martes, 1 de junio de 2021

¿Cómo debemos orar en la presente pandemia? (2/2)

Providencialmente, las iniciativas para intensificar la oración individual y colectiva en este tiempo de pandemia, iniciativas surgidas desde asociaciones y grupos laicales y también promovidas por los pastores, se vienen multiplicando en los últimos meses, probablemente en razón de una mayor toma de conciencia de que sólo el recurrir a Dios es el camino para conseguir liberarnos del mal en esta coyuntura, pues los recursos humanos no alcanzan a ser suficientes. Sin embargo, me temo que las actuales peticiones "por la salud del pueblo argentino" (para referirme a lo que sucede en nuestro país) nos dan a entender que no son pocos los que no han comprendido todavía las características de la oración cristiana madura. [Imagen de internet: ciudadanos de la República de El Salvador, país cruelmente azotado por el coronavirus, rezando en las calles].

Presupuestos para que seamos escuchados
   
----------Dice la Sagrada Escritura: "No te presentes ante el Señor con las manos vacías" (Sir 35,4). Tratemos de entender este precepto sapiencial. Objeto principal de la plegaria es la obtención de la gracia de Dios, el poder disfrutar de su misericordia, de su benevolencia y de su amistad. Pero para poder ser escuchados no sólo hay condiciones objetivas, es decir, referentes a lo que se pide, a los bienes que se piden, como hemos visto ayer, en la primera parte de esta reflexión; sino que hay también condiciones subjetivas, es decir, referentes al cómo se pide, o sea, es necesario que el sujeto proceda de un cierto modo.
----------En efecto, cuando nos presentamos ante Dios para obtener misericordia o para obtener alguna gracia y para tener o sentir su amistad, es necesario que primero saldemos las cuentas con Él según justicia, si con Él tenemos algún cargo pendiente o alguna cuenta abierta, en suma, alguna deuda por pagar.
----------Esto es lo que la Sagrada Escritura entiende, cuando nos ordena no presentarnos "con las manos vacías". Las manos vacías son las de quienes, con el pretexto de que todo nos viene de Dios, y con una falsa idea de su indignidad, negándose a hacerse de méritos para la salvación o para pagar las deudas, hacen como el servidor de la parábola evangélica, que entierra el talento recibido (Mt 25,14-30).
----------La parábola del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14) es instructiva para la explicación del texto citado de Sir 35,4, "No te presentes ante el Señor con las manos vacías", es decir, sobre cómo es necesario presentarnos al Señor cuando Le queremos orar. Ambos, el fariseo y el publicano, tienen algo que ofrecer al Señor: el fariseo le presenta sus buenas obras, pero no pide perdón por sus pecados y de hecho más bien comete uno, mirando con desprecio al publicano, del cual no sabe apreciar la humildad. Este último, en cambio, no tiene obras buenas para ofrecer, sino que solo siente la necesidad de pedir piedad por sus pecados.
----------En esa parábola, Nuestro Señor Jesucristo esclarece lo que intenta decir el citado pasaje del Sirácida, elogiando la plegaria del publicano, que se ha presentado al Señor con la ofrenda de su arrepentimiento, y desaprobando la ofrenda del fariseo, que se ha presentado aparentemente con las manos llenas, pero en realidad con las manos vacías, no tanto por su conciencia de haber hecho obras buenas, sino por la soberbia de no haber querido reconocer sus pecados y arrepentirse de ellos.
