lunes, 13 de mayo de 2024

La falta de sinceridad en la liturgia (2/2)

La labor que debemos cumplir con respecto a la sagrada liturgia, que es labor para todos, es la de reconducir el signo litúrgico sacramental, sede de la gracia, a su superior verdad, funcionalidad y dignidad, como acceso al Misterio, haciendo de él verdadera alma de nuestra vida; mientras que el elemento simbólico, convencional y contingente, ligado a la exterioridad y al rito, debe ser en todo caso mantenido y de hecho bien cuidado, como atracción e introducción estética y pastoral; pero no el de reducir la liturgia a simple símbolo de una auto-divinización antropocéntrica y arrogante (tanto de perfil modernista como de perfil indietrista o restauracionista), que nada tiene que ver con la verdadera religión y la verdadera vida cristiana. [En la imagen: fragmento de "Última Cena" de la Capilla Sixtina, fresco de Cosimo Rosselli y colaboradores, realizado entre 1481 y 1482, que forma parte de la decoración del registro medio de la Capilla Sixtina, en el Vaticano].

La creatividad litúrgica
   
----------Por cuanto respecta a la así llamada "creatividad" litúrgica modernista, no resuelve nada, aún cuando los modernistas se jactan de una liturgia convencida, sentida y participada, sino que de hecho agrava la situación, porque al menos en el ritualismo se supone que se respeten las rúbricas y exteriormente el celebrante haga aquello que la Iglesia impone, sino que aquí también sigue estando presente la posibilidad bien conocida de que el gesto externo no corresponda a una verdadera y propia convicción interior. ¿Y ello de qué puede depender? Precisamente de la reducción del signo litúrgico a mero símbolo.
----------Lo que naturalmente no implica necesariamente desprecio por el símbolo, pues también el símbolo es normal en la liturgia. Y sin embargo, para una auténtica y sincera celebración litúrgica, es importante distinguir cuidadosamente estas dos fundamentales expresiones del espíritu y del lenguaje. Por consiguiente, veamos en qué ellas convienen y en qué se diferencian, y por qué el signo es más importante que el símbolo.
----------Signo y símbolo son cosas o bien naturales o bien artificiales, representaciones o directivas prácticas, las cuales, mediante un nexo racional o motivado, natural o convencional, remiten a otras cosas a conocerse o a hacerse, por el cual nexo estas cosas vienen respectivamente significadas o simbolizadas. Debe tenerse presente que la liturgia abarca tanto signos como símbolos.
   
