jueves, 17 de junio de 2021

Amoris laetitia. San Pablo, la concupiscencia y el matrimonio

Habiéndome permitido en mi artículo de ayer observar que en san Pablo hay algunas ideas discutibles sobre la concupiscencia sexual, ligadas a su misoginia rabínica, he sido atacado en algunos emails e incluso también en el foro de este blog, al punto de ser acusado de modernismo y de rahnerismo. Considero que en este caso es bueno responder a mis opositores, porque esto me da la oportunidad de explicarme ulteriormente y con más detalle, partiendo del método de la exégesis bíblica y alcanzando así más claridad en la comprensión de las enseñanzas del Magisterio incluyendo la exhortación Amoris laetitia.

----------Partamos pues desde el método de la exégesis bíblica, ya que habiéndome permitido haber notado que en los textos de san Pablo hay algunas ideas discutibles acerca de la concupiscencia sexual, ideas personales del hagiógrafo y que están ligadas a su anti-feminismo o a la misoginia rabínica, he sido atacado desde varios lados (a través de correos electrónicos y de comentarios en el foro de este blog) incluso con acusaciones de modernismo y rahnerismo. Considero que en el presente caso es bueno responder a mis opositores, porque esto me da la oportunidad de explicarme ulteriormente.
----------También he consentido en publicar otros comentarios en el foro, con ataques personales y burdas apreciaciones de personas que parecen tener tiempo para perder (el aislamiento de la pandemia parece también darles esa ocasión). Normalmente no permito que tal tipo de comentarios salgan a la luz, pero a veces también suelo ofrecer a mis interlocutores la oportunidad de exponer sus ideas, sus opiniones o sus razones, quiero decir: sus motivos objetivos que los impulsan a ataques personales como los que llevan a cabo. Casi nunca logro que salgan de la riña personal en la que están atrapados y pasen en cambio al diálogo constructivo sobre verdades objetivas. Temo que muchos de ellos sean ya incapaces de eso. Pero, en fin, vuelvo a animarlos a que en lugar de perder el tiempo conmigo, ¡que intenten alguna vez escribir con coherencia lógica y ofrezcan a los demás sus propias razones sobre los mismos temas de los que aquí trato!
----------Entrando ahora en tema, comienzo entonces esta exposición con un discurso sobre el método. Pues bien, en la exégesis de la Sagrada Escritura es necesario distinguir lo que es verdaderamente Palabra de Dios de las ideas propias del hagiógrafo o de la cultura propia de su tiempo. La inerrancia de la Escritura se refiere evidentemente solo a aquellos pasajes, en los cuales el hagiógrafo, inspirado por Dios, enuncia las verdades reveladas por Dios, o sea, verdades de fe.
----------Sin embargo, es inevitable que el hagiógrafo, que es un ser humano limitado y falible como todos, deje manifestar también sus propias opiniones o las de su tiempo, que no son Palabra de Dios, sino que pueden ser o bien ideas muy atrasadas o bien incluso ideas equivocadas, obviamente sin ninguna intención de engañar, sino simplemente por ignorancia o frecuentemente por los límites de su saber.
----------De tal manera, el progreso del conocimiento de las enseñanzas bíblicas conlleva el hecho de que, mientras lo que pertenece a la divina Revelación siempre permanece inmutable e inalterado, siendo como es Palabra de Dios, en cambio, las ideas del hagiógrafo pueden ser aceptadas incluso por largo tiempo en la Iglesia; pero es posible que en cierto momento la propia Iglesia se dé cuenta, tome conciencia, a la luz de la misma Palabra de Dios, que esas ideas están superadas o deban corregirse.
----------Al fin de cuentas, en el caso de esas ideas del hagiógrafo o ideas culturales, se trataba de opiniones humanas, que la Iglesia acepta no en el sentido de dogmatizarlas (cosa que no podría hacer nunca) sino en el sentido de que por un cierto tiempo, incluso durante muchos siglos, no las desaprueba y las deja circular. Sin embargo, cuando, con el progreso de la exégesis y de la vida misma de la Iglesia, aparece claro y se hace evidente que estas ideas están superadas o son erróneas, la Iglesia interviene adoptando la nueva y mejor interpretación, que mejor refleja la verdad de la Palabra de Dios. Claro que esto que estoy diciendo no lo aceptan los tradicionalistas extremos que han permitido el degenerarse su legítimo y sano afecto por lo tradicional; es decir, esto no lo aceptan hoy como ayer los llamados también "anti-progre", que no aceptan ningún tiempo de progreso en el conocimiento de la fe y en la vida cristiana, anclados y apegados como están en el pasado. Se trata del rígido pasadismo, del tal cual tantas veces hablamos en este blog, pasadismo tan dañino como el modernismo, ambos heréticos y ambos implícitamente cismáticos.