----------Sorprende, por lo tanto, la antipatía que santa Teresa del Niño Jesús experimentaba por este principio ético de la Biblia. En efecto, hablando de sí misma, declara "presentarse a Dios con las manos vacías"; pero ella no parece demasiado preocupada; por el contrario, parece más bien declararlo con una cierta satisfacción como cosa buena, quizás, en su pensamiento, signo de humildad y reconocimiento de su pobreza, para significar probablemente que lo que ella era y lo que tenía le venía de Dios.
----------En realidad, como sabemos, la vida de santa Teresa del Niño Jesús fue vida penitente, operosísima, al punto de culminar en el voto de víctima de la divina misericordia. Por consiguiente, ella en realidad hizo productivos abundantemente los talentos recibidos. En realidad, se presentó al Señor con las manos llenas. Es posible (lo digo como conjetura) que ella de buena fe haya sufrido la influencia de algún director espiritual jansenista, quien no ha sabido interpretar el pasaje bíblico en el sentido correcto.
----------Es cierto que en el Padre Nuestro le pedimos a Dios que nos perdone nuestras deudas, pero debemos recordar la condición: que nosotros perdonemos las deudas que otros tienen con nosotros, aunque esto no quiere decir que, si ellos pueden pagar, no deban pagar; por lo cual, si no quieren pagar, debemos exigirles que paguen, como por otra parte hará Dios mismo con nosotros, si, aun cuando pudiendo pagar, no queremos pagar y queremos salirnos con la nuestra viajando gratis por la vida, por así decir, bajo el pretexto de la gratuidad de la gracia y que todo ha sido pagado por Cristo. Así razonaba Lutero.
----------Pero esto es, en realidad, querer pasarse de listo, es un discurso desleal, injusto, propio de un indolente y holgazán, discurso que Dios jamás puede aceptar, para nada, y que, por lo tanto, no nos procura su misericordia en absoluto, sino que más bien aumenta Su indignación contra nosotros, porque aquí Dios se siente burlado, tomado a la chacota, y por nuestra propia experiencia sabemos que no hay nada que nos indigne más que cuando nos damos cuenta de que se están burlando de nosotros.
----------Es cierto que Dios conoce perfectamente nuestra debilidad, y está siempre muy dispuesto a tener piedad de nosotros y a venir a nuestro encuentro, y esto se puede ver en la forma como ha tratado a su Hijo por amor nuestro. Pero Él quiere, y con esto mismo nos honra, que nosotros pongamos lo nuestro -he aquí el sentido de las penas de la vida presente- no ciertamente para perfeccionar la obra de la Redención, sino para participar de su misma eficacia, uniendo nuestras obras y nuestros sufrimientos a la obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo. Así, gracias a Cristo, volvemos o "reciclamos", si se me consiente la expresión, a nuestro favor ese mismo sufrimiento que de por sí es pérdida y desgracia.
----------Dios que es leal nos pide ser personas leales, y que la nuestra sea una plegaria no de ventajistas o aprovechadores, sino de personas leales. De hecho, ¿se puede pretender la amistad de una persona si, teniendo una deuda con él, no le pagamos primero? ¿Cómo podríamos pretender recibir aquello que supone que de nuestra parte le hemos dado lo que le corresponde? La amistad supone justicia. No puede existir amistad si falta la justicia. Esto vale tanto en las relaciones interhumanas como en nuestra relación con Dios.
   
