martes, 1 de agosto de 2023

La vida religiosa según la Iglesia y según Lutero (1/3)

En el conjunto de enseñanzas de Martín Lutero, debemos distinguir sus errores respecto al dogma y a la doctrina cristiana, de sus propuestas de reforma de costumbres para la Iglesia. El Magisterio de la Iglesia ha condenado los errores doctrinales de Lutero, lo que no quita que sus propuestas de reforma contengan puntos valiosos y aprovechables. Entre sus errores doctrinales está su rechazo a los votos religiosos y a considerar el estado religioso como superior al estado laico. Intentaremos aquí demostrar que el rechazo luterano a la vida religiosa ha nacido del drama interior de Lutero. Examinando las posturas de Lutero sobre este tema, comprenderemos mejor las enseñanzas de la Iglesia católica acerca de la vida religiosa. [En la imagen: fragmento de Retrato de Martín Lutero, pintado por Lucas Cranach el Viejo en 1529, actualmente en la Iglesia Santa Ana, Augsburg].

La vida consagrada y la vida religiosa según la Iglesia católica
   
----------Antes de exponer el rechazo de Martín Lutero a la vida religiosa, vale aclarar brevemente la doctrina de la Iglesia acerca de la vida consagrada. La constitución dogmática Lumen gentium, del Concilio Vaticano II, afirma que "el estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura de la Iglesia, pertenece, sin embargo, sin discusión a su vida y a su santidad" (n.44).
----------El Catecismo de la Iglesia Católica, resume clara y perfectamente la doctrina sobre el tema cuando nos enseña que "los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la vida consagrada a Dios" (n.915).
----------Sigue diciendo enseguida el Catecismo: "El estado de vida consagrada aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración más íntima que tiene su raíz en el Bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro" (n.916).
----------La vida religiosa es una forma particular de vida consagrada: "Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo y vivida en los institutos canónicamente erigidos por la Iglesia, la vida religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia" (n.925).
   
