Para que yo esté autorizado a actuar no es necesario alcanzar siempre una certeza objetiva absoluta, que a menudo se vuelve imposible, sino que es suficiente con la certeza subjetiva, siempre que tal conciencia sea en buena fe y no causada por mi voluntad, cosa que sería una falsa certeza, que no me excusaría de la culpa. Si en cambio me equivoco en buena fe, sigo siendo inocente, tengo derecho a ser tolerado y no puedo ser castigado. Este es el principio de la libertad de conciencia o de la libertad religiosa, introducido en los códigos civiles en el siglo XVIII tras la profundización moderna de la dignidad de la conciencia moral. [En la imagen: fragmento de "Resurrección de la hija de Jairo", óleo y papel sobre lienzo, de alrededor de 1546, obra de Paolo Veronese, conservado en el Museo del Louvre, París, Francia].
La experiencia de la conciencia
----------Nosotros podemos darnos cuenta de tener una vida espiritual, e incluso podemos darnos cuenta de tener un alma, reflexionando sobre nuestro yo, sobre nuestras ideas, sobre nuestros pensamientos, sobre nuestros juicios y sobre nuestros razonamientos, nuestros sentimientos, intuiciones y deseos, nuestras intenciones, los afectos, las insuprimibles e indispensables instancias o exigencias morales, las fuentes de la poesía y del arte, el gusto por la belleza, las llamadas, los reproches y las aprobaciones de la conciencia, las aspiraciones religiosas, las previsiones y proyectos, los datos, los actos, los recuerdos, las experiencias y los productos interiores de nuestro espíritu, de los cuales somos conscientes o que emergen a la conciencia. Santo Tomás de Aquino, en la Quaestio disputata De veritate, q.10, a.8, reconoce que el alma se experimenta a sí misma espontáneamente, incluso antes de ejercer la actividad abstractiva por la cual conoce las cosas externas (una buena aclaración de este hecho se la encuentra en la obra del padre Ambroise Gardeil La structure de l'âme et l'expérience mystique, Lecoffre Éditeur-Gabalda, Paris 1927, obra en 2 volúmenes).
----------El hecho es que, reflexionando sobre estos contenidos de conciencia, me doy cuenta de la diferencia que existe entre lo que está fuera de mí y que alcanzo con mis sentidos, y lo que encuentro en mí y capto con una vista inmaterial, que es precisamente mi intelecto. De este modo, veo que mi propio cuerpo es algo que está ante mi intelecto como algo material, que percibo con mis sentidos.
----------Me doy cuenta de que lo que encuentro en mi conciencia es un conjunto de valores mucho más importantes que lo que está fuera de mí y perciben mis sentidos, es decir, las realidades materiales corpóreas. Estas realidades las tengo ante mí, en mí, en torno a mí, antes de mí y por encima de mí. Y sin embargo, al pensar en ellas, me las encuentro a todas inmaterialmente en mi conciencia.
----------Me doy cuenta de la diferencia que hay en la realidad fuera de mí, entre el mundo de la materia y el del espíritu: entrambos se me presentan como una realidad variadísima, múltiple e ilimitada, donde lo que logro comprender está infinitamente superado por lo que no comprendo. La realidad espiritual se me aparece en otras personas; la realidad material se me aparece en los vivientes inferiores, en la naturaleza y en el cosmos.
----------Me doy cuenta del misterio tanto de la materia como del espíritu. Ciertamente, tanto la materia como el espíritu pertenecen analógicamente al horizonte del ser, de lo real. ¡Sin embargo, qué abisales diferencias! La materia me es demasiado poco inteligible. El espíritu supera la capacidad de mi inteligencia. No siempre puedo decir con palabras lo que veo tanto en la materia como en el espíritu.
----------La materia dice impenetrabilidad, incompenetrabilidad recíproca, multiplicidad. Mientras que el espíritu dice penetración, intus-legere, transparencia, comunión, comunicación, unidad, compenetración recíproca. El espíritu dice infinitud; la materia dice finitud. La materia dice particularidad; el espíritu dice universalidad. La materia dice generación y corrupción; el espíritu inmortalidad.
----------Por otra parte, me doy cuenta bien de que el mundo que está delante de mí no es la realización de una idea mía, por lo cual no lo he querido yo, y no lo he creado yo, sino que lo ha creado Dios. El mundo y yo mismo los encuentro ante mi intelecto ya existentes y constituidos antes de que yo los pensara e independientemente de mí. El mundo, incluyéndome a mí mismo, no existe porque lo piense, sino que lo pienso porque existe. Y yo mismo no existo porque pienso en mí, sino que me pienso porque existo. El mundo y mi yo son, pues, presupuestos a mi acto de pensarlos, porque si no fuera así, mi pensamiento estaría privado de su sujeto y objeto que son precisamente el mundo y mi yo.
----------También observamos que la experiencia del diálogo y de la conversación con las otras personas me hace entender que fuera de mí no solo hay cosas materiales, sino que hay otros yo similares a mí. Y si yo me descubro como sustancia dotada de espíritu y de intelecto, veo que a mi alrededor y conmigo existen otras sustancias vivientes como yo, dotadas también de espíritu e intelecto, distintas de mí, algunas inferiores, otras superiores, comunicándome verbalmente con las cuales, me doy cuenta de otro aspecto del mundo del espíritu, por el cual él se distingue de la materia y de los cuerpos, donde ellos no pueden comunicarse intencionalmente los unos con los otros, aunque sean vivientes, es decir, el hecho de que las personas humanas, al comunicarnos nuestros pensamientos y al hablar entre nosotros, nos volvemos espiritualmente e inmaterialmente una sola cosa, nos identificamos todos inmaterialmente con aquello de lo cual estamos hablando, nos convertimos en un único espíritu, sin dejar de distinguirnos entre nosotros como personas espiritual-corpóresas, como individuos materiales y sensibles, insertados en el espacio-tiempo.