Características y modalidades de la plegaria
   
----------La oración no debe ser hecha ni de manera lamentosa o llorosa, ni tampoco de modo petulante, ni como hecha por mendigos limosneros, ni de manera pretenciosa u ostentosa, sino con dignidad, con corazón contrito y humildad al mismo tiempo, con confianza, abandono y sabiendo que lo que se pide es agradable a Dios y ciertamente querido por Él, mientras que, si se trata de cosas inciertas o contingentes, debe ser hecha sí con fervor, pero con desapego, sin obstinarse y dispuestos a aceptar con resignación lo que Dios quiera. 
----------La plegaria, como he dicho antes, no es una fórmula de palabras mágicas, que obligue a Dios a escucharnos. En la oración no debemos pedir que se haga nuestra voluntad, sino la voluntad de Dios, cualquiera que sea, también cuando sea el soportar las consecuencias de nuestros pecados. La plegaria no es un arrebato o desfogue emotivo o sentimental, no es un impulso romántico, sino un acto de fe, pero al mismo tiempo supremamente razonable y prudentemente calculado; de hecho, tiene una precisa lógica: es necesario saber tomar a Dios, me atrevería a decir, "por el lado correcto", de lo contrario, en lugar de escucharnos, Él se indigna más. Dios nos obedece, si nosotros somos los primeros en obedecerle.
----------Es necesario distinguir cuándo se debe rezar, pidiendo a Dios lo que necesitamos de Él, y cuándo se debe hacer uso de las propias fuerzas, en cuanto son suficientes para obtener lo que necesitamos. En efecto, si le pedimos a Dios que nos dé aquello que podemos obtener con nuestras fuerzas, mostramos desprecio por estas fuerzas y devaluamos la fuerza divina, y por lo tanto pecamos doblemente contra Dios, tanto devaluando su poder en sí mismo como en relación con las fuerzas que Él nos ha dado.
----------En cambio, debemos pedir ayuda cuando, debiendo cumplir ese determinado deber o adquirir esa determinada virtud u obedecer ese determinado mandato divino o huir de esa determinada tentación, nos damos cuenta de que nuestras fuerzas son insuficientes para lograrlo. Por lo tanto, es necesario aplicar el conocido dicho de san Agustín de Hipona: "haz aquello que puedas y pide aquello que no puedas". En cambio, sería tentar a Dios, y por lo tanto sería pecado de presunción, ponernos en una empresa o someternos a una tentación superior a nuestras fuerzas y pedir a Dios que nos haga triunfar.
----------En las variadas plegarias inter-humanas pedimos a algún amigo o persona de confianza en gracia de algún otro superior que intervenga o interceda ante estos para obtener una ayuda o un favor de ese superior. Pues bien, Jesucristo, con los méritos de su Pasión, ha satisfecho por nosotros ante el Padre, nos ha obtenido la remisión de los pecados, la filiación divina y la posibilidad de expiar a nuestra vez con nuestros méritos nuestros pecados. Él ha implorado al Padre como hombre para poder cumplir la obra de la Redención y como Hijo de Dios intercede ante el Padre a nuestro favor, a fin de que nosotros a nuestra vez podamos ofrecernos nosotros mismos al Padre en Cristo como víctimas de suave olor (cf. Ef 5,2).
----------Antes de subir a la cruz, Nuestro Señor Jesucristo ha implorado al Padre para que enviara el Espíritu Santo (Jn 14,16) y ha orado por los suyos (Jn 17,9); mientras que después de la resurrección ya no ora al Padre por ellos, sino que les asegura que será suficiente con pedir en su nombre (Jn 16,26). Entonces, Él ha querido asociar al hombre a su obra redentora, de modo tal que si el Redentor es Él, por su parte el hombre, con sus obras y sus sufrimientos, tuviera la oportunidad de cooperar en la obra redentora.
----------Así como el cristiano se dirige a Cristo en la plegaria para obtener la salvación, en grado subordinado también puede dirigirse a los hermanos y hermanas que, en modo eminente y ejemplar, han colaborado en la obra redentora, es decir, han sido hechos partícipes de la Pasión del Señor, y por lo tanto son de alguna manera mediadores de Cristo Mediador del Padre. Suprema Mediadora de Cristo es entre todas las criaturas humanas la Santísima Virgen María y, por debajo de María, todos los demás Santos del cielo y de la tierra.
  
