martes, 1 de diciembre de 2020

Definamos y delimitemos el perfil del pensamiento católico

Planteo la pregunta: ¿Qué quiere decir "pensamiento católico"? Una pregunta que, si se desea especificar, podría plantearse en otros términos: ¿Tiene límites precisos el pensamiento católico? ¿Para llamarse propiamente "católico", un pensamiento debería tener qué características y qué condicionamientos? Espero que titulando de esos variados modos el tema, quede a los lectores más o menos clara la cuestión a la que quiero referirme en la nota de hoy, aunque en realidad no sé a dónde me llevará en las notas de mañana y de pasado, en las que intentaré seguir adelante, procurando dar respuesta a las preguntas planteadas.

----------Estoy hablando de pensamiento católico, y no simplemente de pensamiento cristiano. La distinción no es banal sino necesaria, dadas las dolorosas divisiones que históricamente han existido y siguen existiendo entre los seguidores de Nuestro Señor Jesucristo. Más aún, es hoy más que nunca necesario distinguir el verdadero pensamiento católico, de un pensamiento meramente cristiano, dados los graves errores y divisiones intra-eclesiales, la mayoría de los cuales no llegan a constituir herejías y cismas formales, pero que han sido denunciados por los Pontífices del post-concilio, comenzando como se sabe por la denuncia hecha por el papa san Pablo VI de la existencia de un "magisterio paralelo" al del auténtico Magisterio católico, que es la única mediación auténtica de la Revelación, desde su fontal origen en la Tradición y en la Escritura, y la única interpretación auténtica del Concilio Vaticano II, frente a la cual pretendió erigirse como falsamente auténtica aquella del "magisterio paralelo", sobre todo la enseñanza de Karl Rahner, hoy aún en boga.
----------Ahora bien, el pensamiento católico surge, no sólo de hecho, sino también de derecho (de facto y de iure) de la conjunción de dos actividades u oficios: 1) la actividad del Magisterio de la Iglesia, y 2) la actividad de los teólogos. El pensamiento católico es el resultado de la acción conjunta de esas dos actividades, cada una con sus características propias y distintivas. La guía, la interpretación auténtica y la garantía de la verdad de la doctrina de la fe viene del Magisterio bajo la decisiva guía y presidencia del Papa en su específico oficio magisterial, munido con su indefectible gracia magisterial. En cambio, la tarea de los teólogos es la de investigar sobre las cuestiones aún abiertas, avanzando opiniones o hipótesis interpretativas o proponiendo nuevas soluciones, para favorecer el progreso del conocimiento esclarecedor de la Palabra de Dios, sometiendo al juicio del Magisterio de la Iglesia los descubrimientos realizados y las nuevas teorías.
----------He mencionado líneas arriba la gracia magisterial que indefectiblemente recibe el Sucesor de Pedro, para cumplir fielmente, infaliblemente, el oficio encomendado por Nuestro Señor Jesucristo a Pedro y a sus sucesores: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). De modo que el Magisterio, al custodiar, proponer e interpretar el dato revelado y al aprobar o rechazar las nuevas doctrinas de los teólogos, no se equivoca, pues cuenta con la infalible asistencia del Espíritu de la Verdad que Cristo le ha prometido hasta el fin del mundo.
----------En cambio, las doctrinas de los teólogos no son indefectibles. Esto quiere decir que las doctrinas de los teólogos, sobre todo cuando ellos no tienen el suficiente cuidado de confrontar sus enseñanzas con las del Magisterio, o cuando malinterpretan las enseñanzas del Magisterio, pueden estar equivocadas. Pero incluso una determinada doctrina teológica, es decir, la que se valora como doctrina teológicamente cierta (theologice certum), aunque rigurosamente deducida de los principios de la fe, nunca puede pretender ser considerada en la Iglesia como verdad de fe, porque siempre sigue siendo una simple doctrina humana, aunque sea fundada sobre la fe. De hecho, sólo el Magisterio, con sentencia infalible e irreformable, tiene este gravísimo oficio de determinar y definir las verdades de fe por mandato de Cristo. Sin embargo, puede suceder que una nueva doctrina teológica interpretativa o explicativa del dato revelado venga a tener tanta importancia o validez a los ojos del Magisterio, que este la eleve a la dignidad de dogma de la fe.
----------Pues bien, en el actual clima de extendida crisis de fe, puesto de manifiesto particularmente por los últimos Papas, especialmente por el papa Benedicto XVI, actual papa emérito, y por el reinante Pontífice, papa Francisco (cf. su primera encíclica, Lumen fidei), es sumamente importante distinguir en las doctrinas católicas, las que son superiores doctrinas del Magisterio, de las que son inferiores doctrinas de teólogos, aún las que puedan ser consideradas ciertas, bien fundadas en el dato revelado. Vale decir, en el conjunto histórico del hecho del pensamiento católico es necesario distinguir cuidadosamente los pronunciamientos doctrinales del Magisterio en materia dogmática o de fe, sean estos ya del Romano Pontífice por sí solo o con el Concilio (con y bajo el Papa), de aquellas doctrinas u opiniones corrientes entre los teólogos, doctrinas que, dada su opinabilidad, incerteza y cuestionabilidad, pueden ser legítimamente contrastantes entre sí, sin que esto necesariamente comprometa el dato de fe o la sana razón en ninguna de ellas: todas ellas, aunque quizás diversas y hasta discordantes entre sí en algún aspecto no esencial a la sana razón y recta fe, en cuanto son teológicamente ciertas, están fundadas en la Fe y en la Razón.
