jueves, 24 de junio de 2021

Amoris laetitia: no existe contraposición con Veritatis splendor

Frente a las siempre insidiosas interpretaciones neo-modernistas de la exhortación apostólica post-sinodal Amoris laetitia, que me han movido antes y me mueven ahora a escribir esta serie de artículos, me agrada tomar fuerzas y empeño en aquellas bien conocidas palabras de san Pablo: "Te imploro delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y delante de Cristo Jesús, que dio buen testimonio ante Poncio Pilato: observa lo que está prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tim 6,14). En la nota de hoy una reflexión acerca del maximalismo y del heroísmo.

----------Hace unos cuatro años atrás, en medio de aquellos primeros ardorosos debates en torno a la correcta interpretación de la exhortación Amoris laetitia, un exponente del modernismo, docente de teología (de quien prefiero no revelar su nombre), publicó un artículo en que se refería al documento pontificio caracterizándolo como ubicado "más allá de Veritatis Splendor, o bien más acá del maximalismo moral", con la clara intención de contraponer la exhortación del papa Francisco a la encíclica del papa san Juan Pablo II.
----------El autor del artículo protestatario ve en la exhortación Amoris Laetitia un contraste, o más bien de hecho una aproximación a la cuestión de la relación entre ley moral y circunstancias del acto moral, "que no sería exagerado definir diametralmente opuesta" respecto de la encíclica Veritatis Splendor de san Juan Pablo II, quien según él estaría teñida de "maximalismo", "racionalismo" y desprecio por la "tradición", mientras que Amoris Laetitia, "realiza con gran fuerza y ​​con verdadera profecía una recuperación de la tradición", para lo cual ella "elabora, en el cap. VIII, una comprensión de las 'heridas de la familia' en la que se propone una relación entre 'normas' y 'discernimiento' que recupera una antigua sabiduría eclesial, respecto a la cual una 'fría moral de escritorio' había pretendido tomar distancia en modo drástico y maximalista".
----------Esta contraposición entre estos dos grandes documentos pontificios es del todo falsa y sofística, calumniosa hacia el papa san Juan Pablo II y flagrantemente adulatoria hacia el papa Francisco, según una reprobable costumbre que se ha extendido entre los aduladores modernistas del Pontífice reinante, desde el inicio de su pontificado. En todo caso, se debe decir que los dos documentos se complementan y se iluminan entre sí, ya que mientras la encíclica de san Juan Pablo se centra más en algunos principios de fondo de la teología moral, la exhortación del papa Francisco considera más las condiciones, circunstancias y modalidades en las cuales el sujeto actuante debe aplicar, en la vida matrimonial, la ley moral.
----------Tan ingenua y tonta es la acusación hecha por algunos exponentes del extremo tradicionalismo al Santo Padre de haber relativizado en Amoris laetitia la ley moral, o de poner en duda la indisolubilidad del matrimonio o incluso la sacralidad de la Eucaristía, casi como acusándolo de favorecer la laxitud moral, como igualmente tonta y necia es la acusación hecha por el autor del artículo de marras a un Santo Pontífice como Juan Pablo II, expertísimo en el cuidado pastoral, de "maximalismo" moral, o sea de abstraccionismo, de rigidez, de excesivas exigencias, de demasiada severidad y de escasa comprensión de las debilidades humanas, casi como acusándolo de carecer de misericordia y de sentido de las circunstancias.
----------No hay duda de que no solo para el papa san Juan Pablo II, sino también para el papa Francisco, como no podía ser de otra manera, el adulterio es un intrinsece malum, ya que este concepto, como resulta claramente de la encíclica Veritatis Splendor, está necesariamente conexo con las palabras de Nuestro Señor Jesucristo mismo sobre la indisolubilidad del matrimonio y la prohibición del adulterio.
----------Es diferente, sin embargo, el caso del adulterio y el de la disolución del matrimonio. El adulterio está siempre prohibido sin excepciones. Para la disolución del matrimonio, en cambio (aparte de la ley mosaica sobre el asunto, cambiada por Cristo), san Pablo da el permiso al cónyuge creyente, cuya fe está en peligro por el cónyuge no-creyente, para dejarlo, de modo que el matrimonio viene a ser disuelto. Es el así llamado privilegio paulino. Encontramos en el Diccionario de Teología Moral (1960) dirigido por el cardenal Francesco Roberti, bajo la entrada "Privilegio paulino": "El así llamado privilegio paulino está contenido en 1 Cor 7,11-16. […] Por eso, puede disolverse sólo el matrimonio legítimo, incluso consumado, es decir, el contraído por dos no bautizados, si uno de ellos se convierte a la religión cristiana. No se aplica al matrimonio entre un bautizado y un infiel, contraído previa dispensa del impedimento de la disparidad de culto".
----------Aquí tenemos un valor sagrado (el vínculo matrimonial) al cual en dos modos diferentes se opone un cierto acto humano. ¡Pero qué abisal diferencia entre uno y otro caso! El adulterio es un acto privado con el cual un hombre comete un grave pecado contra la indisolubilidad y la sacralidad del matrimonio, por el cual el vínculo permanece intacto. La disolución del vínculo es un acto público cumplido por la legítima autoridad eclesiástica, que en el caso mencionado es autorizada por la doctrina de san Pablo.
----------Por lo tanto, aquí vemos qué diferencia existe, respecto a la disciplina del sacramento del matrimonio, entre la institución divina (voluntad de Cristo) y el poder de la autoridad jurídica de la Iglesia ("poder de las llaves"). Mientras Cristo no concede a la Iglesia y por lo tanto a la moral por ella enseñada (con el debido respeto a los modernistas) para hacer excepciones a la prohibición del adulterio y del divorcio, ha concedido a la Iglesia, a través de san Pablo, en ciertos casos, disolver el vínculo conyugal.
   