Signo y símbolo
   
----------¿Cuál es la diferencia, por tanto, entre el signo y el símbolo? Que el signo es una forma natural u ontológica que hace referencia a un significado a su vez natural u ontológico. El signo puede ser el efecto de alguna causa o remitir a esa causa. En tal sentido, el humo es signo del fuego; la palidez o el rubor en el rostro son signos de una pasión o de una emoción; la fiebre es signo de un estado de salud alterado.
----------O bien el signo puede ser medio para un fin. Si vemos a una persona entrar a un negocio de zapatos, eso es signo, o al menos se lo puede suponer, de que su intención es comprar zapatos. Si vemos a un sacerdote entrar al confesionario, eso es signo de que su intención es confesar, y así sucesivamente.
----------El signo puede tener también una función representativa, como la imagen y el concepto, el cual, como demuestra Juan de Santo Tomás, comentado por Jacques Maritain (cf. Signo y símbolo, en Cuatro ensayos sobre el espíritu en su condición carnal, Editorial Club de Lectores, Buenos Aires 1978, pp. 57-104), es un "signo formal", en cuanto el ser del concepto no es alguna cosa, como podría ser por ejemplo un cuadro, que antes tiene significado en sí mismo y luego remite a la persona que retrata. El ser del concepto, por el contrario, está todo en el significar, porque el concepto no es otra cosa más que la cosa misma en cuanto representada en el elemento del pensamiento, o sea en lo interno de la mente.
----------El signo puede ser también convencional, pero en tal caso es mejor hablar de símbolos, como los signos o sea los términos o vocablos de la lengua: símbolos, gráficos, gestuales o mímicos. El signo lingüístico, un término del vocabulario, que varía según las diferentes lenguas, significa el concepto, válido para todos porque en todos la mente en el conocer o en el representar conceptual funciona del mismo modo. Existen signos linguísticos convencionales pero válidos internacionalmente, como por ejemplo los números romanos o árabes, ciertas unidades de medida, las notaciones musicales, o la señalización de tránsito.
----------El concepto, entonces, es la cosa misma, objeto del saber, puesta en el elemento del pensamiento, es el significado mental, o el sentido para nosotros inteligible de una cosa, que remite a la cosa significada o representada. Una frase puede significar un pensamiento o un juicio, y éste es el significado o el sentido de la frase. También el juicio es un acto o signo mental de la realidad acerca de la cual el juicio se pronuncia. La cosa en sí misma queda fuera del pensamiento e independiente del pensamiento (extra animam), pero en cuanto pensada o representada, es inmanente al pensamiento (in anima).
----------Existen luego otros tipos de signos simples o complejos y por tanto otras formas de lenguaje: la imagen, el mito, la parábola, el parangón, la metáfora, signos creados por la fantasía, por la emoción o por el sentimiento para representar lo real o lo mitológico o un contenido poético o artístico. Este género de lenguaje es útil, junto al lenguaje conceptual, para representar los misterios de la religión, de la fe y por tanto de la liturgia en sus contenidos, en sus acciones, en sus ritos, en sus ceremonias.
----------El signo litúrgico representa y expresa el culto divino para así actuar o realizar el mismo culto y para hacernos conocer y experimentar el misterio. En cambio, el símbolo litúrgico representa en modo convencional el culto, o sea la acción o el misterio litúrgico para así hacernos saber qué es lo que se cumple en el culto. En suma, mientras el signo es una representación, el símbolo es la representación de una representación.
----------Por eso el símbolo es funcional al signo y la sinceridad de la acción litúrgica se basa antes sobre el signo que sobre el símbolo. El signo toca lo íntimo y la sustancia de la acción litúrgica; si falta el signo la acción es inválida; el símbolo, en cambio, aunque importante y generalmente obligatorio, se refiere al aspecto externo, que puede ser mutable, contingente y accidental. Es aquí que puede haber entonces una legítima variedad o creatividad. El signo toca la esencia de la acción litúrgica, el símbolo se refiere al decoro, a la corrección, a la regularidad, a la legitimidad, a la conveniencia y a la funcionalidad pastoral de la misma acción.
----------En efecto, la acción litúrgica, más allá de ser acto de culto a Dios, desarrolla una acción pastoral de evangelización y formación de los fieles. Sobre este plano es importante hacer conocer los signos sacros con una debida y oportuna simbología, que en parte puede ser dejada a la iniciativa del celebrante o de los mismos fieles. Por ejemplo, no veo inconveniente, sino acaso también bello, que algunos fieles en el Padre Nuestro alcen las manos junto con el sacerdote o que se arrodillen en el acto de recibir la Comunión.
----------El defecto de ciertas celebraciones litúrgicas, aún cuando sean válidas, es la notoria inadecuación de la simbología a la sacralidad de los signos. Pongamos un ejemplo: los cantos litúrgicos embellecen pero no son ad essentiam con respecto al signo litúrgico, o sea a la misma celebración del rito; sin embargo, no siempre se trata de música sacra, sino de dejarse llevar por lo profano y, además, por lo de mal gusto. Ciertas músicas rítmicas, martilleantes, ruidosas, sensuales, excitan más el instinto sexual que la elevación (el Erhebung, diría Hegel) del espíritu. Los Santos Padres hablan de "anagogía", término que implica el elevar, el ascender.
----------El signo litúrgico puede ser natural o convencional. Existen signos naturales en todas las religiones, como por ejemplo el dirigir la mirada al cielo, el inclinarse, el arrodillarse o el postrarse o bien el alzar las manos, o extenderlas o juntarlas para significar la plegaria. Es el tonto modernismo secularista el que desprecia estos signos, que en cambio expresan espontáneamente el sentido religioso, el sentido de lo sacro y de la liturgia.
