sábado, 5 de agosto de 2023

Traditionis custodes y las aporías de Summorum pontificum (2/7)

En los años previos a la promulgación de Traditionis custodes, la praxis de que el clérigo o el simple fiel pudieran elegir una liturgia "à la carte", resultaba ser, sin más ni más, un claro síntoma de claudicación al consumismo contemporáneo, reduciendo lo litúrgico al mismo nivel de un bien de consumo, comercial, a medida del propio gusto subjetivo, o del vaivén de la moda, un producto que se inserta a voluntad en la cesta de la compra del supermercado. [En la imagen: celebración de la Santa Misa en la Parroquia San Miguel Arcángel, de la Arquidiócesis de Mendoza, en la ciudad de Las Heras, provincia de Mendoza].

Los debates sobre las aporías de Summorum pontificum
   
----------Si vemos las cosas con serena objetividad y esforzándonos por quedar libres de prejuicios, no es difícil llegar a la conclusión de que el mantener la vigencia práctica del Misal de 1962 (o hablando en general, del vetus ordo) es en cuanto tal apenas imaginable frente a las instancias y disposiciones de la constitución Sacrosanctum concilium, que sin duda debe seguir teniendo voz rectora en la puesta en práctica de la Reforma litúrgica. De este dato, sin embargo, no podemos hacer derivar una exaltación acrítica y partidista del Misal de san Paulo VI, el novus ordo, tal como aparece en la práctica corriente.
----------Por el contrario, es necesario preguntarnos si no existen elementos del Misal de 1962 que, si fueran recuperados para el nuevo ordo, pudieran ayudarnos al cumplimiento de las directivas litúrgicas del Concilio Vaticano II, especialmente donde esas directrices se hubieran visto eclipsadas ​​o un tanto ocultadas por ciertas imprevistas desviaciones. Esta hipotética perspectiva, sugestiva y en principio llena de promesas (que aquí sólo podríamos ejemplificar por medio de meras insinuaciones, como es obvio), da cuerpo a la hipótesis de un ámbito de conciliación en el cual, más allá de los bandos contrapuestos en una guerra de posiciones, a favor del vetus ordo o a favor del novus ordo, podríamos suponer que se mantiene la continuidad en el progreso del acto de tradición que es la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
----------Hay que dejar en claro, inmediatamente, que no todos los liturgistas que debatían en ámbito académico la temática de la coexistencia de las "dos formas del rito romano" en los años previos a la promulgación de Traditionis custodes, estaban de acuerdo con la postura anterior, de una cierta amalgama de ambas "formas" del rito romano o, para decir lo menos, de un cierto abrevar del novus ordo en el vetus ordo, a fin de rescatar algunos de sus elementos que podrían llegar a ser todavía valiosos.
----------De hecho en esos años hubo teólogos liturgistas que, ante todo, recalcaban, y no sin buenos argumentos, que el uso de la que se llamaba "forma extraordinaria" era totalmente limitado y circunscripto a concretos enclaves tradicionalistas, un uso reducido sólo a muy ínfimas minorías de nostálgicos de un pasado que ya se había dejado muy atrás, y estigmatizaban las formas espurias que veían activarse un bizarro bi-ritualismo por parte de algunos clérigos, alternándose entre lo antiguo y lo nuevo en delirantes fantasías restauracionistas, sin ningún sentido católico, sino potencialmente cismático.
----------Son los liturgistas que subrayaban la aporía representada por los dos usos yuxtapuestos del mismo rito, ilustrando cómo la diversidad y la unidad deben articularse correctamente en la única celebración litúrgica de la Iglesia de rito romano. Desde esta perspectiva, no se ve lugar para tratativas de "arreglos" o "remiendos" entre vetus y novus ordo: se pone de relieve su incompatibilidad en base a razones teológicas, litúrgico-pastorales, y canónicas, de su imposible convivencia tanto de iure como de facto.
----------Estos teólogos liturgistas señalaban, a la luz de lo que había ocurrido en quince o dieciseis años de vigencia del motu proprio Summorum pontificum, que de la solución de tales aporías también depende la credibilidad de la Iglesia y el mensaje del Evangelio, por lo cual concluían que debía excluirse el hacer concesiones a disminuir o paralizar el curso de la Reforma litúrgica mediante una incoherente fusión de "las dos formas". Sin embargo, estos mismos liturgistas tenían el suficiente equilibrio en su pensamiento como para no dejar de abogar por una adecuada evaluación crítica de la llamada "forma ordinaria": veían y ven con buenos ojos que se estén dando ulteriores pasos hacia la plena implementación de la Reforma en el espíritu conciliar, propugnando mayores esfuerzos hacia un correcto y efectivo ars celebrandi.