----------Pero el caso es que el pasado, la antigüedad, incluso milenaria, de una doctrina bíblica, no depone o atestigua siempre a favor de su inmutabilidad; es necesario verificar caso por caso individual si se trata de un dato de fe o de una opinión del hagiógrafo. Si la Iglesia se da cuenta, y cuando se da cuenta, de que se trataba de una simple idea del hagiógrafo o de su ambiente cultural, no duda en abandonarla o incluso en excluirla explícitamente, aunque lo haga con toda precaución, para no faltarle el respeto al hagiógrafo. Esto lo puso bien en claro por ejemplo el venerable papa Pío XII en su encíclica Divino afflante Spiritu de 1943, que convendría hoy releer y estudiar con mucho fruto. Recuérdese también que fueron precisamente los modernistas quienes, a partir de esa carta encíclica, comenzaron a sacar indebidas deducciones de ella, entendiéndola como un documento "liberador" de las ataduras a las que los había sometido la anterior encíclica Pascendi del papa san Pío X. Sin embargo, el papa Pacelli puso las cosas en claro, y con su encíclica Humani generis de 1950 condenó la falsa exégesis modernista presente en la llamada nueva teología, la cual sin embargo volvería al ataque en los tiempos del Concilio Vaticano II.
----------Pero los defectos de los modernistas y de la llamada exégesis modernista que ellos aplican a los textos bíblicos, en este sentido, no están dados por este principio de la distinción entre dato revelado e ideas del hagiógrafo, y esto no lo entienden los pasadistas o "anti-progre" o tradicionalistas extremos o lefebvrianos (todos primos hermanos). Los defectos de la exégesis modernista no radican en el principio de distinguir Palabra de Dios y palabra humana, sino en dos cosas que intentaré explicar a continuación:
----------Primera cosa. Los modernistas son ante todo historicistas o evolucionistas, vale decir que no admiten verdades universales e inmutables, ni siquiera las verdades de fe. Para ellos todo cambia, incluso Dios. Por lo tanto, no sólo cambian las ideas del hagiógrafo, sino también el dato revelado, en el sentido de que hoy ya no creemos las mismas verdades de fe, en las cuales creía por ejemplo san Pablo, porque incluso la verdad de fe cambia con el paso del tiempo y varía según las diversas culturas, por lo cual para los modernistas no se da una única fe, sino una pluralidad de "fedes" o de "creencias". Según los modernistas, no existen verdades eternas y supra-temporales, sino que la verdad es hija de su tiempo: veritas est filia temporis. Aquello que era cierto ayer, es falso hoy y viceversa. Por lo tanto, para ellos, la Iglesia se equivoca al repetir siempre las mismas doctrinas o los mismos dogmas, porque así se queda atrás del progreso histórico.
----------Saquemos las consecuencias de ello. Según los modernistas, por ejemplo Edward Schillebeeckx [1914-2009], la identidad del contenido de fe en el curso del tiempo no está asegurada por conceptos dogmáticos, que no son fijos, sino que cambian y deben cambiar, dependiendo de las circunstancias y de las situaciones histórico-culturales. De hecho, para Schillebeeckx, el concepto no capta lo real en sí mismo, sino que solo tiende a lo real sin alcanzarlo. En cambio, lo real es capturado por una "experiencia atemática preconceptual", concreta, global y existencial, que sin embargo en sí misma es inexpresable. Debemos expresarla; pero, por la naturaleza misma de nuestro conocer, en el momento en que lo hacemos, nos vemos obligados a utilizar simples, inciertos y precarios "modelos interpretativos", que son solo imágenes o metáforas o comparaciones, sustancialmente subjetivas, al menos en relación a un tiempo determinado o a una cultura determinada.
