lunes, 24 de febrero de 2020

Porque aquí, en el exilio, no tenemos morada permanente

Cuando comencé a publicar cosas en este blog, no me pareció necesario redactar ninguna introducción explicativa de los motivos que tenía para redactar mis notas. Simplemente se trataba de pensamientos en voz alta, publicados por el sencillo motivo de que quizás a alguien más le pudieran servir mis opiniones y ocurrencias; nada más que eso, ninguna otra pretensión. Y nada ha cambiado desde entonces, salvo naturalmente el profundizar en el sentido de lo que hago todos los días. De modo que, ahora, quizás venga bien a mis lectores tener una idea algo más perfilada de lo que pretendo con este modesto blog.

----------Me siento modestamente como un hermano que quiere compartir el viaje con quienes tengan a bien leerme. Por supuesto, el viaje que compartimos todos, hacia la Patria del Cielo, por aquello de que "no tenemos aquí morada permanente, sino que buscamos la del futuro" (Heb 13,14), pues aquí en esta tierra vivimos en el exilio. Exilio del cual tenemos un símbolo en el exilio que por ejemplo, vivió el Apóstol Juan, en la isla de Patmos, lugar donde escribiera el Apocalipsis, como él mismo lo dice: "Yo, Juan, vuestro hermano compañero vuestro en la tribulación, en el reino y en la constancia de Cristo, me encontraba en la isla llamada Patmos a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús" (Ap 1,9).
----------Sabemos que al escribir el Apocalipsis, el apóstol Juan experimentaba aquellos sufrimientos que Nuestro Señor Jesucristo ha previsto para todos los que le sigan y que Él mismo ha sufrido dándonos el ejemplo y al mismo tiempo brindándonos coraje, paciencia, consolación y ánimo, cuando nos advierte que los discípulos serán reprobados y sufrirán injusticias y abusos de parte de las autoridades civiles y religiosas, serán calumniados, marginados, traicionados y abandonados por familiares y amigos a causa del Evangelio. Pero ellos deben considerarse a sí mismos bienaventurados, porque padecen aquello mismo que han sufrido los profetas y el mismo Hijo del hombre (cf. Mt 5,10-12).
----------La figura del "exilio" en oposición a la "patria" es tradicional en la simbología cristiana: el hombre, expulsado del paraíso terrenal, vive ahora en una tierra de exilio, ciertamente creada por Dios y no privada de belleza, pero también afligida por muchos males y muchas miserias.
----------La vida cristiana implica, por consiguiente, la perspectiva de alcanzar la verdadera patria en el cielo aceptando serenamente el exilio y preparándonos en él para el ingreso en la verdadera patria de la vida eterna. Como bien sabemos, esta idea de la vida humana en exilio, por el cual vivimos ahora en un mundo de "aquí abajo", en el cual hemos "caído" después de una prevaricación originaria, distanciándonos de la divinidad, no está ausente ni siquiera en ciertas antiguas sabidurías paganas, como por ejemplo en Platón [427-347 a.C], en Plotino [204-270], en el mismo gnosticismo y en la antigua filosofía hindú.
----------Sin embargo, la diferencia con el cristianismo está dada por el hecho de que mientras estas visiones paganas son dualistas, por lo cual la desgracia del espíritu humano es la de haber caído en la materia -la cual es necesario abandonar para alcanzar la pura espiritualidad- en la concepción cristiana, que de todos modos acoge un primado del espíritu sobre el cuerpo, incluso el mundo material presente es sustancialmente bueno y creado por Dios, por lo que no debe ser abandonado, como si fuera malo en sí mismo, sino que ante todo debe ser liberado del mal. Es eso lo que es enseñado por el dogma de la resurrección de la carne.
----------Juan escribe el Apocalipsis para confortar a los cristianos y a la Iglesia misma en sus pruebas y sufrimientos por la Palabra de Dios. Pues bien, mi intención no es otra que la de retomar y aplicar a hoy el mensaje de Juan, con la comprobada certeza de que también en la Iglesia de hoy (y quizás hoy más que nunca) aquellos católicos que quieren vivir plenamente su fe y su comunión eclesial con la Iglesia y con el Sucesor de Pedro encuentran en el mensaje apocalíptico de la Palabra de Dios la luz para comprender la situación que la Iglesia está viviendo y la sabiduría y la fuerza para vivir hoy como fieles hijos de la Iglesia. Porque "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Tm 3,12).
----------El término apocalíptico en el lenguaje vulgar recuerda la idea de inmensas conmociones, calamidades y desastres; pero los biblistas saben bien que apocalíptico significa simplemente referencia al sagrado libro del Apocalipsis, el cual ciertamente profetiza esos hechos espantosos, pero en una clave teológica muy precisa, que nada tiene que ver con el mórbido gusto derrotista por lo hórrido y los cataclismos como fin en sí mismo; y ni siquiera por un catastrofismo pesimista, que no sabe captar los valores y los lados buenos de la Iglesia de hoy y los elementos de esperanza que le son brindados por la Providencia.