----------Pero en aquellas vísperas de la promulgación de Traditionis custodes, no faltaban tampoco otras lecturas de la posible superación del llamado "estado de excepción" en la liturgia romana. Así como muchos señalaban que las "dos formas" del único rito romano en realidad representaban dos enfoques diferentísimos de la lex orandi tanto a nivel teológico como a nivel pastoral, otros enfatizaban en particular el hecho de que esas "dos formas" que había instituído el papa Benedicto XVI hacía ya de eso dieciseis años, comunicaban diferentes eclesiologías (por supuesto en el plano de una homogénea evolución del dogma, producida a partir de decenios de elaboración teológica sobre la Iglesia), y por ende dos formas del vivir católico.
----------De modo general, los liturgistas que argumentaban de esa manera, no hacían más que basarse en una evidencia de simple buen sentido común: cómo el pretendido retorno al pasado (algo de hecho imposible), más que ser una solución que creaba desde 2007 mayor unidad y concordia, representaba un empobrecimiento enorme en varios frentes. Y no sólo eso, puesto que la praxis de que el clérigo o el simple fiel pudieran elegir una liturgia "à la carte", resultaba ser, sin más ni más, un síntoma de claudicación al consumismo contemporáneo, reduciendo lo litúrgico al mismo nivel de un bien de consumo, comercial, a medida del propio gusto subjetivo, o de la moda, que se inserta a voluntad en la cesta de la compra del supermercado.
----------El caso era que en los dieciseis años de vigencia de la ficción litúrgica producida con ocasión del motu proprio Summorum pontificum, paradójicamente habían existido frontales y explícitas oposiciones a todas y cada una de las innovaciones (no sólo litúrgicas) producidas en el postconcilio, oposiciones que en realidad eran en sí mismas sumamente innovadoras (y por cierto no según el mejor de los perfiles): un conservadurismo radical se desposaba por entonces con una evolución cuanto menos problemática.
----------Ciertamente no se puede hacer menos que reconoce que la implementación de la Reforma litúrgica en estas décadas de postconcilio ha sido imperfecta en muchos sentidos, si se la  confronta con ese que debe ser siempre para nosotros su completo diseño, vale decir, el esbozado en la constitución Sacrosanctum concilium. Precisamente por eso, entonces, los liturgistas, en las vísperas del punto de inflexión que se produciría en julio de 2021, alentaban también la convergencia de las energías de todos, más que la orientación a una serie de esfuerzos divisivos, precisamente en orden a mejorar la calidad celebrativa del novus ordo nuestras parroquias en la dirección marcada por el principio basilar de la "actuosa participatio".
----------Todos estaban de acuerdo en que no hacía falta jugar con las palabras, invocando una "reforma de la reforma" retrospectiva, como había imprudentemente indicado el joven teólogo Joseph Ratzinger, con una expresión que ya no había vuelto a usar nunca desde los tiempos de su Prefectura al frente del Dicasterio de la Fe, y mucho menos durante su pontificado como Benedicto XVI.
----------Por supuesto, estos mismos liturgistas, indicaban que no hay necesidad de abolir por completo y en todas partes la posibilidad de celebrar con el Misal de 1962 (para ello era siempre posible el recurso al "indulto" por misericordia a las minorías de nostálgicos, tal como habían practicado san Paulo VI y san Juan Pablo II, y de hecho volvería a poner en práctica en julio de 2021 el papa Francisco a partir de Traditionis custodes). En cambio, se subrayaba que era necesario concentrarse en una formación litúrgica más cualificada en los seminarios y escuelas teológicas (y también en la formación sacerdotal continua) y preparar una catequesis de los nuevos ritos, adecuada para todos los fieles, que pueda iniciarlos en una correcta interiorización de las palabras y de los gestos que introduzcan al Misterio.
----------Una evidencia, puesta de relieve en los últimos años de vigencia de Summorum pontificum, es la muy anómala singularidad de la coexistencia de las "dos formas del rito romano", especialmente cuando esa coexistencia es considerada en referencia a todo el edificio litúrgico y no solamente a la Santa Misa. Tal singularidad cualifica también al motu proprio de 2007 en cuanto medida a contra-corriente de la praxis constante y católica de la Iglesia, que nunca había hecho de lo minoritario (que muy bien puede ser sujeto a excepciones) una regla universal. En realidad, el vetus ordo, en la enorme mayoría, por no decir la totalidad de los países en los que había llegado a celebrarse desde 2007 a 2021, era propugnado solo por poquísimos y pequeños grupos marginales, a causa de sentimientos de nostalgia o debido a fascinación estética.
----------Por consiguiente, la pregunta que es necesario formular es la siguiente: ¿cómo y por qué una anomalía tan estridente había generado una situación insostenible tanto desde el punto de vista teológico como pastoral, sobre todo en referencia a la dignidad y al derecho de los bautizados? Por supuesto, los teólogos liturgistas que se planteaban esta cuestión a principios de la presente década, daban también sus articuladas respuestas (tal como la hemos dado también en este blog en repetidas ocasiones).