----------Y existen también en la liturgia de todas las religiones los signos convencionales. Estos varían según las diferentes religiones. También el cristianismo tiene sus signos litúrgicos de carácter convencional, establecidos en este caso o bien por Cristo o bien por la Iglesia en nombre de Cristo.
----------Tenemos aquí sobre todo los sacramentossignos y al mismo tiempo símbolos eficaces de la gracia, que producen lo que significan. En este caso lo significado, o sea la gracia, no es la causa del signo, sino, al contrario, es su efecto. Se trata de signos operativos.
----------Reducir el sacramento de signo a puro símbolo, según una mentalidad racionalista y protestante, quiere decir vaciarlo de su significado ontológico, profanarlo e invalidarlo. Similares "sacramentos" no contienen ni transmiten ninguna gracia, como por lo demás reconocen los mismos protestantes. Un rito matrimonial así entendido vale ni más ni menos lo mismo que un esponsalicio en el Registro Civil.
----------Pongamos en cambio un ejemplo para cuanto se refiere a los sacramentos: el agua en el bautismo es al mismo tiempo signo eficaz de la gracia y símbolo de la misma gracia, en cuanto el lavado del cuerpo en todas las religiones simboliza espontáneamente la limpieza del alma.
----------Un signo ritual operativo, a decir verdad, existe también en la magia, pero se trata de un signo puramente convencional y, por lo tanto, se trata de un simple símbolo; pero eso no sería todavía nada, si no fuera porque en la magia viene estipulado un pacto malvado, explícito o implícito, con el demonio.
----------Gravísimo equívoco, por tanto, y de hecho se trata de una blasfemia actualmente en uso entre los protestantes (aunque no siempre se den cuenta de ello) es el de confundir los sacramentos, de modo especial la consagración eucarística en la Santa Misa y los milagros, con operaciones mágicas. Este parangón entre liturgia y magia quiere decir confundir las operaciones de Dios con las del demonio.
----------Pero también el sentido meramente simbólico en uso entre los calvinistas dado a la consagración del pan y del vino es completamente insuficiente para interpretar y reflejar la realidad de signo sacramental del misterio eucarístico, sobre todo en relación a la presencia real sacramental de Cristo sobre el altar y en el tabernáculo, así como al milagro de la transubstanciación.
----------Así incluso el hablar que hoy se hace de "presencia de Cristo en el signo del pan" es equivocado, porque se debería recordar que, después de la consagración, el pan ya no es pan sino que es el cuerpo de Cristo, aunque permanezcan las especies o accidentes del pan. Sobre el altar no permanece ningún "pan" que sea signo, sino que permanecen, como signo, las especies o las apariencias del pan. Y aquí no estamos en el campo de las opiniones teológicas sino del dogma muchas veces repetido por la Iglesia.
----------Es necesario volver a tener la valentía, la parresía, de hablar de las especies eucarísticas, explicando de qué se trata, aún cuando no esté prohibido conservar y usar otras expresiones metafóricas tradicionales como "pan eucarístico" o "pan consagrado", pero deben ser usadas con mucha cautela. Después de la consagración, por lo tanto, ya no tiene sentido hablar de "signo del pan".
----------Cristo no está en el pan, como creía Lutero (de ahí que los luteranos hablen de "empanación"), sino que está bajo las especies del pan (de ahí el dogma católico de la "transubstanciación"). El pan consagrado no es un signo de la presencia de Cristo, por el simple hecho de que la sustancia del pan ya no existe, sino que el pan ha sido transubstanciado, "se ha convertido" en la sustancia del cuerpo de Cristo.
----------Lo cierto es que estas cosas deben volver a enseñarlas los curas párrocos a sus fieles, obviamente del debido modo, ya desde la formación catequística, la famosa mistagogia, como siempre ha sido en la Iglesia católica, hasta que algunos liturgistas y sacerdotes complacientes han tenido la infeliz idea, falsamente ecuménica y "moderna", de dejarse engañar por los protestantes.
----------El símbolo, en cambio, -pensemos aquí sobre todo en el símbolo litúrgico- que también él es esencial in genere, pero no in specie, porque puede variar, y subordinado al signo sacramental, éste siempre esencial e inmutable, es una cosa o un conjunto de cosas (syn-ballo = puesto junto) -reales, fácticas, inventadas, imaginables- fundadas sobre un cierto criterio o establecidas por un cierto motivo, por fines pastorales, que representan el misterio o remiten al misterio, en virtud de una decisión, un uso o una convención comúnmente aceptados o prescriptos por la autoridad competente o, en casos secundarios, allí donde está permitido, como intervenciones ad actum según las circunstancias o las necesidades, remitidas o dejadas al arbitrio prudente del individual celebrante o fiel en particulares ocasiones.
----------A diferencia del signo, que existe y tiene sentido sólo en relación al significado y en función del significado, el símbolo es algo en sí, preexistente o creado intencionalmente, algo natural o instituido, ya dotado de por sí de su valor o significado, que sin embargo, a causa de una especial conveniencia o funcionalidad, viene adoptado o adaptado para representar o para simbolizar el misterio, que es así lo simbolizado y conocido. Por ejemplo, la celeste y blanca es símbolo de Argentina. La profesión de fe es símbolo de la fe, aún cuando obviamente no debe ser sólo símbolo sino también y sobre todo signo y testimonio. El arrodillarse ante el Santísimo Sacramento o el hacerse el signo de la Cruz simboliza nuestra adoración divina.
   