----------Me doy cuenta de poder producir mediante sensaciones, recuerdos, imágenes, intuiciones, conceptos, juicios y razonamientos con mi intelecto y mi voluntad en mi conciencia un mundo mío interior que reproduce precisamente aquello que veo fuera de mí, que es a la vez mundo material y mundo espiritual, donde encuentro las cosas, los vivientes, los hombres, los ángeles y Dios.
----------Me doy cuenta de que mediante el uso de un debido método de investigación y de reflexión, de intuición y de comprensión, de inducción y de deducción, puedo enriquecer, aumentar, perfeccionar continuamente este mundo interior, llegando a la realidad externa con los sentidos o aprendiendo de mis semejantes.
Un valor de la modernidad
----------Un nuevo modo de descubrir la existencia del espíritu ha venido con una renovada indagación sobre el mundo de la conciencia, que aparece como el gran centro de interés del pensamiento moderno a partir de Lutero y Descartes, un desarrollo del interiorismo agustiniano de la invitación a entrar en sí mismos, hasta remontarse a las aperturas de ánimo del Salmista, donde se encuentra la verdad.
----------Paralelo a esta atención al yo en la modernidad, es el florecimiento en el siglo XVI del auto-biografismo místico femenino con Santa Teresa de Ávila [1515-1582]. Es en la conciencia que yo encuentro, como decía san Anselmo de Aosta [1033-1109], "aquello de lo que nada puedo pensar de más grande", la idea del infinito, del absoluto, del eterno, de la totalidad, de la perfección, del ser, de Dios.
----------Considerando este mundo interior invisible a los sentidos, mundo interior vasto, profundo, insondable, firme, grandioso y misterioso, independiente de la sensibilidad y por tanto de la materialidad, un mundo capaz de dominar la materialidad y de ponerla al servicio del espíritu, no tengo dificultad en darme cuenta inmediatamente, al simple acto de reflexión, en la simple toma de conciencia, prestando atención a sus actos y a sus contenidos, sin pasar del efecto a la causa, me doy cuenta inmediatamente y con absoluta claridad y certeza de las características propias, así como del valor sublime y del poder superior del mundo del espíritu, y llego a comprender fácilmente el porqué de la inmortalidad del alma.
----------Ciertamente se debe condenar el giro idealista-panteísta que luego producirá este espiritualismo a partir del siglo XIX, pero no hay duda de que constituye un enriquecimiento del patrimonio filosófico de la humanidad, después de la orientación realista del pensamiento griego, que tiene su cumbre en Aristóteles con el intelecto vuelto hacia la realidad externa, donde encuentra las huellas y las pruebas sensibles de la existencia del espíritu, del alma y de Dios, que llega a descubrir mediante la aplicación del principio de causalidad.
----------También es necesario distinguir la conciencia espiritual de la conciencia sensible o psicológica. Mientras que los animales no poseen la conciencia espiritual, que supone la inmortalidad del alma, nosotros poseemos, además de la espiritual, la conciencia sensible, como los animales. La vida psíquica, como la vida vegetativa, son potencias del alma, que median entre la espiritualidad del alma y la materialidad del cuerpo. Así se puede decir que en nosotros existe la distinción entre espíritu y cuerpo, distinción que por lo demás es incluso un dogma de fe definido por el IV Concilio Lateranense, del año 1215.
----------Sin embargo, al mirar las cosas con exactitud, es necesario que hagamos con precisión la distinción de que en nosotros existen dos niveles vitales, expresiones del alma espiritual, no tan elevados como para alcanzar el espíritu y no tan bajos como para estar en el simple nivel del cuerpo. Trascienden la pura materia pero no del todo, porque el alma los educe de la materia del cuerpo y cuando han agotado su ciclo vital, retornan a la materia. Pero incluso cuando alcanzan la cima de su potencia, su inmaterialidad está muy lejos de elevarse al nivel de la inmaterialidad del espíritu.
----------La potencia de la imaginación está muy por debajo de cuanto puede alcanzar el pensamiento; la conciencia sensible tiene una amplitud mucho más estrecha que la que se puede alcanzar en la conciencia espiritual; el juicio racional es mucho más firme e importante que el juicio del sentido; el sentimiento espiritual es mucho más elevado que la emoción sensible; el amor espiritual es mucho más elevado que el amor pasional; la memoria sensitiva es mucho menos incisiva y significativa que la espiritual; el instinto o el impulso psicoafectivo es una inclinación mucho menos poderosa que la fuerza de la voluntad; la alegría espiritual es inmensamente superior al placer físico. Sin embargo, incluso la experiencia psíquica, aunque no está al nivel del espíritu, ayuda a apreciar la inmaterialidad del espíritu.
----------Platón, siguiendo a Sócrates, ha descubierto la existencia del espíritu mediante el diálogo con el otro y, por tanto, mediante el uso de la segunda persona del verbo ser: "tú eres". Aristóteles ha descubierto la existencia del espíritu mediante la ciencia, la psicología y la metafísica, las cuales usan la tercera persona del verbo ser: "él es". La filosofía moderna ha profundizado el conocimiento del espíritu mediante la conciencia, con el uso del verbo ser en la primera persona: "yo soy".
----------La ciencia del espíritu tiene su vértice y culminación en la teología, dado que Dios es purísimo infinito Espíritu. El Espíritu Santo, don del Hijo y del Padre, habita en nuestros corazones y en nuestras conciencias, y nos hace gritar: "¡Abbá! ¡Padre!".
----------El pensamiento moderno ha alcanzado una eminente claridad y certeza acerca del hecho de que si yo en conciencia considero ser verdad aquello que en realidad está equivocado sin que yo me dé cuenta, debo seguir mi conciencia. Sigue siendo mi deber del cual ya se ha dado cuenta el pensamiento antiguo de informar a mi conciencia, la cual es falible y puede tomar por verdadero lo que es falso.
