Los luteranos no deben creer que debe ser la Iglesia la que se arrepienta de su doctrina, sino que son ellos quienes deben decidir humildemente abrazar la plenitud de la verdad custodiada por la Iglesia Romana. Las condenas y las concesiones del Concilio de Trento siguen vigentes. Partamos de las concesiones para eliminar las condenas corrigiendo los errores. Los términos de la cuestión, después de cinco siglos, siguen siendo todavía los planteados claramente por el Concilio de Trento. Y esto está en armonía con el n.3 del decreto Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II. [En la imagen: "El Juicio Universal", témpera sobre tablero, obra de Fra Angelico, pintura conservada y expuesta en el Museo Nacional de San Marcos, Florencia, Italia].
El concepto de mérito
----------En efecto, el mérito, en general, es aquel estado moral de la libre voluntad de la creatura, por el cual a ella le es debido, por parte de un remunerador, según justicia, un premio o un castigo por un comportamiento respectivamente bueno o malo. El término mérito deriva del latín meritum, concepto fundamental de la ética romana, perfectamente consciente del hecho de que el hombre posee el libre albedrío, por lo cual, con sus acciones buenas o malas puede merecer respectivamente tanto el premio como el castigo.
----------La ética romana concibe, por tanto, el mérito en modo exacto; y por ello el concepto, debidamente adaptado a la relación de la gracia y del pecado con el libre albedrío, ha entrado en uso en la Iglesia desde la época de los Padres, se ha convertido en una de las nociones fundamentales de la teología moral y ha sido dogmatizado por el propio Concilio de Trento. Santo Tomás trata de ello en la Summa Theologiae (I-II. q.114).
----------A este respecto, es interesante tener muy en cuenta la distinción que hace Tomás de Aquino entre la perseverantia gloriae, que se refiere al término de la vida presente, es decir, la vida eterna, el premio celestial; y la perseverantia viae, que se refiere a su trayectoria o desarrollo actual. Pues bien, mientras la vida eterna puede ser merecida, en cuanto ella es el término de la actividad del libre albedrío, obviamente sostenido por la gracia (gratia cooperans vel consequens), en cambio, la actividad del libre albedrío en el curso de la vida terrena tiene en la gracia su principio y su causa, es puro don de la gracia (gratia operans sive praeveniens) y no se puede merecer, porque es el principio del merecer.
----------Y por eso, precisa Santo Tomás, si bien podemos merecer el paraíso del cielo, no podemos merecer el perseverar hasta alcanzarlo; sino que se trata de un don de Dios, que debe ser pedido insistentemente en la oración. De aquí se sigue una conclusión sumamente importante, a saber, que, como enseña el Concilio de Trento (Denz.1540), nosotros podemos y debemos esperar estar entre el número de los predestinados obrando cada día el bien; pero no podemos estar seguros como si ello fuera una verdad de fe, cosa que en cambio hacía Lutero. Por tanto, Lutero tenía razón al negar que fuera necesario el mérito para la perseverancia final; pero se equivocó al negar que fuera necesario obtener por mérito el premio eterno.
----------El mérito del cual habla la doctrina católica es el mérito sobrenatural, que supone en el agente el estado de gracia. Sólo así aquello que es merecido, es decir, el aumento de la gracia y la vida eterna, puede ser objeto del mérito, que de otro modo no sería proporcionado. Pero aun así, es necesario estar atentos a no hacer un parangón demasiado estrecho entre el merecer humano ante un hombre y el merecer sobrenatural ante Dios.
----------Ahora bien, quien merece nuestra salvación, en rigor de términos y en sentido estricto y proporcionado (de condigno), es ciertamente sólo nuestro Señor Jesucristo, gracias a sus infinitos méritos como Hijo de Dios. Sobre este punto Lutero tiene razón. En cambio, Lutero se equivoca al negar que también nosotros, aunque sin plena proporción, sino sólo por concesión divina misericordiosa (de congruo), podemos, con nuestras buenas obras y con nuestro camino de conversión, de penitencia, en Cristo, por Cristo y con Cristo, colaborar activamente e indispensablemente para nuestra salvación.
