Quien no quiera atacar sólo los síntomas sino llegar a enfrentar las causas de la enfermedad que hoy afecta la conciencia y la vida moral de los cristianos, deberá hacer el esfuerzo por comprender la relación entre idealismo y sexualidad, porque la presente crisis moral en la Iglesia tiene sus raíces en el idealismo en clave rahneriana y en una sexualidad mal comprendida y peor asumida. Intentemos ver la relación entre ambos factores.
----------"El hombre no es ni ángel ni bestia -decía sabiamente Blas Pascal [1623-1662]-, y la desgracia quiere que quien haga el ángel haga la bestia". Y el actual papa emérito, Benedicto XVI, al inicio de su pontificado, recordaba el mito de Ícaro, que por haber querido presuntuosamente elevarse hasta el sol con alas de cera construidas por él, acabó precipitándose a tierra con las alas fundidas al calor del sol.
----------"Todo hombre está llamado a dar sentido a su obrar sobre todo cuando se sitúa en el horizonte de un descubrimiento científico que va contra la esencia misma de la vida personal. Dejarse llevar por el gusto del descubrimiento sin salvaguardar los criterios que derivan de una visión más profunda haría caer fácilmente en el drama del que se hablaba en el mito antiguo: el joven Ícaro, arrastrado por el gusto del vuelo hacia la libertad absoluta, desoyendo las advertencias de su anciano padre Dédalo, se acerca cada vez más al sol, olvidando que las alas con las que se ha elevado hacia el cielo son de cera. La caída desastrosa y la muerte son el precio que paga por esa engañosa ilusión. El mito antiguo encierra una lección de valor perenne. En la vida existen otras ilusiones engañosas, en las que no podemos poner nuestra confianza, si no queremos correr el riesgo de consecuencias desastrosas para nuestra vida y para la de los demás" (Benedicto XVI, discurso en su visita a la Pontificia Universidad Lateranense, 21 de octubre de 2006).
----------La sutil y refinada tentación del idealismo, que se arraiga en los espíritus inteligentes pero soberbios o en las almas ardientes pero privadas de equilibrio, en fin, desequilibradas, es un fuego secreto que estimula desde milenios tanto en Oriente como en Occidente la aspiración ascética y el deseo de perfección en una enorme multitud de hombres y mujeres fascinados por el gran poder del pensamiento y de la voluntad del ser humano abierto al deseo de lo divino, de lo absoluto y de lo infinito.
----------Pero en la instancia idealista, aparentemente tan noble, profunda y loable, a veces genial y sublime, se esconde, no siempre inmediatamente visible (latet anguis in herba) una visión dualista de la naturaleza humana, un orgulloso desprecio por su dimensión de animalidad, con su connotación masculina-femenina. Muchos idealistas, desde Platón [427-347 a.C], pasando por los gnósticos, los cátaros medievales, Jakob Böhme [1575-1624], René Descartes [1596-1650], George Berkeley [1685-1753], hasta Immanuel Kant [1724-1804], Arthur Schopenhauer [1788-1860], Martin Heidegger [1889-1976], Emanuele Severino [1929-2020] y Karl Rahner [1904-1984], rechazan explícitamente la definición del hombre como animal rationale, sustancia viviente material animada por un alma espiritual, considerándola una concepción del hombre vulgar, burdo y rústico, incapaz de captar verdaderamente la dignidad espiritual, infinita y divina de la persona humana.
----------Sin embargo, está claro que un idealismo puro no existe y es impracticable, también porque para el idealista, a decir verdad, el sexo interesa mucho y cómo. Claro que no quiere darlo a entender y entonces he aquí las exaltadas alabanzas del espíritu, de la razón, de la conciencia, del "sujeto", del pensamiento, de la voluntad, de la libertad y de la mística. Sin embargo, existe un idealismo rigorista, más bien perteneciente al pasado, como lo encontramos por ejemplo en Oriente en el brahmanismo o en el budismo o en el Occidente cristiano en la tradición monástica origeniana, cuyas influencias más o menos acentuadas es posible rastrear en el trasfondo de toda una concepción tradicional de la castidad consagrada que llega incluso hasta nuestros días, motorizada a veces por corrientes ideológicas fijadas en desviaciones éticas anteriores al Concilio Vaticano II, no obstante la corrección evangélica propuesta por ese Concilio de nuestro tiempo, con su llamada a la unidad de la persona humana compuesta de alma y de cuerpo y, en particular, enseñando que "Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas" (Gaudium et Spes n.12).
----------Sin embargo, el idealismo de mayor éxito es el idealismo moderno, y esto es muy comprensible, dada la pesadez de la carne humana. Se trata del idealismo no tanto del hombre como puro espíritu, como res cogitans, como autoconciencia o como trascendental o Dasein o como "pastor del ser" o como "mirada a Dios" o teofanía divina, habitante en un hiperuranio hecho de abstracciones subsistentes o de inhumanas privaciones y maceraciones, sino que es el del pequeño burgués que, sin renunciar en absoluto a su divinidad, se encuentra muy bien en este mundo, no desprecia en absoluto sus placeres, hasta el punto de concebir una visión del hombre en la cual el espíritu no es en absoluto distinto de la materia, ni el alma es distinta del cuerpo (pues esto ¡sería dualismo griego!), sino que más bien el espíritu -para usar una expresión de Rahner- no es más que materia fluidizada, mientras que el cuerpo no es más que espíritu solidificado.
