción: es del todo suficiente apelar al buen sentido común, por analogía con lo que ocurre normalmente con las versiones de los textos bíblicos.
----------Las dos atenciones simultáneas (también recomendadas por Liturgiam Authenticam) a las necesidades de las lenguas modernas y a la impronta estilística del lenguaje bíblico, siempre pueden encontrarse en recíproca tensión, imponiendo al traductor opciones y renuncias. Al mismo tiempo, ninguna traducción podrá ponerse al reparo de una vez y para siempre de esos mismos riesgos de incomprensión, o de instrumentalización, que la Palabra divina ha querido correr haciéndose palabra humana, pues, en definitiva, todo traductor está fatalmente expuesto al riesgo de devenir, contra su voluntad, un traidor.

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