La plegaria de Job
   
----------La enseñanza que extraemos de la plegaria de Job está basada en la conciencia que él tiene de que en todo aquello que nos sucede en la vida, tanto sea lo agradable, lo que nos complace, como lo desagradable, lo que nos disgusta, es necesario reconducir todo a Dios, devolvérselo todo a Dios. De ahí sus famosísimas expresiones: "El Señor ha dado, el Señor ha quitado: ¡sea bendito el nombre del Señor!" (Job 1,21) y: "Si de Dios aceptamos el bien, ¿por qué no deberíamos aceptar el mal?" (Job 2,10).
----------Ciertamente la razón natural demuestra que Dios es bondad infinita, por lo cual no es difícil reconducir a Él todo lo bueno que nos sucede en la vida, aunque los necios y los ateos ni siquiera logran comprender esto. Más difícil, en cambio, es entender cómo y por qué o con qué fin o propósito Dios puede permitir, o tal vez querer, que sucedan en nuestra vida las desgracias. No tiene todavía Job la conciencia del valor satisfactorio y redentor del sufrimiento, que aparecerá con el Evangelio.
----------La Escritura véterotestamentaria, que se limita tan solo al elemental principio de justicia de que el pecado merece castigo, nos dice que los males que suceden en la vida son castigos divinos. Sí, es cierto que pueden ser causados por los hombres o por la naturaleza, pero siempre como causas segundas. Pero detrás de todo esto siempre existe la permisión divina. Los amigos de Job se detienen a decir eso, se afirman en eso. Pero Job no se contenta con esta respuesta, porque, sintiéndose inocente, no cree merecer el mal que le sucede. Job sabe que Dios no nos hace el mal por el gusto de hacernos el mal, como el demonio, sino que Dios es como un buen médico que da al enfermo una cura dolorosa o un tratamiento doloroso para curarlo.
----------Sin embargo, lo hermoso del relato de Job es que no por esto él duda de que Dios lo ama y que un día lo liberará y podrá disfrutar para siempre de Él. Ciertamente, en esta narración no se habla de las consecuencias del pecado original, que, como explicará san Pablo, son la causa originaria y remota de todas las penas de la vida, tanto de los sufrimientos de los malvados como de los sufrimientos de los inocentes, porque nadie es tan inocente como para no merecer ningún castigo.
----------De todos modos, Job sabe que Dios es bueno, por lo cual, si permite la desgracia, debe existir una razón, debe tener un motivo de justicia y de bondad, que para nosotros puede ser desconocido; pero el saber que tal motivo existe debe ser suficiente para hacernos permanecer serenos y tener confianza en Él, que de un modo u otro, cuando y como quiera, nos liberará y nos premiará por nuestra paciencia y nos restituirá en abundancia todo aquello que nos había quitado. En Job no existe todavía la idea de un liberador del pecado, cosa que aparecerá solo con Cristo; pero sin embargo existe la idea de que Dios mismo piensa en reivindicar a los justos de los males sufridos, en liberarlos del sufrimiento y de la misma muerte.
----------Job es inocente y no acepta la afirmación de sus amigos de que las desgracias que le suceden sean castigo por sus pecados. Cristo todavía no ha venido, por lo cual Job no piensa en ofrecerse, como Cristo, para descontar los pecados de los otros. Sin embargo, la sabiduría de Job es fundamental y es el presupuesto para comprender el sentido de la Redención de Cristo.
   
La plegaria de la reina Ester
   
----------Un método ejemplar de la plegaria bien hecha, que toca el corazón de Dios y lo alcanza, lo encontramos en las palabras de la reina Ester (Est 4,17k-17z). Ella, de hecho, nos da el ejemplo de cómo nos debemos regular o qué camino seguir para obtener de Dios la gracia en abundancia. Nos enseña que la buena plegaria debe ser hecha en dos momentos muy precisos, el uno subsiguiente al otro y ordenado al otro.
----------En efecto, Ester se expresa así: "Hemos pecado contra Ti y nos has puesto en las manos de nuestros enemigos, porque hemos honrado a sus dioses. ¡Justo eres, Señor! Mas ahora no se han contentado con nuestra amarga esclavitud, sino que han jurado exterminar tu heredad".
----------Ese es el primer momento de la plegaria. Es el acto de la toma de conciencia de las propias culpas con la súplica del perdón. Sigue después el segundo momento, con la petición de ayuda: "No entregues, Señor, tu cetro a dioses que ni siquiera existen; que no se regocijen por nuestra caída, sino golpea con un castigo ejemplar al primero de nuestros perseguidores. ¡Sálvanos con tu mano y ven en nuestra ayuda, porque estamos solos y no tenemos a nadie más que a Ti, oh Señor!" (17n-17t).
----------La reina Ester nos enseña que para obtener misericordia de Dios, lo primero que hay que hacer, el punto de partida de la oración es comenzar por reconocer las propias culpas, que el Señor es justo al castigarlas y que nos hemos merecido sus castigos, como se dice en el Acto de Contrición: "Dios mío, me arrepiento y me duelo de mis pecados, porque pecando he merecido tus castigos, y mucho más porque te he ofendido a Ti, que eres infinitamente bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas".
----------En este punto, habiendo reconocido nuestra deuda con el Señor, declarándonos dispuestos a pagarla y calculando la desgracia que nos aflige como pago de la deuda, el Señor está bien dispuesto hacia nosotros, para perdonarnos y concedernos esa misericordia que Le pedimos para ser liberados de nuestros males. Para darnos su misericordia, Dios exige que estemos arrepentidos de nuestros pecados y dispuestos para repararlos. Sin embargo, hay que tener presente que el mismo arrepentimiento y el acto de satisfacción o reparación son movidos por la gracia y, por lo tanto, efectos de la misericordia.
----------Por lo tanto, Dios no perdona incondicionadamente, sino solo a condición de que estemos dispuestos a convertirnos. En cambio, nos dona la primera gracia incondicionadamente, a partir de la cual comienza el proceso de justificación. Y en esto Lutero está en lo cierto. Perdonar incondicionadamente, en efecto, y esto vale tanto para el hombre como para Dios, es decir, sin exigir la condición previa de que el ofensor se arrepienta, no sería un verdadero perdonar, que quita el pecado, sino al contrario, sería complicidad o connivencia del ofendido con el pecado del que lo ha ofendido.
   