----------Por consiguiente, quien pretende poseer, en materia de fe, verdades universales, absolutas y eternas, es una persona rígida e intolerante (dicen los modernistas), no sabe apreciar el pluralismo, no tiene sentido histórico, es un atrasado, no comprende su propio tiempo, es un presuntuoso, es un fundamentalista y de esta gnoseología relativista y evolucionista se sigue, en el campo del conocimiento de fe, que el contacto cognoscitivo con Cristo no está asegurado, como en los dogmas, por ideas abstractas, sino por la antes mencionada experiencia atemática, que implica la praxis, experiencia que sería la misma fe, por la cual alcanzamos el misterio de Cristo. Salvo que, sin embargo, para Schillebeeckx, en el momento en el cual lo interpretamos, expresamos y comunicamos en conceptos, estos conceptos no son y no deben ser siempre los mismos, sino que son cambiantes y deben cambiar y ser diferentes, es decir, adecuados al misterio que intentamos captar y expresar, en función de los tiempos, de las circunstancias y de las personas a las cuales nos dirigimos. Según los modernistas, si uno permanece apegado a un concepto superado o del pasado, vive fuera de su propio tiempo y usa un lenguaje incomprensible para sus contemporáneos.
----------Por ejemplo, para expresar hoy el misterio de Nuestro Señor Jesucristo, Schillebeeckx propone dejar de decir que "Jesús es Dios", porque esta expresión, según él, sería un vestigio de la antigua mitología pagana del "hombre divino" (theiòs anèr), y sería mejor en cambio designar a Cristo como "profeta escatológico". Y de manera similar, en lugar de hablar, como hace el Concilio de Calcedonia, de "una persona en dos naturalezas", sería mejor hablar de "una naturaleza en dos personas". Y así sucesivamente.
----------Segunda cosa. Al interpretar la Sagrada Escritura, los modernistas, al igual que lo hicieron y lo siguen haciendo los protestantes, no toman en cuenta aquellos pasajes que la Iglesia ya ha interpretado o incluso son pasajes que sirven como justificación, prueba o fundamento escriturístico de una enseñanza dogmática, y por lo tanto los modernistas no respetan la interpretación hecha por la Iglesia, sino que interpretan esos pasajes a su modo, según libre exámen, cayendo fácilmente en la herejía.
----------Pongamos un ejemplo. La Iglesia, fundándose en aquellos pasajes de la Sagrada Escritura, donde se habla del alma humana, enseña: 1) la distinción entre alma y cuerpo (Concilio Lateranense IV de 1215); 2) que el alma es una forma sustancial del cuerpo (Concilio de Viennes de 1312); 3) que el alma es inmortal (Concilio Lateranense V de 1513). Pues bien, Karl Rahner [1904-1984], al negar explícitamente todos estos dogmas de la Iglesia, sostiene que cuando la Biblia habla del alma, siempre se refiere al hombre entero.
----------Ahora bien, en la cuestión que estamos examinando, el caso de san Pablo es, por cierto, particularmente delicado, ya que no se trata de un simple hagiógrafo como otros, sino de nada menos que un eminente Apóstol. Pero la Iglesia, que sólo presta atención a la Verdad, no tiene problemas en superar y corregir incluso las ideas humanas, históricamente condicionadas, de un san Pablo. Este hecho es atestiguado con extrema claridad precisamente con respecto a nuestro tema de la concupiscencia sexual, tema estrechamente conectado con el de la dignidad de la mujer y del matrimonio, a tal punto que es bueno tratarlos juntos.
----------Pues bien, la doctrina personal paulina del matrimonio como "remedio para la concupiscencia", efectivamente ha sido enseñada por los moralistas hasta el Concilio Vaticano II, el cual, por el contrario, al tratar del matrimonio, no habla en absoluto de esto. Y desde entonces, los grandes documentos pontificios, como la Humanae Vitae del papa san Pablo VI, la Familiaris consortio del papa san Juan Pablo II, hasta la Amoris laetitia del Pontífice reinante, están en esta misma línea. Lo que demuestra claramente que aquella idea de san Pablo está superada, y si está superada, evidentemente allí Pablo de hecho no está hablando en nombre de Dios, sino en su propio nombre, o quizás confunde de buena fe su idea con la divina Revelación.
