miércoles, 19 de abril de 2023

Las ficciones litúrgicas de hace una década (4/4)

Si tuviera que decir de modo breve lo más importante, que es también lo más sencillo: es precisamente la experiencia y la concreta vida litúrgica de la Iglesia la que en estos años nos ha permitido redescubrir (y deberá seguir redescubriendo) las razones de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II en la "participación activa", manteniéndose así alejada de cualquier forma ritual que pretenda la presencia de los fieles católicos sólo como mudos espectadores, meros "asistentes" a Misa, convocados a un museo o a la "función" del "Jurassic Park" litúrgico. [En la imagen: procesión de entrada a una Misa Pontifical celebrada según la forma tridentina del rito romano en la Basílica de San Pedro por monseñor Guido Pozzo, el 16 de septiembre de 2017].

El altar del sacrificio y la mesa de la cena
   
----------Hace ya más o menos una década, no faltaron algunos comentaristas de la instrucción Universae Ecclesiae, que sugirieron que, detrás del documento, se cuestionaban las diferencias litúrgicas entre el "altar del sacrificio" y la "mesa de la cena". Realmente sorprende, y parece mentira que todavía existieran (y de hecho existan) quienes se plantearan esta cuestión como si se tratara de una tensión aún no resuelta.
----------Tal tensión ya ha sido resuelta por la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. La mesa es altar. Pero esto conlleva un efecto muy importante en términos de espacio litúrgico. La Reforma, como es sabido, implica una adecuación de las iglesias. Con los documentos que aparecían diez años atrás, surgidos de los escritorios de los ideólogos de la Comisión Ecclesia Dei, que introducían un ficticio paralelismo entre formas rituales no coherentes, se creaba de inmediato una especie de impedimento para la adecuación de las Iglesias por parte del antiguo uso. En el nuevo rito pueden coexistir mesa y altar, no así en el antiguo.
----------Por eso, la aparente tolerancia de Summorum pontificum y de Universae Ecclesiae introducían antes de 2021 un factor de intolerancia que podía lacerar a cada comunidad eclesial, algo que no se llegaba a impedir con el simple cumplimiento formal del nuevo rito. Por otra parte, como ya he dicho, eran aquellos propios documentos del 2007 y 2011 los que procedían con la misma lógica: iban de la mano en ellos el formal obsequio a la Reforma y la progresiva supresión de las razones de la necesidad de la Reforma.
----------Todas estas incoherencias que se alentaban en la instrucción Universae Ecclesiae, tenían como trasfondo en ella el asegurar a los fieles interesados ​​la "facultad" de retomar la Misa tridentina, facultad que debía ser concedida "generosamente" por los Obispos, que perdían su potestad litúrgica y pastoral.
----------En sí misma, la generosidad es siempre algo bueno. Pero la generosidad que alentaba esta clase de documentos sufría una limitación estructural por el hecho de que los destinatarios parecían muy cercanos, muy próximos, por no decir muy idénticos, a los sujetos que promovían los propios actos. Es cierto que la generosidad hacia uno mismo no es sólo un límite, sino que cuando es tan insistente, tan reiterada, tan propuesta con argumentos tan débiles y tan personales y subjetivos y sentimentales, tal como sucedía en aquella época, daba la impresión de que lo que entonces estuviera en juego ante todo fuera una relación consigo mismo, no con los demás. La generosidad hacia expresiones muy diferentes de los apegos y de las fijaciones rituales de un cierto estilo de vida curial y clerical tendría ciertamente una fuerza profética mucho mayor y superior. Pero esto quizás era pedir demasiado a ciertos funcionarios de la Curia romana hace una década atrás.
    
El sentido y el significado de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II
   
