Leyendo algunas crónicas de estos días he notado que todavía hay ciertos sectores católicos que no han digerido bien las últimas intervenciones de los Romanos Pontífices referidas a Martín Lutero y los luteranos. No me refiero solamente a algunas expresiones del actual Romano Pontífice, Francisco, en años recientes, sino también del actual papa emérito, Benedicto XVI, hace de ello ya una década. De modo que viene bien recordar algunas verdades fundamentales, pues se trata de un tema siempre actual, y la labor ecuménica nos exige tener claridad en la verdad y prudencia en la caridad pastoral.
----------Cuando en septiembre de 2011, durante su viaje apostólico a Alemania, el papa Benedicto XVI se detuvo en el antiguo convento agustino de Erfurt, donde vivía Martín Lutero [1483-1546], elogió su religiosidad, como ya lo había hecho el papa san Juan Pablo II al hablar de la "profunda religiosidad" del "reformador" del siglo XVI. De hecho, el papa Ratzinger recordó en aquella ocasión la necesidad del joven Lutero de "encontrar un Dios misericordioso", lo que, como correctamente señaló Benedicto, estaba evidentemente ligado al sentimiento de pecado que afligía al religioso agustino. "Lo que le quitaba la paz era la cuestión de Dios, que fue la pasión profunda y el centro de su vida y de todo su camino. '¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?': Esta pregunta le penetraba el corazón y estaba detrás de toda su investigación teológica y de toda su lucha interior. Para Lutero, la teología no era una cuestión académica, sino una lucha interior consigo mismo, y luego esto se convertía en una lucha sobre Dios y con Dios". A partir de aquí, el hoy Pontífice emérito, tomó impulso para notar que en la actualidad, lamentablemente, muy pocos, católicos o no, están afligidos por sus propias culpas y muy pocos se vuelven a Dios para obtener su misericordia.
----------En aquella ocasión el papa Benedicto, como ha sido y es el estilo de los Pontífices posteriores al Concilio Vaticano II, nos daba un enésimo ejemplo del modo de practicar el ecumenismo: evidenciar, destacar y reconocer francamente aquellos puntos de doctrina o de moral cristiana que nosotros los católicos tenemos en común con los hermanos separados. En efecto, este es el modo de favorecer la unión y sentar las bases para la esperada reunificación. Y del mismo modo viene actuando el papa Francisco.
----------Durante su viaje apostólico a Suecia, en octubre de 2016, en ocasión de la oración ecuménica conjunta en la catedral luterana de Lund, el papa Francisco decía en su homilía, en la misma línea de su inmediato predecesor: "La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. '¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?'. Esta es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado. Con el concepto de 'sólo por la gracia divina', se nos recuerda que Dios tiene siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto, expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios". Por supuesto, no todo es correcto en la concepción que Lutero tuvo de Dios, de su gracia y de la justificación, pero he ahí el esfuerzo del Santo Padre: resaltar lo que tenemos en común y no lo que nos separa.
----------Este esfuerzo por buscar lo que nos une, sin embargo, no puede dejar totalmente en la sombra lo que nos divide, porque al fin de cuentas el mismo decreto Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II dedicado al ecumenismo, espera que algún día los hermanos separados entren en el Iglesia católica, lo que supone evidentemente que ellos abandonen sus errores, en el caso presente, los errores de los protestantes en su tiempo denunciados por el Concilio de Trento.
----------Esto quiere decir que una correcta concepción del ecumenismo no puede no inserirse en el cuadro o marco de aquella exégesis de la "continuidad en la reforma", la regla de oro que el papa Benedicto XVI nos ha legado para interpretar correctamente las enseñanzas doctrinales y pastorales del Concilio Vaticano II. Esta clave hermenéutica nos lleva entonces a ver la relación con los protestantes promovida por el último Concilio, no en ruptura, sino en continuidad con aquel Concilio del siglo XVI que fue convocado específicamente para afrontar el problema de Lutero, es decir, el Concilio de Trento, aunque en un principio la línea de este Concilio pueda parecer muy diferente, por no decir contraria, a la del Vaticano II.
