martes, 28 de mayo de 2024

En la escuela de Tomás de Aquino (1/2)

Aquel venerado maestro y confesor de mi temprana juventud, que la divina Providencia puso en mi camino por mediación de santo Tomás de Aquino, me hizo poner a buen resguardo dos nociones racionales fundamentales, que luego han sido la base inquebrantable de mi subsecuente pensamiento: la noción de la metafísica y la noción del conocimiento. Por eso yo también puedo repetir: "Iustum deduxit Dominus per vias rectas" (Sab 1,10), "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 88,2), "Fecit mihi magna qui potens est" (Lc 1,49). [En la imagen: detalle de "Santo Tomás de Aquino en el Acto de Escribir el Himno del Santísimo Sacramento", óleo sobre lienzo de 1662, obra de Giovanni Francesco Barbieri, Guercino, en el retablo de su capilla en el transepto derecho de la Basílica de Santo Domingo de Guzmán, Bologna, Italia].

La prueba decisiva de mi vida
   
----------Hablar de uno mismo, como tal, no es exhibicionismo o narcisismo, siempre que no hablemos tanto de lo que hemos hecho nosotros, sino más bien de lo que Dios ha hecho en nosotros y sirviéndose de nosotros, a pesar de nuestros pecados y nuestras desobediencias a Su voluntad. Este es el espíritu que quiero asumir y el método que quiero seguir al disponerme a recordar algunos hechos importantes de mi vida. Si un pobre hombre ha recibido una gran herencia de un señor rico, para distribuirla entre los pobres, ¿qué es lo que hará? ¿Acaso no tendrá que proclamar esto con alegría a todos desde lo alto de los tejados?
----------Ya al término de mi vida, mirando a mi pasado como católico, me doy cuenta con nunca bastante gratitud a Dios, de haber recorrido desde la infancia los caminos del Señor en un continuo avance hasta hoy. Un impulso decisivo lo recibí a los dieciséis años, a partir del encuentro con un santo sacerdote, mi profesor de religión en el secundario, que luego fue mi confesor. Sufría yo una profunda crisis de certeza, habiendo sido envenenado por el escepticismo subjetivista cartesiano, el existencialismo ateo y el historicismo.
----------Sobre todo el encuentro con Descartes en mi secundario, provocó en mí una angustiosa duda acerca de la veracidad de la experiencia sensible, y por tanto de la existencia y la verdad de la misma realidad externa tal como se presentaba a mi intelecto. Una duda atroz, que con anterioridad nunca me había venido a la mente: ¿nuestras percepciones sensibles corresponden a cosas externas fuera de nosotros?
----------¿Cómo estar seguro de eso? El hecho es que Descartes provoca artificialmente la duda, pero en realidad no la resuelve en absoluto con su famoso cogito, que es más bien una antinatural y forzada contorsión del pensamiento sobre sí mismo. En el fondo, la gnoseología y la metafísica cartesiana no son más que un retomar la antigua y mil veces refutada sofística griega: el ser es lo que se me aparece y esto me hace sentir cómodo, porque así hago lo que me parece, sin tener que rendir cuentas a nadie.
----------Ahora bien, Descartes intenta de hecho recuperar el realismo sobre la base del cogito, pero la operación no logra su propósito, porque Descartes, en lugar de basarse en la veracidad del sentido, apela a la veracidad divina, lo cual está aquí totalmente fuera de lugar, porque la veracidad divina sirve para garantizar la verdad de la fe, no la verdad de la razón. Quien parte del cogito, como ha observado sabia y agudamente Etienne Gilson, queda encerrado dentro y ya no puede salir para alcanzar lo real.
----------Vale aclarar que el reflexionar sobre el propio pensar es acto utilísimo, pero no para fundar el saber, sino para las ciencias morales y para las del ens rationis (lógica y matemática). Porque para saber lo que sucede fuera de casa, hay que salir de casa. Estando encerrados en casa, no podemos imaginar lo que sucede fuera. A lo sumo podemos reflexionar sobre lo que antes hemos aprendido fuera de casa.
----------Desde la autoconciencia o desde el cogito se puede retornar luego al saber ya adquirido en la realidad externa, pero no se puede partir para alcanzar lo real externo. Lo real externo es contactado inicialmente, inmediatamente y directamente desde el verdadero punto de partida del saber, que es el conocimiento sensible. Después de lo cual el intelecto puede tomar conciencia del saber adquirido. Pero un pensamiento que pretende partir de sí mismo reflexivamente, sin aquel previo conocimiento sensible, es un pensamiento que gira sobre sí mismo sin contenidos, prisionero de un irresoluble egocentrismo.
