martes, 8 de agosto de 2023

El Papa como fautor de unidad y concordia en la Iglesia (2/2)

El papa Francisco debe ser siempre el árbitro super partes, pues el Sumo Pontífice es fautor de unidad y concordia en la Iglesia. De ahí que, cuando hagamos observaciones al pensamiento o a la conducta o al gobierno del Papa, debemos hacerlo siempre con modestia, espíritu de servicio y de colaboración, para ayudarlo y apoyarlo en su difícil tarea, sabiendo bien dónde y en cuáles campos la crítica es útil y legítima, y donde en cambio nuestra obediencia y entrega deben ser totales e incondicionales. [En la imagen: una escena del pasado domingo 6 de agosto, durante el Ángelus rezado por el papa Francisco en Parque Tejo, Lisboa, al final de su viaje apostólico a Portugal, con motivo de la XXXVII Jornada Mundial de la Juventud].

Los contrastes intraeclesiales
   
----------El vasto éxito que el papa Francisco en los tres o cuatro primeros años de su pontificado estaba obteniendo en ámbito eclesial y en cierto sentido aún más fuera de la Iglesia (éxito que de alguna manera y con matices se ha mantenido hasta el presente), no me parece que tuviera sólidas bases, si debo ser completamente franco. El Papa era hábilmente adulado por la corriente modernista que hoy todavía es muy fuerte e influyente, incluso en el Colegio cardenalicio (por ejemplo, los seguidores del cardenal Kasper, los rahnerianos Lehmann (ya fallecido) y Zollitzsch, el liberacionista Madariaga, los herederos del cardenal Martini, como Ravasi y Marx), y parecía al principio no advertir cómo y cuánto él, ya de por sí inclinado al progresismo, era instrumentalizado y rodeado por los modernistas, haciéndole creer que él estaba llevando a cabo la reforma conciliar y había puesto en marcha en la Iglesia una línea innovadora revolucionaria, fundada en el descubrimiento de la misericordia, lo que debería producir el rencuentro entre católicos y protestantes.
----------Estos falsos amigos también habían obtenido que el Papa se rodeara ingenuamente de astutos y deletéreos "colaboradores", los cuales le filtraban las noticias, de modo que el Pontífice creía ser el aplaudido líder de la Iglesia, pero lo que sucedía en realidad era que Francisco se estaba aislando en su defensa unilateral del progresismo contra el tradicionalismo (hablo aquí de las dos sanas corrientes intraeclesiales, no del modernismo y del pasadismo), mientras que de hecho las plazas papales comenzaban ya en 2016 o 2017 a estar cada vez menos llenas y nuestras iglesias cada vez más vacías.
----------Naturalmente, aquí estamos muy lejos de tejer elogios sin reservas ni al lefebvrismo ni en general al pasadismo, con los cuales hemos chocado en repetidas ocasiones, como bien saben los lectores de este blog. Sin embargo, creo que el Papa también debería escuchar las quejas que provienen de los ambientes llamados tradicionalistas (el sano tradicionalismo intraeclesial, que no es pasadismo, o sea, que no son en absoluto todos lefebvrianos y fariseos, sino que cuentan entre sus filas sinceros devotos del Vicario de Cristo, y plantean instancias y argumentos más que razonables, como por ejemplo aquellos cardenales que (con virtudes y defectos) en su momento han manifestado perplejidad ante la exhortación Amoris laetitia (aunque no supieran discriminar claramente lo que podía criticarse en este documento y lo que no). 
----------Ciertamente, para decir las cosas en su íntegra verdad, no han faltado en los once años de gobierno de la Iglesia que lleva adelante el papa Francisco, consejeros verdaderos, equilibrados, devotos, fieles, francos y leales, a quienes el Romano Pontífice debería preferir escuchar. Creo que, con el paso de los años, esto de hecho se ha producido, y estoy convencido también que mientras vivió el Papa emérito, Benedicto XVI, también fue escuchado con preferente atención por el papa Francisco.
----------En cierto modo, con particulares matices y a su manera personal, el papa Francisco ha retomado, en líneas generales, en la segunda parte de su pontificado algunas orientaciones del pontificado de Benedicto XVI, como el amor por la doctrina (he aquí sus recientes y repetidas referencia a santo Tomás de Aquino como Doctor Communis Ecclesiae) y por la liturgia (su carta apostólica Desiderio desideravi es un ejemplo de ello), el sentido de la universalidad de la Iglesia, el diálogo con los lefebvrianos, la crítica antimodernista y a Rahner, el apoyo a la verdadera interpretación e implementación del Concilio.