----------Para ir finalizando esta serie de notas, creo que es interesante recordar cuáles han sido y siguen siendo el sentido y el significado de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, analizándola a partir de los esfuerzos del papa san Paulo VI en su primera implementación y también a partir de los actos de Benedicto XVI hace una década, hasta llegar actualmente a los actos disciplinares del actual pontífice.
----------Explicar lo relacionado a este tema implica una consideración necesariamente y ante todo bastante amplia, y debe restablecer en primer lugar una correcta memoria de lo que ha sucedido en los últimos dos siglos, sustituyendo los hechos a la mitología ilusoria que los ha reemplazado.
----------En primer lugar, se hace necesario recordar que la condición de la liturgia antes del Concilio Vaticano II estaba indudablemente en una grave crisis. Tal crisis ya había sido reconocida en las primeras décadas del siglo XIX por hombres como Antonio Rosmini en Italia o Prosper Gueranger en Francia. Aproximadamente un siglo después, es decir, a principios del siglo XX, nació el llamado Movimiento Litúrgico oficial con el papa san Pío X, Beauduin, Festugiere, Guardini, Casel, etc.
----------Es cierto que todos estos autores trabajaron y pensaron en el ambiente del rito tridentino, pero estaban preparando un profundo repensamiento o replanteamiento, que con el venerable papa Pío XII alcanzó su primer punto de inflexión y se comenzó a proyectar y planificar la reforma litúrgica, que se inició a finales de los años 1940s, vale decir, antes del Concilio Vaticano II. Primero se puso mano en la Vigilia Pascual, luego en la Semana Santa, y luego, más a fondo, en todos los ritos cristianos. Este período, que duró unos cuarenta años (digamos desde 1948 a 1988) llevó a cabo una gran reforma del rito romano, que en la nueva forma sustituyó a la vieja forma, a causa de las deficiencias, límites, lagunas y carencias de la segunda. La Reforma, sin embargo, no era el fin, sino el instrumento, para generar en el cuerpo eclesial una forma diferente de participación, corporal y simbólica, comunitaria y dialógica. Los ritos son el lenguaje común a toda la Iglesia.
----------Volver al uso del rito es el propósito que prevalece ahora sobre el temor al abuso. En este espacio, hecho posible por el nuevo modo de referirse a ello (ya no sólo "ritus servandus" sino "ritus celebrandus", ya no sólo individual, sino comunitario, ya no preocupado por el mínimo necesario, sino por el máximo gratuito) en este mare magnum se empezó sin embargo a perder la memoria de este camino de muchas generaciones, y hoy nos encontramos en el desierto de la lenta transformación y frente a las nuevas dificultades que piden asumir la participación de todos en la única acción como lógica del culto eclesial. Pero el caso fue que, en ambientes del todo minoritarios, con alguna vinculación más o menos peligrosa con el tradicionalismo cismático lefebvriano, fue ganando terreno hace dos décadas atrás la idea de que la crisis hubiera sido causada por la Reforma, y que volviendo a lo de antes habría algo más de esperanza.
----------Se toma por esperanza una mezcolanza verdaderamente tóxica de presunción y de desesperación. Hay autores, como Messori o Bux u otros periodistas, que en aquellos confundidos años subsecuentes al 2007, han repetido ese paralogismo hasta el aburrimiento, pensando que la crisis litúrgica comenzó con el Concilio: lo cual sólo se puede decir ignorando totalmente de qué se está hablando.
----------La metedura de pata de aquellos años, mezcla de presunción y desesperación (que aún se resigna a morir) siempre se nos aparece como sorprendente y ese desgraciado error sólo puede cometerse si se evita cuidadosamente todo contacto con la realidad. Pero, precisamente, este alejamiento de toda pastoral concreta se confirma en la medida en que resulta incomprensible, y se diría que casi escandalosa, para cualquier forma de compromiso pastoral serio. El caso es que diez años atrás la Iglesia se encontraba ante ese delicado obstáculo, que debía ser afrontado y superado con mucha paciencia y mucha determinación. En cierto modo todavía el obstáculo se obstina en seguir presente, en no desaparecer del todo.
----------Pero sólo podemos afrontar el obstáculo (de considerar a la Reforma como no necesaria) en la fe y en la fidelidad al Espíritu Santo que ha impulsado y se ha manifestado en el Concilio Vaticano II. Espíritu que, como alguna vez escribió agudamente el padre Pierangelo Sequeri, "hemos visto pasar claramente entre nosotros (y quien ahora lo niega, y los hay, desgraciadamente sabe bien lo que hace: su discurso lo traiciona)".  No me atrevo a decir que Benedicto XVI hace diez años, o Francisco, más recientemente, hayan abordado este obstáculo con la debida paciencia y la necesaria determinación. Quizás la historia llegue a juzgar que Benedicto se excedió en paciencia, y Francisco en determinación. En ámbito pastoral los Papas son falibles. Ciertamente, siempre resulta problemático llegar al prudente justo medio entre los extremos. Más aún, no debe interpretarse lo prudente como si se tratara de un medio geométrico.
----------Quisiera aclarar en este momento un punto importante, que me parece decisivo para superar el obstáculo mencionado, y es la función de los pastores y de los teólogos en todo este asunto. Por un lado, se puede comprender la gran cautela con que se toma la palabra sobre estos temas litúrgicos, por un lado porque muchos de estos temas son opinables y no siempre se tienen las suficientes certezas como para expresarse con los argumentos lo bastante seguros, y por otro lado dadas las sensibilidades que se manifiestan en los "vértices" de la Iglesia. Sin embargo, me gustaría recordar al lector que es una forma de imprudencia no solo una palabra mal dicha, sino también un silencio injustificado. Hoy creo que la mejor forma de prudencia eclesial consiste en el hablar con sinceridad, en el manifestar los problemas abiertos y los riesgos poco meditados, con respeto crítico y con crítica respetuosa. Pero, hace diez años, casi todos guardaban silencio.
----------El Papa no debe ser dejado solo con sus colaboradores más cercanos, quienes a menudo demuestran una gran desorientación en cuestiones de liturgia. Es necesario que sus hermanos en el Colegio Episcopal y los teólogos con alguna competencia en estos temas, hablen entre sí, dialoguen, también con el Pueblo de Dios y con el Papa, para ayudarlo a considerar la cuestión litúrgica de manera más integral y menos abstracta. De lo contrario, la comunión eclesial sufrirá demasiado, seguirá alimentándose de murmuraciones inútiles y olvidará la gracia de la parresía. Estar en comunión significa poder ser sinceros, eso es también la sinodalidad. En la sinceridad y en la recta confrontación, todo es para mejor. Haciendo honor a los títulos de los documentos de los cuales aquí hemos hablado, Summorum pontificum y Universae Ecclesiae, solamente así la Ecclesia se muestra verdaderamente Universa y los Pontifices aparecen verdaderamente Summi.
   
