sábado, 8 de abril de 2023

La teología acerca del sacrificio de Jesús (8/11)

Tras haber examinado diversas tesis que circulan en la actualidad con variados errores y malentendidos acerca del significado y el valor del sacrificio de Jesús, finalmente consideremos de un modo más sistemático y ordenado la noción de sacrificio expiatorio, un concepto que se encuentra en el corazón del cristianismo. Con ello podremos advertir claramente el enfoque sustancialmente anti-cristiano que Rahner le ha dado a la muerte de Cristo y a la muerte en general. [En la imagen: fragmento de "El descendimiento de la cruz", óleo sobre tabla, h.1436, obra de Rogier van der Weyden, conservada y expuesta en el Museo del Prado, Madrid, España].

El sacrificio expiatorio, una noción que está en el corazón del cristianismo
   
----------En la Sagrada Escritura encontramos un concepto de sacrificio cultual que se asemeja mucho al de la antigua religión romana y que se encuentra también de algún modo en todas las religiones, porque caracteriza y funda la religión en cuanto tal, y el motivo es que, al fin de cuentas, sin sacrificio expiatorio no existe religión. Por lo tanto, se trata de un importante tema del actual diálogo interreligioso.
----------En entrambos casos, de hecho, tanto del cristianismo como de las otras religiones y sobre todo de la antigua religión romana, el sacrificio es la ofrenda a Dios de una víctima o el cumplimiento de una acción reparadora a fin de "expiar" el pecado, o sea de compensar a Dios por la ofensa que se le ha causado, para aplacar la ira divina y obtener su perdón, y con ello la reconciliación y la paz.
----------De hecho, el término latino ex-piatio, correspondiente al hebreo kippur, es conexo con el término latino pius, pietas, que es la virtud de religión, virtud por la cual se rinde culto y honor a Dios y se cumple lo que es justo delante de él para obtener su favor y su perdón.
----------La expiación ya en la religión romana es un acto con el cual el transgresor, especialmente el sacerdote, que padece la pena del pecado, se purifica y purifica a los fieles de las culpas cometidas, ofreciendo a la divinidad un don o una víctima a ella agradable (el sacrificio) a fin de aplacar a la divinidad, por lo cual ella ya no imputa sino que cancela las culpas cometidas. Se da la reconciliación del hombre con Dios.
----------Esta operación sagrada se llama sacri-ficium, el hacer algo sagrado, llamado así porque se ofrece a la divinidad. De hecho, el sacrum es lo que se refiere a la divinidad, se trate de una acción, de una palabra, de un objeto, de una persona, de un lugar, de un tiempo, de un edificio.
----------El sacramentum es el signo sensible de lo sacrado, que consagra o hace sacro o transmite lo sacro o expresa lo sacro o conduce a lo sacro o protege lo sacro. El cristianismo utilizará luego este término para designar con él precisamente a los siete sacramentos. El sacramento cristiano produce lo sagrado, es decir, la gracia que él significa en el signo sagrado.
----------Ya en la religión romana, el hombre piadoso aceptaba voluntaria y gustosamente el sufrimiento, la desgracia y la misma muerte en expiación de sus propias culpas. Esta acción pía es al mismo tiempo una acción sacra, es un sacrificium. Y la virtud que corresponde a esta acción es la pietas, la virtud de religión. Cristo supone o asume esta noción natural del sacrificio expiatorio, y la eleva al orden sobrenatural mediante el sacrificio de Sí mismo para la remisión de los pecados, obra divina que sólo Dios puede cumplir.
----------En el antiguo Israel, el sacrificio puede implicar tanto el matar como el no matar a la víctima. El matar significa que el posesor de la víctima se priva de ella, para donarla a Dios. Pero también está presente el sacrificio incruento de dones u ofrendas o prácticas rituales, porque nos damos cuenta también del hecho de que es incongruente ofrecer a Dios la vida de sus propias criaturas asesinadas.