El drama interior de Martín Lutero
   
----------Se sabe cómo Lutero, que se hizo monje agustino a los 23 años, después de quince años de vida religiosa vividos con celo pero con inquietudes, decidió renunciar a su compromiso religioso, habiendo llegado a la convicción de que este ideal propuesto por la Iglesia fuera contrario al Evangelio, en cuanto concepción de la vida cristiana enfocada sobre las obras antes que en la fe, e incentivo para al orgullo y para la presunción de haber abrazado un estado de vida más santo y meritorio que el de los simples laicos y casados.
----------Lutero advirtió en sí mismo dos impulsos interiores: por una parte, un fuerte impulso a la concupiscencia sexual, que le llevaba a ceder a las tentaciones, y por otra parte un constante reproche de la conciencia, que le hacía sentir frente a sí un Dios airado y siempre insatisfecho con sus reiterados esfuerzos.
----------En un cierto momento llegó a la convicción de que sus prácticas ascéticas y sus ejercicios de piedad no servían de nada para aplacar la ira divina, como si él estuviera enredado en una falsedad invencible. Sentía o creía que no podía hacerlo, pero tenía la sensación de que Dios lo estaba reprendiendo y condenando. Siempre se sentía en culpa y no encontraba el modo de liberarse. Le parecía que las numerosas confesiones no le daban paz, porque le parecía que no se había purificado verdaderamente.
----------Fue entonces que surgieron en él horribles movimientos de rebelión contra Dios, hasta llegar a experimentar el odio y sentirse movido a la blasfemia, pareciéndole que fuera Dios mismo quien lo empujaba al pecado para luego amenazarlo con las penas eternas del infierno. De esto indudablemente se arrepintió con horror. Pero al mismo tiempo esto no hizo más que reavivar la angustia de sentirse en culpa mortal, no dando la debida importancia, por carencia de formación teológica, al pecado venial.
----------En efecto, le parecía que no fuera serio concebir el conflicto con Dios en términos del simple pecado venial. Con el pecado original, según él, el hombre está desprovisto de la gracia, su naturaleza es mala y no puede estar más que en culpa mortal. No pensaba lo suficiente en los efectos y en los recursos del bautismo, así como en las fuerzas residuales de la naturaleza caída.
----------Lutero ignoraba el hecho de que, si bien estas fuerzas, después del pecado original, ya no son capaces de amar eficazmente a Dios por encima de todo, y de hecho tienden a oponerse a Dios y a considerarlo como un enemigo, sin embargo, todavía pueden ser puestas en acto, en cuanto la voluntad, cada vez que cae en pecado, puede realzarse, y así disminuir, aunque imperfectamente, su orientación hacia el pecado (concupiscencia) y reorientarse hacia Dios, aunque siempre en modo insuficiente. La naturaleza humana, en efecto, después del pecado original, por embrutecida, cegada y debilitada que esté, no está muerta, sino que sigue siendo una chispa de humanidad, de razón y de voluntad.
----------Si san Pablo dice que estamos "muertos" por el pecado e incapaces de hacer el bien, no debe tomarse al pie de la letra, recordando la dureza de su estilo, amante de las antítesis y las hipérboles, cuando es precisamente él quien con extrema claridad en otros lugares nos hace presente la necesidad de colaborar en la obra de la gracia para nuestra salvación.