Evitar cualquier tipo de Jurassik Park litúrgico
   
----------Permítaseme repetir que en aquella famosa fábula de Chistian Andersen, El traje nuevo del emperador, que recordábamos en un artículo reciente, la verdad solo puede surgir cuando un niño declara ingenuamente: "el rey está desnudo". Los múltiples condicionamientos, que en aquel cuento impiden a los adultos "no ver" la ropa inexistente del rey, están vinculados al temor a exponerse, al miedo a parecer inapropiados y al terror de no estar a la altura de la propia tarea. Hasta aquí Andersen.
----------Pero, debemos preguntarnos: ¿qué estaba haciendo hace dos o tres lustros gran parte de la estructura eclesial oficial, frente a documentos desnudos de razones sustanciales y de fundamentos jurídicos, de sabiduría pastoral y de practicabilidad real como el motu proprio Summorum pontificum y la instrucción Universae ecclesiae? Silencio, cumplidos, palabras ocasionales y genéricos volantazos, eran casi las únicas reacciones que se consideraban posibles. Si un Obispo se atrevía en aquellos años a decir la verdad o un teólogo a razonar sobre problemas objetivos, inmediatamente se desencadenaba una especie de censura preventiva, que acusaba al sujeto de (parafraseando a Andersen) "estar en contra del emperador".
----------No estoy hablando aquí de los repetidos y agudos ataques al papa Benedicto XVI por parte de los sectores modernistas y en cuestiones dogmáticas y doctrinales. La historia es bien conocida y acaso ha sido pintada en tonos excesivamente "pastel". Solamente quienes han estado cerca del papa Ratzinger, y habiendo podido intuir en su cercanía o en la intimidad los sufrimientos del corazón de aquel hombre, causados por las artimañas y confabulaciones de mafias imprevisibles, ingobernables e insuprimibles, puede tener acaso alguna lejana idea de los motivos que lo llevaron a su renuncia. A toda la persecución que recibió Joseph Ratzinger, antes y después de ascender al solio pontificio, simplemente por ser fiel al dogma y querer defender a la Iglesia, me referiré, Dios mediante, en una próxima serie de artículo. Ahora no estoy hablando de ello, ni de dogma ni de doctrina, sino de pastoral litúrgica, de disciplina, de gobierno. No estoy hablando de dogma ni de doctrina. En tales ámbitos, lo sabemos, el Papa es infalible, aún en su magisterio ordinario.
----------De lo que aquí en cambio estoy hablando es de liturgia, un ámbito que, en cuanto es sólo disciplinar, o a lo sumo, teológico, no está garantizado por el carisma doctrinal petrino. En ámbito litúrgico, también lo sabemos suficientemente, el Papa es falible. Pues bien, en el ámbito litúrgico, en aquellos años, toda parresía daba la impresión de estar prohibida cuando no era el caso que estuviera explícitamente censurada. Y entonces, parecía casi obligado repetir acríticamente una serie de afirmaciones que parecían, a cualquiera que pensara apenas marginalmente, profundamente disonantes con respecto a la tradición litúrgica y teológica de los últimos sesenta años o aún más. Quien manifestaba hace quince años el mínimo disenso teórico frente a las decisiones de disciplina litúrgica de Benedicto XVI o de sus colaboradores de la Comisión Ecclesia Dei, era equiparado a los "modernistas", y sobre el fulano caían los más acerbos juicios condenatorios.
----------Para un auténtico católico no puede existir la menor duda de que la Reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II y llevada a cabo por los Papas del Concilio y del postconcilio, no ha querido ser un detalle marginal o un nuevo adorno accesorio para añadir a la historia de la Iglesia una bijouterie no estrictamente necesaria. Por el contrario, quien lee los documentos pontificios de los últimos sesenta años no tiene que hacer ningún esfuerzo por percibir las razones de urgencia y de estrategia que se sobreentienden a la necesidad de modificar profundamente los ritos de la Iglesia, para asegurar a la tradición la posibilidad de seguir cumpliendo su misión de comunicar nuevamente ahora, en nuestro tiempo.
----------Afirmar que la Reforma litúrgica no ha abrogado el rito del papa san Pío V, es una afirmación ubicada en el ámbito de la lex orandi divina. Pero pretender afirmar que la Reforma litúrgica no ha abrogado el rito de san Pío V en cuanto lex orandi eclesiástica, significa sin más ni más alterar la relación con la tradición de los últimos sesenta años e introducir en la historia de la Iglesia una forma de comprensión monumental que arriesga la completa parálisis del presente casi por un exceso del pasado.