----------Nuestro Señor Jesucristo concibe el sacrificio cultual como ofrenda no sólo de la víctima muerta, sino también de la misma muerte expiatoria del sacerdote, en cuanto que, como sabemos, en el sacrificio cristiano la víctima es el mismo sacerdote, que se ofrece como víctima. Sin embargo, no es el sacerdote quien mata a la víctima, porque de lo contrario debería matarse a sí mismo, lo que evidentemente es inconcebible. Sino que la víctima es muerta por otros no para sacrificarla, sino por odio contra la víctima misma, en cuyo caso Cristo acepta la muerte no en cuanto delito inconmensurable cometido contra él, sino en cuanto exigida por el sacrificio querido por el Padre. Por otra parte, hay que considerar que sólo en el cristianismo la víctima, aunque muerta, resucita, por lo cual se ofrece una víctima viva.
----------Al respecto, permítaseme un pequeño paréntesis para aclaración. El sacrificio podría tener a primera vista la apariencia del suicidio. Por ejemplo, se dice a veces de Cristo: ¿por qué se ha expuesto a ser apresado? ¿Acaso no podía sustraerse a sus enemigos? ¿No podía huir a un país lejano? Es evidente que materialmente no se ha suicidado, como han hecho un Sócrates o un Catón o un Jan Palach o ciertos monjes budistas o los kamikazes japoneses, sino que a Cristo lo mataron. Y, sin embargo, ¿no es moralmente lo mismo que matarse a sí mismo, dejar que otros lo maten, cuando podría haberse salvado huyendo? Ahora bien, es necesario tener presente que el suicidio es otra cosa, aún cuando el fin sea noble como en el caso de los personajes antes mencionados. Una cosa es no defenderse, y otra cosa es suicidarse. En el primer caso, el que mata es el asesino. Pero en el segundo caso el asesino es el mismo que se mata. Ahora bien, para que un acto humano esté en armonía con un fin justo (por ejemplo, la libertad de la patria), el acto también debe ser justo. No se puede pecar en nombre o en defensa de la patria o de la libertad. El pecado por este motivo, al menos, hace dudosa la intención del suicida o empaña la pureza del ideal por el que se mata.
----------En la Sagrada Escritura, la obra benéfica de Cristo a nuestro favor también se indica mediante otras categorías, además de la del sacrificio expiatorio:
----------1. En primer lugar, la categoría del rescate o pago al Padre en lugar nuestro de la deuda, contraída con el Padre a causa del pecado, ya que nosotros no podemos recompensar al Padre por el hurto sufrido, en cuanto nosotros, con nuestra desobediencia, hemos permitido a Satanás posesionarse de nosotros, que en cambio somos propiedad del Padre.
----------2. La categoría de re-compra (red-emptio), que implica evidentemente dos adquisiciones: la primera es el hecho de que Cristo nos ha adquirido para el Padre con la creación; la segunda adquisición es la redención, con la cual Cristo nos ha adquirido por segunda vez arrancándonos del poder de Satanás y ofreciendo su propia sangre al Padre como precio de nuestro rescate, para resarcirlo del hurto sufrido.
----------3. En tercer lugar, la categoría de la liberación. Cristo es el liberador que nos libera de la esclavitud de Satanás y nos restituye a nuestro legítimo Señor, que es el Padre.
----------4. La categoría de la purificación. Sobre el presupuesto de comparar el pecado a una inmundicia, Cristo nos quita la mancha del pecado, nos lava y nos purifica con su sangre.
----------5. Finalmente, la categoría de la salvación. Cristo es comparado a un médico y nosotros a enfermos graves, si no propiamente muertos, por lo menos muertos a la gracia. Cristo, por tanto, nos sana y nos resucita de la muerte del pecado. Su muerte quita nuestra muerte. Es aquí donde, si no comprendemos de manera correcta este principio aparentemente paradójico, juega el grave equívoco hegeliano de lo negativo como productor de lo positivo, de la muerte como productora de la vida.
----------Ahora bien, en este artículo nos detenemos únicamente en el aspecto de la expiación, que es el esquema más típicamente religioso, respecto a los otros, tomados de otros géneros de actividades humanas, como la economía, el ejercicio de la libertad, la higiene y el cuidado de la salud.
