sábado, 12 de diciembre de 2020

Apuntes de Escatología (7/12) La bienaventuranza después de la muerte

Prosiguiendo con nuestros modestos apuntes del tratado teológico de la Escatología, llegamos a una doctrina que puede dejarnos incrédulos y que, de hecho, en la historia del pensamiento humano ha sido objeto de claras y variadas negaciones, como por ejemplo por parte de la tradición materialista.

----------Efectivamente, la doctrina de la inmortalidad del alma y de la posibilidad de una eterna bienaventuranza después de la muerte ha sido negada de varias formas y en diversas épocas. Sin embargo, tiene también en su haber una historia igualmente documentada y tal vez más consistente, no solo en el Judaísmo y en el Cristianismo, sino también en otras religiones, ya sean tradicionales o modernas, tanto evolucionadas como primitivas, en Occidente como en Oriente. Se trata de la doctrina que sostiene la superioridad del espíritu sobre la materia, así como la perennidad del espíritu y la contingencia de la materia.
----------Junto a la concepción materialista también ha existido desde la antigüedad, tanto en Oriente como en Occidente, una concepción monista-panteísta, la cual sostiene que las almas individuales no son más que chispas de un único Fuego eterno y divino, las cuales, emanadas o desprendidas de este Fuego, luego vuelven a caer irremediablemente en él para fundirse con él. En esta visión, por tanto, no hay verdadera distinción entre el alma (atman) y Dios (Brahman), de modo que el alma no es sino un "momento" o "modalidad" del Absoluto, una manifestación ("teofanía") divina, un hacerse "finito" de Dios en el espacio-tiempo. En esta visión, existe una bienaventuranza eterna después de la muerte, pero ella consiste en la bienaventuranza del único Fuego divino en el cual las almas van "beatíficamente" a disolverse. Los partidarios de esta doctrina en Occidente han sido Baruch Spinoza [1632-1677] y Georg W.F. Hegel [1770-1831].
----------Por otra parte, hoy en día hay teólogos considerados "católicos", como Karl Rahner [1904-1984] y sus seguidores, no lejos por cierto de Hegel, que sostienen que no tiene ningún sentido hablar de una supervivencia o de una permanencia del alma "después" de la muerte, con el pretexto de que, siendo el alma espiritual y siendo el espíritu eterno y por encima del tiempo, no tiene sentido hablar de un alma separada del cuerpo que continúe en el existir "después" de la muerte, ya que el antes y el después conciernen al tiempo, mientras el espíritu está en por encima del tiempo. Curiosa defensa del espiritualismo que acaba yendo de la mano con la negación materialista de la inmortalidad del alma. Tanto el materialismo como el panteísmo, con motivos opuestos, niegan la verdadera dignidad del alma y de la persona humana.
----------Así, para Rahner, como ya habíamos visto acerca de la cuestión de la resurrección del cuerpo, el cuerpo no resucita después de la muerte, sino en la muerte, con lo cual, por otra parte, alma y cuerpo se disuelven para retornar inmediatamente a la vida en la muerte misma. Dejamos a los numerosos admiradores de Rahner imaginar o explicar cómo sea posible o concebible tal cosa (no intenten encontrar la explicación en las obras del propio Rahner: nunca lo explicó). Esto nos dice hasta qué punto de sujeción acrítica puede llegar la admiración por un teólogo, aunque ciertamente no carezca de calidad.
----------Tenemos aquí, en el famoso teólogo alemán, un intrincado nudo de desagradables y desafortunados equívocos y malentendidos que es necesario disipar, y lo intentaremos. 1) En primer lugar, debe decirse que cuando se habla, en la teología católica tradicional, de "después de la muerte" (post mortem), ese "después", como ya he dicho en una nota precedente, no debe ser entendido en un sentido temporal, sino como una duración "eviterna" o, para usar un término académico, "aiónica" o "eónica" (del griego aiòn, del cual se deriva el término "eon", latín aevum, en español e italiano evo, hebreo olàm), que es la duración propia de las sustancias espirituales finitas (almas y ángeles). Esto no impide que el alma separada, viviente en una dimensión ultraterrena, tenga una relación con la temporalidad de este mundo.
----------De hecho, nosotros en esta tierra podemos medir muy bien con la categoría de la temporalidad la duración aiónica de las almas vivientes en el más allá. Si, por ejemplo, santa Teresita del Niño Jesús murió en 1897, muy bien podemos decir que lleva 123 años en el cielo. Por ello, en la práctica de las indulgencias se establecen duraciones temporales, que, sin embargo, no deben entenderse en modo unívoco a la duración de las almas en el purgatorio, sino simplemente análogo, lo que sin embargo no nos impide en absoluto concebir duraciones más o menos largas de permanencia en el purgatorio. De hecho, las oraciones o las Santas Misas pueden acortar las penas del purgatorio o incluso eliminarlas por completo.
----------2) En segundo lugar, Rahner se hace fuerte del hecho de que para la concepción antropológica de la Biblia el hombre es una unidad de alma y cuerpo. De ahí su teoría de que esta dualidad es inescindible: o está entera o cae entera. Sin embargo, permanece el hecho de que Rahner, con esta teoría que debe ser cuidadosamente precisada y explicada (cosa que, repito, Rahner no hace), se opone a la evidencia del hecho de la muerte, hecho en el cual se tiene, en cambio, una separación del alma del cuerpo.