----------Sin embargo, también se debe reconocer que variadas potencialidades de la liturgia reformada después del Concilio Vaticano II, pero todavía no implementadas a fondo, esperan aún ser descubiertas (o redescubiertas) o promovidas en la praxis efectiva de las parroquias. Si se quiere hacer un esfuerzo por entender bien y benévolamente a aquellos que, siempre supuesta la mejor de las intenciones, proponían y proponen una "reconciliación" litúrgica entre lo "antiguo" y lo "nuevo", puede interpretarse como una reanudación del proyecto litúrgico conciliar y su ulterior prosecución e implementación.
----------El cambio de paradigma que se ha verificado con la que probablemente ha sido la Reforma litúrgica de más vasto alcance en la historia de la Iglesia (o sea, la impulsada por el Concilio Vaticano II), está así cargado de consecuencias, a tal punto que resulta imposible olvidarlo, descuidarlo, hacer como si no hubiera existido, y volver atrás, en un retorno al pasado que es en sí mismo imposible (metafísica y existencialmente hablando). Por tanto, no se trata de poner en peligro los buenos resultados obtenidos, sino de superar los déficits y debilidades existentes, potenciando los puntos fuertes de la labor desarrollada hasta el momento.
----------Un aspecto importante de la problemática planteada por la "coexistencia de dos formas del rito romano", se ubica no a nivel teórico (sea teológico o disciplinar o canónico) sino a nivel humano (psicológico y sociológico) de la cuestión. Porque desde hace dos décadas ha quedado muy clara una triste constatación: cuando se trata de la que fue llamada "doble forma del rito romano", no se ha tratado tanto de teología litúrgica, como de otras dinámicas personales que frecuentemente polarizan los ánimos, elevan el nivel de la conflictividad y producen heridas. Entonces se hace urgente una reconciliación en lo interno del cuerpo eclesial; o, para decir mejor y con más precisión, con respecto a porciones limitadísimas del cuerpo eclesial, dado que la cuestión de las dos formas no se ha planteado en absoluto en todo el mundo católico de rito romano, pues existen cientos de millones de católicos que no daban absolutamente ninguna importancia a la celebración de la "forma antigua del rito romano" (cuando estaba vigente), o la ignoraban y la ignoran, o bien se escandalizaban por ella.
----------Ahora bien, en el muy minoritario frente que integran aquellos fieles que en años anteriores propugnaban, y propugnan todavía en la actualidad, la posibilidad de ofrecer culto al Dios cristiano con el vetus ordo de rito romano, podríamos distinguir dos clases de personas: por un lado, aquellos que están apegados al Misal de 1962, pero no por ello rechazan el Misal posterior a 1969 (la que se llamó hasta 2021 la "forma ordinaria" del rito romano) ni impugnan el Concilio Vaticano II ni el magisterio de los Papas del postconcilio; y, por otro, aquellos que extienden la reivindicación o pretensión de celebrar la Misa con el misal anterior a todas las demás liturgias, rechazando incluso las nuevas doctrinas del Vaticano II e impugnando el Magisterio pontificio del postconcilio (asimilándose así a la postura de los cismáticos lefebvrianos). A los primeros podríamos denominarlos sanos tradicionalistas, mientras que a los segundos, propiamente pasadistas.
----------Ahora bien, los primeros (sanos católicos tradicionalistas) son aquellos que deben ser también el objeto de la solicitud pastoral de los Obispos en sus diócesis y de la atención fraterna de los demás fieles católicos, con miras a una reconciliación litúrgica, para que puedan ser capaces de advertir ellos también, en la medida de sus posibilidades, que no puede haber tradición sin progreso, ni verdadera Reforma litúrgica sin discontinuidades con el pasado. Además esos mismos sanos tradicionalistas podrían ser eficaces agentes para aprovechar el potencial hasta ahora no realizado del novus ordo.
----------En cambio los segundos (pasadistas filo-lefebvrianos), es evidente (y lo era antes de que lo declarara el Papa en Traditionis custodes) que pretendían utilizar Summorum pontificum como un "derecho adquirido" para perseguir objetivos de otro tipo, haciendo emerger dos Iglesias paralelas, dos estructuras autónomas, suscitando la sospecha de que en ellos no están dadas las condiciones operativas para una reconciliación. Una verdadera reconciliación litúrgica solo sería posible en presencia de un recíproco espíritu fraterno, mientras que la impugnación doctrinal y teológica del Concilio Vaticano II y del Magisterio pontificio postconciliar sólo puede conducir a una dolorosa separación cismática, similar al cisma lefebvriano.
   