El juego desleal de los neo-modernistas en el uso de los términos
   
----------El autor del artículo al que aquí hago velada referencia, juega deslealmente con el inveterado equívoco idealista, que otorga la primacía al sujeto sobre el objeto, entendiendo por sujeto la conciencia como la entiende René Descartes [1596-1650], es decir, no como conciencia regulada por la verdad, sino como conciencia regla de la verdad, no como pensamiento que mediante la idea se adecua a lo real, sino como real o ser (sum) deducido del pensamiento (cogito) o de la idea, por lo cual la verdad para Descartes no es lo que existe realmente frente a mí (obiectum), independientemente de mí (claro que dependiente de Dios), sino lo que yo (subiectum, "sujeto") decido que sea la verdad y la realidad.
----------Ahora bien, es necesario decir que si bien es cierto que si yo pienso quiere decir que existo, es todavía más cierto que para poder pensar debo primero existir. De ahí el primado del ser sobre el pensamiento y, por lo tanto, sobre la conciencia. La disolución del ser en el pensamiento y en la conciencia subjetiva es la locura del idealismo, productora del solipsismo metafísico, del subjetivismo teorético, del relativismo y de la corrupción morales, de los trastornos emotivos, de las patologías alucinatorias o autistas, todas ilusiones sin fin.
----------Este principio cartesiano, llevado a sus extremas consecuencias, ha producido la identificación hegeliana y gentileana del ser con el pensamiento. Es este el sujeto moderno que complace tanto a los modernistas y que ellos (cierto que a veces sin darse cuenta), han puesto en el lugar de Dios, ya que es solo Dios, es solo la Autoconciencia divina, que es regla del ser, de la verdad y de nuestra conciencia.
----------Es claro que si por sujeto, según el lenguaje filosófico idealista, se entiende el mundo del espíritu o la conciencia, mientras que el objeto son las cosas materiales externas, entonces se tiene el primado del sujeto, es decir, del espíritu, sobre el objeto, o sea, sobre la materia. Pero si por sujeto, según el lenguaje realista, entendemos el pensamiento, y por objeto entendemos lo real, aquí es el pensamiento el que debe adecuarse a lo real. Pero es necesario decir que la conciencia no debe ser entendida como fuente absoluta de la verdad, sino como obligación moral de aceptar la verdad. En cambio, aquello que los neo-modernistas suelen llamar hoy "sujeto moderno", no es otra cosa que el concepto modernista de la conciencia, por lo cual, por ejemplo, el padre Arturo Sosa, prepósito general de la Compañía de Jesús, ha hablado en repetidas ocasiones del "primado de la conciencia", olvidando que la conciencia no tiene ningún primado en el ámbito del saber, donde el primado corresponde a la intuición de la realidad, ni tanto menos en el ámbito del ser, donde el primado corresponde a la verdad del ser, regla objetiva de la verdad de la conciencia.
   