----------En mi opinión, el papa Francisco, con el paso de los años, terminó por preguntarse y darse cuenta por qué motivo, cardenales que son de primer nivel, se encerraron en su momento en un digno silencio (piénsese por ejemplo en el cardenal Secretario de Estado o en el cardenal Bagnasco, por mencionar sólo a dos) y no lo apoyaron en absoluto en esa línea suya inicial temerariamente progresista, y más bien dejaron traslucir su malestar y disenso, si excluimos el apoyo descarado al Papa por parte del cardenal Kasper, quien, a decir verdad, como hemos demostrado en varias de nuestras publicaciones pasadas, en el campo del ecumenismo, ha causado más daños que beneficios, mientras que en su momento Kasper ha expresado en cristología y en metafísica, posiciones filo-hegelianas, herederas de las herejías de Lutero.
----------Varios diferentes indicios han hecho pensar que, en la primera mitad del pontificado de Francisco, en el colegio cardenalicio existieron graves contrastes y un extendido malestar. Hasta qué grado se mantenga todavía hoy ese malestar, tras los cambios que se advierten en las actitudes pastorales del Santo Padre y tras las contínuas modificaciones y crecimiento del colegio de cardenales, no puedo afirmarlo con certeza. Sea como sea de esta cuestión, el Papa siempre debería estar en guardia frente a cardenales de la línea filo-modernista (como por ejemplo el cardenal Ravasi y los cardenales que dan señas de ser filo-rahnerianos), corriente que ya en su tiempo ha burlado y engañado al papa san Paulo VI, con los cardenales Alfrink y Suenens, y como también lo hiciera el cardenal Willebrands con el papa san Juan Pablo II.
----------Por el contrario, el Pontífice debería escuchar las observaciones que le llegan de los Cardenales más sabios, prudentes y fieles a la doctrina, también si fueran tradicionalistas (como vengo diciendo, hablo del sano y lícito tradicionalismo, no del pasadismo filo-lefebvriano). En cambio, debería tomar distancia de los aduladores y de los arribistas, incluso si fingieran devoción al Papa y fidelidad al Concilio.
----------El cardenal Joseph Ratzinger, famoso por la defensa de la buena doctrina, que fue progresista pero no modernista, fue elegido al sacro trono tras apenas cuatro votaciones, lo que demostró en el colegio cardenalicio un fuerte deseo de unidad doctrinal. Sin embargo, como todos sabemos, después de solo ocho años, el papa Ratzinger renunció repentinamente e inesperadamente.
----------¿Qué es lo que podría haber sucedido para que eso tuviera lugar? Sobre este tema ya me he expresado en repetidas ocasiones, de modo que ahora repito lo esencial. Ha sucedido que los modernistas, alarmados ante el riesgo de que el papa Benedicto XVI condenara sus errores, organizaron una campaña de calumnias, que llevó a Benedicto a perder el ánimo. Y en su lugar fue puesto un hombre ciertamente de grandes cualidades, pero personalmente incapaz de combatir con suficiencia al modernismo.
----------Ahora bien, el Romano Pontífice (hablo ahora no sólo de este Papa, sino también de quien lo suceda), auxiliado por buenos Cardenales, que ciertamente existen en el Sacro Colegio o que él elija en el futuro, y estando en guardia contra ambiciosos, fingidos amigos e impostores, debe tener el máximo cuidado de la unidad orgánica de la Iglesia, defenderla de las insidias y de los enemigos, y trabajar incansablemente por la concordia y la comunión de los católicos entre sí, sin temer contrastes, incomprensiones y hostilidades.
----------Es un sentir de todo el Pueblo de Dios que el Papa debe sobre todo trabajar incansablemente por la cohesión y la colaboración recíproca de las partes componentes de la estructura eclesial, concediendo a cada una un congruo espacio de libertad y reconociendo el carisma y la función propia de cada una.
----------Debe obrar por la conciliación entre los partidos adversos con imparcialidad, manteniéndose por encima de las partes, sobre la base de criterios universales (las verdades de fe), que pueden y deben ser aceptables para todos los católicos, y que corresponde a él enseñar y usar en última instancia. Si él propende a favor de una parte en detrimento de la otra, pierde autoridad y credibilidad.