----------Algunas de estas teorías, brotadas de la investigación teológica, pueden ser más conservadoras o tradicionalistas, otras más innovadoras o progresistas; pero en ello no hay nada de malo, nada de peligroso, nada de qué preocuparse, nada de escandaloso, sino que de hecho se trata de un fenómeno normal, fisiológico y proficuo, expresión de legítima libertad de pensamiento, que implica entre las distintas corrientes o escuelas, enriquecimiento recíproco, siempre que no se rompa la unidad fundamental, la convergencia y la concordia en las verdades esenciales y que no se traspase los límites de la recta fe.
----------Por consiguiente, llegados a este punto de nuestra reflexión, no es difícil para los lectores advertir que el régimen o funcionamiento normal del pensamiento católico a nivel eclesial y colectivo conlleva, de derecho y de hecho, en la historia, un cierto general acuerdo de máxima entre las posiciones del Magisterio y las de los teólogos, salvo excepcionales dolorosas e inevitables desviaciones, que se encuentran en teólogos rebeldes, que suelen caracterizar el fenómeno o del cisma o de la herejía.
----------Este fenómeno de la herejía y del cisma fue grave, macroscópico, generalizado e impresionante, por no decir trágico, con el nacimiento del luteranismo. Pero en la historia de la Iglesia, el Magisterio siempre, en conjunto, ha logrado regular, controlar y dominar el clima o la situación general, para asegurar a la comunidad general teológica y a los fieles una cierta uniformidad, coherencia y obediencia al mismo Magisterio, mientras que los teólogos, por su parte, se han sentido siempre, en general, de buena gana, por no decir francamente orgullosos, representantes del Magisterio, de modo que los fieles que deseaban conocer el camino del Evangelio y la doctrina de la Iglesia siempre pudieran dirigirse al teólogo, a cualquier teólogo, y recibían de él la respuesta autorizada, clara, persuasiva y segura; en resumen, encontraban en él la guía confiable y autorizada para caminar en la verdad del Evangelio y estar en comunión con la Iglesia. En el preciso sentido que lo acabo de expresar, el teólogo (por supuesto, el teólogo católico, pues de otro no estoy hablando) puede definirse como representante del Magisterio, aunque siempre en cuanto teólogo, es decir, no como simple vocero del Magisterio, sino como colaborador del Magisterio, colaborador con su oficio propio de teólogo.
----------En cambio, siempre ha sucedido que aquel supuesto teólogo que perdía de vista su esencial función de representante del Magisterio en cuanto colaborador del Magisterio con su propio oficio teológico (fides quaerens intellctum), se ponía, de hecho, al margen de la comunidad eclesial, e incluso era declarado como tal, hereje y cismático. Quien quisiera dejar la Iglesia se iba abiertamente, como por otra parte hizo el propio Martín Lutero [1483-1546], y no permanecía pérfida e hipócritamente para destruirla desde dentro fingiendo seguir siendo católico y quizás arrogantemente llamándose a sí mismo católico "avanzado".
----------De tal modo los enemigos de la Iglesia, eventualmente descubiertos por buenos teólogos o denunciados por los propios fieles, eran prontamente, sin interminables tergiversaciones, declarados como tales (enemigos de la Iglesia, herejes, cismáticos) por la autoridad eclesiástica, para que fueran bien conocidos y, por tanto, para que hasta los fieles menos instruidos tuvieran el modo de reconocerlos, de tener cuidado con ellos y de mantenerlos alejados, así como se distingue entre los hongos buenos y los venenosos.
----------Por su parte, los pastores (en primer lugar y en sentido propio, los Obispos, y en segundo lugar sus colaboradores del resto del clero), con su doctrina, fidelidad al Papa, prudencia y amor por el rebaño, sabían desenmascarar a estos impostores, estos anticristos, falsos cristos y falsos profetas, estos lobos travestidos de corderos, y ponerlos con las espaldas al muro. Recordamos a este propósito la estupenda encíclica Pascendi dominici gregis del papa san Pío X [1903-1914]. Hoy, en cambio, los herejes se la ponen ante las narices y nadie se da cuenta, a nadie le importa, nadie interviene, es más, reciben elogios y triunfan, impartiendo tareas docentes, y quien se atreva a señalar que el rey está desnudo, viene a ser ridiculizado, por decir lo mínimo.
----------Continuaremos...