lunes, 17 de abril de 2023

Las ficciones litúrgicas de hace una década (2/4)

La forma del rito romano surgida de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II es más antigua que la forma surgida del Concilio de Trento, porque trata de encaminarse hacia esa superación del individualismo (tanto clerical como laical) que de modo tan fuerte caracterizaba a esa versión moderna del rito romano que era el rito tridentino. [En la imagen: clérigos tridentinos ingresando a la Basílica de Lourdes. Sin embargo, ocurrió el 14 de abril de 2013, durante la peregrinación del Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, presididos por el cardenal Raymond Leo Burke, también en vestimentas tridentinas].

La Reforma litúrgica: una discontinuidad no revolucionaria
   
----------En las semanas inmediatas posteriores a la publicación de la Instrucción Universae Ecclesiae, del 30 de abril de 2011, se fueron multiplicando las posiciones en torno al tema de la Reforma Litúrgica y al rol de la Tradición ritual para la fe cristiana. A la vez que estamos recordando aquellas vicencias de hace más de una década, a fin de tratar de comprender las razones teológicas, pastorales y jurídicas que llevaron al Papa a volver a encauzar el rumbo de la disciplina litúrgica en julio de 2021, con el motu proprio Traditionis custodes, es bueno tratar de precisar, con toda la serenidad necesaria, y fuera de todo espíritu polémico, algunas grandes cuestiones de fondo, sobre las cuales es fácil hacer afirmaciones que, por su unilateralidad, constituyen luego la premisa de muchas consecuencias inoportunas o dañosas incluso.
----------Ante todo, una tesis fundamental que sustento y sobre la cual quiero ser claro desde el inicio, es que la Reforma litúrgica no es ni quiere ser una ruptura de la liturgia cristiana, sino que el objetivo que se propone es garantizar la continuidad con la gran tradición originaria del orar y del celebrar cristiano frente a una crisis que en Europa ha venido afectando a la liturgia desde fines del 1700.
----------El inicio de la crisis no fue 1968, sino 1790 o 1833. Sin embargo, para sustentar esta tesis, es necesario desarrollar o madurar una mirada muy equilibrada. Porque no debemos caer en la tentación de contraponer, drásticamente, continuidad y discontinuidad. La Reforma es la conciencia madurada en la Iglesia (y que no se puede improvisar) acerca de la necesidad de favorecer la continuidad mediante una cierta discontinuidad. Ya que si es cierto que la Reforma quiere realizar una continuidad más auténtica y más eficaz de la Tradición, es igualmente cierto que sólo puede lograr este objetivo a costa de algunas decisivas discontinuidades.
----------En efecto, debemos recordar que una Reforma, si quiere ser verdaderamente una Reforma, debe cambiar algunas cosas importantes, de las cuales depende la vida y el sentido mismo de la Tradición. Por tanto, una Reforma litúrgica que no tocara mínimamente la praxis ritual de la Iglesia, que no incidiera en o afectara sus ritos, sus prioridades, su lenguaje o su relación eclesial, sería una falsa Reforma o la negación misma de la Reforma. Si se decide hacer una Reforma, pero a la vez ella no puede cambiar nada, entonces es evidente que se entra en una región de la incerteza que ya no se puede llamar Reforma.
----------Por otra parte, es justo recordar que la correcta hermenéutica del Concilio Vaticano II, a la que también se refirió el papa Benedicto XVI en un bien conocido discurso a la Curia romana en el año 2005, no contrapone la discontinuidad a la continuidad, sino la ruptura a la Reforma, por eso el papa Ratzinger habló de "reforma en la continuidad". Lo que se podría traducir en otros términos de este modo: cuando se trata de tener en cuenta a la Tradición en un pasaje crítico de su desarrollo vital en la vida de la Iglesia, la discontinuidad necesaria es la de la Reforma, no la discontinuidad de la ruptura. Incluso en este caso la necesaria continuidad, si la tradición está en crisis, puede mantenerse sólo a costa de una cierta discontinuidad.
----------Sobre esta base, es sorprendente notar cómo en la argumentación a menudo se quiere equiparar la "no ruptura" necesaria a toda verdadera Reforma con la consideración según la cual no hay antítesis entre las dos formas del rito romano, de 1962 y de 1970. En realidad, de la premisa que hemos pacíficamente adquirido, no se sigue en absoluto esta pretendida consecuencia. Si se hace una Reforma, lo que es cambiado no es ya como era antes. Pero esta discontinuidad, que no se puede negar sin negar la idea misma de Reforma, no puede ser compatible con la supervivencia de esa praxis que precisamente se ha querido modificar. Aquí nos encontramos frente a un problema que no es tanto litúrgico o eclesial, sino lógico.