   
El contraste intraeclesial entre conservadores y renovadores
   
----------Hoy el contraste fundamental en lo interno de la Iglesia, como es bien sabido, es entre aquellos que mantienen la tradición contra el progreso (y precisamente por eso están equivodados) y aquellos que quieren el progreso contra la tradición (y precisamente por eso también están equivocados). Es necesario que el Santo Padre se esfuerce por un diálogo entre los unos y los otros, mostrándoles el camino de una síntesis entre tradición y progreso, pues ambos son lícitos y, más aún, necesarios, en la vida de la Iglesia.
----------A tal respecto, el papa Francisco haría bien en hacer suyo el principio áureo enunciado por Benedicto XVI "progreso en continuidad", que es el secreto para la verdadera realización del Concilio Vaticano II, en la colaboración recíproca entre el factor conservador-tradicionalista y el factor progresista-reformador, contra los extremismos del pasadismo (particularmente lefebvriano) y del modernismo (particularmente rahneriano).
----------Igualmente, con el mismo propósito, el Romano Pontífice debería tener presente el concepto enunciado por el papa san Paulo VI: "desarrollo de la tradición", y también la línea del papa san Juan Pablo II, que siempre ha exaltado el Concilio Vaticano II, pero precisamente en la estela de la Tradición.
----------El Romano Pontífice debe dejar a cada católico la libertad de satisfacer su propia propensión, ya sea en dirección de la conservación (sin por eso rechazar la reforma) o en dirección de la reforma (sin por eso rechazar la conservación), evitando que el tradicionalismo degenere en fundamentalismo pasadista (lefebvrismo por ejemplo) y el progresismo devenga modernismo (rahneriano por ejemplo). La una y la otra tendencia van más allá de los correctos límites si llegan a olvidar o a falsificar algún valor esencial y universal.
----------Por lo demás, el Sumo Pontífice debería mostrar cómo la conservación y el progreso se conjugan en la común verdad cristiana para el bien de la Iglesia, de modo similar a cuanto sucede en los organismos vivientes, dado que la Iglesia es precisamente un cuerpo vivo, en el cual la vida conserva su identidad de viviente, y lo defiende de los agentes nocivos, mientras que al mismo tiempo lo desarrolla y lo hace crecer.
----------Un nudo importante que el Papa debería desatar sigue siendo todavía la cuestión de la interpretación del Concilio Vaticano II. En torno a esta cuestión se han formado los dos partidos adversos de los lefebvrianos y de los modernistas, los primeros tomando como inspirador de su ideología a Lefebvre, los segundos a Rahner. Los lefebvrianos acusan falsamente al Concilio de modernismo. Los rahnerianos lo interpretan en sentido modernista. Ambos bandos acentúan (claro que de modo herético y cismático) respectivamente los defectos de las dos corrientes lícitas y necesarias de la conservación y del progreso.
----------Creo que para hacer obra de paz, el Santo Padre debería resaltar o poner en luz los defectos tanto de los modernistas como de los pasadistas. Debería refutar entrambas interpretaciones, reiterando la correcta. Indudablemente, el Papa no puede adentrarse ni profundizar en los detalles de las temáticas discutidas, pero podría limitarse a los aspectos principales, como los temas de la tradición y de la modernidad.
----------En particular, el papa Francisco, siguiendo en la misma línea que lo ha llevado años atrás a condenar de manera tan firme y de hecho insólita el moderno gnosticismo (como nunca antes lo había hecho el magisterio pontificio) debería decidirse a condenar apertis verbis el vasto, seductor y agresivo fenómeno del modernismo (del cual el gnosticismo es su rostro gnoseológico), modernismo ya denunciado en 1966 con gran lucidez y oportunidad por Jacques Maritain y por muchos otros eminentes teólogos e historiadores de la Iglesia. El modernismo, al presentarse como interpretación del Concilio, en realidad lo falsifica en sentido modernista. El principal y más influyente autor de esta operación es Karl Rahner.
----------Esto naturalmente no significa en absoluto retornar al pre-concilio e ignorar los valores de la modernidad. Sino que el Papa podría mostrarnos cómo se manifiestan estos valores de la modernidad, mediante un examen hecho a la luz del Evangelio y de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
----------Los modernistas esconden sus herejías bajo la inocente etiqueta de "progresistas". Sin embargo ellos no promueven el verdadero progreso, sino la destrucción de la fe y de la Iglesia, sometida a todos los ídolos de la modernidad, a partir de Descartes y Lutero, pasando por Hume y Kant, hasta llegar a Hegel, de donde parten los dos filones opuestos del ateísmo marxista y del nihilismo heideggeriano.
