Mucho se habla de la caridad en los ambientes católicos. Pero... ¿qué es la caridad?...
----------Quizás nunca como hoy entre los cristianos se ha hablado de la caridad y de todas aquellas virtudes que la acompañan: espíritu comunitario, laboriosidad social, solidaridad, atención a los pobres, respeto por el diferente, apertura al otro, liberación de la miseria, aptitud para el diálogo, tolerancia, misericordia, perdón.
----------Pero en realidad, si revisamos atentamente las ideas y sentimientos que inspiran todas esas bellas expresiones, nos daremos cuenta de que al mismo tiempo, quizás nunca como hoy, ha habido tanto malentendido y equívoco sobre lo que realmente es la caridad en el sentido cristiano de la palabra.
----------Por cierto, no estoy diciendo que el cristianismo del pasado siempre haya brillado en el campo de la caridad. Sus límites y fallas, sobre todo en las últimas décadas, se nos han repetido, se podría decir hasta el aburrimiento y el cansancio: una concepción intimista, individualista y pietista de la caridad, insensibilidad a los problemas sociales, facilidad para recurrir a la severidad por parte de las autoridades, un espíritu belicoso (hoy diríamos más bien "fundamentalista") por un lado, pero también, por el otro, timidez de parte del pueblo hacia los poderosos, ausencia de intervención de la autoridad pública y del Estado, justificación de las desigualdades sociales y aquiescencia hacia ellas casi como si fueran cosa natural. Se ha abusado de la expresión de Nuestro Señor Jesucristo: "A los pobres los tendréis siempre entre vosotros".
----------Sin embargo, al delinear este sombrío cuadro, también se exagera fácilmente, sobre todo al acusar a la Iglesia, olvidando el papel desarrollado, en dos mil años de cristianismo, no solo por la actividad personal de los individuos, sino también por la actividad colectiva e institucionalizada de las Órdenes e Institutos religiosos, grandes y pequeños, masculinos y femeninos, brotando continuamente y operando a lo largo de la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos hasta las grandes iniciativas de caridad del postconcilio.
----------En cambio, un atento examen histórico nos llevaría a descubrir con qué frecuencia en la era moderna el concepto de la caridad se ha irrazonablemente restringido, secularizado y materializado, hasta llegar a usarse la banal expresión corriente por la cual "hacer caridad" significaría nada más que dar unos pesos a un mendigo o a "un desocupado en situación de calle", tal como suele decirse en nuestros días.
----------Indudablemente, el concepto de caridad se ha restringido. Se ha olvidado que, según el mandamiento del mismo Cristo, los preceptos de la caridad son dos; y el primero es la caridad hacia Dios, que se expresa en el deseo de ver su rostro, en el culto divino y en la voluntad de obedecer sus mandamientos. Sólo el segundo mandamiento es la caridad fraterna, mientras que comúnmente en nuestros ambientes católicos, cuando se habla de "caridad" nos limitamos a pensar sólo en la caridad fraterna.
----------En segundo lugar, el sentido de la caridad ha sufrido una ulterior restricción. A menudo se habla de atención a los pobres. Y está bien. Pero entonces, ¿qué se entiende inequívocamente por "pobres"? Pobres en sentido material; olvidando que la primera "pobreza", la primera miseria a la cual es necesario remediar, es la miseria de los vicios y de los pecados, la ignorancia y el error acerca de la Palabra de Dios, es el vacío interior, el nihilismo y la insensatez de la vida. De estos males, de esta "pobreza" viene todo lo demás: la opresión, la injusticia social, el egoísmo, la violencia, el delito, el odio al prójimo.
----------Por otra parte, hay que tener en cuenta que se ha difundido una concepción secularizada de la caridad, totalmente desprovista de espíritu y de finalidad sobrenaturales, una concepción que ha olvidado que la verdadera caridad supone y afirma siempre el primado de lo espiritual y, por lo tanto, implica el deseo activo para uno mismo y para los otros de la vida eterna y de la eterna salvación.