----------Y aquí trato de abordar ese problema lógico partiendo desde más lejos. En la Carta enviada a los Obispos en 2007 con motivo de Summorum pontificum, el papa Benedicto XVI decía: "No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura. Aquello que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros sigue siendo sagrado y grande". En estas frases, el Papa tiene razón si nos pide que permanezcamos firmemente plantados en la dinámica de una historia que se articula en el espacio y en el tiempo: en la sucesión histórica de las dos formas no hay ninguna contradicción entre el rito antiguo y el rito nuevo.
----------¡Pero precisamente, tal como Benedicto XVI lo decía allí, sólo en la sucesión temporal de dos formas diferentes! Si, por el contrario, se pretende hacer convivir en la misma unidad de espacio y tiempo estas dos formas, sin subordinar una a la otra en modo neto y definido, se pierde inmediatamente la orientación y, de ese modo, también el sentido de la tradición. La Reforma Litúrgica ha sido un acto necesario, un pasaje del Espíritu Santo que la Iglesia ha advertido y juzgado, en su más alto nivel, conciliarmente ("sinodalmente", diríamos hoy con una palabra que se nos ha vuelto familiar), como acontecimiento decisivo de la propia identidad de la Iglesia, mientras que lo grave es que hace una década atrás la instrucción Universae Ecclesiae, y ya antes, el motu proprio Summorum Pontificum, la reducían a una opción simplemente posible. Aquí radica una diferencia delicadísima, sutil y fina como un cabello, pero absolutamente decisiva.
----------Si se reconoce la necesidad histórica de la Reforma (y la fe y el sentido común no pueden sino reconocerlo), no se le puede agregar de nuevo ese rito que ella ha querido y debido intencionalmente superar. Esto no es ruptura, es vida, es desarrollo orgánico, es lógica jurídica y vital de las instituciones. Cuando, por el contrario, se hiciera esta concentración contemporánea de una sucesión histórica, se alteraría irremediablemente todo el sentido y el impacto del acto de reforma. Por otra parte, es necesario decir que si hoy nos preocupa evitar que la tradición sufra rupturas, también debemos evitar procurar otras rupturas peores: si la polémica sobre la "hermenéutica del concilio" es reconducida o devuelta a su verdadera intención, es fácil ver que no se trata de contraponer continuidad y discontinuidad, sino de contraponer dos diferentes acepciones de discontinuidad (¡es decir, la Reforma y la discontinuidad tout court!). Cada Reforma introduce un cierto grado de discontinuidad para garantizar una más profunda y auténtica continuidad.
----------Permítame el lector dar un ejemplo, no litúrgico, sino disciplinario, para hacer más claro mi modo de argumentar. Pensemos en lo que ha sido la Reforma tridentina del episcopado, marcada por la introducción de la obligación de "residencia". Se trataba, ciertamente, de una gran discontinuidad con respecto a lo que habían sido las praxis de siglos precedentes. Precisamente esta discontinuidad, defendida y promovida durante décadas y durante siglos, ha producido lentamente una visión diferente del episcopado, menos administrativa y más pastoral, menos imperial y más paternal, menos prefectoral y más litúrgica.
----------¿Qué hubiera ocurrido si, por ejemplo, con un motu proprio, algún Romano Pontífice, gobernando la Iglesia durante la segunda mitad del siglo XVII, hubiera afirmado que la "no residencialidad" nunca había sido abrogada y que, por lo tanto, a su libre elección, todos los obispos hubieran podido residir o no residir en sus respectivas diócesis, según sus afectos o sus sensibilidades o sus apegos o sus pertenencias? Es obvio que lo que estoy diciendo es sólo un ejemplo para mostrar la contradictoriedad (sobre todo lógica y estructural) de una contemporánea asunción de perspectivas mutuamente compatibles en el devenir de la historia, pero que resultan completamente incompatibles si se asumen contemporáneamente.
----------Ciertamente, la historia no es un conjunto de escisiones, pero no es tampoco una acumulación de formas diferentes. Si bien esas formas diferentes, en el devenir, garantizan la continuidad, cuando, en cambio, vienen asumidas como contemporáneas, sólo crean una confusión creciente y un gran desorden, un pasticho. La continuidad de la identidad del rito romano hoy está garantizada por los ritos de la reforma litúrgica, no por la yuxtaposición de éstos con aquellos viejos que, a causa de sus límites, han sido sustituidos por los nuevos. Existe una clara visión del desarrollo orgánico del rito romano sólo si se procede según este desarrollo histórico, respetando su diacronía que es vida, no si en cambio se lo considera en una abstracta sincronía, en el plano de una ahistórica contemporaneidad de todas las formas igualmente disponibles.
----------Si el modelo es el del crecimiento orgánico, tenemos el ejemplo del desarrollo humano: en el adulto está presente el niño, pero la continuidad está garantizada no por la co-presencia de los miembros del niño y del adulto, o del lenguaje del niño y el del adulto, sino en el asumir por parte del adulto, la riqueza de la propia infancia, dejando caer o dejando ir sus límites, sus fragilidades y sus inconsecuencias.
   