----------El modernismo de hoy es mucho más complejo y peligroso que aquel denunciado por san Pío X, que se limitaba al pensamiento occidental moderno, es decir, al fenomenismo kantiano, protestante, positivista, vitalista y evolucionista, de fines del siglo XIX y principios del XX. El modernismo de hoy conjuga muchas otras corrientes, incluidas también antiguas y orientales, por lo cual se va del marxismo a Nietzsche, del budismo a la masonería, del gnosticismo al panteísmo, del pirronismo al fundamentalismo.
----------Doctrinas históricamente recientes conviven en el actual modernismo con otras antiquísimas, como el parmenidismo de Severino, el tradicionalismo de Guénon o el hermetismo gnóstico, todas ellas abarcada por nosotros bajo el común denominador de "modernismo", no tanto porque se trate de doctrinas modernas, sino porque agradan o complacen a los hombres de hoy.
----------La interpretación modernista del Concilio Vaticano II ha suscitado luego, como es sabido, la reacción lefebvriana, la cual acusa de modernismo al propio Concilio y a los Papas del post-concilio. En esto sin duda están equivocados y, en este punto, no hay con ellos ni siquiera el mínimo agarre para dialogar; sin embargo tienen algunas buenas razones, cuando rechazan el modernismo que hoy está extensamente difundido. Pero los lefebvrianos se equivocan de nuevo, cuando sostienen que este modernismo nació del Concilio.
----------Si el Santo Padre (sea el Papa actual o bien su sucesor), imitando a su santo predecesor el papa Pío X, resolviera el problema del modernismo actual, ciertamente confirmaría a los lefebvrianos aquellos errores que he mencionado, pero ellos al menos ya no tendrían motivos para reprochar al Papa por no condenar el modernismo. Sin embargo, dadas las enormes dimensiones del modernismo actual, el Sumo Pontífice podría limitarse a señalar los errores más graves y más significativos, como por ejemplo los de Rahner. Como he dicho, el papa Francisco ha condenado la gnoseología que está en la base del modernismo, al condenar el gnosticismo y el idealismo, pero podría todavía ir algo más a lo profundo y general.
----------O bien el Santo Padre podría escribir una encíclica sobre el modernismo, que retome y actualice la de san Pío X. Tal encíclica (yendo aún más allá de lo que el Papa ya ha condenado del gnosticismo y del idealismo) podría concentrarse más concretamente en el problema de la verdad, que está en la base de la cuestión modernista. Por tanto, podría señalar que el principio teórico del modernismo, del cual brotan todos los aspectos relativos a su concepción de la revelación, de la fe, de la teología, de la Iglesia y de la moral, es una concepción errónea de la verdad, según la cual la verdad no es el reflejo de lo que es; es decir, no tiene un valor metafísico, supratemporal, abstracto, universal; sino que es lo que hoy se cree verdadero, lo que es moderno, por lo tanto un valor puramente histórico, temporal, concreto, singular o, como se suele decir, "existencial". En el modernismo no se investiga ni se considera lo esencial, sino que se limita al fenómeno. No existe una realidad inmutable por encima del fenómeno histórico. Es una concepción fenomenista.
----------En el modernismo existe también un aspecto o componente progresista (pero no en el buen sentido). Para el modernista el presente siempre es mejor que el pasado, que siempre es erróneo o superado. Para el modernista, por tanto, no tendría sentido recuperar valores del pasado como si fueran válidos todavía y siempre, como si fueran inmutables o irrenunciables: ellos son pasados, ya no son valores.
----------Para el modernismo todo muta, todo evoluciona, todo cambia, todo progresa indefectiblemente. Quien se endurece o se hace rígido, no evoluciona y permanece apegado a un valor creyéndolo inmutable, se queda atrás respecto del avanzar de la historia. La verdad es el presente; el error es el pasado. Es una concepción historicista y evolucionista.
----------Monseñor Bruno Forte (por mencionar sólo un ejemplo entre los actuales modernistas) formula un juicio tajante y sin apelación, aunque parcialmente correcto, sobre los grupos conservadores. Pero el caso es que para Forte, notorio adulador del Papa, parece que toda la verdad está en los progresistas y todos los errores y males en los conservadores. Esta no es la manera de favorecer el encuentro entre los dos partidos enfrentados, y por lo tanto tampoco es la manera de ayudar al Papa en su obra de conciliación y pacificación.