La postura que aquí sustentamos
   
----------En el recorrido que he cumplido hasta aquí no he hecho más que resumir las diversas posturas, acentuando uno u otro matiz, que proponían los peritos liturgistas en el tiempo inmediatamente previo a la promulgación de Traditiones custodes, a fin de interpretar del modo más benévolo posible la que luego se demostró imprudente decisión de Benedicto XVI al emanar Summorum pontificum.
----------Sin dejar de reconocer los aspectos válidos de una u otra de tales posturas, personalmente me siento inclinado, tal como lo vengo repitiendo en artículos anteriores de este blog, a interpretar la Reforma del rito romano, preparada por el Movimiento Litúrgico desde hace ya dos siglos y requerida según los "altiora principia" del Concilio Vaticano II, como primera y primaria reconciliación litúrgica: un reposicionamiento de la capacidad mistérica del celebrar eclesial con la sensibilidad y el mundo contemporáneos. Frente a esta tarea ineludible, estoy convendido que la presencia paralela de una "forma extraordinaria" ha representado un vulnus, alentando peligrosamente diversas formas de Iglesia anti-conciliar.
----------En efecto, ese "paralelismo litúrgico" sustentado antes de julio de 2021, aunque no querido ad litteram por Summorum pontificum, pero propiciado por sus más inmediatos colaboradores en el área del culto (quienes incluso se mantuvieron en su puesto durante buena parte del pontificado del papa Francisco), siendo ese "paralelismo" una construcción abstracta o más bien ficticia en el plano teórico, frágil en el plano teológico, dudosa en el plano jurídico, inmanejable en el plano práctico, llegó a polarizar la mirada: convirtió en bizcos a clérigos y fieles, incluso bizqueando la visión de algunos pastores.
----------De tal modo, entre 2007 y 2021, el vetus ordo se convirtió en cada vez más oscurantista, y el novus ordo en cada vez más intelectualista. Por consiguiente, en tales condiciones, se había vuelto imposible llegar a una síntesis unificadora. Era necesario proponer entonces una obra común sobre un único ámbito, una única lex orandi eclesial de rito romano, tal como ha propuesto desde julio de 2021, el motu proprio Traditionis custodes, de tal manera que, volviendo a escuchar fielmente la voz del Concilio Vaticano II (principio medular en el pontificado de Francisco), trabajara sobre la única forma en diferentes niveles (no sólo en el verbal, o sea de los contenidos cognoscitivos ) e hiciera tesoro de la entera tradición del rito romano.
   