----------Para que nadie interprete mi afirmación en sentido modernista: no se trata aquí evidentemente de poner en duda o de negar la existencia de la concupiscencia sexual, o la posibilidad de anularla en la vida presente. Ella, por el contrario, es un legado del pecado original presente en todos, y que consiste en un impulso irracional hacia el placer sexual y el acto que le corresponde. La búsqueda del placer es un impulso natural en el hombre y en el animal. El problema, para el hombre, es que esta búsqueda debe estar racionalmente motivada; y si así no lo es, es pecaminosa. Pues bien, la concupiscencia hace, sí, que la persona del otro sexo nos atraiga hacia ella con una tal fuerza que en ciertos casos es muy difícil de frenar.
----------San Pablo dice: "si no pueden contenerse, que se casen" (1 Cor 7,9). Si, por el contrario, pueden contenerse, es mejor que sigan siendo vírgenes. Hoy, como decía en mi artículo anterior, y ahora repito, desde después del Concilio Vaticano II, la Iglesia habla de otra manera: todos, con una buena disciplina, el ejercicio y la ayuda de la gracia, debemos estar en grado y ser capaces de dominarnos, de regularnos, de controlarnos y de frenarnos, lo cual entonces y al fin de cuentas no se trata de nada más que de la virtud cardinal de la templanza, obligatoria para todos, sea que estemos llamados al matrimonio, sea que estemos llamados a la vida religiosa. Incluso san Pablo, en otros lugares de sus epístolas, admite sin problemas esto que hoy la Iglesia enseña. Y ésta es ciertamente Palabra de Dios y no palabra humana.
----------Por lo tanto, la elección de la propia vocación, en la teología espiritual de hoy, bien se trate de vocación al matrimonio o bien de vocación a la vida consagrada o al sacerdocio, ya no debe ser entendida respondiendo a la pregunta de si puedo o no puedo detener el sexo. Sino que, en el presupuesto de que yo haya alcanzado ese grado de templanza, que me hace dueño y señor de mi instinto, esta elección debe hacerse por motivos mucho más elevados: es decir, como respuesta al don de Dios, lo que por lo demás el mismo san Pablo reconoce: "cada uno recibe del Señor su don particular: unos este, otros aquel" (1 Cor 7,7).
----------Por consiguiente, esto quiere decir que el acto conyugal no debe ser visto como consecuencia de la apertura de las cataratas matrimoniales, por la cual el torrente de la pasión estalla tumultuoso, pero legalizado, en la vida conyugal. No debe ser visto como una satisfacción, un desfogue y al mismo tiempo una compuerta legítima y tolerada de la concupiscencia, que de otro modo se extendería irrefrenable, por lo cual su represión sería insoportable o imposible, como creía Martín Lutero [1483-1546]. De modo, estimado lector, que si el predicador que escuchas, o el confesor o el director espiritual que te aconseja, transparenta este tipo de enseñanzas superadas, en línea con la doctrina paulina del matrimonio como remedio a la concupiscencia, no tengas dudas: se trata de un rígido pasadista "anti-progre" o de un luterano, que en esto concuerdan.
----------Por el contrario, la Iglesia enseña que el acto sexual debe ser expresión del don de sí, voluntad de hacer feliz al otro y aceptación agradecida del don que el otro hace de sí mismo. Acto, que, como he dicho en mi artículo anterior, expresa el amor y acrecienta el amor. El cumplimiento mismo del debito conyugal, que es deber de justicia y servicio al otro, más frecuente en los ancianos, en los cuales está debilitado el impulso del eros, debe seguir siendo más que nunca expresión del amor. Incluso se podría decir, pensando en el sacramento del matrimonio, que el acto conyugal es signo e incentivo de santidad.
----------El cambio en la concepción del matrimonio iniciado por el Concilio Vaticano II consiste en una visión más optimista y más noble, más fiel al libro del Génesis y al Evangelio: mientras que antes del Concilio el matrimonio era planteado acentuadamente en el horizonte de la naturaleza caída con el pecado original y de la inferioridad de la mujer respecto al hombre, la visión nueva se sitúa decididamente en el horizonte de la resurrección y de la igualdad de naturaleza específica entre los dos y de mutua complementariedad.