----------Aristóteles ya llega a saber, contra el subjetivismo protagóreo, que existe una realidad fuera de mi conciencia. La regla de verdad para mi conciencia, no es mi conciencia, sino lo real externo. Sin embargo, hechas las oportunas indagaciones, escuchado a quien debo escuchar, atento a la realidad externa, yo debo regular mi conducta moral escuchando la voz de mi conciencia. Dios me juzgará en base a cuanto mi conciencia me haya prescrito o prohibido hacer.
----------También hoy sigue siendo mi deber realista advertido por Aristóteles el adecuar mi juicio o mi conciencia a la realidad externa tal como es. Y sin embargo, si me equivoco en buena fe, si estoy subjetivamente cierto en conciencia de que una cosa es verdadera mientras que en realidad es falsa, debo seguir mi conciencia, sin excluir que posteriormente yo me de cuenta de haberme equivocado.
----------Solo entonces tengo la obligación de corregirme. Por otra parte, para que yo esté autorizado a actuar no es necesario alcanzar siempre una certeza objetiva absoluta, que a menudo se vuelve imposible, sino que es suficiente con la certeza subjetiva, siempre que tal conciencia sea en buena fe y no causada por mi voluntad, cosa que sería una falsa certeza, que no me excusaría de la culpa. Si en cambio me equivoco en buena fe, sigo siendo inocente, tengo derecho a ser tolerado y no puedo ser castigado. Este es el principio de la libertad de conciencia o de la libertad religiosa, introducido en los códigos civiles en el siglo XVIII tras la profundización moderna de la dignidad de la conciencia moral.
----------La clarificación moderna del valor espiritual de la conciencia teorética y cognitiva ha llevado como consecuencia una aclaración de la obligación moral que surge de la conciencia moral individual, no por una forma de individualismo liberal, que es una deformación de tal concepción, no por la puesta en duda o la negación empirista de la universalidad y absolutidad del deber moral, cuya universalidad y absolutidad son conservadas en el pensamiento antiguo, sino por el hecho de que el pensamiento moderno, impulsado por la ética liberadora e interiorista del Evangelio, explicitada por san Agustín y santo Tomás, ha comprendido mejor las implicaciones ya presentes en la ética de Aristóteles, es decir, el hecho de que el juicio moral sobre el propio actuar es atribuido a la responsabilidad de cada uno, si es verdad que cada uno dispone, en el respeto de la ley moral, sin con ello ser infalible, de la virtud de la prudencia (fronesis) y de ese libre albedrío, mediante los cuales determina el contenido y el valor de sus actos en el curso de su actuar moral.
La experiencia de la juventud y la de la vejez
----------Otras experiencias que hacemos todos y que constituyen claros indicios, por no decir demostraciones, de nuestro ser compuestos de espíritu y cuerpo, son la experiencia de la juventud y la de la vejez. Se trata de experiencias que tienen características muy diferentes, pero entrambas nos hacen entender claramente cómo juegan en nuestra persona, en nuestro yo, en nuestra vida, en nuestra conducta y en nuestra existencia, dos factores fundamentales, uno en armonía y otro en contraste, es decir, la fuerza que proviene del espíritu y la fuerza que proviene del cuerpo, de modo que sentimos la primacía del alma sobre nuestro cuerpo y nuestro deber de guiar el cuerpo según las necesidades del alma.
----------Al respecto, el apóstol san Pablo distingue en la persona humana un triple orden de energías (cf. 2 Tes 5,23): las espirituales (pneuma), las psíquicas (psyché) y las físicas (soma). Esta triple distinción no contradice la distinción entre alma espiritual y cuerpo material, sino que, al contrario, la aclara introduciendo el elemento de la vida, es decir, precisando, para expresarnos en términos modernos, que en nosotros hay tres niveles vitales: el nivel conciencial-espiritual, el nivel psico-emotivo y el nivel neurobiológico o neurovegetativo. Por consiguiente, esto quiere decir que el alma espiritual da forma a nuestra materia según tres niveles de información sustancial: nivel espiritual, nivel sensitivo y nivel vegetativo.
----------Por lo tanto, sobre la base de la distinción fundamental materia-espíritu o, si queremos, espíritu-cuerpo, es necesario ulteriormente señalar que la unión del espíritu con la materia se produce de acuerdo con estos tres planos o módulos ontológico-energéticos-vitales, los cuales son todos principiados por el alma espiritual, que es la única forma sustancial del compuesto humano, es la única forma que asegura la unidad de la sustancia o persona humana, más allá de las diferencias vitales.
----------Tanto la conciencia de la juventud como la autoconciencia de la vejez hacen experiencia de estos tres niveles vitales de modo diferente. En mi juventud yo tengo conciencia de mi espíritu que, si por una parte domina y mueve fácilmente, gracias a la buena salud, los miembros del cuerpo y las fuerzas físicas mediante la potencia neurovegetativa, potencia que actúa por cuenta propia independientemente de mi voluntad, en la vejez, en cambio, las potencias motrices y físico-vegetativas van disminuyendo o se van apagando gradualmente e inexorablemente, sin que yo pueda hacer nada, y tampoco nada pueda hacer la medicina, de modo que la salud física va disminuyendo progresivamente, lo cual e señal y presagio de la inminente separación del alma del cuerpo, lo que notoriamente constituye el fenómeno de la muerte.
----------La experiencia de la juventud presenta las siguientes diferencias con la de la vejez. En la juventud comenzamos a advertir las necesidades del espíritu, tenemos conciencia de la ley moral y de nuestro deber de ponerla en práctica. ¡Pero ay! ¡Qué difícil es hacerlo!
----------Aparte del hecho de que nuestras convicciones morales no son todavía firmes, somos fácilmente influenciables por concepciones morales laxistas, materialistas o hedonistas, sentimos fuerte el impulso y la seducción de las pasiones y el atractivo de los placeres carnales, mientras que la salud y el vigor físico nos engañan de poder fundar nuestra vida en nosotros mismos y encontrar en los bienes pasajeros de este mundo el cumplimiento de todas nuestras aspiraciones.