----------Para realizar tal operación, hace de esto ya casi dieciseis años, se necesitaba un importante apoyo teórico. Evidentemente, se intuía la fragilidad de la solución propuesta. Y se sabía que tanto san Paulo VI quería sustituir el vetus ordo por el Nuevo, como que san Juan XXIII había pensado en el rito de 1962 como provisorio, a la espera del Concilio Vaticano II y de la consiguiente Reforma litúrgica.
----------Desde 2007 se fue confeccionando una teoría de la relación entre el rito romano y los diversos usos, que se presentaba, al mismo tiempo, teóricamente muy arriesgada y prácticamente muy peligrosa. La apuesta teórica de 2007 consistía en separar el rito romano de su devenir concreto, hipostasiando las diferentes fases de la historia litúrgica, haciéndolas todas indiferentemente contemporáneas. En el plano práctico, esta solución de facto superaba toda certeza del rito, introduciendo un factor de gran conflictualidad en el propio interior de las individuales comunidades eclesiales, e impidiendo a los obispos todo verdadero discernimiento.
----------Con la luz que ahora aportan estos dieciseis años de experiencia transcurridos (catorce en realidad, según la ley) se advierte que la lógica del motu proprio Summorum pontificum (casi se podría decir su gramática) tendía a negar su contenido. En efecto, si es cierto que a nivel del contenido se reafirmaba en Summorum pontificum la primacía del rito ordinario (es decir, la forma de la Misa promulgada por san Paulo VI) sobre el rito extraordinario (el rito de san Pío V) que se permitía a modo de excepción, el documento de Benedicto XVI estaba escrito sin embargo, de modo general, en las categorías de Pío V y no en las de Paulo VI, y además los excesivamente amplios permisos concedidos para celebrar la entonces llamada "forma extraordinaria", si bien en lo formal tales permisos parecían no abandonar la vieja conocida y eficaz lógica del "indulto" (que había sido la solución elegida por san Paulo VI y san Juan Pablo II, y que yo sigo considerando la única posible para atender los "casos especiales"), en realidad virtualmente se la abandonaba por una lógica de la "liberalización" en un total "paralelismo litúrgico" del uso del vetus ordo, lógica que se manifestó patentemente tres o cuatro años después, sobre todo en la instrucción Universae Ecclesiae.
----------Pero el caso es que tal lógica de la "liberalización" no sirve como remedio, y todos estos años quedó manifiesto que es un remedio insuficiente, precisamente por ser contradictorio. Hace una década, como en la fábula de Andersen, no sólo había sastres engañadores, sino muchos otros sujetos que, para no parecer estúpidos, se lanzaban a elogios exagerados del nuevo traje del rey: algunos decían que el vetus ordo era el ideal para el diálogo ecuménico, pero cuando decían esa enormidad, esa barbaridad descomunal, era inevitable que sintieran un fuerte calor enrojeciendo su rostro, sin entender el por qué.
----------Había también quienes decían que aquellos documentos finalmente atestiguaban un verdadero estilo católico, del cual se esperaba desde hacía tiempo su manifestación, o más aún su fenomenología, y que evidentemente la evidencia de la fe y la justicia del ágape ya conocían desde hacía tiempo. Hace una década había incluso quienes encontraban que el Misal (¡provisorio!) del papa Juan, de 1962, es más rico en textos bíblicos que el Misal de 1970, y que por tanto el Concilio Vaticano II estaría mejor implementado por el rito romano de 1962 que por el rito romano de 1970. Los micrófonos y el papel lo soportaban todo.
----------Frente a la desvergüenza patente de aquellas supuestas "demostraciónes", sólo cabe ahora restablecer el sentido común. Es decir: si el Concilio Vaticano II, en 1963, establece formalmente que es un objetivo importante para la Iglesia asegurar "mayor riqueza bíblica" al rito de la misa, y si se sostiene que el rito de 1962 (que los padres conciliares conocían bien, porque la usaban todos los días para celebrar misa) hubiera sido bíblicamente más rico que el de 1970, entonces una de dos: o los Padres conciliares estaban todos borrachos de mosto cuando votaron esa petición de mayor riqueza bíblica, o bien quienes propongan estos argumentos bizarros deberían tener más consideración hacia sus propios lectores y no jugar con las palabras. Pero ya se sabe, los hinchas en la tribuna incluso aplauden las faltas.