----------Por lo tanto, no podemos decir con Lutero (pues sería demasiado cómodo) que, así como Cristo ha pagado suficientemente por todos nosotros, entonces nosotros no tenemos nada que hacer para obtener nuestra salvación, también porque la fe nos asegura que seremos salvos. Por lo tanto, no tenemos nada que expiar, nada por lo cual se deba hacer penitencia, porque de todos modos continuamos pecando, pero eventualmente tenemos que ocuparnos de los asuntos del mundo, mientras que nuestras obras, que son sólo pecados, no cuentan para nada a los fines de la salvación.
----------Es necesario entonces señalarle a Lutero (y actualmente a los luteranos) que es obvio que la obra de Cristo es suficiente para nuestra salvación y la hace avanzar. Sin embargo, cuando el apóstol san Pablo nos exhorta a colaborar con Cristo para nuestra salvación (véase: 1 Cor 3,9 y 2 Cor 6,1), no pretende que nosotros agreguemos nada (de hecho, ¿qué podríamos agregar a una obra divina?) a cuanto ha hecho y padecido Cristo, sino sólo imitar sus ejemplos, y participar en su Cruz y en sus méritos.
----------O bien, si así lo preferimos, todavía podemos usar otro razonamiento, y decir con san Pablo: "completo en mi carne todo lo que falta a los padecimientos de Cristo" (Col 1,24), en cuanto evidentemente Cristo, aunque haya, en su ciencia infusa, conocido, comprendido, compadecido y hecho suyos todos los dolores de la humanidad, de hecho no ha sufrido en su individualidad empírica toda la infinidad de males que afligen a nuestra pobre humanidad, sino que, en el campo de los sufrimientos físicos, sólo ha sentido, por más amargas que fueran, las penas de la cruz. Sin embargo, tengamos presente que Cristo no ha sufrido ni la enfermedad de Parkinson, ni la enfermedad de Alzheimer, ni tampoco la demencia senil, por ejemplo. Y si Lutero reconoce correctamente que al estado de gracia siguen las obras, sin embargo se equivoca al negar que las obras hechas en gracia merezcan el aumento de la gracia y la salvación.
----------De hecho, lo que Dios nos dona siempre se mantiene infinitamente por encima de lo que nosotros, incluso en estado de gracia, podemos obtener con nuestros méritos y con nuestra buena voluntad. En efecto, Él viene a nuestro encuentro y nos previene incluso antes de que podamos merecer y mientras todavía somos rebeldes a Él. Dios cambia nuestros corazones y los induce a la conversión y al arrepentimiento. Cambia nuestra voluntad de mala a buena. Y, sin embargo, el corazón nuevo que causa en nosotros es el que pasa del pecado a la justicia, porque es liberado del pecado por la Pasión de Cristo.
El error y la verdad en las enseñanzas de Lutero
----------Lutero, quien permanecía demasiado impresionado por las consecuencias del pecado original, no logra comprender que la vida cristiana es, gracias a Cristo, a las buenas obras, a la Iglesia, y a los sacramentos, una gradual recuperación, aunque siempre en un estado de naturaleza caída, de la inocencia edénica y de un anticipo y una pregustación de la futura resurrección.
----------El cristiano protestante no conoce el gusto de la unión de su voluntad con la voluntad divina, porque según él su voluntad sigue siendo siempre mala, prisionera del pecado ("servo arbitrio"). Merece el infierno, y sin embargo Dios lo perdona sin méritos buenos. ¿Pero como es eso posible? ¿Cómo se puede ser rebeldes a Dios, desobedecer su ley, y aún así ser salvados? Ni siquiera el protestante, a decir verdad, está completamente convencido y no podría estarlo en absoluto, porque es una absurdidad. Citar la "Palabra de Dios" es una impostura. Siente, entonces, que algo anda mal; pero el protestante no se rinde.
----------Por esta razón, como se desprende de la historia de la espiritualidad protestante, a diferencia del brillo, la limpidez, la coherencia y la serenidad de la espiritualidad católica, que une confianza y temor de Dios, humildad y coraje, lo que permanece siempre en el fondo de la arrogante certeza luterana, es el repliegue sobre sí mismo, la sensación de un ineliminable sentido de culpa (el peccatum permanens), el gusano de la duda, el tormento de la angustia. Le remuerde la conciencia, pero no importa: Cristo le ha prometido salvarlo, él lo cree y Cristo no puede dejar de cumplir sus promesas. ¿Acaso querrá faltar en su confianza en Cristo?