----------El apóstol san Pablo muchas veces en sus Cartas no se molesta en conciliar las tesis aparentemente opuestas que él sostiene, de modo que, si en la exégesis no se hace este trabajo de conexión y armonización, se corre el riesgo de aislar las tesis unas de otras, obteniendo verdades a medias, que en al final son errores. Si queremos entender a san Pablo sin malentendidos y extremismos, no debemos dejarnos confundir por el estilo, que puede inducir a error, sino que debemos prestar atención a su doctrina en su conjunto. En otras palabras, siempre es necesario contextualizar lo que dice, porque, si tomamos una tesis sin conectarla con la otra que la equilibra y la precisa o especifica, terminamos por malinterpretarlo, como lamentablemente le sucedió a Lutero, quien fue más tomado por el estilo de Pablo, que por lo que Pablo quería decir.
----------Una de las funciones más importantes desarrolladas por los Santos Padres, por los Doctores de la Iglesia y finalmente por el Magisterio de la Iglesia, ha sido precisamente la de esclarecer el pensamiento de san Pablo, disipando equívocos, resolviendo antinomias, moderando excesos y advirtiendo contra los malentendidos. Los errores de interpretación en los cuales ha caído Lutero ya se habían verificado antes en la historia de la Iglesia, y ya habían sido refutados: si él, doctor en teología, hubiera tenido más respeto por la tradición patrística, escolástica y magisterial, los hubiera podido evitar.
----------A propósito de esta cuestión, es muy interesante lo ocurrido con la Carta a los Hebreos, la cual durante mucho tiempo ha sido atribuida a san Pablo, pero que la exégesis moderna ha demostrado definitivamente no ser del Apóstol, sino muy probablemente de un discípulo suyo, desconocido, quien, sin embargo, le presta el excelente servicio de exponer la doctrina del Apóstol en una forma elegante, cortés, bien argumentada, fluida y armoniosa, sin las aristas, las asperezas e irritantes durezas de los textos originales del Apóstol, cuya palabra, sin embargo, debidamente interpretada, sigue siendo Palabra de Dios. Lutero, si hubiera sido sabio, podría haber encontrado allí la verdadera interpretación de la doctrina de Pablo. En cambio, lamentablemente, tuvo la necedad de rechazarla porque contrastaba con su interpretación. Los exegetas del pasado prestaban atención a la doctrina y no se preocupaban por las diferencias estilísticas.
----------De manera que, en cambio, si Lutero hubiera reflexionado sobre las consideraciones anteriores sobre la enmienda del pecado, habría encontrado esa paz, imperfecta, claro que sí, pero paz verdadera, que es posible encontrar en esta vida nuestra en la tierra. Además, el monje agustino no tenía una noción clara del poder del libre albedrío, por lo cual le costaba distinguir lo que es voluntario de lo que es involuntario, y por lo tanto lo que es culpable de lo que no es culpable, y darse cuenta de cuando pecaba y cuando no pecaba. De ahí viene el vano esfuerzo o imposibilidad de comprender cuándo, al pecar, el acto era o no era cumplido con consentimiento parcialmente o plenamente deliberado y si la materia era grave o leve.
----------En definitiva, Lutero se sentía o se juzgaba privado de la gracia y no llegaba a experimentar en lo más mínimo la misericordia de Dios. La alternancia de sus caídas y sus recuperaciones, que es una experiencia normal también en los santos, a Lutero le parecía algo insoportable, y aquí ciertamente jugaba el orgullo. El caso es que pretendía con todas sus fuerzas un estado de paz y de tranquilidad absolutas, que no alcanzaba a encontrar, una certeza absoluta e indiscutible de estar en gracia de Dios.
    