   
El significado cristiano de la muerte
   
----------Hemos dicho líneas arriba, que el sacrificio expiatorio implica el matar a la víctima. Pues bien, en el sacrificio cristiano la víctima es el mismo sacerdote oferente: nuestro Señor Jesucristo. Para comprender entonces el significado del sacrificio de Cristo, es necesario exponer el significado religioso de la muerte de Cristo. Él, de hecho, no ha sido muerto por sus asesinos como víctima de expiación, sino en odio a su testimonio como Hijo de Dios y como sedicioso contra el dominio romano.
----------Ahora bien, ¿cómo sabemos, entonces, que Jesús mismo, al aceptar la cruz, se ha ofrecido como víctima de expiación? Nos lo dice san Juan (1 Jn 2,2). Se nos dice que Cristo ha muerto en obediencia a la voluntad del Padre, el cual, como explica la Carta a los Hebreos, citando algunos versículos del Salmo 40, ha "preparado un cuerpo" (Heb 10,5) para el Hijo. Y la Carta explica: "Es por esa voluntad que nosotros hemos sido santificados, por medio de la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez y para siempre" (Heb 10,10). Y el mismo Jesús explica el significado de su muerte: "El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,28).
----------Es necesario entonces ver cuál es el significado de la muerte para la Sagrada Escritura. La Biblia nos dice ante todo que la muerte es la pena del pecado. Dios, si hubiera querido, no sólo habría podido no exigir expiación de la culpa del pecado original, sino también quitarnos la pena y por tanto devolvernos inmediatamente la inmortalidad que habíamos perdido. Él ciertamente nos perdona, pero conjuntamente y como condición -nos dice la Biblia- quiere que se le restituya justicia, quiere ser compensado por la ofensa sufrida, quiere que la culpa sea expiada, dando a la pena, o sea a la muerte, una función expiatoria.
----------No se debe confundir lo que de hecho Dios ha querido con lo que podría haber querido. Aquellos que sostienen que Dios nos ha perdonado incondicionalmente, sin exigir expiación, están confundiendo con la voluntad de Dios lo que Dios hubiera podido querer, pero de hecho no ha querido.
----------Sin embargo el Padre, sabiendo bien que nosotros, por nuestra miseria, no éramos capaces de expiar suficientemente, es decir, de pagar la inmensa deuda del pecado, de reparar por nosotros solos el daño que nos habíamos procurado, ha tenido misericordia, pero al mismo tiempo ha requerido justicia. Él ha querido entonces que el Hijo, Él solo en cuanto Dios capaz de volver a darnos la vida, tomando sobre sí como hombre la pena del pecado, es decir, la muerte, hiciera expiatoria a la pena y desde allí, es decir, desde la muerte, de donde había venido la perdición, viniera ahora la salvación.
----------De este modo, se da que la realidad del plan divino de la salvación es que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, para obtenernos la remisión de los pecados, sumo sacerdote de la Nueva Alianza en su sangre, se ofrece a sí mismo en la cruz al Padre por voluntad del Padre como inmaculada víctima de expiación y satisface por nosotros y en nuestro lugar al Padre por la ofensa por nosotros a Él causada por el pecado, obteniéndonos así el perdón y la salvación.
----------Jesucristo con su obra redentora y expiatoria mediante su muerte vence a la muerte y nos da vida. La negación de la vida, hecha propia por el Dios de la vida, pierde su negatividad, adquiere un poder vivificante y se convierte en causa de vida. El sufrimiento, la pena del pecado, de por sí estéril e improductivo, se convierte, gracias a la cruz expiatoria de Cristo, en fuente de alegría y de obras buenas.
----------En la visión bíblica, el sacrificio expiatorio de Cristo da satisfacción al Padre por la ofensa del pecado, obtiene la benevolencia del Padre, y nos merece la salvación procurándonos la posibilidad de merecerla al participar en su gracia y en sus méritos, porque habiéndose Cristo ofrecido por nuestra salvación en obediencia a la voluntad del Padre, el mérito que Él como hombre se ha adquirido ante el Padre tiene un valor infinito y enteramente digno (Cristo ha merecido "de condigno").