----------En cambio, causaríamos un grave daño al ecumenismo si lo configuramos olvidando las indicaciones del Tridentino, las cuales por el contrario deben ser entendidas como complementarias a las del Vaticano II. Por otra parte, tampoco se puede permanecer detenidos en el Tridentino, olvidándose de cinco siglos de historia de la Iglesia. En efecto, mientras el Concilio Vaticano II evidencia los puntos de convergencia, el Concilio de Trento subraya los errores. Ahora bien, así como el uno y el otro no se mueven en el mismo terreno, está claro que entre los dos Concilios no existe ninguna contradicción, sino que, a fin de asumir hoy la actitud correcta hacia los luteranos, es necesario combinar sabiamente y con suma prudencia, teniendo en cuenta las circunstancias, las condenas del Tridentino con las aperturas del Vaticano II.
----------Hablo precisamente de sabiduría y prudencia, porque el ecumenismo, si tiene un trasfondo teorético y dogmático, sin embargo, en sí mismo es una cuestión exquisitamente pastoral, para la cual la verdad ciertamente no debe ser silenciada, sino que debe ser propuesta en el momento y en el lugar y con la debida caridad y justicia. Por un lado, estaría equivocado un ecumenismo que callara sistemáticamente acerca de los errores protestantes, pero por otro lado, no sería en absoluto ecumenismo una cierta actitud agresiva, característica del período preconciliar, la cual partiera sistemáticamente arremetiendo contra errores protestantes verdaderos o presuntos, con la tendencia también a identificar el error con quien comete el error, algo que el Vaticano II ha ordenado evitar con cuidado, dado que si el error ciertamente debe ser condenado, el que comete el error sigue siendo siempre una persona digna de respeto, la cual también en su errar incluso puede estar en buena fe, y por tanto ser inocente ante Dios y sujeto del derecho a la libertad religiosa.
----------Dado que hace diez años algunos digirieron mal las palabras de Benedicto XVI en Erfurt, y otros, más recientemente, han digerido mal las palabras de Francisco en Lund, y en otras ocasiones, casi como que el Romano Pontífice, en ambos casos, haya estado cediendo hacia el protestantismo o al menos hubiera sido ambiguo, quisiera agregar aquí lo que ambos Pontífices, en principio, muy bien hubieran podido decir, en cuanto tomado del Concilio de Trento, pero que no han dicho por caridad cristiana y oportunidad pastoral.
----------Vengamos, pues, a este gran tema de la divina misericordia. Es cierto que el Lutero joven, angustiado por sus propios pecados y aterrado por el riesgo de dañarse a sí mismo, buscó afanosamente cómo encontrar un Dios misericordioso. Sin embargo, él vio aumentar sus aprensiones, desde que, esperando en un primer momento hacerse de los méritos y poderse corregir con un extraordinario empeño en las buenas obras y en las observancias regulares de su propia vida religiosa, se dio cuenta del hecho de que de cualquier modo su carne seguía siendo muy frágil frente a las tentaciones y a las pasiones, tanto que se convenció de no poderse liberar de la culpa, que él confundió con la misma tendencia al pecado, ignorando o no comprendiendo el hecho de que, en buena doctrina católica, mientras la tendencia al pecado (concupiscentia o fomes peccati) es inextinguible incluso en los santos aquí abajo, en la vida terrena, el pecado, aunque siempre sea recurrente, es sin embargo cancelable en virtud de la gracia divina y del arrepentimiento.
----------En cambio, a Martín Lutero se le metió en la cabeza que Dios lo reprendería hiciera lo que fuera que hiciese, y esta convicción, obviamente patológica, se convirtió en él en una carga tan insoportable, que para liberarse de este peso y encontrar un Dios misericordioso, terminó renunciando a la lucha contra el pecado, haciéndose la convicción de que cualquier cosa que él hiciera o no hiciera, en todo caso Dios lo perdonaba, por lo cual debía estar cierto, seguro, "por fe", de su predestinación a la salvación. Pasó de la desesperación a la presunción, evidente carencia de equilibrio.
----------Entonces, lo único que podía hacer Lutero era creer por "fe" ("fe fiducial", fe confiada) de ser salvo, incluso si seguía sintiéndose en culpa y quedaba la impresión de un Dios airado, "dios" que, sin embargo, de ahora en adelante, Lutero atribuyó a un truco o engaño del demonio disfrazado de divinidad. Al mismo tiempo, Dios, que seguía apareciendo airado, se disfrazaba según él bajo el aspecto del demonio y Cristo aparecía como maldito y condenado al infierno por amor nuestro (sub contraria specie).