La liturgia como símbolo
   
----------Ahora bien, como he venido diciendo, una cierta insinceridad, una cierta hipocresía o falsedad en la celebración de la sagrada liturgia, pueden depender de una mentalidad que degrada la religión y lo litúrgico como signo eficaz de la gracia a mero símbolo convencional y exterior, aunque sea siempre de la gracia, por lo cual todo en la liturgia corre el riesgo de devenir convencional, creativo, arbitrario, opcional, facultativo, relativo, remitido a la iniciativa, o al buen humor del individuo.
----------Hoy suele apuntarse mucho a la alegría de la celebración, olvidando que la Santa Misa, al fin de cuentas, es memoria del Sacrificio de Cristo, sacrificio que no es un mero símbolo acaso también viejo y superado, sino verdadero signo eficaz de nuestra salvación.
----------El símbolo puede ser también muy bello, pero en ningún caso y de ningún modo puede tener la pretensión de sustituir al signo. El símbolo normalmente debe ser explicado. El signo puede muy bien significar por sí solo, al menos para una persona inteligente o cultivada, aún cuando luego de hecho tiene siempre necesidad de un contorno simbólico, que lo exprese y toque nuestros sentidos. Eso que en todo caso verdaderamente obra y hace conocer no es el símbolo sino el signo.
----------Esta degradación del signo litúrgico a mero símbolo, puede ser causada por una mentalidad superficial, gnóstica, racionalista o practicista, carente del sentido de lo sacro y de verdadero sentido religioso, sobre todo una mentalidad irrespetuosa de la sobrenaturalidad de la religión cristiana, una mentalidad donde la "fons et culmen totius vitae cristianae" no es el culto divino en verdadera fe y en sinceridad de corazón, sino, como encontramos por ejemplo en Hegel, quien aunque se declara cristiano y luterano, es la engreída "autoconciencia" y "libertad" del yo absolutizado y al final identificado con Dios mismo.
----------Es verdad, como bien observa santo Tomás de Aquino, que el culto religioso, en particular el sacrificio, se reconduce a la categoría del hacer (dice de hecho Cristo: "haced esto en memoría mía"), pero la religión cristiana, como ya se encuentra en los antiguos misterios paganos, debe ser reconducida a la participación de un Misterio, debe ser el Misterio mismo que prescribe cómo se accede a él. Lo fundamental (tanto para el sacerdote celebrante, como para toda la asamblea celebrante) es el participar en los sagrados misterios, y lo que se haga (lo que haga el celebrante o lo que hagan los fieles) debe estar en función del participar. Por lo tanto, el hacer está ordenado al participar; el sacerdote es solo un mistagogo, un guía para la experiencia del Misterio y no un productor del misterio, lo que sería impía magia.
----------En cambio, en la visión modernista inspirada en Hegel, el yo humano no tiene que someterse a leyes y reglas provenientes de una divina Revelación mediada por la Iglesia para guiar al fiel a la experiencia de un Misterio trascendente, cumpliendo actos religiosos o litúrgicos que puedan expresar el vértice de la vida espiritual, sino que siendo ya este yo humano un "momento" de la Idea y del Espíritu, este vértice está ya expresado por esta suprema Autoconciencia, por la cual el momento religioso y litúrgico no es necesariamente rechazado, pero no es en absoluto un signo ontológico objetivo de una vida sobrenatural fundada sobre la fe. También Gentile, discípulo de Hegel, se decía respetuoso de la religión y del cristianismo, pero a la vez lo ponía como un momento inferior del espíritu donde lo supremo debía ser la filosofía.
----------Así, en el idealismo, la liturgia se reduce simplemente a ser un símbolo externo, una praxis exterior y mecánica (modernista o pasadista), contingente y mutable, una imagen mitológica, una condescendencia al "hombre psíquico", para hablar con el lenguaje de los gnósticos, una Vorstellung y no un denken, no un Begriff, del Yo absoluto que es la substancia del mismo yo empírico del así llamado "celebrante" o "fiel", si ellos están infectados por esta mentalidad perceptible en la concepción modernista de la liturgia. Aunque puede sonar paradojal: lo cierto es que, si de da esta deformación de la liturgia, el pasadista lefebvriano, en su modo de celebrar, puede ser en esencia tan modernista como el más convencido rahneriano.
----------Finalmente, observamos que el celebrante no es un chef que debe preparar un plato lo más sabroso y original posible, ensamblando con habilidad y plena libertad creativa todas las substancias alimenticias que a él le parezcan aptas (ya se trate de la mayor cantidad del más aromático de los incienzos o de la más psicodélica melodía de guitarras eléctricas), y no es tampoco un actor que deba dar expresión externa y sorprendente a su genialidad, sino un humilde hombre de Dios que debe nutrir a las almas con un alimento divino que no ha producido él, sino que es donado por el cielo: "panem de caelo praestitisti eis".
   