----------Nada tengo que ver, por lo tanto, con aquellos "profetas de calamidades", amargados y amargadores, aterrorizados y aterradores, desesperados y desesperantes, respecto a los cuales el papa san Juan XXIII puso en guardia a la Iglesia en su famoso y memorable discurso programático Gaudet Mater Ecclesia en la apertura del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.
----------Es cierto que el profeta bíblico y la profecía en general en la historia de la Iglesia denuncia a menudo pecados e injusticias, los cuales serán seguidos por los castigos divinos; es cierto que los males y calamidades que ellos identifican y resaltan son presentados por ellos como efectos de la infidelidad a la Alianza, sin temor a repugnar y oponerse a los poderosos, los abusadores, los responsables del gobierno civil y sacerdotal, incluso hasta llegar a pagar a veces con la vida una denuncia tan valiente. Pero es igualmente cierto que los falsos profetas son aquellos que dicen, por puro interés o por miedo, que todo va bien para no irritar a los poderosos, y para que así los delitos permanezcan impunes.
----------La necesidad más urgente de la Iglesia de hoy, en mi opinión, es la de la concordia y de la colaboración recíproca entre los católicos sobre la base de la única fe custodiada por el Sucesor de Pedro. El Concilio Vaticano II, lo dice la propia palabra, ha venido a reconciliar las opuestas facciones. Por tanto, él indica el camino de la unión y de la paz, en la justicia y en la verdad. Desgraciadamente, en cambio, ha sucedido que a partir del inmediato período postconciliar los católicos se han dividido en dos partidos, los pasadistas (lefebvrianos, filo-lefebvrianos y fijistas, pseudo-tradicionalistas) y los modernistas (pseudo-progresistas), en lucha entre sí y reclamando cada uno de ellos la autenticidad de ser católicos.
----------Indudablemente la Iglesia en sí misma permanece una, en cuanto la unidad es un factor necesario de su esencia. Tal unidad se realiza en la comunión de los santos, es decir, de quienes están en comunión visible o invisible de gracia entre ellos, en la participación explícita o implícita en los mismos sacramentos de la Iglesia y en la obediencia explícita o implícita al Sumo Pontífice. Ellos rechazan los opuestos extremismos, aunque en cada uno de estos existan valores y una comunión parcial con la Iglesia.
----------Pero el problema de hoy es el de aunar y conjugar de hecho valores parciales que están hechos de por sí para crear una única síntesis y un único organismo que es precisamente la Iglesia en la plenitud de sus elementos, de sus carismas y de sus factores. En cambio, los opuestos partidos, habiendo tomado posesión de una parte de los valores de la Iglesia, están oponiendo una parte a la otra, en lugar de unirlas en ese todo armonioso que es precisamente la Iglesia. Así, por ejemplo, la conservación debe estar unida con el progreso y lo perenne con el cambio, la Tradición con la Escritura, distinguiendo el conocimiento de fe, que continuamente progresa, del objeto de la fe que, como verdad divina, es fijo e inmutable. En tal modo se evitan tanto un rígido fijismo como un relativista evolucionismo.
----------El punto de la discordia entre los dos partidos sectarios es la interpretación del Concilio, por la cual ambos creen encontrar una discontinuidad con el Magisterio precedente, debido al hecho que el Concilio habría asumido plenamente, in toto, esa modernidad que la Iglesia hasta entonces había combatido: por tanto, creen ellos que es un cambio doctrinal, a tal punto de asumir lo que antes se rechazaba y condenaba.
----------En los pasadistas (lefebvrianos) y en los modernistas esta interpretación causa dos efectos opuestos o se inserta en dos opuestos marcos de referencia: para los lefebvrianos el Concilio habría traicionado la Tradición, cambiado la esencia de la Iglesia, y asumido los errores del modernismo ya condenados por san Pío X. De ahí el rechazo por parte de los lefebvrianos de las nuevas doctrinas del Concilio juzgadas falsas, por no decir heréticas. Por tanto, ellos consideran que deben rechazarlas apelando directamente a la Tradición, que el Papado posconciliar habría abandonado para dejarse influir por los errores del mundo moderno.
----------Por su parte, los modernistas han reconocido la intención del Concilio de proponer un catolicismo actualizado y moderno, pero se han hecho la convicción de que la Iglesia con el Concilio ha asumido finalmente, tras siglos de clausura, insensatas condenas y estériles polémicas, los valores de la modernidad, por los cuales deben ser negados o cambiados o abandonados los dogmas definidos en el pasado. Pero esto no supone ningún problema para los modernistas, porque según ellos el Magisterio de la Iglesia no es infalible, no existe una verdad inmutable, sino que ella siempre es relativa a la evolución histórica y a la diversidad de las culturas. No existe nada fijo y estable, sino que todo cambia, todo está en devenir, todo es relativo. Dios mismo deviene. Creer que existe algo que no cambia, quiere decir -para ellos- aferrarse en vano y neciamente a lo que inexorablemente cambia y desaparece, a lo que ya no es actual, quiere decir conservar lo que ya no sirve más, lo que ya no dice nada y está superado por la historia.