----------Así fue como Lutero se negó a admitir la objetividad y, por lo tanto, la obligatoriedad de la ley moral natural y de los mismos mandamientos divinos. Quedaban, con fuertes reservas, aquellos enseñados por la Escritura (sola Scriptura), pero no aquellos enseñados por la Iglesia y por la Tradición, como por ejemplo el sacramento de la penitencia, el deber de las buenas obras o el ministerio sacerdotal o el sacrificio de la Misa o el deber de obedecer el Magisterio de la Iglesia o el valor de los votos religiosos. De ahí la bien conocida negativa a aceptar la interpretación de la Escritura proporcionada por la Iglesia (libre examen).
----------El respeto de los mencionados valores no le parecía ya necesario a Lutero en orden a la consecución de la salvación, sino que le parecía suficiente saber (sola fides) que Cristo, del cual ciertamente aceptaba la divinidad, había muerto por él y había pagado por sus pecados. Cristo se convirtió en su "justicia" sin que fuera ya necesario que se la procurase él mismo, después de haber sido justificado, una justicia mediante las buenas obras ya no era necesaria para él (pecca fortiter et crede firmius).
----------Lutero siguió creyendo en la gracia, pero comenzó a concebirla no ya como una propiedad o cualidad sobrenatural intrínsecamente adherida al alma, que así deviene realmente purificada, sino sólo como un simple favor divino externo (supra nos), una imputación forense y extrínseca de salvación por obra del Padre que mira sólo los méritos del Hijo crucificado, mientras Martín seguía siendo pecador no sólo tendencialmente sino en acto. "Cada uno de nuestros actos -decía- es un pecado mortal". Sin embargo, para Lutero estamos igualmente en gracia, siempre que creamos (simul iustus et peccator).
----------El resultado de estas operaciones fue que Lutero creyó ver, como él mismo supo decir, "el cielo abierto", pero al mismo tiempo, como atestiguan sus biógrafos, no cesaron los tormentos interiores y los remordimientos de conciencia, que él por tanto se esforzaba en atribuir a la acción del demonio. El caso es que esta "fe fiducial" en el hecho de ser objeto de la misericordia divina prescindiendo de las buenas obras no favoreció ciertamente en Lutero la práctica de la ascesis, el crecimiento de las virtudes y la corrección de sus defectos, sino que aumentaron en él su arrogancia y la presunción de poderse salvar sin mérito.
----------Por lo demás, su colaboración a la gracia fue bloqueada por su malsana convicción de que con el pecado original la razón estuviera cegada ("razón ramera del diablo") y el libre arbitrio extinguido ("servo arbitrio"), por lo cual la salvación era obra de un Dios arbitrario e irracional, que recordaba la concepción, como el mismo Lutero hubo de reconocer, no del auténtico Dios bíblico, misericordioso sí pero también justo, sino más bien del Dios de Guillermo de Ockham [1285-1347] (ego sum occamisticae factionis), quien en su absoluta "libertad" podía querer y justificar no sólo el bien sino también el mal, no solo al hombre bueno, sino también al malo. La fe era tanto más auténtica cuanto más contrastaba con la razón.
----------En conclusión, debemos señalar que esta falsa concepción de la divina misericordia, de un Dios que deja correr todo y no castiga nunca (ténganse en cuenta las recientes afirmaciones de prelados acerca de que Dios no puede castigarnos con la presente pandemia), o bien que no obliga nunca (véase, por ejemplo, el disparate propalado hace años por el libro Io e Dio de Vito Mancuso, disparate que otros, incluso pastores, repiten con total impunidad) lamentablemente se ha extendido peligrosamente también entre nosotros, los católicos, con el agravante del hecho, en comparación con Lutero, de que si al menos en él existía verdaderamente la auténtica y sincera angustia de sentirse en culpa, en estos liberales nietecitos del "Reformador", solo tenemos una posición de cómodos y el deseo de salirse con la suya de cualquier modo. Pero, amigos lectores, esto no es verdadero cristianismo, sino una droga des-responsabilizadora que no nos hace devenir santos, y en realidad pone en serio peligro -con la excusa de la divina misericordia- nuestra propia eterna salvación.
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