----------En cambio, vemos por otro lado que en la alegría, el entusiasmo y la típica extroversión luteranos, que fácilmente desembocan en una actividad frenética, siempre queda un aire de melancolía por algo anhelado pero inalcanzable, eternamente insatisfactorio, o irremediablemente perdido, en un trasfondo tormentoso, trágico y oscuro. Esto aparece clarísimamente en el romanticismo alemán.
----------Respecto a la acción divina de la justificación, cabe señalar que Dios, muy lejos de coartar o de necesitar nuestro querer, cosa absurda porque el querer es por su naturaleza libre, lo crea y lo causa precisamente en su libertad, crea su propia libertad. El acto del libre albedrío es creado y movido por Dios, incluso cuando el hombre peca, aunque la culpa sea sólo del hombre. Es cierto que nosotros, en nuestra fragilidad, recaemos siempre de nuevo en el pecado, al menos venial. Pero Él nunca se cansa de ofrecernos perdón.
----------Lutero tiene razón al decir que la iniciativa de la obra de la justificación y de la salvación no pertenece al hombre, que después del pecado original ha perdido la gracia y se encuentra en un estado de rebelión a Dios, sin querer y sin intentar retornar a Él, sino replegado sobre su orgullo y atraído por las cosas del mundo, como si en ellas pudiera encontrar su felicidad. La iniciativa pertenece entonces a Dios, que ofrece a todos la gracia del perdón y de la salvación, estimulando a las obras buenas.
----------En cambio, la verdadera justificación obrada por Dios conlleva la iniciativa divina, que suscita el querer y el obrar (véase el pasaje de Flp 2,13), empujando al hombre a cumplir libremente y responsablemente las obras de la salvación y, con eso mismo, a hacerse de méritos en orden a ella. La acción divina, por tanto, no excluye en absoluto el mérito del hombre, sino que lo suscita.
----------Lutero, por el contrario, con su negación de los méritos, no tiene en cuenta el hecho de que es la misma Escritura la que nos autoriza a hablar de ello, aunque ella lo haga explícitamente sólo dos veces y en el Antiguo Testamento (Sir 44,10 y 10.31). Pero muchas de sus importantes expresiones, como el remunerar, el compensar, el pagar, el premiar o castigar, el rendir según el propio obrar, el mandar o prohibir, el exhortar o el amenazar, la invitación a elegir entre Dios y los dioses, hacen claramente entender que serían incomprensibles, si el hombre no pudiera también merecer ante Dios. Incluso el mandamiento de no presentarse ante el Señor con las manos vacías es una clara alusión al deber de ofrecerle sacrificios y ganar méritos (Ex 23,15; Dt 16,16; Sir 35,4).
La Declaración sobre la Justificación
----------Retornando ahora a la Declaración sobre la Justificación, debemos decir que este documento se equivoca en su negación sic et simpliciter de la necesidad del mérito, sin hacer las debidas distinciones como lo he propuesto y explicado en este artículo. De hecho, ella afirma que "somos aceptados por Dios no en base a nuestros méritos" (n.15), que nosotros "no podemos nunca y de ningún modo merecer nuestra vida nueva" (n.17); y que "la vida eterna es un salario inmerecido" (n.39), pero entonces ¿qué salario es?
----------En cuanto a la tesis de que "la justificación sigue siendo un don inmerecido de la gracia" (n.38), esto es verdadero respecto al inicio de la justificación, en el sentido, como reconoce el Concilio de Trento -y aquí Lutero tiene razón- que "ninguna de las cosas que preceden a la justificación, ya sea la fe o ya sea las obras, merece la gracia de la justificación: 'si es por gracia, no es por obras; de lo contrario -como dice el Apóstol (Rm 11,6)- la gracia no es gracia'" (Denz.1532). Pero el cumplimiento de la justificación, es decir, la vida eterna, es objeto del mérito. Y aquí Lutero se equivoca. El documento debería distinguir y no lo hace, creando confusión.