----------Volviendo a la narración de la crisis que tuve que sufrir en mi adolescencia, además de Descartes, con quien no alcanzaba la realidad sensible, quedé turbado por el existencialismo ateo sartriano, que en aquella época estaba de moda, el cual, además de la duda cartesiana, me llevaba a creer que el existir no añadía nada al no-existir. Recuerdo una película francesa de entonces, Les tricheurs [1958], que, en el estado de desconcierto en el que me encontraba, me turbó profundamente, porque me parecía que convalidaba tal desconcierto con la descripción de una vida juvenil sin sentido, sin fines y sin principios.
----------Otra experiencia que me hizo mucho mal, agravando mi crisis existencial, fue el encuentro, también en la secundaria, con Giacomo Leopardi. Leí a Leopardi, como luego leí a Baudelaire y a Nietzsche, los tres, más bien por instigación de Leonardo Castellani, pero fue en mala hora, una lectura que debía haber pospuesto. Ya tenía dificultades de comunicación interpersonal debido a la duda que tenía sobre la existencia objetiva de la realidad externa, por lo cual incluso las personas no me parecían entes reales, sino mis imaginaciones.
----------Esto me conducía a encerrarme amargamente en mi yo, sin la confianza de poder contactar con una realidad externa, de la cual dudaba. Incluso la certeza sugerida por Descartes de la existencia de mi yo pensante no me bastaba, ya que puedo, sí, tener conciencia de pensar; pero ¿pensar qué? ¿Mis ideas? Pero no sé si corresponden con las cosas. ¿Pensar en las cosas? Pero no estoy cierto de que existan. Y entonces estamos como al principio. ¿Y mi cuerpo? Lo capto con los sentidos. Pero los sentidos engañan. ¿Y entonces qué?
----------Al encontrarme con Leopardi de algún modo me rencontraba en él, en ese sentirse solo, pienso en el "gorrión solitario", soledad amarga, que no lograba explicarse y no alcanzaba a superar. Pero desgraciadamente Leopardi era deforme y su aspecto físico no atraía el interés de los demás. Yo, gracias a Dios, no tenía este problema, pero el mío era ese problema psicológico que ya he mencionado.
----------También está el hecho de que Leopardi, quizás por una mala educación recibida, era un aristócrata quisquilloso y asqueroso. Le repugnaba el contacto con el pueblo y la gente simple de su país, Recanati, al que despreciativamente llamaba "natìo borgo selvaggio" (nativo pueblo salvaje). Era víctima del mismo sentimiento despectivo de Horacio: "odi profanum vulgus, et arceo" (odio al vulgo ignorante y me alejo de él).
----------Pero tampoco ese era mi problema. Siempre por esa mi crisis de escepticismo tendente al nihilismo, en cambio me había quedado infectado por la ausencia total en Leopardi del interés por los demás, que no fuera la ambición de tener fama de poeta entre los doctos. Yo no nutría ninguna sed de gloria humana, pero lo que me atormentaba el alma era siempre esa duda sobre la existencia de los otros. Era el nihilismo. Severino escribió un interesante ensayo sobre el nihilismo de Leopardi destacando que para él todo viene de la nada y todo va a la nada. Me pregunto cómo se hace para vivir con tal visión de la vida.
----------Sin embargo, también esta escuálida visión de la existencia es efecto de esa misma soberbia que está en el origen del idealismo cartesiano. Esto lo entendí posteriormente al acercarme al realismo tomista. En efecto, tanto en Descartes como en Leopardi está la negación del ser o de lo real, realidad sustituida por el yo: en Descartes, el cogito, que, como observa correctamente Fabro, es un volo; en Leopardi, el enganche a lo real es sustituido por el espasmódico deseo o sueño romántico de adquirir fama entre los doctos.
----------Pero a mí no me interesaba ni mi voluntad, ni la gloria humana, sino solo la necesidad de saber si lo real existe o no existe y, una vez comprobado que lo real existe, necesitaba saber si se lo puede conocer o no. Para Kant existe (la "cosa en sí"), pero no se la puede conocer. Tomás, en cambio, me ha hecho redescubrir tanto el ser como el conocer. Pero a muchos esto no les interesa. Lo que a muchos les interesa es afirmarse a sí mismos. De ahí el mayor éxito de Descartes respecto a santo Tomás de Aquino.
----------De hecho, la auto-fundación cartesiana del propio yo conduce hoy a muchos a jactarse y a inflar de tal manera el propio yo hasta llegar a hacer una elección atea o panteísta. Yo nunca he sentido esta tentación, porque siempre he advertido no estar fundado en mí mismo, y seguro de tener necesidad de un Fundamento externo a mí, basado en la realidad. Por entonces, en cambio, la eventualidad prospectada por Descartes de que esta realidad externa no existiera no me hacía felíz en absoluto, sino que me angustiaba, porque comprendí que conducía a la negación de la existencia de Dios como fundamento de la realidad y de mí mismo. La tentación desesperante era, por tanto, la del nihilismo. Algo parecido parece que sintieron Jacques Maritain y Raissa, antes de asistir a las clases de Bergon, a tal punto de sentirse tentados al suicidio.
   