----------Sin embargo, si nosotros realmente queremos salvarnos, no debemos detenernos en la consideración de que Cristo ha muerto por nuestra salvación. No debemos detenernos y decir que Cristo nos ha salvado, que estamos salvados y que por lo tanto no se necesitan obras buenas para ser salvos. No se trata simplemente de subirse al auto de Cristo para hacernos transportar por Él en un cómodo viaje maquinal. Para nada, en absoluto. Tenemos nuestra parte que hacer, y muy fatigosa, sin la cual no podemos ser salvos. De hecho, la salvación es objeto de la esperanza; no es una posesión presente. Si queremos efectivamente salvarnos debemos trabajar por nuestra salvación con la ayuda de la gracia y movidos por la gracia.
----------Por consiguiente, si no hacemos nuestra la cruz de Cristo, el hecho de que Él murió por nosotros no nos juega para nada, sino que nos deja en nuestros pecados. Sí, ciertamente, nosotros estamos salvados, pero al mismo tiempo debemos salvarnos. Por tanto, si queremos efectivamente salvarnos, nosotros debemos, como Él expresamente nos manda, unirnos a su sacrificio sobre todo en la Santa Misa y uniendo nuestros sufrimientos a los suyos, hasta nuestra propia muerte.
----------Este es el significado y el valor de la muerte cristiana, de modo que para salvarnos no basta el puro y simple morir, como cree Rahner, como si la muerte fuera de por sí productora de vida, como si tuviera en sí misma un poder salvífico, para ser una especie de "cumplimiento" o de liberación. Esta es la ilusión del suicida, no de la persona psíquicamente normal y mucho menos del cristiano.
----------En cambio, debemos decir claramente contra cualquier morbosidad tanatófila que la muerte en sí misma es un mal repugnante, es pura destrucción y cesación de la vida. Si el cristiano aprecia la muerte como camino de salvación, no la aprecia en cuanto muerte; en cuanto muerte le da repugnancia, sino que la aprecia sólo porque ha sido asumida por Cristo para nuestra salvación.
----------Por tanto, si la muerte debe devenir el camino a la vida, es necesario que la muerte sea vivida no regocijándose en la misma muerte ni alabando a la muerte, sino que nosotros debemos, advirtiéndola con natural repugnancia en toda su terribilidad y su odiosidad, resignarnos a ella y soportarla, pero al mismo tiempo acogiéndola como "hermana muerte", por amor y con amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos con espíritu de sobrenatural obediencia al Padre, en unión al Dios de la Vida, porque es la vida que quita la muerte. La muerte como tal sólo puede seguir siendo muerte; es la Vida la que la elimina y hace resurgir la vida.
----------Quien nos hace enamorarnos de la muerte como tal, considerándola productiva prescindiendo de la cruz expiatoria de Cristo no es Dios sino el demonio. ¿Cómo ha ocurrido venirle a la mente a Hegel considerar lo negativo como principio de lo positivo, la muerte como causa de la vida, el no-ser como principio del ser, lo falso como principio de la verdad, el mal como principio del bien?
----------Ciertamente, no pudo haber sido otro que un espíritu de negación, el espíritu del "no", el "espíritu de contradicción" (como suelen decir algunas mamás de sus hijos), el espíritu de la desobediencia y de la soberbia, tal como hemos oído hablar a nuestros progenitores en el Edén. ¿Y cuál es este espíritu? Es el demonio, homicida y mentiroso desde el inicio. Desafortunadamente, este es el "Espíritu" en la visión de Hegel. Si Hegel identifica el Espíritu con Dios, en realidad él confunde a Dios con el demonio. Un espíritu que, como auspician los italianos Chiara Giaccardi y Mauro Bagatti, exige no el tercero excluido, sino el tercero incluido: una mediación entre el sí y el no, y por tanto al servicio a dos señores (véase el libro La scommessa cattolica, Il Mulino, Bologna 2019, un libro descaminado, que ya hemos comentado en otros artículos de este blog). Surge la apología de la ambigüedad, de la doblez, del oportunismo y de la hipocresía. Es el "catolicismo" de los astutos, de los ambiciosos, de los deshonestos, de los impostores, de los especuladores.