----------Lo que era falso ayer, para los modernistas es verdadero hoy y para no quedarse atrás en el camino de la historia, se debe estar en el hoy, no retornar al ayer. La verdad es lo que el mundo piensa hoy, no importa si contrasta con cuanto se pensaba ayer, porque hoy estamos más avanzados que ayer. No existen valores perdidos que recuperar, sino que siempre es necesario avanzar hacia nuevas conquistas. No es necesario verificar si lo nuevo refleja la verdad; lo verdadero es simplemente lo nuevo en cuanto nuevo. Por lo tanto, para los modernistas, el progreso doctrinal implica de modo totalmente normal contradicciones con las precedentes enseñanzas de la Iglesia. Se trata en el fondo y básicamente del esquema hegeliano del devenir. Así para ellos en el pasado la Iglesia estuvo equivocada y finalmente con el Concilio ha corregido sus errores, denunciados por los reformadores del pasado, como por ejemplo Martín Lutero. Por esto el ecumenismo es entendido por los modernistas no en armonía con la conservación integral de los dogmas católicos, sino como aceptación de las doctrinas de los hermanos separados que en el pasado, sobre todo en el Concilio de Trento, habían sido condenadas por la Iglesia. Por lo cual no se debe tener ningún escrúpulo para abandonar o al menos para relativizar esos dogmas católicos que no son reconocidos por los protestantes.
----------Esta afinidad que los modernistas tienen con los protestantes los lleva, a imitación de Lutero, a promover el conocimiento de la Escritura y del mensaje cristiano, así como el progreso teológico sin tener en cuenta el Magisterio, sino apelando directamente a la Biblia o a los exégetas modernos, incluidos los protestantes, así como los lefebvrianos critican el Magisterio conciliar apelando directamente a la Tradición. Por lo tanto, unos y otros pasan por alto el Magisterio y se sitúan por encima de él y lo juzgan, en lugar de -como sin embargo deberían hacerlo si fueran verdaderos católicos- aceptar dócil y confiadamente por la mediación del Magisterio la interpretación de la Escritura y de la Tradición.
----------Existe, sin embargo, esta diferencia entre los pasadistas lefebvrianos y los modernistas, que mientras estos últimos no tienen escrúpulos en impugnar ciertas doctrinas del Concilio que ellos consideran superadas o atrasadas, así como cualquier otra enseñanza de la Iglesia sobre la base de su evolucionismo dogmático, los lefebvrianos al menos saben conservar con diligencia los dogmas del pasado, pero sólo hasta el Concilio, después del cual, según ellos, el Magisterio habría degenerado, de modo que ellos se sienten en el deber de custodiar la "Tradición" (dicen ellos) contra el mismo Magisterio.
----------Sin embargo, bien lejos de las posiciones extremas, abusivas, cismáticas y heréticas, tanto de pasadistas como de modernistas, en la Iglesia pueden existir dos corrientes legítimas, una sanamente "tradicionalista", más sensible a la conservación de los valores más sagrados y perennes, como por ejemplo los de la liturgia, y otra, más atenta al elemento histórico, al desarrollo del dogma y al progreso de la vida cristiana, corriente que podríamos llamar sanamente "progresista". La existencia de estas dos corrientes es algo del todo normal, útil y, de hecho, necesario para la integridad y la buena marcha y funcionamiento de la Iglesia en su aspecto humano y social. De hecho, estas dos corrientes, si se mantienen en el ámbito de la ortodoxia y de la disciplina eclesiástica, están hechas a propósito para complementarse entre sí y para colaborar entre sí en la promoción de la única fe y de la única caridad.
----------En cambio, se vuelven enemigas entre sí y dividen a la Iglesia cuando, por ambición, presunción o necesidad de protagonismo, se desmadran de la recta fe, de la común obediencia al Papa y de la observancia de la misma disciplina y caridad eclesial. Es necesario, pues, trabajar a fin de que lefebvrianos y modernistas, como buenos hermanos en la fe, lleguen a un acuerdo sobre la base común de ese catolicismo que todos quieren profesar. Es por lo tanto, urgente, mediante la verdadera implementación del Concilio, poner de relieve lo que puede favorecer el diálogo y el acuerdo, factor que en último análisis se puede resumir, por decirlo brevemente, en una aceptación sincera e integral del Magisterio de la Iglesia, tomando nota en particular del hecho de que las doctrinas del Concilio actúan un progreso en la continuidad.
----------Los modernistas deben, por lo tanto, amar una sana modernidad renunciando al modernismo, mientras que a los lefebvrianos no se les prohíbe en absoluto, de hecho es en gran medida recomendable, mantener una especial estima por la Tradición, a condición, sin embargo, de que comprendan que el Concilio no la traiciona en absoluto, sino que la confirma, la interpreta y la desarrolla. También es necesario que cada una de las dos partes reconozca los valores presentes en la otra y renuncie a considerarse como el único modo de ser Iglesia excluyendo o despreciando a la otra.
----------Pues bien, este modesto blog pretende, humilde pero sinceramente, contribuir a esta preciosa obra de acercamiento recíproco y de pacificación, a fin de hacer de la Iglesia de hoy un testimonio más creíble al mundo de la salvación que Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado.

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