Como he salido de la prueba
   
----------Mi problema no era, como se decía en aquella época, el del "sentido de la vida", el de cómo me debía comportar, sino que era más radical: era el problema del sentido de la existencia. No me bastaba un psicólogo o un moralista o un buen pastor o un buen confesor: me hacía falta un metafísico. La metafísica no era para mí el interés académico por un saber abstracto, ¡no!, era para mí cuestión de vida o de muerte. Por eso en mis treinta años de enseñanza de la metafísica creo haberme encontrado siempre en general tan persuasivo con mis alumnos, porque al conocimiento científico se añadía mi experiencia personal.
----------Y así fue como santo Tomás de Aquino me hizo encontrar a la persona adecuada en aquel docente de mi adolescencia, quien precisamente me curó a mis dieciséis años con la metafísica y la gnoseología del Aquinate: me dio la certeza de que las cosas que veo fuera de mí existen y las puedo conocer. Por lo tanto, existen el principio de identidad o de determinación, el principio de causalidad y el principio de finalidad, los primeros principios de la razón especulativa, sobre los cuales se construye todo nuestro saber. Por lo tanto, Dios, ese Dios "calumniado" en Leopardi (como decía Castellani), ese verdadero Dios existe.
----------El haber encontrado nuevamente a Dios era mi consolación, aunque sé muy bien que mi yo de pecador, que había sido lisonjeado por Descartes, hubiera querido que lo real externo y por lo tanto Dios no existieran, para así poderse regular por sí solo, sin Él. En cambio, el humilde, el realista, siente la necesidad de Dios, se alegra de su existencia, porque encuentra en Él a su creador, a su guía moral, encuentra la ayuda en las dificultades, el consejero en las dudas, el consolador en las aflicciones, el sostén en las pruebas, el padre amoroso que lo corrige en los defectos, su supremo bien y el fin último de su vida.
----------Por el contrario, para el soberbio y para el hombre carnal, la existencia de Dios, al cual se debe rendir cuenta de la propia obra, da fastidio, y para evitar que la razón llegue a descubrir su existencia, aplicando sus principios, la restringe y le bloquea el camino en el horizonte de las ideas y de los fenómenos, e inventa una gnoseología ad usum delphini, que invalide la existencia objetiva del ser y de lo real, a la manera idealista, prefiriendo la gnoseología alucinatoria y la metafísica visionaria de Descartes.
----------Aquel profesor de religión de mi escuela secundaria, presentándome a través de Maritain la gnoseología (cf. Jacques Maritain, Les degrés du savoir, Desclée de Brouwer, Bruges 1959) y la metafísica de Santo Tomás (cf. Jacques Maritain, Sept leçons sur l’être et les premiers principes de la raison spéculative, Téqui, Paris 1933) me hizo rencontrar a un mismo tiempo el ser o lo real, así como la posibilidad de conocer la verdad de lo real y de conocer a Dios. Era pues el descubrimiento del famoso realismo gnoseológico tomista, firmemente arraigado en la razón e inculcado por la misma Sagrada Escritura.
----------Y para lograr este propósito, aquel providencial profesor y confesor, usó un método simple pero a la vez profundo. Recuerdo que me preguntó si podía evitar determinarme con evidencia y certeza sensible. Recuerdo estar sentado de cierta manera en una silla determinada y el caso fue que no podía dejar de reconocer como evidente que estaba sentado de esa determinada manera en esa determinada silla.
----------Quedaba resuelto el problema del conocimiento y de lo real externo. Ciertamente, eso no era más que un primer y humilde comienzo empírico de buen sentido común. Pero el espectro del idealismo se desvaneció y retornaba la plena luz del realismo, ese realismo con el cual desde niño había iniciado el camino de la verdad. ¡Descartes estaba vencido! ¡Sartre estaba vencido! ¡Croce estaba vencido! ¡Leopardi estaba vencido! A continuación comencé famélicamente a estudiar a través de Maritain la gnoseología y la metafísica de santo Tomás. Pero la resurrección ya había irrevocablemente iniciado.
   