----------Está claro que la vida niega la muerte. Pero el gravísimo error de Hegel ha sido el creer que la muerte da la vida, al punto de negar la posibilidad de una vida que no muere, incluso en Dios. De modo que el duelo entre la vida y la muerte nunca tiene final y la vida nunca vence definitivamente. Pero así tenemos un círculo maldito, el "eterno retorno de lo igual", para decirlo con Nietzsche (la "dialéctica"), se repite sin cesar.
----------¿Pero, cómo Hegel ha podido cometer semejante error? Porque demasiado fascinado por el poder del pensamiento, ha confundido la lógica con la realidad, de modo que, si es cierto que en lógica los contrarios (por ejemplo, vida y muerte) se reclaman entre sí, ¡no así en la realidad! Sino que en la realidad existe una Vida absoluta e inmortal, libre de la muerte, que es Dios. En cambio, Hegel, lamentablemente, concibiendo el ser como ser-no-ser, pone los contrarios (vida y muerte) ¡incluso en Dios! ¿Quién podría haberle sugerido una semejante blasfemia, sino el demonio, que quiere ser adorado como Señor de la muerte?
----------Por lo tanto, si queremos hablar cristianamente de la muerte, no podemos en absoluto prescindir de la obra del diablo. El hecho de que Rahner pretenda hablar de la muerte cristiana sin mencionar jamás ni mínimamente la obra del demonio, desvirtúa en raíz todas sus disquisiciones gnóstico-hegelianas.
----------Siendo así las cosas, debemos decir entonces que nosotros, participando de los méritos de condigno, es decir, dignísimos y proporcionadísimos, de nuestro Señor Jesucristo, llegamos realmente a merecer, por dignación del Padre, nuestra salvación, aunque sólo de congruo, es decir, porque el Padre se contenta con lo poco o con lo poquísimo que podemos hacer nosotros, que de por sí sería del todo insuficiente para el pago de la deuda, si no estuviera avalado por el mérito de Cristo, mérito que añade lo que falta a nuestras pobres obras. Sin embargo, el Padre, mirando al Hijo crucificado, toma nuestras obras por buenas y las acepta, para que gracias a ellas resucitemos en el bautismo de la muerte a la vida, nos procuremos y merezcamos nuestra salvación y nuestra liberación del pecado, del demonio y de la muerte.
----------Habiendo llegado a este punto, como veremos luego mejor, aparece claro el enfoque sustancial hegeliano y anticristiano que Rahner ha dado a la concepción de la muerte de Cristo y de la muerte en general. Está claro entonces que la negación rahneriana del valor expiatorio del sacrificio de Cristo trae consigo el colapso del valor expiatorio de la Santa Misa y de nuestros sacrificios en Cristo.
----------Por otra parte, según la auténtica enseñanza cristiana, nosotros, para poder pagar nuestros pecados y de ese modo salvarnos, estamos llamados a llevar nuestra cruz cotidiana con nuestro Señor Jesucristo, y estamos llamados a morir con Él haciendo nuestros sus sentimientos y sus intenciones, es decir, dando a nuestra muerte ese valor expiatorio que Él ha querido dar a la suya a nuestro favor.
----------De este modo, el sublime sacrificio de la Santa Misa es precisamente el acto con el cual, in persona Christi, el sacerdote actualiza incruentamente el sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo, para que nosotros, Pueblo de Dios, juntamente con el sacerdote, nos ofrezcamos a nosotros mismos en Cristo al Padre en expiación por nuestros pecados, aplaquemos la ira divina, alejemos el merecido justo castigo, con nuestra muerte en Cristo venzamos a la muerte, y obtengamos del Padre el perdón y la paz.

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