Retorno al signo eficaz
   
----------La labor a hacer, entonces, que es labor para todos, es la de reconducir el signo litúrgico sacramental, sede de la gracia, a su superior verdad, funcionalidad y dignidad, como acceso al Misterio, haciendo de él la verdadera alma de nuestra vida; mientras que el elemento simbólico, convencional y contingente, ligado a la exterioridad y al rito, debe ser en todo caso mantenido y de hecho bien cuidado, como atracción e introducción estética y pastoral, también aquí en el concienzudo respeto de las normas litúrgicas, pero mantenido en su verdadero puesto, que es el de servir a la dignidad, a la expresividad y al decoro de la celebración sacramental (al respecto, cuenta san Agustín de Hipona lo mucho que los cantos litúrgicos en la Milán de san Ambrosio habían contribuído a obrar su conversión) y no el de reducirla a simple símbolo de una autodivinización antropocéntrica y arrogante (tanto de perfil modernista como de perfil indietrista o restauracionista), que nada tiene que ver con la verdadera religión y la verdadera vida cristiana.

9 comentarios:

  1. Usted trata pr igual a los modernistas y a los tradicionalistas, y eso no es justo. Los tradicionalistas tenemos respeto por la liturgia. Tiene razón Zenone, los trdicionalistas entienden el sentido "trascendente y proyectado hacia el Cielo" de la liturgia, mientras que para los progre todo el sentido de la Misa es "inmanente, totalmente sociológico y antropocéntrico".
    Silvio M. Del Río

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    1. Estimado Silvio,
      para responder a su intervención, en primer lugar debemos ponernos de acuerdo con los términos que usamos.
      Está bien que usted use el término "modernistas", porque el modernismo (no el de principios del siglo pasado, sino el actual, que es mucho peor) es uno de los extremos a los que critico en mi artículo. Pero lamentablemente, usted luego usa la expresión "los progre", y parece asimilarlos a los "modernistas". Si fuera así, sería un error.
      En realidad debemos distinguir progresismo de modernismo. Existe, y debe existir, un sano progresismo en la Iglesia, por su constitución misma y por la prospectiva que ha dado Cristo a su misión, y por sus promesas. El modernismo es la corrupción del sano progresismo católico.
      De esto se deduce entonces, que es incorrecto, por vago, el uso que usted hace del término "tradicionalistas".
      Existe y debe existir en la Iglesia un sano tradicionalismo, que implica la sensibilidad de aquellos fieles más inclinados a la conservación del depósito revelado y de la Sagrada Tradición (no a las meras tradiciones y usos del pasado), así como hay otros fieles más inclinados a la labor de reforma y de permanente renovación en la Iglesia, progreso fiel al mayor conocimiento de la Palabra de Dios, y al crecimiento en la virtud cristiana.
      La deformación de ese sano tradicionalismo católico es el tradicionalismo cismático, y sospechoso de herejía, que es el pasadismo, indietrismo o filo-lefebvrismo (no hablo aquí, obviamente de los cismáticos formales, que son los lefebvrianos en sus distintas sectas).
      Por lo tanto, una vez aclarados los términos, puedo decir que concuerdo con usted en que los sanos tradicionalistas católicos son los que entienden el sentido trascendente y proyectado hacia el Cielo de la liturgia, tal como así asimismo lo entienden los sanos progresistas católicos.
      Ahora bien, los que no entienden de ese modo la liturgia son tanto los modernistas como los indietristas, quienes, en diverso grado y con diversos matices, reducen el signo litúrgico a símbolo, y de ahí que se puede decir que confunden el fin propio de la liturgia con propósitos inmanentes, sociológicos y antropocéntricos, tal como usted se expresa.
      Por último, no es cierto que trato por igual a la ideología modernista y a la indietrista de perfil lefebvriano. Y esto es así por la diferente naturaleza y gravedad de una y otra ideología. La segunda está en función de la primera, de mayor gravedad, de la cual constituye una errónea y gravemente nociva tentativa de solución.