----------Surge en los más honestos y vigilantes entre nosotros, que no se dejan seducir, arrollar y cegar por el ateísmo, por la soberbia, por el egoísmo o por los ídolos de este mundo, un doloroso conflicto entre la conciencia moral, la voluntad de practicar la virtud y el deber y la sensación dolorosa frustrante que tenemos de ser esclavos del pecado y de las pasiones, que nos atraen: vivísima ocasión para darse cuenta de la diferencia entre el alma y el cuerpo y de nuestro deber de dominar las pasiones.
----------¿Quién mejor que el apóstol san Pablo ha sabido describir esta dolorosa laceración interior, que es bien típica de la juventud? Recordemos brevemente sus palabras en la Carta a los Romanos: "Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rm 7,22-24).
----------Aquí puede aparecer la tentación, que es una falsa solución, que es la del dualismo platónico, gnóstico e indio, de la cual ilustre víctima fue Orígenes: así como del cuerpo provienen aquellas pasiones que me hacen esclavo, entonces liberémonos del cuerpo a fin de que el espíritu sea libre. Pero esta no es la verdadera solución, que en cambio está en la purificación y dominio racional de las pasiones, que no pertenecen tanto al cuerpo como ante todo al alma, ya que los vicios espirituales son peores que los carnales.
----------Por eso, se debe tener bien en cuenta que el primer problema moral no es el dominio de las pasiones carnales, sino el dominio de la voluntad sobre sí misma, para así convertir su inclinación, desde el pecado a la justicia. Es inútil si se es casto pero se es soberbio. Mejor ser intemperantes pero humildes, porque aquí hay salvación, mientras que allí está la perdición. Esto quería decir muestro Señor Jesucristo cuando dijo a los fariseos: "las prostitutas os precederán en el reino de los cielos".
----------Aquellos pseudo-exegetas bíblicos que quisieran rechazar la distinción alma-cuerpo, acusándola de "dualismo griego" en nombre -dicen ellos- de la concepción bíblica de la unidad de la persona, en lugar de inventar estas mentiras, que nos digan ante todo abiertamente que lo que en realidad quieren es disfrutar de la vida de aquí abajo sin tantos líos metafísicos y ascético-espiritualistas.
----------El materialista admira al joven y desprecia al anciano, y ello precisamente porque no comprende el primado del espíritu, que viene afirmado y testimoniado por la sabiduría del anciano, mientras que el materialista sobrevalora la importancia de la salud, del bienestar físico y de las pasiones.
----------Al contrario del materialista, el sabio aprecia el primado de la ancianidad sobre la juventud, de la experiencia del anciano, de su sensatez, de su madurez de juicio, de su amplitud de miras, de su capacidad de discernimiento y de guía espiritual, de su paz interior y espíritu de contemplación.
----------El joven, incapaz de conciliar el espíritu con la carne, para salvar el espíritu debe saber afrontar el sufrimiento, la renuncia y el sacrificio. El anciano, obtenida la reconciliación del espíritu con la carne, sabe sintetizar el gozo espiritual con el placer físico. Ya no tiene necesidad de renunciar a aquello que antes obstaculizaba la libertad del espíritu, porque ya está a su servicio y expresa su vitalidad.
----------El anciano ha recorrido un largo camino por las vías del espíritu. Sabe qué es el progreso espiritual y cómo se lo actúa. Conserva y custodia lo perenne y lo eterno, y al mismo tiempo está siempre abierto a las novedades del espíritu, siempre en acto de aprender y en actitud de escucha, indaga incansablemente sobre sus misterios y siempre hace nuevos descubrimientos, siempre dispuesto a comunicarlos a los demás.
----------Por su parte, el joven posee una estructuración psicofísica plasmable, elástica y ágil, que se adapta fácilmente a los cambios tecnológicos, comportamentales, ambientales y lingüísticos, lo cual es cosa difícil para el anciano, cuya estructura psicofísica se ha hecho rígida y se ha esclerotizado, pero el espíritu del joven carece de firmeza, que en cambio es notoria propiedad del anciano.
----------El espíritu del joven debe aprender la docilidad porque es instigado, solicitado e impulsado por la presunción. Escasamente capaz de sufrir la disciplina, esta arrogancia suya lo impulsa a revolucionar los principios del saber y de la moral, que le parecen sofocar su necesidad de libertad. A la inversa, el joven sabio no se cierra en su yo, sino que lo abre al tú; no hace del momento presente el absoluto; abre el ojo del intelecto para no ser engañado por las vanidades del mundo; considera el bien con la voluntad y no arrastrado por la pasión; ve lo eterno por encima del tiempo y prefiere lo que no pasa a lo que pasa.
"...para que yo esté autorizado a actuar no es necesario alcanzar siempre una certeza objetiva absoluta, que a menudo se vuelve imposible, sino que es suficiente con la certeza subjetiva, siempre que tal conciencia sea en buena fe y no causada por mi voluntad, cosa que sería una falsa certeza, que no me excusaría de la culpa. Si en cambio me equivoco en buena fe, sigo siendo inocente, tengo derecho a ser tolerado y no puedo ser castigado. Este es el principio de la libertad de conciencia o de la libertad religiosa, introducido en los códigos civiles en el siglo XVIII tras la profundización moderna de la dignidad de la conciencia moral".
ResponderEliminarComprendo perfectamente que el principio de la libertad de conciencia o libertad religiosa es un principio que la humanidad ha descubierto desde la antigüedad y que hoy, en las últimas décadas, el ordenamiento jurídico internacional ha consagrado en los ordenamientos concretos y actuales, al menos entre las naciones democráticas civiles (excluyendo los países comunistas e islámicos).
Me refiero aquí a algo que va más allá del ámbito del fundamento racional de ese principio.