----------Y así, esta Declaración conjunta luterano-católica parece hacer suya la herejía luterana, condenada por el Concilio de Trento, en lugar de corregirla, como debería haberlo hecho. ¿Qué sentido tiene entonces coincidir con los hermanos separados en el mismo error? ¿Sería esto el diálogo ecuménico? ¿De qué sirve si no intentamos persuadir a nuestros hermanos separados a corregirse de sus errores para que puedan entrar en plena comunión con la Iglesia católica? (Unitatis redintegratio, n.3)
----------En este punto hay que decir con franqueza que, considerando todo, con referencia a las citas que he dado, tienen mayor valor ecuménico las críticas del Concilio de Trento a Lutero, que los ambiguos discursos de la Declaración, los cuales, incluso leídos con las mejores intenciones, confirman a lo sumo elementos positivos ya conocidos de la teología luterana, como por ejemplo la gracia como fuente de las buenas obras o la justificación y la salvación como obras de la divina misericordia. Pero faltan por completo las correcciones que ya hizo el Concilio de Trento y que aún no han sido recibidas y aplicadas por los hermanos luteranos.
----------Nos preguntamos, entonces, a fin de hacer avanzar el diálogo ecuménico, si no sea el caso de volver a basarnos en el Concilio de Trento, que fija los términos de la discusión con una claridad y una seriedad mucho mayores que los fijados por esta Declaración, a fin de comprender con certeza y sin equívocos hasta qué punto la Iglesia puede ir al encuentro de los luteranos y dónde, en cambio, es necesario que ellos, los luteranos, habiendo abandonado sus errores, piensen seriamente y definitivamente en entrar a pleno título en el seno de la Iglesia católica. Éste es el deseo mismo del decreto Unitatis redintegratio.
----------Por consiguiente, los luteranos no deben creer que debe ser la Iglesia la que se arrepienta de su doctrina, sino que son ellos, los luteranos, quienes deben decidir humildemente abrazar la plenitud de la verdad custodiada por la Iglesia Romana. Las condenas y las concesiones del Concilio de Trento siguen vigentes. Partamos de las concesiones para eliminar las condenas corrigiendo los errores. Los términos de la cuestión, después de cinco siglos, siguen siendo todavía los planteados por el Concilio de Trento. Y con ellos se encuentra en absoluta armonía el n.3 del decreto Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II.
Bergoglio ha celebrado ya muchas reuniones y ceremonias ecuménicas para promover la paz universal. En una de ellas, hace cuatro años, afirmó lo siguiente: "Desde aquí podemos ver los lugares de culto de diferentes Iglesias y confesiones religiosas: Santa Nedelia de nuestros hermanos ortodoxos, San José de nosotros los católicos, la sinagoga de nuestros hermanos mayores los judíos, la mezquita de nuestros hermanos musulmanes y, cerca, la iglesia de los armenios".
ResponderEliminar¿Puede Ud. explicarme por qué los musulmanes serían nuestros hermanos, ya que niegan al Dios Trinitario y la filiación divina de Jesús?
¿El Papa está inspirado por el Espíritu Santo cuando se expresa de esta manera?
Estimada María Paula,
Eliminarpor cuanto respecta a su primera pregunta, la respuesta es: efectivamente, sí, los musulmanes son nuestros hermanos, al igual que los judíos, o lo mismo que los cristianos no católicos, como los ortodoxos orientales, los protestantes, o los lefebvrianos.
Para que podamos comprender en qué sentido todos estos no-católicos, o incluso no-cristianos algunos, a los que podríamos agregar los no-creyentes, son nuestros hermanos, debemos distinguir una fraternidad natural de una fraternidad sobrenatural, las cuales implican, respectivamente, una filiación divina natural, y una filiación divina sobrenatural (esta segunda, por gracia del bautismo).
El papa Francisco, al llamar hermanos nuestros a los musulmanes, no sólo está teniendo en cuenta nuestra hermandad de naturaleza, pues todos hemos sido creados por Dios que, así, de modo natural y en sentido amplio, es nuestro "Padre" común, sino que además tiene el Papa en cuenta la fe de los musulmanes en el Dios verdadero, el Dios uno. Pues tanto los islámicos como los judíos, comparten con nosotros nuestra fe monoteista, en el Dios Uno. Cristianos, Judíos y Musulmanes creemos en el mismo único Dios verdadero, el Dios Uno, que a nosotros, los cristianos, por gracia y predilección se noa ha revelado en Cristo como el Dios que es tres personas. Pero siempre es el mismo único y verdadero Dios.