----------Para el modernismo de Forte, por ejemplo, lo divino existe, pero no trasciende la historia. Es inmanente a la historia y existe sólo en la historia. Lo divino existe sólo en el mundo, en el hombre y en la conciencia. No puede existir en estado puro sin la historia. Dios mismo deviene y para ser Dios debe hacerse historia. Aquí tenemos el aspecto inmanentista del modernismo, que conduce al panteísmo.
----------Finalmente, hay que señalar que no está en absoluto prohibido que un Papa tenga sus ideas u opiniones personales, quizás más o menos discutibles. Ciertamente no se le prohíbe seguir una determinada corriente de opinión. Es demasiado evidente que el papa Francisco prefiere el progresismo, con las opciones pastorales o de gobierno que de ello se pueden derivar. Pero es necesario que él, por encima de sus ideas personales, recuerde su delicadísima posición de Sumo Pontífice super partes, y que en cuanto tal debe actuar como padre de todos los católicos, porque de lo contrario correrá siempre el riesgo de desbalancearse, desequilibrarse, e inclinarse hacia una parte y, por lo tanto, de no hacer justicia a la otra parte.
----------En sus frecuentísimas intervenciones casuales y discursos improvisados o en sus bromas -piénsese en las entrevistas en el avión- no siempre está claro si expresa sus opiniones o impresiones personales, subjetivas, o bien si habla precisamente como maestro de fe y de la moral, es decir, como Papa.
----------Por eso, parecería oportuno y útil para la Iglesia que el Santo Padre limitara sus discursos (y nuevamente vuelvo a hablar aquí en general, de cualquier Romano Pontífice, porque no creo que el papa Francisco pueda ya modificar su personal locuacidad). Esto limitaría el riesgo de que la enseñanza pontificia sea degradada, incomprendida y descalorizada. Del Papa no se pide tanto la cantidad, cuanto ante todo la calidad y autoridad de sus intervenciones, que pueden abordar cuestiones, temas y tópicos de gran importancia, donde sólo él puede y debe tener una respuesta o una dirección teórica o práctica.
----------Existen ya los párrocos, los religiosos, los misioneros y los obispos para la predicación y la pastoral corrientes, sin necesidad de que lo haga el Papa. Y por otra parte, nadie puede sustituir al Papa en la autoridad, en el tono y en el nivel de la predicación evangélica y en la guía de la Iglesia universal. Hay problemas que sólo el Sumo Pontífice puede resolver, cuestiones que sólo él puede esclarecer, actos de gobierno que sólo él puede realizar. Debería concentrarse más en estas cosas.
----------Al Papa le compete el tratamiento y la definición de los temas más importantes de la fe y de la moral; a él se le confían las maximas cuestiones que interesan a la Iglesia, a él se le confía la solución de los más graves problemas dogmáticos y morales, que la preocupan, la atormentan o la afligen, y la respuesta a los más serios interrogantes que la interpelan, y la impulsan a un conocimiento siempre más profundo de la verdad.
----------Por ejemplo, a mediados del actual período pontificio, una grave cuestión moral acerca de la cual la Iglesia esperaba una respuesta clara e inequívoca del Papa, ha sido la de la admisibilidad de los divorciados vueltos a casar a la Sagrada Comunión. En este punto, es cierto que el Papa ha confirmado en Amoris laetitia la norma establecida por san Juan Pablo II en la Familiaris consortio (n.84), insinuando (en la nota 351) la eventualidad de conceder en el futuro los sacramentos en casos especiales.
----------Posteriormente, escribió una carta personal a algunos Obispos argentinos, aunque en texto sin autoridad apostólica, con la cual él confirmaba su propósito de conceder la Comunión. Sin embargo, esta carta no tiene forma de ley, por lo cual sigue siendo válida la norma de Amoris laetitia.
----------También cuando hagamos observaciones al pensamiento o a la conducta o al gobierno del Papa, debemos hacerlo siempre con modestia, espíritu de servicio y de colaboración, para ayudarlo y apoyarlo en su difícil tarea, sabiendo bien dónde y en cuáles campos la crítica es útil y legítima, y donde en cambio nuestra obediencia y entrega deben ser totales e incondicionales. Si Lutero hubiera recordado estas cosas, su "reforma" no habría dañado y dividido a la Iglesia, creando una dramática fractura.

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