----------La dignidad de la mujer hoy en la Iglesia viene mejor a la luz, sus cualidades morales son mejor puestas en evidencia, sus aptitudes espirituales mas exaltadas, mientras que a la inversa disminuyen las razones, motivos o los prejuicios, que en el pasado, como en el mismo Antiguo Testamento, hacían ver en la mujer casi un minus habens, un menor, con limitada responsabilidad. Ella era vista como una criatura frágil, impulsiva, emocional, fácil a las ilusiones, sugestionable, poco confiable, para guiar, educar, controlar, corregir y mantener a raya; o bien un peligro: una seductora, casi una bruja, de la cual es necesario cuidarse. En sustancia, la mujer era vista a la luz de Eva pecadora y no a la luz de Nuestra Señora.
----------En san Pablo es evidente que para él la relación hombre-mujer corresponde a la relación superior-inferior (1 Cor 11,7-9; 14,34; 1 Tim 2,11-14). Pero estas son ideas suyas, hoy superadas. En cambio, la doctrina, también de san Pablo, del marido "cabeza de la mujer" (Ef 5,22-33) es otra cosa. En efecto, mientras que sobre el tema general "hombre-mujer" escuchamos a Pablo con su misoginismo rabínico, en la doctrina de la relación marido-esposa resplandece ciertamente la belleza de la Palabra de Dios, que no pasa y que ha sido confirmada y profundizado por el Concilio Vaticano II, que ha llegado a afirmar que "su unión constituye la primera forma de comunión de las personas" (Gaudium et Spes 12).
----------Ahora bien, estos límites que encontramos en la concepción paulina de la mujer no impiden que el Apóstol enuncie algunos principios fundamentales de la concepción cristiana de la mujer, principios que ciertamente son objeto de la divina Revelación: el principio de reciprocidad: "Por supuesto que para el Señor, la mujer no existe sin el hombre ni el hombre sin la mujer" (1 Cor 11,11); y la perspectiva de la unión escatológica, en la cual está implícita la resurrección de los sexos, de la cual ha hablado ampliamente san Juan Pablo II en sus catequesis sobre la teología del cuerpo: "Por lo tanto, ya no hay varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28). Esta es la clara recuperación de la doctrina de Génesis caps. 1-2, donde se enseña la igualdad de dignidad y naturaleza específicas.
----------Con el Concilio Vaticano II, de todos modos, se ha producido una mejora en la visión de la mujer, por la cual ella, sin que por esto caigamos en fáciles optimismos, es vista más en la luz de Nuestra Señora que de Eva. El Concilio ha confirmado la sustancia de la sublime doctrina paulina sobre el matrimonio como imagen mística ("¡mysterium magnum!") y signo sacramental nada menos que de la unión de Cristo con la Iglesia. En esta doctrina -y aquí estamos verdaderamente en la Palabra de Dios-, donde no se transparenta nada de la desestima de Pablo por la mujer y de su doctrina sobre la concupiscencia sexual, no parece que encontremos ni siquiera al mismo autor. Por otra parte, una nota discordante del propio Pablo parece encontrarse en el cap. 7 de la Primera Carta a los Corintios, donde es difícil poner de acuerdo la mencionada sublime comparación mística con la nota quizás demasiado humana, según la cual "la mujer casada se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido" (v.34). Pero si el esposo es la imagen de Cristo, ¿qué pasa con esta imagen? ¿Estamos entonces de nuevo con el remedium concupiscentiae?
----------Es evidente el vínculo entre la mujer vista bajo esta luz y el problema del control sexual. El progreso en el conocimiento de la dignidad femenina a lo largo de los siglos ha ido de la mano con una perspectiva más elevada del matrimonio y de la sexualidad. También es evidente que cuanto más el hombre abandona su complejo de superioridad y ve en la mujer no tanto la tentadora o la minus habens, sino la compañera de viaje hacia el cielo, la unión conyugal se convertirá cada vez menos en la válvula de escape y el desfogue legitimado y tolerado del instinto y siempre más un don desinteresado del amor: ¡amoris laetitia!