Como ha ocurrido con otras conquistas de la razón humana, la Sagrada Escritura ha ayudado al hombre a descubrir la verdad de principios que el hombre, si su razón no hubiera sido debilitada por las consecuencias del pecado original, habría podido descubrir con el solo uso de su razón.
En este sentido, usted ha recordado en algunas ocasiones que el principio de la libertad de conciencia o libertad religiosa es un principio que encuentra su fundamento en la Revelación divina, consagrado finalmente en los textos del Concilio Vaticano II.
En mis conversaciones con otros que tienen dificultades para estar en comunión plena con la enseñanza actual de la Iglesia, se me ha discutido duramente que este principio tuviera un fundamento bíblico. Y no he tenido suficientes argumentos para mantener mi posición.
Creo que es un tema que merece ser más desarrollado, expuesto y promovido.
Gracias.
Diego P.
Estimado Diego,
Eliminarsi usted relee los núms. 9-12 del decreto Dignitatis Humanae, encontrará la respuesta decisiva a las dificultades de sus objetores, siempre que se trate de católicos fieles al Magisterio de la Iglesia.
En efecto, en esos pasajes se hace referencia seis veces a la divina Revelación, signo evidente de que se trata de una enseñanza dogmática, aunque no en forma solemne o definitoria. En mi opinión esta doctrina también podría ser enseñada por el Papa ex cathedra de modo solemne y definitorio.
https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.html
No es cierto que la ignorancia, incluso invencible, y la subsecuente conciencia subjetiva errónea, hagan bueno un acto. Un acto malo por su objeto es malo. Y punto. Lo que usted llama conquista de los códigos del siglo XVIII no es más que la entronización del relativismo moral y jurídico. Una conciencia errónea, aunque sea de buena fe, sigue siendo conciencia errónea, y no tiene ¨derecho al error¨. Otra cosa es la inimputabilidad que surge del error, que personas como usted confunden con la moralidad o ilegalidad del acto voluntario.
ResponderEliminarPero lo que prima es el realismo: la objetividad del acto moral, que tiene que ser bueno por sus tres elementos integrativos: objeto, intención y circunstancias,
Esto es tomismo. Lo otro es, en términos del gran Cardenal Newman, liberalismo religioso.
Estimado Ludovicus,
Eliminarrespondo siguiendo los puntos que usted trata.
1.
Usted dice: "No es cierto que la ignorancia, incluso invencible, y la subsecuente conciencia subjetiva errónea, hagan bueno un acto. Un acto malo por su objeto es malo. Y punto".
R.
Usted, que cree interpretar correctamente a santo Tomás de Aquino, verá que, si va a ver los artículos 5 y 6 de la q.19 de la I-II de la Suma Teológica, santo Tomás me da la razón, sosteniendo que si alguien en buena fe cree que lo que es objetivamente pecado sea bueno, sigue siendo inocente, y si en buena fe considera ser pecado un acto objetivamente bueno, es culpable.
Por lo demás, el mismo beato Pío IX ha sostenido que, si alguien en buena fe no sabe que el Cristo es el Salvador, recibe de todos modos la gracia de la salvación.
2.
Usted dice: "Lo que usted llama conquista de los códigos del siglo XVIII no es más que la entronización del relativismo moral y jurídico. Una conciencia errónea, aunque sea de buena fe, sigue siendo conciencia errónea, y no tiene 'derecho al error' ".
R.
Por cuanto respecta a las Declaraciones de los Derechos Humanos, formuladas en el siglo XVIII, me refería a la reciente intervención del cardenal Fernández a propósito de la dignidad humana.
Que estas declaraciones estuvieran ligadas con la masonería y al iluminismo, la cosa es conocida, pero eso no quita que el card. Fernández, haya sabido recuperar en ellas la conciencia de la universalidad de los derechos humanos.
Aquí el relativismo no entra para nada ni tiene nada que ver. El liberalismo se encuentra en cambio en ciertas concepciones éticas, como la de Rahner, que niega la universalidad y la inmutabilidad de la naturaleza humana.
Por cuanto respecta a un supuesto derecho al error, está claro que eso es una cosa que no tiene sentido. Sino que cuando se trata de libertad religiosa, no se trata de eso, sino del respeto debido a quien en buena fe se equivoca sin darse cuenta de estar equivocado.
3.
Usted dice: "Otra cosa es la inimputabilidad que surge del error, que personas como usted confunden con la moralidad o ilegalidad del acto voluntario".
R.
Lo que yo sostengo es exactamente la inimputabilidad que deriva del error.
Por eso reconozco sin dificultad que, en cambio, cuando el acto malo o ilegal es consciente y voluntario, ese acto es culpable.
4.
Usted dice: "Pero lo que prima es el realismo: la objetividad del acto moral, que tiene que ser bueno por sus tres elementos integrativos: objeto, intención y circunstancias,
Esto es tomismo. Lo otro es, en términos del gran Cardenal Newman, liberalismo religioso".
R.
Estoy de acuerdo acerca de los tres principios que determinan la cualificación moral del acto humano, pero en nuestra discusión no están en juego estos principios, sino que existe la circunstancia en la cual el sujeto realiza aquello que es objetivamente malo sin una plena advertencia y por lo tanto sin un deliberado consentimiento. En este caso no se le puede inculpar de nada.
Por cuanto respecta a Newman, le diré que yo también tengo algunas perplejidades, al menos por una famosa declaración suya en la que me parece que da demasiada importancia a su conciencia privada, tanto como para afirmar que la prefiere a lo que puede enseñar el Papa. Sin embargo, sería necesario aclarar qué cosa exactamente quería decir, porque Newman tiene fama de santidad.
San John Henry Newman no tiene sólo fama de santidad, es santo, estimado.
EliminarPor otra parte, veo que no se hace cargo de la distinción acto malo inculpable/acto bueno simpliciter. Este último es el único que tiene moralidad y legalidad. El primero es sólo sustento de inimputabilidad en el sujeto, no legitima las acciones fundadas en él. Ese es el error del liberalismo, que valora la ¨autenticidad¨de la acción, sea la madre Teresa o el Che Guevara. Es fácil imaginar personas de buena fe que realicen acciones malas que pueden ser inmensamente nocivas. Es elemental.