La plegaria de Jeremías
   
----------En el capítulo 14 de Jeremías encontramos una plegaria del profeta que constituye un ejemplo del modo adecuado de orar en tiempos de pública calamidad, como en estos tiempos de pandemia que nos toca vivir a nosotros. En su tiempo, el profeta lamenta la triste suerte de Jerusalén devastada por un ejército extranjero. ¿Cuál es su exordio, cómo empieza su plegaria por la liberación de la ciudad? "Reconocemos, Señor, nuestra iniquidad, la iniquidad de nuestros padres, porque hemos pecado contra Ti" (Jer 14,20).
----------Sólo recién llegado a este punto el profeta Jeremías siente que puede invocar al Señor con seguridad y con confianza: "Pero a causa de tu Nombre, no nos abandones, no nos desprecies, no hagas despreciable el trono de tu gloria: ¡Acuérdate, no rompas tu alianza con nosotros! (...) ¿No eres tú, Señor, nuestro Dios? Nosotros confiamos en Ti, porque eres tú el que has hecho todo esto" (Jer 14,21-22).
   
La plegaria de santa Catalina de Siena
   
----------Entre las oraciones de la Santa Sienesa elijo esta, en la cual aparece con particular claridad cómo ella, a fin de hacer aceptable al Padre su súplica, comienza presentándole los méritos de la Pasión de Su Hijo, a los cuales asociaba el reconocimiento de sus pecados, cuya pena ella expiaba estando unida a la Pasión de Cristo. Solo en este punto ella se consideraba habilitada para pedir al Padre gracias, misericordia, paz, justicia, bienestar y salvación para ella, para sus seres queridos, para los pecadores, para su ciudad, para su patria (como nosotros para nuestra tierra), para el Papa y para la Iglesia. Dice Catalina:
----------"¡Oh dulce y eterno Dios, sublimidad infinita! Ya que no podíamos elevar el afecto, que era ínfimo, ni la luz del intelecto a tu altura a causa de las tinieblas de la culpa, es que Tú, supremo médico, nos has donado el Verbo con la yesca de la humanidad, y has atraído al hombre y capturado el demonio no en virtud de la humanidad sino de la divinidad. Y haciéndote así pequeño, has hecho grande al hombre, saturado de oprobios, lo has llenado de bienaventuranzas, habiendo Tú sufrido hambre, lo has saturado con el afecto de tu caridad, despojándote de la vida, lo has revestido de la gracia, colmado Tú de vergüenza le has devuelto el honor, oscureciéndote. En cuanto a la humanidad, le has devuelto a él la luz, tendido Tú en la cruz, lo has abrazado y le has hecho una caverna en tu costado, en la cual tuviera refugio del rostro de sus enemigos, caverna en la cual puede conocer tu caridad, porque por ella muestras que le has querido dar más de lo que pudiera con finita operación. Allí ha encontrado el baño en el cual ha lavado el rostro de su alma de la lepra de la culpa".
   
Conclusión
   
----------La plegaria cristiana confirma la oración propia de la religión natural, comprendida la veterotestamentaria, pero al mismo tiempo la vuelve más eficaz, la supera: por un mejor conocimiento de lo que debemos pedirle a Dios, por la amplitud y sublimidad de perspectivas, por un más profundo conocimiento del pecado y del sufrimiento, de los cuales pedimos a Dios que nos libere, por un mejor conocimiento de las fuerzas malignas de las cuales Dios nos defiende, por la posesión de un Mediador divino Jesucristo, el cual en el Espíritu Santo, intercede por nosotros ante el Padre.

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