Comparación entre la encíclica Veritatis Splendor y la exhortación Amoris Laetitia
   
----------Por consiguiente, por un lado el papa Francisco tiene razón al sostener que:
----------1. "Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares" (Amoris Laetitia 304). Lo cual no niega en absoluto la existencia de valores irrenunciables, a saber, el intrinsece bonum o bonum honestum, y ni siquiera significa que el hecho de que el legislador ignore todos los casos posibles admite la posibilidad de casos en los cuales se pueda hacer excepción a la ley.
----------2. "La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada 'irregular' viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante" (Amoris Laetitia 301). Según esto, por consiguiente, es posible la alternancia de períodos en los cuales las parejas en situación irregular están en gracia con períodos en los cuales están en pecado, privados de la gracia.
----------3. "Es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado -que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno- se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia" (Amoris Laetitia 305).
----------4. "Es necesario acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día, dando lugar a la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible [...] Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino" (Amoris Laetitia, 308). Es claro que el uso, por un lado, del acompañamiento, de la misericordia, de la comprensión, de la tolerancia y de la paciencia, en ciertas circunstancias, no excluye, por otro lado, en otras circunstancias, el estímulo, la incitación, la amonestación, el llamado, el reproche y la advertencia.
----------Por otra parte, ha hecho bien el papa san Juan Pablo II en recordar que:
----------1. "Existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen" (Veritatis Splendor, 80).
----------2. "En la tradición moral de la Iglesia", los actos humanos que se orientan hacia tales objetos, "son los actos que han sido denominados intrínsecamente malos (intrinsece malum): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias" (Veritatis Splendor, 80).
----------3. "Las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección" (Veritatis Splendor, 81).
----------En estos textos de la encíclica Veritatis Splendor no existe ningún maximalismo, ningún rigorismo, ninguna rigidez, ningún racionalismo, ninguna afirmación o pretensión exagerada. Ninguna rigidez o exigencia demasiado rigurosa, sino ductilidad sabia y prudente en el adaptar el llamado a la perfección, a las posibilidades y a las necesidades propias de cada uno. El Santo Papa sabe cuánto puede Dios pedir al hombre, dónde el hombre puede ser responsable y dónde en cambio es digno de piedad.
----------"La Iglesia (dice san Juan Pablo II en Veritatis Splendor, 95), que jamás podrá renunciar al principio de la verdad y de la coherencia, según el cual no acepta llamar bien al mal y mal al bien, ha de estar siempre atenta a 'no quebrar la caña cascada ni apagar el pabilo vacilante' [el linum fumigans, cf. Is 42,3]. El papa Pablo VI ha escrito: 'No disminuir en nada la doctrina salvadora de Cristo es una forma eminente de caridad hacia las almas. Pero ello ha de ir acompañado siempre con la paciencia y la bondad de la que el Señor mismo ha dado ejemplo en su trato con los hombres. Al venir no para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17), Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso hacia las personas'...".
----------Se trata de consideraciones perfectamente razonables, basadas en el concepto racional del bien del hombre y de su fin último, que es Dios. El conocimiento de este fin es demostrable, como es sabido, por la razón natural, tratándose de un fin o bien absoluto, que obliga absolutamente, faltando al cual el hombre falla en la vida. Incluso las normas a seguir para la consecución del fin último, o sea la ley natural, la razón las deriva de la consideración del hombre como animal racional.
   