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  2. Con todo respeto, y en la línea del sr. Del Río, da la impresión de que usted incurre en la "falacia del hombre de paja": se construye un "tradicionalista" hipotético y se dedica a criticarlo, cuando ni por asomo quienes amamos la liturgia tradicional nos reconocemos en esa construcción. Incurre también en la "falacia del punto medio", que es situarse en un hipotético lugar intermedio entre quienes sostienen la restauración de la tradición y los progresistas. No hay punto medio entre la verdad y el error. En cuanto a la frase citada del dr. Peretó, señalar la belleza del culto no te hace "simbolista" ni esteticista: con ese argumento paupérrimo, usted, por poner hermosas pinturas en sus artículos sería un "esteticista".
    Profesor Luis Mattini

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    1. Estimado Luis,
      dado que es de necios discutir por palabras, el recíproco respeto a su inteligencia y a la mía nos obliga antes que nada a ponernos de acuerdo en los conceptos a los que referimos los términos que estamos usando.
      El término "tradicionalismo" católico, y su derivado "tradicionalista" hace referencia a la legítima y necesaria función de conservar la Sagrada Tradición, que es una de las fuentes de la divina Revelación, junto con la Sagrada Escritura, ambas interpretadas y enseñadas auténticamente por el Magisterio de la Iglesia. Este es el significado propio del tradicionalismo en la Iglesia. Implica a menudo, en los fieles (clero y laicado) una sensibilidad particular por la obra legítima y necesaria de la conservación, que se manifiesta en dos vertientes: por un lado, a nivel doctrinal, la conservación de las fórmulas dogmáticas y doctrinales en que se expresa la fe de la Iglesia, y por otro lado, a nivel pastoral o disciplinar, la conservación de los usos y costumbres eclesiales (que pueden seguir siendo pastoralmente útiles, aunque no conforman la Tradición -inmutable-, sino las "tradiciones", contingentes). En base a lo reflexionado en mi artículo, usted puede comprender fácilmente que la primera vertiente se enmarca en el ámbito del signo, mientras que la segunda vertiente, se enmarca en el ámbito del símbolo.
      Se trata, entonces, del sano tradicionalismo, como sensibilidad particular por la legítima y necesaria misión de conservación de lo inmutable, en la Iglesia. Este sano tradicionalismo se complementa indispensablemente con el sano progresismo, en cuanto sensibilidad particular por la legítima y necesaria misión de renovación en la Iglesia, en el cumplimiento fiel de la misión encomendada por Jesucristo a la Iglesia, asistida por el Espíritu del mismo Jesús, que debe llevarnos al pleno conocimiento de su Palabra y a una mayor perfección en la caridad, y en la estela de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia que han sido fieles al cumplimiento de esta misión, siendo el mayor de los cuales Santo Tomás de Aquino, Doctor Communis Ecclesiae, obviamente un progresista respecto a su tiempo, siempre en la línea del progreso en la continuidad, como nos supo enseñar también el recordado papa Benedicto XVI.
      Desgraciadamente entrambos, sano tradicionalismo y sano progresismo, no siempre se mantienen en sus fronteras legítimas, y de ahí la constante enseñanza del magisterio pontificio, particularmente en las últimas décadas, advirtiéndonos e indicándonos los peligros que supone el extralimitar una u otra sensibilidad.
      Hablando en términos precisos, la corrupción del sano progresismo es el modernismo, y la corrupción del sano tradicionalismo es el pasadismo (o indietrismo como lo llama el Santo Padre).
      Si usted es lector habitual de este blog, podrá honestamente reconocer que mi esfuerzo docente se desarrolla en la línea de una constante advertencia sobre los peligros de entrambas ideologías. Sin embargo, me esfuerzo por mantener el equilibrio en las críticas a una y otra ideología, entrambas no auténticamente católicas.
      ¿Qué quiere decir este equilibrio o "punto medio"? Significa que, más allá de los errores, defectos y sospechas de herejía en una y otra corriente, es necesario también descubrir, individuar y valorar con franqueza y honestidad las instancias positivas o valores de una y otra corriente, por defectuosas que sean. Para desarrollar esta tarea, el fiel católico se deja guiar humilde y obedientemente por el Magisterio del Romano pontífice.
      Lo contrario significaría substancializar la verdad en la corriente ideológica de la que desgraciadamente acaso hemos tomado partido, y substancializar el error (el pecado o la herejía) en la corriente ideológica que desgraciadamente sentimos como enemiga. Es la misma actitud hipócrita de los fariseos del tiempo de Jesús.
      Por cuanto respecta a la preocupación por la belleza del culto, efectivamente, remite al ámbito de lo simbólico.