2 comentarios:

  1. Padre Filemón:
    Realmente me resulta difícil conciliar su declaración sobre san Pablo, cuando Ud. dice que "estas son sus ideas personales" con lo que dice el papa León XIII en la "Providentissimus Deus", en estos pasajes:
    "Pero lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error [...] Por lo cual nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como de instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya que no al autor principal, se les pudiera haber deslizado algún error [...] Tal ha sido siempre el sentir de los Santos Padres. 'Y así -dice San Agustín-, puesto que éstos han escrito lo que el Espíritu Santo les ha mostrado y les ha dicho, no debe decirse que no lo ha escrito El mismo, ya que, como miembros, han ejecutado lo que la cabeza les dictaba'. Y San Gregorio Magno dice: «Es inútil preguntar quién ha escrito esto, puesto que se cree firmemente que el autor del libro es el Espíritu Santo; ha escrito, en efecto, el que dictó lo que se había de escribir; ha escrito quien ha inspirado la obra".
    Todo debe ser leído en contexto, pero tuve que eliminar por razones de espacio...
    Gracias, padre Filemón, por su ayuda.

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    1. Estimado Ignacio,
      en el texto que citas, el papa León XIII se refiere al hagiógrafo en cuanto inspirado por Dios a escribir lo que Dios ha querido que escribiera, para enseñar las inmutables verdades de fe; pero no se refiere al hagiógrafo en cuanto hombre falible ligado a las cambiantes ideas de su tiempo.
      En este sentido, tanto en el campo de las enseñanzas especulativas como en el campo de las enseñanzas morales, la Biblia da testimonio de un continuo progreso y revisión de las ideas de los hagiógrafos, progreso que depende precisamente de su progresiva adaptación a aquellas verdades de fe, que ellos mismos enseñan en cuanto inspirados por Dios.
      En tal sentido -lo digo de paso- los extremos tradicionalistas, rígidos pasadistas o "anti-progre" como suele decirse hoy, tienen esta tendencia también a negar el progreso en la Sagrada Escritura y el progreso en la inteligencia de la Sagrada Escritura; vale decir, tienden también al fundamentalismo bíblico, sin distinguir entre lo que Dios ha querido enseñar y las ideas particulares del hagiógrafo.
      Hay que considerar, por otra parte, que el magisterio pontificio nos ayuda a discernir lo que en la Biblia refleja las ideas personales del hagiógrafo o de su tiempo, de lo que el hagiógrafo enseña en cuanto inspirado por Dios, es decir, las verdades de fe.
      De lo contrario, si debiéramos elevar a Palabra de Dios las ideas de los buenos hagiógrafos, ciertamente en buena fe, tendríamos que considerar revelación divina los siete días de la creación, los gigantes "hijos de Dios", que se unen con las hermosas mujeres (Gen 6,2), los abuelos que viven ochocientos años, la zoología del Antiguo Testamento, interesante, pero no ya atendible ni confiable, la concepción ptolemaica del universo, el arca de Noé, el pasaje del Mar Rojo entre dos altísimas barreras de agua, el sol que se detiene en el relato de Josué, la ética materialista e inclinada a gozar de la vida presente en el libro del Qoelet, el sometimiento de la mujer, el exterminio del enemigo (herem), la pena de muerte, la teocracia, la destrucción de los templos paganos, las 24 generaciones desde Adán hasta Cristo, todos los hechos, ninguno excluido, anunciados por el Apocalipsis y así sucesivamente.
      En el artículo he puesto dos ejemplos, y ahora los repito. Primero, la concepción de la mujer. Segundo, la cuestión del remedium concupiscentiae.
      Por cuanto respecta al primer punto, ya es conocido el progreso en las enseñanzas pontificias sobre la mujer, progreso que ha tenido lugar ya en 1939 por Pío XII, pero sobre todo desde después del Concilio Vaticano II cuando ya es bien sabido, cuán duros y -digamos francamente, injustos, al menos a los ojos de hoy-, son ciertos juicios sobre la mujer presentes en el Antiguo Testamento, como estos: "Encuentro más amarga que la muerte a la mujer, cuando ella misma es una trampa, su corazón, una red, y sus brazos, ataduras. Con el favor de Dios, uno puede librarse, pero el pecador se deja atrapar" (Qo 7,26). El hombre es un pecador; pero la mujer es mucho peor: "Pero esto es lo que todavía busco [i.e. bondad], sin haberlo encontrado: He logrado encontrar a un hombre entre mil, pero entre todas las mujeres no hallé ni una sola" (Qo 7,28).

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