Estimado Ludovicus,
Eliminarle agradezco el recordar que la fama de santidad del cardenal Newman se ha visto confirmada por el Santo Padre, el papa Francisco: un Papa argentino ha sabido reconocer la santidad de un sacerdote inglés, también esto un pequeño signo de lo que significa la fraternidad católica que va más allá de tiempo y espacio.
Por cuanto respecta a la temática por usted debatida, el hecho es que el acto malo no consciente y el acto bueno consciente permiten al sujeto ser inocente y permanecer en gracia de Dios, aunque reconozco que el primer acto puede causar un grave daño, mientras que el segundo produce un beneficio.
¿Qué asesinos han cometido un homicidio más grave que aquellos que han llevado a la cruz a Nuestro Señor? Y sin embargo, Jesús los ha perdonado, "porque no sabían lo que hacían". Aunque objetivamente han cometido un homicidio incalificable, ellos han disfrutado igualmente de la gracia divina.
Por consiguiente, al fin de cuentas, lo que importa es poder estar en gracia de Dios, tanto si hacemos el mal sin darnos cuenta, como si hacemos el bien conscientemente.
El error del liberalismo consiste en el negar la universalidad de la ley moral y el afirmar el derecho de cada uno a fijar libremente la propia conducta moral según normas inventadas por cada uno. En cambio, en el caso mencionado, se supone que la norma moral sea objetiva y universal.
Queda, pues, siempre la distinción entre acto objetivamente bueno y acto objetivamente malo, aunque se debe admitir que uno, que realiza el mal sin saberlo, es decir, en buena fe, recibe la gracia de Dios como aquel que hace el bien conscientemente.
De nuevo. No estamos hablando de la ignorancia invencible como factor de inimputabilidad. Estamos hablando del derecho a estar equivocado y obrar en consecuencia, que es lo que la doctrina católica ha llamado siempre ¨libertades de perdición¨. No hay tal derecho.
EliminarEn cuanto al pasaje del Evangelio, no creo que los que crucificaron a Jesús no supieran que mataban a un justo, sino que no sabían -al menos los soldados- que cometían deicidio, porque de haber sido inocentes no hubiera pedido perdón Jesús para ellos. Esa es la interpretación tradicional de la Iglesia.
En definitiva: la conciencia errónea no culpable no legitima nada. En todo caso, exculpa al errado. Y cuidado, porque hablar de conciencia errónea inculpable respecto de determinaciones básicas de la moralidad es algo muy resbaloso. Matar, adulterar, mentir, no son actos que puedan excusarse simplemente en una conciencia errónea.
En fin, es una materia compleja.
Estimado Ludovicus,
Eliminarrespondo, como suelo hacerlo, por puntos:
1.
Usted dice: "No estamos hablando de la ignorancia invencible como factor de inimputabilidad. Estamos hablando del derecho a estar equivocado y obrar en consecuencia, que es lo que la doctrina católica ha llamado siempre ¨libertades de perdición¨. No hay tal derecho".
R.
Yo no he sostenido nunca ningún derecho a equivocarse, y me cuido bien de ello. No entiendo de cuáles palabras usted saca esta acusación.
2.
Usted dice: "En cuanto al pasaje del Evangelio, no creo que los que crucificaron a Jesús no supieran que mataban a un justo, sino que no sabían -al menos los soldados- que cometían deicidio, porque de haber sido inocentes no hubiera pedido perdón a Jesús para ellos. Esa es la interpretación tradicional de la Iglesia",
R.
Cuando Jesús dice "perdónalos", esta palabra del Señor no debe ser entendida en un sentido formal, sino que es un modo de decir para excusarlos por su pecado. Jesús, en cambio, con esa palabra supone que ellos no se daban cuenta del pecado que estaban cometiendo. Por eso dice "no saben lo que hacen". Por eso se trata de ignorancia invencible. Acusarlos de deicidio contrasta con las palabras de Jesús y con las de san Pablo (1 Cor 2,8).
3.
Usted dice: "En definitiva: la conciencia errónea no culpable no legitima nada. En todo caso, exculpa al errado. Y cuidado, porque hablar de conciencia errónea inculpable respecto de determinaciones básicas de la moralidad es algo muy resbaloso. Matar, adulterar, mentir, no son actos que puedan excusarse simplemente en una conciencia errónea".
R.
No es cierto que "la conciencia errónea no culpable no legitime nada". Si es no culpable, es evidente que ella viene legitimada delante de Dios, aunque pueda ser incomprendida a los ojos de los hombres.
Ya le he citado al respecto los pasajes de santo Tomás, quien justifica la conciencia errónea, suponiendo naturalmente que ella sea errónea en buena fe y no voluntariamente.
4.
Usted dice: "En fin, es una materia compleja".
R.
Indudablemente esta materia es muy compleja y plena de situaciones que nos dejan perplejos e inciertos. Sin embargo, no debemos eludir nuestras responsabilidades con un escepticismo exagerado y también debemos prestar atención a la posibilidad de la buena fe. Es aquí donde encontramos el derecho a la libertad religiosa.
Sin embargo, estoy de acuerdo con usted, si es que he entendido bien su argumentación, que hoy por hoy existen derechos o pecados, que muy difícilmente pueden ser excusados sobre todo entre nosotros los católicos, cuando se trata de personas con títulos académicos, vale decir, personas que deberían estar bien informadas de la verdad.
A ver, reformulo
Eliminar1. la ignorancia es un vicio del acto voluntario, que no le quita maldad al acto y, en materia social, si el acto es injusto, no deja de ser injusto, porque daña a otros. De modo que no hay derecho a propagar el error o la injusticia, aunque quien la propague esté de buena fe y obre en conciencia, porque el objeto del derecho es la justicia como dice el Aquinate.