----------Conviene recordar que hubo una buena ocasión para tomar conciencia de la realidad: era concebible o hipotetizable un verdadero equilibrio a finales de 2010, cuando todos los obispos informaron a la Sede Apostólica del fruto de aquella experiencia de tres años de aplicación de Summorum pontificum. Sin embargo, fue una oportunidad perdida, tanto por las fuertes reticencias de los obispos, que a menudo confundieron (y siguen confundiendo) la comunión con el hacer cumplidos y felicitar al Papa de entonces, como por la interesada desatención de un sector extremista de la Curia romana. Y el resultado, meses después, fue un nuevo documento, la instrucción Universae Ecclesiae, que era incluso peor que el motu proprio anterior. Sin embargo, es evidente que su estructura teórica era aún más frágil y plena de equívocos. Fácilmente aquella instrucción Universae Ecclesiae podía ser malinterpretada, casi como si fuera una especie de venganza contra el Concilio, parecía una revancha de aquellos conservadores extremos (no los conservadores fieles al Concilio) que nunca habían podido entender ni al Concilio ni a las intenciones del papa san Juan XXIII.
----------Si tuviera que decir de modo breve, para finalizar, lo más importante, que es también lo más sencillo: es precisamente la experiencia y la concreta vida litúrgica de la Iglesia la que en estos años nos ha permitido redescubrir (y deberá seguir redescubriendo) las razones de la Reforma litúrgica del Concilio Vaticano II en la "participación activa", manteniéndose así alejada de cualquier forma ritual que pretenda la presencia de los fieles católicos sólo como mudos espectadores, meros "asistentes" a Misa.
----------En definitiva, al recordar aquellos intentos de mistificación de la tradición litúrgica, que nos proponían desde la Comisión Ecclessia Dei hace década o década y media, y viendo aquellos documentos, como el del 2007 y el del 2011, debemos encontrar la fuerza para decir, como el niño de la fábula de Andersen: "El rey está desnudo", cada vez que lo veamos desnudo. Decir esto (con toda su dosis de crítica a los documentos oficiales de disciplina litúrgica, cosidos por sastres ilusionistas) es una posibilidad para todos los cristianos, pero es una tarea para esos niños que se hacen llamar "teólogos" en la Iglesia.
----------Sin embargo, desafortunadamente, los teólogos a menudo se sienten y se revelan demasiado adultos y sus ojos están inmediatamente prontos, dispuestos, y siempre listos como boy scouts, para ver (o incluso para admirar y para magnificar) los ropajes del emperador que en realidad no existen. Mientras que ellos, por ministerio, están obligados a seguir siendo niños de ojos brillantes, a decir verdad, sin todas las mediaciones que vinculan y atan a otros ministerios a lógicas necesariamente más complejas. Es esa libertad del teólogo que se desarrolla, por supuesto, no en el ámbito del dogma ya definitivamente establecido, sino en el ámbito doctrinal de lo que el Magisterio de la Iglesia deja para la libre opinión teológica, o en el ámbito pastoral o disciplinario, donde prácticamente todo es opinable (salvado el respeto y la obediencia a la pastoral y disciplina vigente). Es esa libertad de los teólogos que le hizo posible al papa Francisco alguna vez bromear con una de sus chanzas típicas: "a los teólogos se los debería tener encerrados en una isla". Es que hay ocasiones en que al Papa, como al emperador del cuento de Andersen, siempre le puede resultar más fácil gobernar cuando no existen en su reino los niños que puedan atreverse a decir: "El rey está desnudo".
----------Pero, más allá de sus oportunas bromas, también el papa Francisco lo sabe: la Iglesia necesita de esos "niños", los teólogos, para cultivar una experiencia de comunión diferente a la de los cuarteles o a la de las sociedades anónimas, donde la crítica al superior (o al jefe) es inmediatamente entendida como un desaire o una falta imperdonables, o como una prueba de heterodoxia. Mientras la Iglesia logre mantenerse diferente a esas organizaciones, la voz de los niños será saludable, aunque no sea definitiva. Naturalmente, en la Iglesia, la voz definitiva la tiene el Magisterio del Papa. ¿Quiénes tendrán interés en silenciar a esos "niños"? ¿O quiénes acaso tendrán en cuenta a los niños sólo para construir un nostálgico escenario de retorno al pasado, algo así como un inmenso "Jurassik Park" ritual, donde todos -tratados como niños- podrán hacer "una tienda" y exclamar "¡qué bien estamos aquí!", al precio de perder todo sentido de la historia y de la realidad?