El ficticio diseño de la "reforma de la reforma"
   
----------Otro punto para volver a considerar es la discusión, que estaba candente hace una década atrás, acerca de lo que se definió, incluso oficialmente (aunque no por parte del papa Benedicto XVI), como el diseño de la "reforma de la reforma", a tal punto que documentos como el motu proprio Summorum pontificum y la instrucción Universae Ecclesiae, se interpretaban en el sentido de que estuvieran iniciando precisamente esa "reforma de la reforma". Me parece que de ciertas palabras del cardenal Kurt Koch, formuladas hace unos diez años (y que ya he citado en un artículo anterior), surgieron algunas afirmaciones que todavía merecen una atención crítica. La condición de paralelismo entre dos formas del mismo rito era, ya hace diez años, reconocida por Koch como completamente antinatural para la Iglesia. Esa condición de paralelismo, inquietaba, creaba malestar, sobre todo porque las dos formas del mismo rito no constituían un paralelismo de larga data y de amplia experiencia, sino que eran el resultado de una Reforma litúrgica muy reciente, de hacía apenas cincuenta años, en la cual la nueva forma del rito ha querido intencionalmente sustituir a la anterior.
----------Sin embargo, es sorprendente que el proyecto de llegar a un "nuevo rito común" (estas habían sido las palabras del cardenal Koch, hace una década), que superara el dualismo, debiera surgir de esta fase (larga y fatigosa) de gran e innegable desorientación, que incluso el cardenal Koch reconocía pero que él prefería describir en modo idealizado como "mutuo enriquecimiento". De modo que, por lo tanto, allí también existía una especie de contradicción: el dualismo de formas rituales creaba embarazo o vergüenza, pero de este embarazo o vergüenza progresivos debería surgir, según Koch, ese esclarecimiento que permitiría, no se sabía cuándo, una nueva unidad. Extraño ecumenismo intra-eclesial, que, para esclarecer sus ideas, parecía querer confundirlas por completo, sustrayendo a la pastoral aquellas evidencias y pautas seguras, que todavía, y hoy más que nunca, el gran Concilio de nuestro tiempo no deja de sugerir.
   