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  3. Lamento no poder coincidir con Usted, padre Filemón. Una cosa es discutir si la reforma bugniniana fue desviada hacia el protestantismo litúrgico, cosa que pocos discuten hoy, otra cosa es negar la Resurrección de Cristo o toda la moral católica. No hay punto medio entre ambas posiciones. La discusión entre tradicionalistas y oficialistas, an sit, es sobre quién es más fiel a la Iglesia de siempre. La discusión con los progresistas es sobre la fe. En esta instancia, el punto medio es cobardía y. deserción.
    Reciba mis respetos.
    luis mattini

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    1. Estimado Luis,
      tiene usted toda la razón cuando distingue los dos planos que menciona: por un lado, el plano de una reforma litúrgica, y por otro lado, el plano del dogma o doctrina de la Iglesia.
      Este segundo plano es siempre correcto, verdadero, firme, inmutable, y la Iglesia lo establece asistida infaliblemente por el carisma de verdad. Mientras que el primer plano a veces puede ser incorrecto, y de hecho es contingente, mutable, siendo la Iglesia falible al establecerlo, y lo establece no siempre con justicia y prudencia.
      Así, el fiel católico no puede poner en discusión ni criticar el dogma y la doctrina, el fiel católico no puede rechazar por ejemplo ni los dogmas trinitarios y cristológicos, ni los dogmas de los sacramentos, ni el dogma de la inmaculada o de la asunción, o el de la transubstanciación eucarística, o los dogmas antropológicos, o eclesiológicos, o el de la libertad religiosa, o el de la autonomía de las realidades temporales, etc.
      Pero el fiel católico puede mantener un respetuoso disenso acerca de lo establecido por la Iglesia a nivel de gobierno pastoral y disciplinar, comprendiendo aquí la disciplina litúrgica. Obviamente, disenso que no quita la obediencia acerca de lo que en este plano ha dispuesto la Iglesia, para no convertirse el fiel en un cismático (virtual o formal), situación que, como la historia de la Iglesia lo demuestra de sobra, acaba tarde o temprano en herejía.

      Precisamente con esa distinción, a la que usted correctamente y claramente ha hecho referencia, debemos vincular el tema central de mi artículo: la distinción entre signo litúrgico y símbolo litúrgico.
      Como he explicado en mi artículo, también el concepto es signo, de hecho es lo que llamamos "signo formal", porque toda su entidad consiste en hacer referencia a lo significado. De ahí la concepción católica del dogma, en cuanto signo, i.e. concepto, que llega a captar en verdad al Misterio, aunque naturalmente no lo agota en su realidad. El plano del dogma o doctrina es el plano del signo, y, en el caso de la liturgia, es un signo que es causa de lo significado: la gracia, el Misterio de la unión del hombre con Dios que se realiza en la participación de la asamblea celebrante en los divinos Misterios que celebra. Ese es el plano fundamental, el plano del signo.
      Ahora bien, el otro plano, el plano de la concreta disciplina litúrgica, de los ritos determinados, de las determinadas ceremonias, de las precisas rúbricas o leyes litúrgicas, es el plano del símbolo, que es siempre explicativo del signo, vale decir, son símbolos mutables y contingentes que están en función del signo sacramental, no tocan el Misterio, sino que explican el signo (el sacramento, el signo eficaz de la gracia), que es el que toca y, aún más, realiza el Misterio. De ahí que todo lo que se incluye en este plano sea contingente, mutable, variable con las variables exigencias del espacio-tiempo. Por eso puede gustarnos o no, como ocurre con todo el ámbito de la estética, la cual está siempre librada a lo subjetivo (hay quien aprecia a Wagner y no gusta de Mozart, y hay quien aprecia a Mozart y no gusta de Wagner, no hay leyes universales al respecto).