Para una valoración de conjunto
   
----------En todo lo expresado hasta aquí, he tratado de proporcionar al lector un conjunto de ideas, de sugerencias, de motivos y de razones, a modo de sustancial panorámica del modo como se debatía en la época inmediatamente anterior a la publicación del motu proprio Traditionis custodes, con el propósito de que el lector interesado en la actual vida litúrgica de la Iglesia pudiera contar con un variado y claro conjunto de conceptos para que pueda desarrollar su propia conciencia personal del desafío que implicaba el "impasse" o callejón sin salida que, al menos de facto, había producido Summorum pontificum en el Movimiento litúrgico, y a fin de que el lector pueda ejercer su propia responsabilidad eclesial, cualquiera que ella sea.
----------Lo que resultaba indudable a fines de 2020 e inicios de 2021, década y media después de Summorum pontificum, era que había llegado el momento de hacer un balance. Sin embargo, cuando se decide hacer esa tarea de inventario y balance, siempre se queda expuesto a un riesgo. Y ese riesgo es una tentación: la de improvisar un proceso judicial, quizás en medio de los estridentes alaridos y el alboroto de los diversos partidismos, a favor o en contra del motu proprio de Benedicto y de su aplicación, o bien a favor o en contra de la reforma conciliar y de su plena aplicación.
----------Indudablemente, la alternativa más sabia en aquel momento era (y lo sigue siendo, aunque en otros aspectos de la cuestión litúrgica) la de convocar a los expertos competentes en torno al espinoso tema, analizar los datos y razonar con serenidad, después de haber dejado fuera de la mesa de las decisiones a las exaltadas hinchadas de ambos bandos (tanto el bando pasadista como el bando modernista). Este ha sido el camino transitado por la Santa Sede a partir de 2013, pues el papa Francisco se tomó las cosas con calma y parsimonia, incluso dejando por años en su puesto a quienes habían dado ya suficientes pruebas de ir más allá de Summorum pontificum, obstaculizando la marcha de la Reforma litúrgica. Y recién a mitad de su noveno año de pontificado el Santo Padre decidió tomar el toro por las astas, con seriedad y convicción, en una lógica de servicio y comunión. Decisión pontificia que no ha sido en absoluto unilateral, sino preparada por competentes teólogos y sostenida por las instancias de todo el Episcopado mundial, que había sido por cierto la mayor víctima en la posterior implementación, de iure y de facto, de los dictados de Summorum pontificum.
----------Con Traditionis custodes, al fin de cuentas, de lo que se trata es de reabrir, con valentía y convicción, unánimemente y sin vacilaciones, la obra de la Reforma litúrgica propuesta por el Concilio Vaticano II. Si esa obra ya mostraba a simple vista el cartel de "Obra en construcción" y no pretendía en absoluto estar concluída, hoy más que nunca, luego de Traditionis custodes y de Desiderio desideravi, muestra de manera explícita un estímulo para continuar a fondo con la empresa: también corrigiendo errores de cálculo y distorsiones, incluso haciendo tesoro de preciosos materiales precedentes.
----------Claro que ese recurso a materiales precedentes sólo es posible a condición de que (y esto hay que subrayarlo claramente como factor discriminatorio) no haya la mínima ambigüedad en cuanto a la aceptación incondicional de la doctrina del Concilio Vaticano II, auténtico punto de no retorno para la reflexión y la acción eclesial. Tal como expresó Benedicto XVI a los cismáticos lefebvrianos, que si querían volver a la plena comunión con la Iglesia, ellos debían aceptar la parte doctrinal del Concilio, aunque su parte pastoral fuera lícito discutirla. Esto significa auspiciar que, a partir de los documentos de disciplina litúrgica emanados en años recientes por el papa Francisco, se reabra todo un espectro de posibilidades, y también significa desterrar por completo dos extremos inaceptables: 1) tanto el proponer una "fusión en frío", o una hibridación entre las dos formas del rito romano (o sea, rechazar el ficticio paralelismo litúrgico); 2) como el pretender una musealización de la Reforma litúrgica (ya sea por parte de sus partidarios, ya sea por parte de sus opositores).
----------Una cosa debemos tener bien clara: ciertamente el Movimiento litúrgico no ha llegado a su término, ni la Reforma litúrgica ha sido plenamente implementada; e incluso -toda la verdad sea dicha- las medidas litúrgicas del papa Francisco no tienen en absoluto el certificado de ser perfectas.
----------Pero lo que es cierto y seguro, es que hoy ha emergido el rostro de una comunidad teológico litúrgica que propende a estar más libre de partidismos facciosos, una comunidad académica litúrgica que ya no teme tanto como antes apelar al debate y al diálogo en el interior eclesial: que no está a la defensiva sino que busca la legítima confrontación, que reconoce con franqueza la diversidad (más allá de los prejuicios) y que valora como riqueza todo proceso de intercambio, de colaboración y de crecimiento.

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