----------En efecto, si, como afirma explícitamente el idealista, el ser es pensamiento, y la materia es espíritu, no es difícil hacer la operación opuesta -aun cuando no la reconozca explícitamente sino que la practique en los hechos-, a saber, la del materializar el ser, la idea, el pensamiento y el espíritu, reduciendo lo abstracto a lo concreto, el ser al devenir, el intelecto al sentido, la voluntad al instinto y el alma al cuerpo.
----------Y he aquí que el juego está hecho: del super-espiritualismo del hombre angelizado, emerge el hombre-bestia de Karl Marx [1818-1883], Charles Darwin [1809-1882] y Sigmund Freud [1856-1939]. Del hombre-espíritu emerge el hombre-sexo. Maravilloso juego de prestidigitación que asocia sabiamente las alturas de la soberbia con las bajezas de la sensualidad y de la libido. Pero el sujeto continúa considerándose y siendo considerado el gran genio de la inteligencia, de la ciencia y de la sabiduría, por no hablar de la mística; cual paradigma de la más rancia aristocracia académica de Oxford, por citar un ejemplo moderno. Sin embargo, el homúnculo no se atreve a hablar de "santidad", quizás esto sería demasiado.
----------En este punto es necesario decir que son más francos los libertinos, los disolutos, los viciosos y los depravados de todos los tiempos, los cuales declararon abiertamente su idolatría del sexo, sin dar tantas vueltas de falso espiritualismo y sin tantos preámbulos de elevadísima metafísica que desaparece entre las nubes de incomprensibles abstracciones. Por lo menos no tenían la hipocresía de los idealistas. Más tolerables, en este punto, son los herederos del alegre empirismo liberal anglosajón, por ejemplo David Hume [1711-1776], tal como aparece hoy en la línea de la sexología libertaria de tantos en la actualidad.
----------Sin embargo, la cuestión del sexo es efectivamente una cuestión muy seria. Y debe decirse que el idealista es alguien que no ha alcanzado a resolverla. Por lo tanto, no está siempre dicho que sea por mala voluntad o por hipocresía. A veces, en el idealista existe un drama o un tormento oculto que él por lo general no nos revela públicamente; de hecho: ¿cuándo jamás los grandes filósofos idealistas se detienen a tratar de la ética sexual?. Deducimos su tormento de las contorsiones de su propio pensamiento manifestado en sus obras: una mezcolanza de barro y sublimidad, de demonismo y de angelismo, de bestialidad y de espiritualidad. Quieren ser espirituales, pero no saben desvincularse de la prepotencia de la carne. Aquí nos podría venir a la mente Martín Lutero [1483-1546]. La turbia espiritualidad hegeliana está aquí en la línea del Reformador.
----------¿Cuál seria la solución? Pues bien: una sana antropología, la cual, siguiendo los pasos de Aristóteles [384-322 a-C], de santo Tomás de Aquino [1225-1274] y de la Sagrada Escritura, viera al hombre como única sustancia animal informada por un alma espiritual y considerando la cuestión del sexo, tuviera la clara conciencia y certeza de la dimensión sexual de la persona humana, como constitutiva de la misma persona, sin perjuicio del deber de la persona de regular sabiamente los movimientos de su sexualidad.
----------Ahora bien, la clave resolutiva fundamental de esta grave y perenne cuestión, que a menudo nos acecha a todos, está contenida en aquellas simplicísimas pero profundísimas palabras del libro del Génesis, capítulo 1: "varón y mujer los creó", con todo aquello que es subsecuentemente enseñado también en el capítulo 2. Sobre esto me he extendido ampliamente en otros artículos de este mismo blog, comentando también las preciosas enseñanzas sobre el tema del papa san Juan Pablo II, sobre la teología del cuerpo humano.
----------Aquí el concepto fundamental es que el ser hombre y el ser mujer son queridos por Dios en vista de la eterna beatitud; por eso, para el cristiano, en esta luz, la sexualidad estar en armonía con la espiritualidad y no en oposición como si fuera una enemiga. Aunque necesarias y loables, las renuncias y abstinencias ascéticas deben garantizar al fin de cuentas la pacificación entre "espíritu" y "carne", pues no son en absoluto queridas por Dios, sino que no son más que una consecuencia del pecado original.
----------Es necesario alcanzar una posición equilibrada, lejana tanto del angelismo cuanto de la bestialidad. El hombre no es una bestia cuya máxima aspiración sea el placer sexual, pero no es tampoco un espíritu puro asexuado o un ángel alojado en una bestia, por lo cual el ser varón y ser mujer no son algo adventicio o accidental, o peor todavía, consecuencia del pecado original; no son ni siquiera algo convencional o arbitrario, ajeno al campo de la moral, de lo cual cada uno pueda disponer como le plazca, sino que son componentes naturales y esenciales de la persona humana, tales que por lo tanto, si son bien vividos, como para influir positivamente en la misma vida espiritual, una vez que la recta razón inspirada por la fe se toma cuidado de esta dimensión respetando sus leyes y finalidades puestas por el Creador y la endereza, la encauza, la dirige, a sus propios fines y significados más sublimes, están destinados a simbolizar la cúspide del amor y en particular la unión mística con la divinidad.
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