La "experiencia de la torre"
   
----------Por supuesto, Lutero sabía que Dios es misericordioso; pero como sentía sus continuas derrotas, siempre advertía el deseo de pecar y creía que esto ya era pecado; pensaba no estar arrepentido. Por otra parte, sabía que Dios no perdona al que no se arrepiente, por lo cual creía que Dios no lo perdonaba.
----------Estaba entonces tentado a dejarse llevar, a abandonarse al pecado, y a abandonar toda lucha. Pero tras estos impulsos, luego sentía que la ira divina se cernía sobre él aún más. En definitiva, se encontraba en la vorágine de la desesperación, cuando de repente, en el año 1515, meditando sobre el pasaje de san Pablo de la Carta a los Romanos (Rm 3,20-24), se sintió iluminado por la famosa "experiencia de la torre" (Turmerlebnis), por la cual le pareció claro que el apóstol Pablo nos asegura que no somos justificados por las obras de la ley, sino sólo gratuitamente, es decir, gracias a la redención de Cristo.
----------Cristo se encarga de salvarnos. Las obras no son necesarias. Estamos libres de las obras. El paraíso del cielo no es un premio a merecer ni un beneficio a ganar o una mercancía a comprar, sino un don inmerecido a recibir. Dios no paga un trabajo, sino que dona por misericordia, aunque seamos y sigamos siendo pecadores. Dona gratuitamente sin exigir nada, excepto la confianza en su misericordia.
----------Fue así que, instantáneamente, a Lutero le parecieron inútiles, y de hecho signos de presunción y falta de fe en Cristo, no sólo los votos monásticos con todas las obras y observancias anexas de las reglas religiosas, sino también las mismas buenas obras en general de todo cristiano con miras a ganar el paraíso del cielo, como si tuviéramos la pretensión de comprar, nosotros, que sólo somos pecadores impotentes, lo que solamente nos viene dado por una gracia que sobrepasa infinitamente nuestras personales fuerzas.
----------Lutero se convenció entonces de que, aunque continuara pecando, Dios siempre y en todo caso lo perdonaría. Bastaba con creer en ello. Aquí está el germen de su propósito de abandonar la vida religiosa y de contravenir incluso el mandato de las buenas obras propio de la ética cristiana y de la misma ética natural. Pero no todo terminó ahí. Dado que el papa León prohibió a Lutero sostener tal herejía, Lutero, por toda respuesta, también negó la autoridad del Magisterio de la Iglesia con el famoso principio sola Scriptura.
----------Pero la interpretación luterana de san Pablo tuvo un carácter meramente unilateral y por tanto falso, ya que el Apóstol en muchos otros pasajes explica en qué consiste esta "gratuidad". De hecho, contraponiendo obras y gracia, Pablo no pretende excluir las obras o que la salvación se obtenga obedeciendo la ley, sino que simplemente quiere indicar la primacía de la gracia sobre las obras.
----------Para Pablo, en efecto, la acción gratuita de la gracia quita y no sólo "cubre" el pecado, y mueve el libre albedrío al cumplimiento de las buenas obras, y así el cristiano merece el paraíso del cielo, cuya consecución es al mismo tiempo fruto de las obras y de la gracia, pero principalmente de la gracia, así como la causa primera mueve a la segunda causa. Causa primera (Dios) y causa segunda (hombre), ambas, convergen juntas a la consecución de la salvación (como decía san Agustín de Hipona: "Quien te creó sin ti, no te salva sin ti"). Esta es la verdadera doctrina de la justificación, como explicó más tarde el Concilio de Trento.
----------De modo que Lutero cayó en este concepto erróneo del pecado y del perdón porque confundió el pecado con la concupiscencia. No se dio cuenta del hecho de que el pecado es un simple acto de la voluntad, cometido el cual, esa misma voluntad que lo cometió, puede anularlo con el arrepentimiento gracias al perdón divino. La concupiscencia, por el contrario, es un estado permanente, independiente de la voluntad, por lo tanto se trata de un estado en sí mismo no culpable, consecuente al pecado original, que impulsa o estimula a pecar (fomes peccati), dejando libre la voluntad para consentir o no.
----------A veces, la concupiscencia puede ser tan fuerte, que la voluntad cede y peca. Pero la culpa es leve o nula, porque la voluntad, demasiado débil, ha sido vencida por la violencia de la concupiscencia, que en ciertos casos extremos puede hacer perder completamente el uso de la razón y por tanto del libre albedrío, necesarios para el cumplimiento de un acto responsable. Pero se trata solo de casos excepcionales, más bien de tratamiento psiquiátrico, y en cambio Lutero lo convirtió en la regla.
----------A causa de esta confusión entre pecado y concupiscencia, Lutero no entendió que el problema de la purificación moral no es el de eliminar la concupiscencia, lo cual es imposible en esta vida, en la que, sin embargo, la concupiscencia puede y debe disminuir gradualmente con el ejercicio de las virtudes (he aquí el progreso moral), pero nunca puede desaparecer ni ser vencida del todo, ni siquiera en los santos. Es imposible reconstruir totalmente el estado edénico, incluso con las gracias más grandes. Aquí Lutero tenía razón.
----------Por otra parte, es precisamente esta persistencia de la concupiscencia, con los frenos o trabas que ella opone a la búsqueda de la perfección, lo que justifica la existencia de la vida religiosa, como voto de quitar, en la medida de lo posible, con la gracia de Dios, estos frenos o trabas. El problema y la tarea para todos, en cambio, ya se trate de laicos o se trate de religiosos (y aquí tiene su importancia el sacramento de la penitencia) es el de borrar los pecados individuales cada vez que los cometemos, del mismo modo que (y ofrezco ahora una clara imagen bíblica) quitamos el manchas de un vestido cada vez que lo ensuciamos.
----------La gracia es un "detersivo" eficaz (gratia sanans) que borra las manchas y no sólo las "cubre". El hecho inevitable de que siempre reaparecen no debe angustiarnos ni desanimarnos, sino simplemente inducirnos cada vez a usar el divino detersivo. Esta comparación de la limpieza del alma con la del cuerpo trae mucha serenidad al alma. Por una parte da una humilde resignación, pero por otra parte las ganas de volver a empezar siempre. Probablemente nadie jamás le haya explicado a Lutero este hecho, o él no lo ha entendido.
----------En definitiva, Dios no pretende que seamos impecables, sino simplemente quiere que nos mantengamos limpios. Ciertamente, la concupiscencia siempre reaparece, así como reaparece el pecado, al menos el pecado venial. Pero cuando hemos quitado el pecado cada vez, si la concupiscencia permanece y nos tienta, no debemos sentirnos en culpa, porque somos justos delante de Dios.

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