La reforma litúrgica como inicio o como fin
   
----------Finalmente, conviene decir una palabra sobre la Reforma litúrgica como inicio o como fin. Me parece tener que concordar totalmente con aquellos que sustentan que la Reforma litúrgica, según ha sido planteada por el Concilio Vaticano II, no es un fin, sino un inicio. También se puede decir con otros términos: la reforma litúrgica es necesaria (no opcional o facultativa) pero no es suficiente, sino que debe cumplirse en una formación o iniciación en la que las nuevas formas del rito deben operar sobre el cuerpo de la Iglesia. Reforma litúrgica ya no es tanto la reforma que la Iglesia hace de sus propios ritos, sino la reforma que los ritos saben hacer de la Iglesia. Para esto, sin embargo, no es necesario un "nuevo movimiento litúrgico", como dijo alguien.
----------Es necesario continuar el Movimiento Litúrgico que durante muchas décadas ha preparado el Concilio y la Reforma litúrgica, que luego se ha expresado en la preparación de los textos de la Reforma Litúrgica con todas las competencias y capacidades necesarias, y que finalmente hoy, con una tarea aún más compleja y preciosa, debe devolver o pasar o restituir la palabra y la acción a los ritos mismos. También en esto encuentro que debe haber una hermosa continuidad, entre aquellos que han preparado y aquellos que hoy actúan o implementan la Reforma. No es cierto que exista en esto una ruptura necesaria. No es cierto que muchos de los que han hecho la Reforma, décadas después, o incluso hoy, se hayan encontrado o se encuentren arrepentidos de la reforma. Yo no conozco ni uno solo ¿Quiénes son? ¿Dónde están?
----------No es cierto que en la actualidad se deba volver a empezar desde el inicio la Reforma litúrgica. Es cierto, en cambio, que la Reforma tiene necesidad de una tercera fase del único Movimiento Litúrgico, que en su desarrollo orgánico desde hace casi un siglo (digamos desde 1944), no sin dificultad, ayer como hoy, busca mantener en comunicación el pasado con un presente abierto al futuro de Dios.
----------En todo esto sigo convencido de que es necesario honrar la memoria de lo sucedido en la Iglesia católica en los últimos sesenta años, con sus aciertos y sus errores, con sus virtudes y sus vicios, con sus claros y sus oscuros, rescatando los primeros y convirtiéndonos de los segundos. Pero sólo podemos honrar la memoria de lo sucedido en estos últimos sesenta años, en ese Espíritu que, gracias al Concilio Vaticano II, "hemos visto pasar claramente entre nosotros (y quienes ahora lo niegan, y los hay, desgraciadamente saben bien lo que hacen: su discurso lo traiciona)", como supo decir hace diez años el padre Pierangelo Sequeri.
    
Cuestión litúrgica y soluciones ilusorias
   
----------Si tuviera la obligación de titular de modo periodístico el tema que estamos desarrollando, y hacer estricta referencia a los dos documentos pontificios de los que aquí venimos tratando, uno de Benedicto XVI (la carta apostólica Summorum pontificum, de 2007), y otro de la ya desaparecida Pontificia Comisión Ecclesia Dei (la instrucción Universae Ecclesiae, de 2011), podría titular algo así como: el modo de interpretar a una "Ecclesia" verdaderamente "Universa" y a "Pontífices" verdaderamente "Summi" (aclarando que estas últimas palabras son enteramente respetuosas de los Sumos Pontífices, en cuanto mis palabras saben distinguir cuando los Papas actúan en los parámetros de su oficio magisterial infalible, y cuando por el contrario no lo hacen, sino que actúan guiados sólo por criterios de prudencia, aunque sea sobrenatural).
----------Advierto ante todo, que si bien mi intención es la de que juntos, en diálogo el lector y yo, podamos comprender de manera más objetiva y profunda los motivos de la actual disciplina litúrgica posterior al motu proprio Traditionis custodes, el contexto en el que considero necesario ubicarnos es el de un repaso histórico a lo vivido en esos catorce años que mediaron entre 2007 y 2021, desde la emisión del motu proprio Summorum pontificum, hasta la decisión del papa Francisco por abrogarlo. Por eso, me mantengo todavía en el contexto de las repercusiones que en el 2011 tuvo la publicación de la instrucción Universae Ecclesiae, en aquel momento de la Iglesia. Y al respecto, podríamos seguir indagando acerca de cuáles fueron las verdaderas intenciones de los miembros de la Comisión Ecclessia Dei firmantes de aquella disposición.
----------Como ya he explicado anteriormente, el documento Universae Ecclesiae ampliaba el ámbito operativo del motu proprio Summorum pontificum, es decir, ampliaba la extensión personal y territorial de una pretensión de paralelismo ritual que instauraba una coexistencia o co-vigencia entre lo que hasta el 2021 se denominó "forma ordinaria" y "forma extraordinaria" del rito romano, que (ya a primera vista) se mostraba incoherente, ineficaz y gravemente peligrosa para la comunión eclesial, peligro que finalmente demostró ser real, y fue advertido por el papa Francisco desde el inicio de su pontificado, y lo llevó a su decisión de julio de 2021.
----------En otros términos, con la pretensión de permitir una doble vigencia de formas distintas y no armónicas del rito romano, que no son compatibles en un mismo espacio-tiempo, se va determinando progresivamente un conflicto imposible de dominar entre tiempos, espacios, hábitos, ritos, calendarios, ministerios, códigos, competencias diferentes. La extensión que producía Universae Ecclesiae se refería tanto a habilitaciones subjetivas para celebrar el rito, o sea a los criterios con los que los sujetos podían reclamar derechos en la materia, como a finalidades objetivas del rito, que se definían más explícitamente como "pastorales".
----------En realidad, ese documento del 2011, a pesar de sus supuestas buenas intenciones, que no las niego, corría el riesgo de hacer imposible implementar cualquier tipo de pastoral litúrgica, ya que tenía un efecto peligrosamente desorientador sobre todas las clases de fieles: ante todo sobre los obispos, que perdían el control de sus diócesis en materia litúrgica, luego sobre los sacerdotes y finalmente también sobre los laicos, por el hecho de que despojaba a la Reforma litúrgica de su carácter de necesidad.
   