La moral cristiana crea santos, no mediocres figuras
   
----------Si el guía andino le indica en el valle al caminante la cumbre a conquistar, no pretende ciertamente que el inexperto caminante la alcance de golpe con un salto, ni le pasa por la cabeza regañarlo si no la alcanza de inmediato, sino que evidentemente está dispuesto a ayudarlo y a acompañarlo, con premura, sabiduría y prudencia, en el lento ascenso hacia la cima. Pues bien, de modo similar, para facilitar el camino de la vida no debemos rebajar el ideal moral ni hacer descuentos por nuestra propia iniciativa, sino ponernos con toda nuestra buena voluntad y con la ayuda de la gracia, confiando en la misericordia de Dios, pero sin aprovecharnos astutamente de su bondad para hacer nuestras comodidades. Debemos saber presentar al prójimo, quienquiera que sea, el ideal cristiano en toda su elevación, asegurándole nuestra ayuda y, sobre todo, exhortarle a hacer el máximo (¡he aquí el buen "maximalismo"!) confiando en la ayuda del Señor.
----------El papa san Juan Pablo II, en Veritaris Splendor, no pide a nadie lo imposible, sino que recuerda a todos la altísima dignidad de la persona y de su responsabilidad, creada a imagen de Dios, sin olvidar en absoluto sus miserias, consecuencias del pecado, sobre todo en el clima actual de generalizada desorientación intelectual, y en los límites de la naturaleza humana fijados eternamente por el Creador y superados en diversa medida por la vida de gracia y de la santidad, don de la misericordia del Salvador.
----------Y el papa Francisco no es ese maniobrador ambiguo o ese astuto laxista que algunos quieren hacernos creer. Es necesario, en cambio, con una exégesis atenta, cuidadosa y benévola, tomar nota de su sabiduría pastoral y del hecho de que Amoris Laetitia añade a Veritatis Splendor indicaciones casuísticas, a las cuales no da espacio la Veritatis Splendor, de enfoque más teórico. Es cierto que algunos pasajes de Amoris Laetitia, por su poca claridad, pueden causar problemas, pero mucho se aclara recurriendo al Magisterio precedente, comenzando por Familaris Consortio. Naturalmente, esta indicación hermenéutica de recurrir al Magisterio precedente para interpretar el Magisterio del papa Francisco, cae en saco roto en aquellos que interpretan en clave rupturista la enseñanza del actual Romano Pontífice, interpretación rupturista que no es sólo la de los modernistas, pues es compartida también por los lefebvrianos, en opuestas direcciones.
----------Entre las ideologías que comparten modernistas y lefebvrianos de la actualidad, está la confusión entre el sano rigor moral con el rigorismo. Tanto los lefebvrianos (y filo-lefebvrianos o "anti-progre") como los modernistas y "anti-tradi", deberían aprender que no debemos confundir la seriedad y el rigor moral con el rigorismo, el esfuerzo moral con el maximalismo, la fidelidad a nuestras promesas, a nuestra vocación o al ideal inviolable y al fin sagrado que nos hemos prefijado, con el conservadurismo o el estancamiento o el fundamentalismo o la terquedad o la "clausura a todo lo nuevo".
----------Naturalmente, si bien modernistas y lefebvrianos son las dos manifestaciones extremas, las dos nefastas vanguardias, heréticas y cismáticas, de los dos errores morales que se apartan de la recta moral cristiana, la cuantía del daño que cada uno produce hoy en la Iglesia es de diverso calibre, porque hoy, por su poder y su difusión, el mayor problema es el modernismo, siendo como es el lefebvrismo y filolefebvrisno anti progre una minoría. Indudablemente el problema más grave hoy es el modernismo.
----------Pues bien, los principios morales enseñados por los actuales neo-modernistas, siempre buenistas y misericordistas, viciados de historicismo, son principios morales demasiado débiles y frágiles para producir no digo mártires y héroes, sino ni siquiera personas de carácter, con la espina dorsal robusta. Si Maria Goretti hubiera tenido las ideas de los actuales buenistas y misericordistas sobre el sexo y sobre el matrimonio, ciertamente habría consentido a las peticiones de Alessandro Serenelli, un joven que al menos, a diferencia de muchos jóvenes de hoy, sabía distinguir al hombre de la mujer y no confundía los sexos.
----------Las ideas morales de los actuales modernistas, producen a Don Abbondio, aquel personaje de la novela de Alessandro Manzoni, dispuesto a obedecer al primer bribón que le saliera al paso; las ideas de los actuales buenistas y misericordistas producen astutos que quieren salirse con la suya a poco dinero y con el aura del profeta, producen bufones de la corte o aduladores del patrón o padrino que mejor paga, producen maquiavélicos al servicio del dictador, producen oportunistas empujados por el viento que sopla, producen los Taillerand que siempre están a flote, hábiles en el salvar el pellejo en toda circunstancia, producen temerosos dispuestos a arrodillarse en el suelo y besar los pies del primer matón que les alza la voz. Por tanto, ciertas ideas y formas de actuar no producen el vuelo del águila, sino el cloqueo de la gallina en el gallinero.

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