He recibido un correo en el que mi corresponsal me pregunta, palabras más o palabras menos, ¿Qué he pretendido con mi artículo anterior sobre la mentalidad "cartesiana" como opuesta a la "aristotélica"?
----------En realidad, al comparar a Descartes con Aristóteles, no he pretendido referirme al dualismo de Descartes, del cual no he dicho casi ni una palabra, sino al modo cartesiano de pensar, demasiado pegado a la claridad y a la distinción, cosa que puede ser aceptable en el saber matemático, pero no en el teológico, que es un pensar basado más sobre la analogía que sobre lo unívoco. Ahora, precisamente el método de la analogía es característico de Aristóteles y no de Descartes.
----------El pensamiento analógico nos permite comprender cómo un concepto, permaneciendo siempre idéntico a sí mismo, puede al mismo tiempo desarrollarse, progresar, explicitarse y aclararse. Esto es típico de todo lo vivo, de todos los fenómenos vitales, desde el nivel biológico al nivel espiritual. Por esto justamente san John Henry Newman [1801-1890] comparaba el progreso dogmático o teológico con el desarrollo de una planta, la cual crece y se desarrolla aunque sigue siendo ella misma. Una encina de dos metros es siempre la misma encina también cuando alcanza los veinte metros.
----------Así las doctrinas del Concilio Vaticano II no se deben ver como un retractarse o como una ruptura respecto a las del magisterio precedente, sino como su confirmación y explicitación. En otras palabras, con el Vaticano II conocemos mejor las mismas verdades de fe que ya conocíamos antes.
----------Indudablemente esta tesis debe ser demostrada, porque efectivamente no siempre se presenta evidente, y ha originado y sigue originando muchos debates. Pero como católicos, suponiendo que se trate de materia de fe, podemos suponer ya a priori que el Concilio no puede enseñarnos lo falso, o alguna cosa contraria a cuanto la Iglesia enseñaba antes, porque esto supondría que Nuestro Señor Jesucristo nos ha engañado cuando prometió a los apóstoles que el Espíritu Santo habría de conducir a la Iglesia a la plenitud de la verdad y dijo además: "Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
----------En cuanto se refiere en cambio a las disposiciones práctico-pastorales no habría de que maravillarse si con el Concilio Vaticano II la Iglesia nos ofrece directivas que contrastan con las directivas del preconcilio. Aquí a veces no sólo se puede sino que se debe cambiar. ¿Qué diríamos si la Iglesia, como ocurría en el Medioevo, nos ordenase confesarnos sólo con nuestro párroco? Aquí no se plantea el problema acerca de a cuál magisterio obedecer, el medieval o el de hoy. Es claro que debemos obedecer al de hoy.
----------Además, en este campo pastoral o de gobierno la Iglesia puede incluso equivocarse: puede abandonar hábitos que deberían ser conservados o introducir leyes que los hechos prueban que son nocivas. En este caso será necesario obrar o para retomar lo que se ha abandonado o para corregir decisiones equivocadas.
----------Pero en el campo dogmático, donde las nociones son inmutables, todo ello no tiene sentido. El único progreso que se puede y se debe actuar no está en sustituir conceptos, sino en profundizarlos, en enriquecerlos y esclarecerlos, pero siempre con su mismo significado. Aquí a la Iglesia no se le ocurrirá jamás, por ejemplo, que Nuestro Señor Jesucristo no es Dios o que en Dios no hay tres Personas, sino dos o cuatro.
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