----------A esto se conecta la confusión entre caridad sacerdotal y caridad laical, y se pretende reducir aquella a esta. No faltan sacerdotes que, confundidos por estos errores, desprecian el valor de la verdadera caridad sacerdotal y se sienten obligados a dedicarse casi a tiempo completo en actividades (posiblemente remunerativas), que en realidad pertenecerían a laicos, a trabajadores sociales, a sindicalistas, a psicólogos, a hombres de empresa o a políticos. O bien incluso hay personas aún más temerarias, incluso "teólogos", que quisieran hacer que los laicos hagan lo que corresponde al sacerdote, como, por ejemplo, la gestión de la Iglesia en desafío a la Jerarquía (así, suele hablarse de "la iglesia popular" o de la "Iglesia desde abajo", en el contexto de la teología de la liberación) o bien celebrar la Misa (como sigue proponiéndose). En cuanto a la "confesión", bastaría con el psicoanalista, o bien, dado que todos estamos en gracia y perdonados, como sostenía Rahner y sostienen los rahnerianos, la confesión es perfectamente inútil.
----------Nadie niega la importancia, y aún más la necesidad para la salvación, de una generosa caridad fraterna, incluso en el campo material, por parte del sacerdote. Sin embargo, es urgente que los laicos y los mismos sacerdotes recuperen la especificidad y la insustituible preciosidad de la caridad sacerdotal. Todos debemos, en diversas formas y medidas, llegar a comprender que la primera caridad fraterna es, como decía san Agustín, la caritas veritatis, el servicio de la verdad, la comunicación de la Palabra de Dios y la liberación de las almas de la esclavitud o del engaño del error con respecto a la Palabra de Dios.
----------Todos debemos, en diversos modos y medidas, volver a darnos cuenta que el servicio fraterno más precioso que puede hacer un sacerdote es el de celebrar Misa, confesar y guiar las almas.
----------Por supuesto, no puede ignorarse ciertamente el deber que tiene el sacerdote, según sus fuerzas, de ayudar incluso materialmente al prójimo necesitado. Sin embargo, conviene recordar aquí el ideal dominicano, el de los hermanos de la Orden de Predicadores, el ideal de contemplata aliis tradere, "comunicar al prójimo el fruto de la contemplación", sabiendo bien que, como dice el Aquinate, "la más preciosa obra de misericordia que uno puede hacer es conducir al hermano desde las tinieblas del error a la luz de la verdad", desarrollar, como decía santa Catalina de Siena, "el oficio del Verbo", que vino al mundo para iluminar a la humanidad con la verdad divina y liberarla de las tinieblas del error y del pecado.
----------Traigo aquí al recuerdo unas palabras del papa Benedicto XVI, al final del Año Sacerdotal 2010, precisamente el 11 de junio de ese año, en la homilía de la Misa del Sacratísimo Corazón de Jesús, cuando ilustrando lo que debe ser la caridad sacerdotal, el Papa comentó el Salmo 23, que expresa la confianza del Salmista en Dios como buen pastor que, con su "vara" y su "cayado" le dan seguridad.
----------El papa Benedicto observaba que "también la Iglesia debe usar la vara del pastor, la vara con la que protege la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones. En efecto, el uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal. Como tampoco se trata de amor si se deja proliferar la herejía, la tergiversación y la destrucción de la fe, como si nosotros inventáramos la fe autónomamente".
----------En cuanto al campo de la caridad social y de la aplicación del Evangelio en la política, el sacerdote no debería robarles a los laicos su rol insustituible, aunque esto no significa impedirle, como es deber de todo sacerdote y maestro de la fe, convertirse para los laicos en inspirador de justicia y de honestidad, y de ofrecer al mundo católico laico las luces provenientes de la rica doctrina social de la Iglesia, abierta al diálogo incluso con los no creyentes.
----------Este modo de concebir e implementar la caridad fraterna aparece, por tanto, como estímulo para la reorientación según las auténticas exigencias del Evangelio, tanto para los sacerdotes como para los laicos, para un ejercicio de la caridad que no confunda los roles, sino que los asocie estrechamente en su recíproca complementariedad para una eficaz contribución al bien común de la Iglesia y de la humanidad de hoy.
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