Dos formas diferentes del mismo rito romano
   
----------Conviene subrayar que aquellas categorías teológico-jurídicas ideadas por Benedicto XVI, de "forma ordinaria" y "forma extraordinaria", hacían referencia a dos formas diferentes del mismo rito romano. Si decimos "diferentes", es conveniente que tengamos bien en claro la razón de su diferencia, que se supone debe ser el motivo por el cual el Concilio Vaticano II junto con los Papas del Concilio y los Papas del post-concilio han creído necesario que la forma nueva sustituyera a la antigua. Vale decir, ¿qué distingue en términos teológico-litúrgicos generales, el rito tridentino y el rito posterior al Vaticano II? O bien, adelantando los elementos de la respuesta: ¿qué misterio y qué Iglesia se enfatizan en cada uno de ellos?
----------Se trata de dos formas del mismo rito, de las cuales la más reciente (post-Vaticano II) es más antigua que la tridentina. Es muy útil leer un libro del padre Francois Cassingena-Trevedy [n.1959], titulado Te igitur, con el cual se comprende bien cómo el rito tridentino es un rito "típicamente moderno", que hoy releemos de modo individualista, subjetivista y burgués. El pasaje de esta primera forma moderna del rito romano a la segunda forma, post-conciliar, comunitaria, relacional, simbólico-ritual, se ha producido a través de un Concilio y de una larga fase de reforma, que ha sido causada por los límites, por las lagunas, por la unilateralidad del rito tridentino, de lo cual la Iglesia fue tomando conciencia progresivamente, poco a poco, a partir del siglo XIX.
----------El pasaje que la Reforma quiere promover se refiere al sujeto que celebra (desde el solo sacerdote a la relación asamblea/ministros), al rito (que ya no es sólo para ser observado por parte de un individuo, sino para ser celebrado por parte de una comunidad), a la relación con Dios (que de monológica deviene dialógica), a la palabra de Dios (que ahora tiene espacio, visibilidad sacramental y riqueza mucho más significativa), al papel de la comunión (que ahora es realizada por todos como una acción ritual de la misa y no ya como devoción privada). Todos estos pasajes representan las diferentes etapas de un mismo rito romano. Cabe señalar que las dos formas están en continuidad (y garantizan continuidad) en su sucesión diacrónica.
----------Pero el hecho es que si, mediante una ficción jurídica estas diferentes formas del rito romano se vuelven contemporáneas y objeto de elección opcional o facultativa, entonces se crea una situación híbrida y anómala, desprovista de certeza y de orientación, que pronto se revela un embrollo o mescolanza o pasticho, con lo cual se introduce ya no una grave discontinuidad en la tradición del rito romano, sino una ruptura. La continuidad está garantizada por la sucesión de diferentes formas del mismo rito, mientras que el hecho de hacer accesibles contemporáneamente a diferentes formas de este desarrollo histórico del mismo rito significa introducir una ruptura inédita y una discontinuidad estructural en la tradición eclesial.
----------Me parece que la afirmación que sobre este plano resultaba hace diez años más paradójica y más grave, en los documentos pontificios de los cuales estamos aquí hablando, sea la de la absoluta libertad reconocida al individual sacerdote, o al individual obispo, en su celebración "sin pueblo", para poder elegir sin ningún obstáculo la forma ordinaria o extraordinaria, sin tener que rendirle cuentas a nadie. La Reforma litúrgica quedaba así convertida en un mero optional incluso de la misma identidad ministerial. Indudablemente este era también un "monstruum" inédito, es decir, sin precedentes con respecto a la tradición litúrgica de la Iglesia.
----------Si también nos preguntamos (como ya he adelantado) acerca del "Misterio" y de la "Iglesia" que se enfatizan en cada una de las que Benedicto XVI había llamado "forma ordinaria" y "forma extraordinaria" del rito romano, me parece que es innegable cómo una forma ritual describe y propone, al mismo tiempo, un modelo de objeto (el misterio de Cristo) y de sujeto (el misterio de la Iglesia). El Misterio y la Iglesia toman forma y figura en el rito celebrado. Ahora bien, es evidente cómo el rito tridentino confía gran parte de la mediación exclusivamente al ministro ordenado, con una deriva peligrosamente clerical de la identidad, de los estilos retóricos, de las formas del ejercicio de la autoridad. En la forma tridentina es el sacerdote el que tiene que ver con el Misterio y con la Iglesia. Por otra parte, en la forma tridentina, es el sacerdote el competente y responsable del rito, no la asamblea, que se limita a asistir y, mientras tanto, a ejercitar su propia devoción sobre otros textos y con otros ritos. Los ritos y oraciones no son comunes a ministro y pueblo.
----------En cambio, en la forma post-conciliar del rito romano, se trata de mostrar mejor una presencia de Cristo mediada de muchos modos, articulando mejor los carismas, los ministerios, los sujetos, las funciones, los tiempos, los espacios, etc. Y lo hace pretendiendo y exigiendo que el rito se convierta en el "lenguaje común de toda la Iglesia". Por eso, como decía al principio, la forma del rito surgida de la Reforma litúrgica es más antigua que la del tridentino, porque trata de encaminarse hacia esa superación del individualismo (tanto clerical como laical) que de modo tan fuerte caracterizaba a esa versión moderna del rito romano que era el rito tridentino.