2. El tema de la ignorancia inculpable interesa al confesor o en definitiva a Dios, para juzgar al sujeto. Pero en este mundo sublunar lo que importa son las manifestaciones concretas de la conciencia errónea que pueden ser devastadoras. Observamos además que personas convencídisimas de su error han hecho desastres. Nadie duda que el Che Guevara estaban super convencidos en conciencia que lo que hacían estaba mal. Como dice el proverbio inglés, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. El error también tiene raíces morales, y habría que ver si es tan inocente como gustosamente creemos en el siglo XXI.
Saludos
Estimado Ludovicus,
Eliminarrespondo, como siempre, en puntos.
1. Usted dice: "la ignorancia es un vicio del acto voluntario, que no le quita maldad al acto y, en materia social, si el acto es injusto, no deja de ser injusto, porque daña a otros. De modo que no hay derecho a propagar el error o la injusticia, aunque quien la propague esté de buena fe y obre en conciencia, porque el objeto del derecho es la justicia como dice el Aquinate".
R.
Hay que distinguir la ignorancia invencible de la ignorancia culpable. Solo en este caso el acto es malvado, mientras que en el primer caso el sujeto permanece inocente ante Dios, aunque de hecho sin querer provoca un grave daño social.
Ciertamente se puede hablar de un acto injusto, pero solo desde el punto de vista objetivo, no en relación con la condición del sujeto, en el que se supone que falta la advertencia y, por tanto, el deliberado consentimiento.
2. Usted dice: "El tema de la ignorancia inculpable interesa al confesor o en definitiva a Dios, para juzgar al sujeto. Pero en este mundo sublunar lo que importa son las manifestaciones concretas de la conciencia errónea que pueden ser devastadoras. Observamos además que personas convencídisimas de su error han hecho desastres. Nadie duda que el Che Guevara estaban super convencidos en conciencia que lo que hacían estaba mal. Como dice el proverbio inglés, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. El error también tiene raíces morales, y habría que ver si es tan inocente como gustosamente creemos en el siglo XXI.
Saludos".
R.
El tema de la ignorancia invencible no solo es competencia del confesor, sino que concierne también a nuestras relaciones cotidianas. En efecto, cuántas veces nos sucede llamar a alguien, creyendolo culpable, mientras él nos explica cómo ha actuado en buena fe. O bien nosotros también podemos ser inculpados, cuando en realidad hemos actuado con recta intención.
Que luego suceda que alguien, sin darse cuenta o sin querer, se meta en graves problemas, esto todos lo sabemos. Y reconozco que la autoridad pública, tanto civil como eclesial, cuando alguien daña gravemente el bien común, está particularmente interesada en una justa punición.
Sin embargo, usted sabrá muy bien cómo hoy la psicología moderna y un sentido de humanidad nos hacen más capaces que antes de encontrar atenuantes o incluso excusantes, que liberan al autor de un delito de la imputabilidad de la acción realizada.
En cuanto a la conciencia del Che Guevara, creo que es prudente abstenerse de juzgar si estaba en buena o mala fe, quedando claro que su acción revolucionaria ciertamente no ha beneficiado a los pueblos de América Latina.
Por cuanto respecta al proverbio inglés, estoy de acuerdo en el reconocer que la calificación del acto bueno no se da solamente por la buena intención, sino también por la bondad objetiva del acto moral. Sin embargo, siempre se puede decir que quien actúa con recta intención obra suponiendo la bondad del acto que realiza. Aún con todo esto, reconozco que el proverbio inglés, bien entendido, es ciertamente sabio al indicarnos el riesgo de la hipocresía, cuando se pretende actuar con recta intención, mientras que el objeto de la acción es moralmente malo.
Mi punto, estimado y para terminar la cuestión, es que la ignorancia invencible no da derechos. Creo haberlo explicado suficientemente. No nos compete juzgar si hay tal ignorancia, sí contrarrestar los efectos sociales del error. No hay tal libertad de conciencia errónea.
EliminarLe doy un ejemplo: el papa Bergoglio está haciendo un mal inmenso promoviendo la persona y los escritos del pro LGBT James Martin s.j., apóstol del homosexualismo ¨católico" y que está haciendo un mal inmenso. Ha nombrado a Martin en una congregación vaticana y acaba de prologarle un libro. ¿Lo hace porque está equivocado de buena fe, creyendo que así promueve la imagen de un papado inclusivo? ¿Lo hace por motivos subalternos y políticos, porque a la vez da señales" a destra "contradictorias hablando de "mariconeo"? No lo sé y no me importa, lo que sí sé es que hay que condenar esa actitud y resistir al papa, legítimo sí, pero equivocado, en todo lo que implique la promoción de la agenda LGBT.
Cordiales saludos
Estimado Ludovicus,
Eliminarrespondo por puntos a esta su nueva intervención.
1.
Usted dice: "Mi punto, estimado y para terminar la cuestión, es que la ignorancia invencible no da derechos. Creo haberlo explicado suficientemente. No nos compete juzgar si hay tal ignorancia, sí contrarrestar los efectos sociales del error. No hay tal libertad de conciencia errónea".
R.
Estoy de acuerdo con usted en que la pública autoridad, tanto civil como religiosa, debe intervenir para defender el bien común contra la acción de personas que objetivamente causan daño.
Usted sabe bien que los religiosos, en este campo, tenemos una experiencia secular. Recientemente el papa Francisco, en la carta con la que nombró al Cardenal Fernández, Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, le ha recomendado que tuviera cuidado de evitar ciertas excesivas severidades del pasado.
Efectivamente, en los siglos pasados el Santo Oficio tenía en cuenta casi exclusivamente el daño social hecho por los herejes. Pero la psicología de entonces, y una costumbre moral atrasada respecto a la de hoy, empujaban a ese dicasterio romano a no considerar suficientemente la posibilidad de la buena fe o de la ignorancia invencible del criminal.