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    2. Por cuanto respecta a lo que usted dice acerca del "punto medio" no parece ser muy comprensible o, al menos, yo no le comprendo, porque si tuviera que tomar a la letra sus expresiones ("tradicionalistas", "oficialistas", "Iglesia de siempre"), eso me llevaría a prejuzgar acerca de su grado de comunión eclesial, sobre lo cual no quisiera prejuzgar.
      Lo que es seguro es que usted no ha comprendido lo que yo quiero decir al hablar de actitud equilibrada entre las dos corrientes cismáticas y heréticas del modernismo y del indietrismo (no me refiero aquí ni al sano progresismo ni al sano tradicionalismo, que son dos posiciones auténticamente católicas). Pues bien, cuando hablo de una posición de equilibrio entre modernismo e indietrismo, no se trata de ningún "punto medio" matemático o de una posición de compromiso, sino que me refiero a comprender de una vez por todas que ambas posiciones, por más cismáticas y heréticas que puedan ser, no carecen de instancias positivas y de valores que deben ser reconocidos. Ese es el sabio equilibrio al que me refiero.

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  4. Discúlpeme, Padre, pero deseo preguntarle sobre un punto que no me ha quedado claro en relación a lo que son los signos y los símbolos en la liturgia. ¿Quiere decir que sus conclusiones apuntan a que lo esencial e inmutable en la liturgia está en relación a los signos, y que todo lo referente a los símbolos es cambiante y no permanente? Por lo tanto, todo lo referente a los reclamos de los tradicionalistas sobre la Misa tradicional ¿se encontraría en el ámbito de los símbolos cambiantes y no permanentes, y por lo tanto sus reclamos no tendrían sostén ni razón de ser?

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    1. Estimado Anónimo,
      comento su intervención por partes.
      Primero. Efectivamente, lo esencial e inmutable en la liturgia es lo que se refiere al signo litúrgico que es precisamente el signo sacramental, signo eficaz de la gracia. Todo lo simbólico, en la medida que es de institución eclesial, es cambiante, no permanente.
      Sin embargo, debemos distinguir. En la liturgia existen símbolos establecidos por la autoridad competente, el Papa, los cuales conforman la lex orandi de institución eclesial, que si bien es reformable de Papa a Papa, obliga a los fieles (clero y laicado). Otra cosa es la lex orandi divina, que es el signo y símbolos litúrgicos establecidos por nuestro Señor Jesucristo, irreformables.
      Segundo. Por cuanto respecta a los "reclamos de los tradicionalistas", como dice usted, el modo como usted usa la palabra "tradicionalistas" es vago y ambiguo, pues es sabido que en la Iglesia existe un sano tradicionalismo, legítimo y necesario, en comunión plena con el Romano Pontífice y con el Magisterio de la Iglesia hasta el Papa actual, y otro tradicionalismo extremo, virtual o formalmente cismático, que no está en plena comunión con el Papa ni es discente del Magisterio de la Iglesia hasta el Papa actual.
      Dicho eso, no puedo responder de modo tan vago acerca de lo que usted me pregunta, o sea "todo lo referente a los reclamos de los tradicionalistas".
      En tal sentido, en el ámbito del sano tradicionalismo católico, hay legítimos reclamos que estos tradicionalistas hacen en campo litúrgico, tanto referidos a los signos como a los símbolos litúrgicos. Pero en el ámbito del tradicionalismo cismático, existen reclamos que exceden el campo de lo contingente y cambiante, pues, como usted debe saber, en este tradicionalismo lefebvriano o filolefebvriano existen reclamos con claras sospechas de herejía, en el campo de lo doctrinal, por su rechazo a las doctrinas nuevas del Concilio Vaticano II.
      Tercero. Me siento en el deber de corregirlo en su expresión "Misa tradicional". Usted en realidad se refiere a la Misa anterior a la reforma de san Paulo VI. Pero la expresión "Misa tradicional", de por sí y en cuanto tal, es una denominación aplicable a toda Misa católica, en cuanto fiel a la lex orandi divina y obediente a la lex orandi eclesiástica. Pensar que la Misa que es ley hoy en la Iglesia no sea "Misa tradicional" implicaría, de hecho, desviarse del ámbito católico.
      En todo caso, en sentido histórico, la Misa actual es más "tradicional" que la Misa de san Pío V o tridentina, que en realidad es "moderna".

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