12 comentarios:

  1. "...la reforma litúrgica es necesaria (no opcional o facultativa) pero no es suficiente, sino que debe cumplirse en una formación o iniciación en la que las nuevas formas del rito deben operar sobre el cuerpo de la Iglesia..."

    Querido padre Filemón, encuentro tu afirmación decisiva. Inevitablemente, desde hace décadas, pero sobre todo a partir de los hechos que tú relatas, de hace una década, la cuestión de la reforma litúrgica se está convirtiendo en una cuestión eclesiológica que no puede encontrarnos indiferentes. Esto es lo que más me sigue atemorizando: las escisiones entre cristianos del mismo rito (el rito romano) que ya hace diez años se daban en las diversas Iglesias locales, ¡y por entonces pocos o nadie hablaba de ellas! Pero tal problema no ha desaparecido hoy, pues el daño producido en algunas Iglesias locales ha sido grande. Por tanto, todos debemos comprometernos con la formación litúrgica (a la manera de Guardini, por ejemplo) para participar en la edificación de la Iglesia Una.

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    1. Estimado Rubricarius,
      te agradezco tu consenso con mis opiniones, las cuales, sin dejar de pertenecer al ámbito de lo opinable, trato de fundamentar debidamente, con suficientes argumentos teológicos.
      Comparto plenamnte tus expresiones: no se trata solamente de una cuestión litúrgica, sino que tiene repercusiones eclesiológicas y morales.
      También estoy de acuerdo contigo en tu llamado a la formación litúrgica de los fieles. Buena parte de responsabilidad en las divisiones que las cuestiones litúrgicas han producido entre los fieles, ha sido la tremenda ignorancia litúrgica, sobre todo de los principios de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Estoy convencido que en la medida que los Obispos y sacerdotes asuman su responsabilidad en la tarea de difundir y explicar los principios de la Reforma del Vaticano II, la incomprensión y las divisiones, con la ayuda del Espíritu Santo, irán desapareciendo.