Hoy, gracias a los progresos de la psicología y a una mejor aplicación de la misericordia evangélica, la Iglesia hoy es capaz más de un tiempo de distinguir en un hereje el significado objetivo de aquello que dice, de las intenciones que lo han movido a decirlo, las cuales intenciones también podrían ser buenas, si no ante la sociedad, ante Dios.
Así, por ejemplo, en el siglo pasado ha sido beatificado Antonio Rosmini, de quien anteriormente habían sido condenadas 40 proposiciones.
En cuanto al problema del derecho, si usted se refiere al derecho de libertad religiosa, quien se equivoca es usted, que no acepta el Magisterio del Concilio Vaticano II.
2.
Usted dice: "Le doy un ejemplo: el papa Bergoglio está haciendo un mal inmenso promoviendo la persona y los escritos del pro LGBT James Martin s.j., apóstol del homosexualismo ¨católico" y que está haciendo un mal inmenso. Ha nombrado a Martin en una congregación vaticana y acaba de prologarle un libro. ¿Lo hace porque está equivocado de buena fe, creyendo que así promueve la imagen de un papado inclusivo? ¿Lo hace por motivos subalternos y políticos, porque a la vez da señales" a destra "contradictorias hablando de "mariconeo"? No lo sé y no me importa, lo que sí sé es que hay que condenar esa actitud y resistir al papa, legítimo sí, pero equivocado, en todo lo que implique la promoción de la agenda LGBT.
Cordiales saludos".
R.
Por cuanto respecta al comportamiento del P. Martin, yo creo que, si el Papa lo deja hacer, debemos suponer que este jesuita también hace el bien.
Lo que como teólogo no puedo aprobar en absoluto es la tesis de Martin, según la cual la práctica homosexual no es pecaminosa, sino que expresa simplemente "una orientación sexual diferente".
Usted me preguntará: ¿Por qué el Papa no lo reprende? Obviamente el Papa condena el pecado de sodomía. Sin embargo, la gran preocupación del Papa y, creo, también de Martin, es el tratar a los homosexuales como corresponde a la dignidad humana que ellos tienen como cualquier ser humano.
Con respecto a la ausencia de condenas doctrinales, esta es una cuestión pastoral, donde el pastor puede ser negligente o estar condicionado por el respeto humano. Por otra parte, no es fácil juzgar las opciones pastorales de un Papa.
Otra cosa que debemos tener en cuenta es que el papa Francisco se encuentra hoy en una situación en la cual los modernistas han asumido un enorme poder, por lo cual, dado que entre ellos también hay hombres de valor, los utiliza y soporta según la obra de misericordia de la que habla el Catecismo de San Pío X: "soportar pacientemente a las personas molestas".
Estimado padre Filemón: si no entiendo mal, el debate que usted está llevando adelante con el señor Ludovicus se ubica en un plano apologético, porque tengo entendido que el tema no puede ser debatido entre católicos: la libertad de conciencia o libertad religiosa es doctrina de fe católica. ¿Me equivoco?
ResponderEliminarEstimado Sergio,
Eliminarindudablemente mi discusión con Ludovicus se refiere a la apologética por el hecho de que hemos afrontado el problema de una convivencia actual en toda América, en tod Europa y todo en el mundo, con una situación de acentuado pluralismo cultural y religioso y una serie numerosa de conflictos también en lo interno de de la Iglesia Católica.
Por eso he sostenido la importancia del derecho a la libertad religiosa, como base necesaria para una convivencia pacífica en la actual situación eclesial, americana, europea y mundial.
Sergio Villaflores, háblele de libertad religiosa a Elías y después la seguimos. Saludos.
ResponderEliminarEstimado Ludovicus,
Eliminarel episodio de Elías tiene ciertamente un valor de actualidad; pero este valor debe ser ubicado en su tiempo y corresponde a la conciencia moral de aquel tiempo.
En efecto, le recuerdo que la civilización humana está sujeta a un continuo progreso moral, cuyos testimonios podemos encontrar en los relatos de la Sagrada Escritura. En sustancia, se trata de un camino por el cual la humanidad abandona un clima de violencia, aunque se trate de violencia para afirmar la justicia, para alcanzar un clima de serena confrontación entre posiciones humanas contrastantes, donde la severidad se concilia con el respeto de la libertad.
Este camino histórico no es otro que el pasaje bíblico del Antiguo al Nuevo Testamento, pero también con el inicio del Nuevo Testamento la historia de la conciencia moral del ser humano continúa su progreso hasta que llegamos al Concilio Vaticano II, y aún después este progreso continúa. Esto forma parte del progreso del misterio de la salvación (mysterium salutis) que a lo largo de la historia coexiste con el crecimiento del misterio de la perdición (mysterium iniquitatis).
Volviendo al episodio de Elías, es necesario que demos una evaluación que tenga en cuenta este progreso en la conciencia moral de la humanidad. Elías supone que los sacerdotes de Baal están en mala fe. Por el contrario, Jesucristo nos enseña claramente a tener mayor comprensión de las debilidades humanas, sin por ello renunciar a la severidad de la justicia.
El principio de la libertad religiosa está basado en esta comprensión, que se realiza en la misericordia. En este contexto Jesús nos enseña el amor hacia el enemigo, el diálogo, la mansedumbre, la comprensión, el respeto de la conciencia de los demás. En sustancia, se trata de una progresiva liberación de la humanidad del pecado, una recuperación de la inocencia edénica y una anticipación del Reino escatológico.
Este cambio histórico se debe, como dice san Juan, al hecho de que con Jesucristo desciende sobre la humanidad esa gracia, que alivia la dureza de los corazones, favorece la fraternidad, mueve a la conversión, ilumina los intelectos y lleva a la paciente acogida de quienes nos son contrarios.
Queda siempre la lucha contra las potencias satánicas, pero la presencia del Espíritu Santo hace, ciertamente, que la caridad derrote a las potencias del odio y difunda en el mundo la paz de Cristo.