Todos creemos en el único y verdadero Dios. Lo que difiere es nuestro modo de conocerlo.
Por cuanto respecta a su segunda pregunta, la respuesta también es afirmativa: ciertamente es obra laudable del Santo Padre, la obra ecuménica y de diálogo interreligioso, obra ciertamente inspirada por el Espíritu Santo. Y cuando el Santo Padre nos proporciona sus enseñanzas para llevarla adelante y aporta doctrina al respecto, ciertamente obra su Magisterio, inspirado por el Espíritu Santo, en cuanto Sucesor del Apóstol Pedro (ex cathedra Petri), y no puede equivocarse en lo que nos enseña.
Ahora me pregunto por qué se colocó la estatua de Lutero en el Vaticano... otra perplejidad mía...
ResponderEliminar¡Lutero, santo ya!... pero, por amor de Dios, estamos doctrinalmente a la deriva...
EliminarEstimada Mary,
Eliminaren el año 2017, sobre todo, se produjo la cuestión de los elogios del Papa a Lutero. Calificar, como hizo Francisco, a Lutero como "inteligente, verdadero reformador con la intención de no dividir a la Iglesia, y que ofrece la medicina" ha sido extremadamente equívoco si no se precisa que esto fue solo en el caso del joven Lutero, antes de la ruptura con la Iglesia.
Pero equívoco o ambiguo no quiere decir erróneo. Sin embargo, reconozco que el lenguaje del Papa no es pastoralmente claro, aunque siempre esté salvada la doctrina.
Por otra parte, el recuerdo de Lutero (en aquel año en consideración a los quinientos años del cisma luterano) no tiene por qué no implicar el recuerdo de los lados positivos de Lutero, que los ha tenido, y de hecho algunos reconocidos por el propio Concilio de Trento, y sobre todo por el Concilio Vaticano II.
Proceder de otra manera, sin reconocer los lados positivos de una persona o de la obra de una persona, significaría substancializar el pecado (que es siempre un acto, y por tanto, una realidad accidental) en la propia persona del pecador. Tal actitud se repite hoy con quienes rechazan las bendiciones a las parejas irregulares cuando substancializan el pecado en el pecador, y los consideran irredimibles.
No hace falta que esto mismo hacían los peores enemigos de Jesús, que fueron los fariseos. Presentes también en la actualidad.
Estimado Alejandro,
Eliminarsi usted, con su expresión "estamos doctrinalmente a la deriva" hace referencia al rol del Papa actualmente en la Iglesia, entonces su expresión es errónea y sospechosa de herejía. Nunca la Iglesia está "doctrinalmente" a la deriva, porque tal como la ha constituido NS Jesucristo, le ha dado una Cabeza visible, su Vicario en la tierra, cuya docencia doctrinal en cuanto respecta a la Fe y la Moral, tanto en el magisterio extraordinario como en el magisterio ordinario, es siempre verdadera, imposible de ser acusada de error, irreformable y no falsificable, que es lo mismo que decir infalible.
Ahora bien, si eso no es lo que ha querido decir Ud., no entiendo de qué otro modo lo ha querido decir. Por lo que si este no es el caso, sería útil que nos lo aclarara.
¡Para estar en comunión con Dios se necesita la obediencia!
ResponderEliminar"Y de estos hechos somos testigos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le OBEDECEN" (Hechos 5,27, San Juan 21,1-19)
Estimado Víctor,
Eliminarno puedo menos que estar de acuerdo con su intervención.
¿Qué debemos cumplir para hacer las obras de Dios?
ResponderEliminar“Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien él ha enviado”
(Juan 6,22-29)
Estimado Víctor,
Eliminarde acuerdo con usted, también aquí, como no puedo no estarlo. Pero recordemos que nosotros no somos protestantes, que se basen en el principio del "sola scriptura", sino que es la Iglesia, a través de su Magisterio, la que nos enseña con autoridad la interpretación auténtica de las Sagradas Escrituras.