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  2. Estimado Filemón,
    comparto plenamente todos los conceptos de tu artículo, y espero con ansiedad la continuación.
    Déjame agregar un bocadillo.
    El post Concilio dejó en manos de la pastoral el problema educativo-formativo de la recepción de sus contenidos. Esta es una cuestión crucial para la comprensión y la implementación consciente, en el tiempo, de las innovaciones aportadas por el Concilio Vaticano II.
    Sin embargo, ha sido una tarea pastoral a la que considero que se le ha prestado poca atención, y más bien ha sido muy desatendida, y esta carencia ha tenido resultados no siempre reconfortantes, sobre todo en detrimento del Pueblo de Dios, formado las más de las veces más sobre la base de su propia buena voluntad que no por la solicitud y el cuidado pastoral real y sistemático de la Jerarquía, con el evidente riesgo de caer (como se ha caído) en un "hazlo-tú-mismo" (que no debe condenarse a priori sino evaluarse con discreción, repesto e inteligentemente).
    En otras palabras, hoy se escuchan a veces fáciles acusaciones a católicas que han pretendido interpretar la novedad del Concilio Vaticano II a su manera, a través de su "hazlo-tu-mismo". Pero ¿no se está olvidando con ello que muchos fieles, con buena voluntad y rectitud de intención, no han podido hacer otra cosa, dado el hecho de que la Jerarquía había abandonado su responsabilidad en esta tarea?
    Con el motu proprio Summorum pontificum del 2007, la dinámica en cuestión encontró exacerbación: si con la falta de recepción del Concilio Vaticano II, en muchos casos no se había promovido la conciencia inteligente de la "actuosa participatio" en liturgia, por ejemplo con conferencias, charlas, cursos de formación adecuados, luego de SP, en los métodos y estilos con los que la Curia Romana llegaba a volver a legitimar la Liturgia Tridentina, se volvía a proponer un clericalismo jerárquico de Ancien Régime, que no sólo desacreditaba la formación litúrgica querida por el Concilio, sino que excluía el compartir-participación-comunicación de todos los bautizados (clero y laicado) a nivel de la liturgia y a nivel eclesiológico, o sea, en la conciencia de la Iglesia de la que son miembros vivos, según una eclesiología de comunión.

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    1. Estimado Berengario,
      te agradezco tu consenso con mis conceptos.
      Por mi parte, comparto totalmente cuanto dices.
      Ciertamente, la tarea de explicar e implementar el Concilio Vaticano II, en gran medida, aún está por cumplirse. Y es urgente hacerlo, pues el Concilio es el único remedio a los problemas de la Iglesia de nuestro tiempo. También a los actuales problemas de la vida cultual de la Iglesia.

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  3. ¿De qué se disfrazaron los de la foto?

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    1. Están en Halloween y juegan a trick or treat.

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    2. Estimados Anónimos,
      dejando de lado las chanzas, que no todos las entienden, ni siempre, creo que, efectivamente, no hay nada más parecido a gente disfrazada, que quienes no se dan cuenta de su ridícula extra-vagancia.

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    3. Exacto. Extravagantes disfrazados.

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    4. Si quieren ver disfraces, les puedo proporcionar fotos de la Misa nueva con cardenales, obispos, párrocos, etc. con ropajes inimaginables.

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    5. Efectivamente, eso de los disfraces en la forma nueva de la Misa son abusos en la liturgia. Aún así, los que usan esos disfraces, saben que son disfraces, mientras que los de la foto no son conscientes de ello, y usan disfraces pensando que están vestidos correctamente. Viven en la estratosfera, no en la realidad.

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  4. Este blog sí que es curioso, más curioso que los disfraces de la foto.
    Sostuvo sin problema alguno la coexistencia de dos Papas legítimos y se rasga las vestiduras por la coexistencia de dos ritos.

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    1. Estimado anónimo, lo curioso es que usted no advierta las fronteras que existen entre el serio argumentar y el ámbito de lo ridículo.
      Su comentario se refiere a dos cuestiones distintas, una dogmática, otra pastoral. La primera es autoritativa, la segunda opinable.
      La primera cuestión, la coexistencia de varios Papas, uno en el cargo y otro/s no, ha sido explicada por el papa Benedicto XVI cuando aún gozaba del carisma petrino, enseñanza que implica un progreso en la explicitación del dogma de la institución petrina. Desde 2013 ya los teólogos se han venido expresando al respecto (y en este blog también hemos servido a la difusión de los argumentos más razonables que pueden hacernos comprender la nueva doctrina).
      La segunda cuestión, la coexistencia de dos formas del mismo Rito Romano (no como dice erróneamente usted "coexistencia de dos ritos", lo cual existe en la Iglesia) es una cuestión de pastoral litúrgica, por ende, de libre discusión. Claro que la libre discusión teológica implica argumentos, razonamientos, darse a entender, explicar con la razón filosófica, etc. Entiendo que esto no es para todos. Por eso comprendo su caso.

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