2 comentarios:

  1. Sergio Villaflores21 de abril de 2023, 5:15

    Le agradezco, padre Filemón, por estas publicaciones iluminadoras sobre la liturgia.
    Mi impresión general es que las actitudes de los tradicionalistas, que no dejan de reclamar por el retorno a la Misa anterior a los cambios decididos por la Iglesia después del Concilio Vaticano II, implican un total desconocimiento de lo que ocurría antes. Yo no lo viví, pero tengo bien presente los comentarios de mis padres y mis abuelos. Provengo de una familia de fuertes raíces católicas, y he grabado en mi memoria las imágenes y las expresiones que en mi infancia y en mi juventud me llegaron por lo que me narraban de lo que sucedía antes en la Misa de los domingos.
    En todo caso, se tengan o no referencias a lo que sucedía en la Misa anterior, lo que me parece obvio es que en los tradicionalistas (sin juzgar la conciencia de nadie en particular, que no me corresponde) existe objetivamente una actitud de falta de respeto, de desobediencia, de carencia de humilde recepción hacia lo que el Concilio y los Papas han decidido para el bien del Pueblo de Dios, y lo han decidido no por simples criterios humanos, sino movidos por el Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia.
    Gracias, nuevamente, Padre Filemón. Y un pequeño pedido: sé que hay quizás otros temas prioritarios para su blog, pero no deje de publicar sobre temas litúrgicos. Hay mucha necesidad de eliminar las nubes de la ignorancia y la presunción.

    Sergio Villaflores (Valencia)

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    1. Estimado Sergio,
      le agradezco su consenso, y me alegro que mis reflexiones le hayan sido de utilidad.
      Permítame hacerle notar que el término "tradicionalistas" no conviene ser usado del modo que Ud. lo usa. En realidad existe un sano tradicionalismo en la Iglesia, y existen auténticos tradicionalistas que son fieles a la Tradición que ha hecho seguir viva el Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Papas hasta hoy.
      Usted en realidad se refiere a los malos "tradicionalistas", es decir, los pasadistas, apegados al pasado, y que utilizan hipócritamente el término de "tradicionalistas", para hacerse llamar de esa manera, cuando en realidad son "indietristas", como los llama el papa Francisco, o pasadistas, o retrógrados.
      En todo lo demás que Ud. dice, comparto sus criterios.

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