El comienzo para un camino seguro
   
----------A partir de ese momento, comencé a recorrer el camino de la verdad, sin que nadie haya logrado apartarme de él. De hecho, yo mismo comencé a difundir la verdad. Fue el primer germen de vocación docente y apostólica que habría de madurar continuamente en la lectura de las obras de Maritain, primero, a partir de 1959 y luego, a partir de 1960, en la lectura de las obras de santo Tomás de Aquino.
----------Fue así que en 1958, por gracia de santo Tomás, mediado por aquel santo sacerdote que tuve en mi adolescencia, mi "Elías", la gracia del carisma apostólico-docente, sin que me diera cuenta, habiendo encontrado en mí, su "Eliseo", un buen terreno, labrado por él mismo, instrumento de la divina Providencia, se arraigó y tomó en mí raíces firmísimas e inextirpables, que durante el curso de más de sesenta años, desde aquel lejano 1958, nada ni nadie, ni creatura humana, ni el demonio, ni tentaciones, ni pruebas sufridas, ni sufrimientos, ni amenazas, ni seducciones de la carne o del mundo, han podido nunca debilitar o quitar, así como no se quita de un viviente lo que lo hace vivir, sin con eso mismo hacerlo morir. 
----------Aquel venerado maestro y confesor de mi temprana juventud, que la divina Providencia puso en mi camino tengo la seguridad que por mediación de santo Tomás, me hizo poner a salvo dos nociones racionales fundamentales, que luego han sido la base inquebrantable de mi subsecuente pensamiento: la noción de la metafísica y la noción del conocimiento.
----------La noción de la metafísica, entendida como conocimiento del ente real, que parte de la experiencia de las cosas, ente que analógicamente se predica del mundo y de Dios. Así pues, la metafísica culmina en la teología natural, es decir, en la demostración racional de la existencia de Dios partiendo de la experiencia de las cosas y aplicando el principio de causalidad. El conocimiento racional de Dios como causa primera creadora del mundo, deviene luego la base de la religión natural y de la ética natural.
----------La noción del conocimiento, entendido como adecuación del intelecto o del pensamiento a lo real y no, como sostiene Descartes, al propio yo. Esta es la verdad del conocer, por lo cual el error es la falta de adecuación a lo real. Esto es lo que se llama "realismo gnoseológico" u "objetividad del conocimiento", opuestos al idealismo, que quisiera hacer coincidir el ser con el pensar, de modo tal que el ser deviene el ser pensado. La existencia no se desvanece en la nada, no es una simple idea nuestra, sino que esconde en su profundidad lo absoluto, lo eterno, lo necesario, el bien infinito, esconde a Dios.
----------La verdad, entonces, depende de mi adecuarme al ser objetivo, que está delante de mí (ob-jectum), y no depende de mi idea. Mi idea no es todo lo que yo puedo conocer. En cambio, por medio de la idea y en la idea, alcanzo y conozco, y alcanzo y conozco tal como es, un ente real o un ser externo a mi pensamiento o a mi idea, aquel real o ser, que santo Tomás de Aquino llama res extra animam.

2 comentarios:

  1. Gracias Padre..., he descubierto demasiado tarde a S. Tomás... en la vejez leo o mejor estudio (aunque, lo reconozco, bastante poco) la Summa, y ha sido para descubrir un mundo maravilloso, no sé expresarme adecuadamente... sin embargo S. Tomás, como dice alguien, es para mí el amigo de todas las horas, y he comprendido ante todo que la esencia de la misericordia divina consiste en el ser que me ha dado, y saber que dependiendo del Ser y también en este momento Dios me da el ser... pido disculpas por mi ignorancia...

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    1. Estimado Rosa Luisa,
      estoy muy contento de que usted haya llegado a conocer y a apreciar a santo Tomás. Ciertamente no es un pensador siempre fácil. Sin embargo, por la utilidad que ofrece a nuestra vida espiritual, vale la pena esforzarse para entenderlo. Santo Tomás nos paga con grandes frutos para nuestra alma y nos estimula a la santidad.

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