----------Por lo tanto, podemos afirmar como primera conclusión, que Rahner confunde la unión de derecho del alma con el cuerpo con una inexistente unión de hecho, confusión que viene demostrada en el hecho de la muerte. Entonces él se ve constreñido a inventar otro cuerpo, distinto del cadáver que yace en el sepulcro, para justificar su teoría de la resurrección "en la muerte", enredándose en una serie de graves inconvenientes que no es el caso enumerar aquí y que lo llevan fuera de la ortodoxia católica.
----------Este es tan sólo un botón de muestra de las "serpenteantes" (para usar la famosa expresión del cardenal Alfredo Ottaviani [1890-1979] ni bien finalizado el Concilio) herejías rahnerianas, las cuales, sin embargo, no han impedido que en estas cinco décadas de postconcilio la de Rahner haya sido considerada (y por muchos, incluidos los lefebvrianos, siga considerándose) la interpretación auténtica del Concilio, cuando, en realidad de verdad, Rahner es el más destacado traidor al Concilio Vaticano II. Por supuesto, es oportuno el momento para recordar que la única interpretación auténtica del Concilio es la que vienen ofreciéndonos todos los Papas del postconcilio con su Magisterio; enseñanza magisterial que niegan sistemáticamente tanto modernistas como lefebvrianos, mancomunados en esto como en otras tantas cosas.
----------En base a las precedentes consideraciones, es del todo legítimo y necesario mantener la tradicional y gravísima cuestión del destino del hombre después de la muerte, mientras que hablar, como lo hace Rahner, de una eternidad en la misma muerte, tiene todo el aspecto de una visión morbosa y absurda de una coexistencia de la muerte con la vida, que hace venir en mente ciertas antiguas concepciones cíclicas (muerte-vida) gnósticas o el tenebroso esoterismo de la masonería. Por cierto, recordemos que la propia esvástica nazi era precisamente el símbolo de esta unión indisoluble (la cruz en "rueda") de la vida con la muerte, contrariamente a la visión cristiana que aspira a una vida inmortal.
----------Por lo tanto, decimos con toda franqueza, siguiendo la divina enseñanza de nuestra fe, que el cristiano espera después de la muerte y para la eternidad vivir una vida bienaventurada (aquello que tradicionalmente se llama "paraíso" o "cielo"), que consiste, como ha definido dogmáticamente Benedicto XII en 1336, en la visión intelectual inmediata e intuitiva, "facial", según el "cara a cara" de memoria bíblica, de la "esencia divina" del Dios trinitario o, como se expresa la misma Biblia, el "rostro" de Dios.
----------Se trata de la llamada "visión beatífica", accesible al alma ya inmediatamente después de la muerte, si ella está debidamente purificada de todo rastro de pecado; de lo contrario, siempre según la fe católica, ella deberá transcurrir una cierta duración de eviternidad en un lugar ultraterreno de purificación, llamado "purgatorio", antes de ser admitida a la visión de Dios. Pero no nos adelantemos, porque la doctrina de esta purificación en el purgatorio será tema de una próxima nota en estos apuntes.
----------La consecución de la visión beatífica es un don de la gracia (gracia que es ofrecida a todos, incluso a los niños que mueren sin el bautismo, los cuales, como deja entender el Catecismo de la Iglesia Católica, se salvan por esta sola gracia, aunque la Iglesia continúa recomendando el bautismo para los niños) y en particular un don de la perseverancia final, pero también al mismo tiempo libre elección del hombre en el instante de la muerte (aquí me refiero a todos los hombres de buena voluntad, pertenecientes a cualquier religión o incluso no religiosos, siempre que crean al menos implícitamente en Dios, como dice el Concilio Vaticano II, y que sin culpa propia no conocen el Evangelio, como afirmó el beato Pío IX), cuando se presenta ante el juicio divino, ya que, en vigor de su libre albedrío, el hombre, por un acto de implacable orgullo, tiene también la posibilidad de rechazar este último ofrecimiento que Dios le hace de su misericordia, por lo cual es justamente castigado con una pena eterna, tradicionalmente llamada pena del infierno.
----------Obviamente, mientras que el libre consentimiento al divino ofrecimiento es efecto de la gracia y mérito del hombre, el rechazo es exclusivamente culpa del hombre, dado que Dios da a todos la posibilidad de salvarse, solo que lo deseen. Por eso, la Iglesia ha condenado como horrible blasfemia pensar, como algunos se han atrevido hacer, que Dios no predestina sólo el cielo sino también al infierno.
----------Por lo tanto, el paraíso, o cielo, o visión beatífica eterna, es al mismo tiempo don gratuito de la gracia y mérito del hombre. La aparente contradicción entre estos dos hechos, contradicción en la cual se implicó desgraciadamente Martín Lutero [1483-1546] negando el mérito en nombre de la gracia (sola gratia), se resuelve teniendo en cuenta que, como enseña el Concilio de Trento, el mismo mérito sobrenatural, necesario para obtener el cielo, es don de la gracia. En cambio, sería vano esperar la bienaventuranza eterna sobre la base de méritos simplemente humanos, porque no existe proporción entre lo que el hombre puede merecer con sus simples fuerzas naturales y el bien sobrenatural de la visión beatífica, para obtener el cual es necesario sí, efectivamente, el mérito, pero siempre sostenido por la vida de la gracia divina.
----------Permítanme los lectores un paso más. ¿Por qué la bienaventuranza del hombre consiste en la visión de Dios? Porque el efecto de una causa encuentra su perfección en su conjunción con la causa. Ahora bien, la existencia del hombre es un efecto del poder creador divino. Y, por tanto, el hombre encuentra su máxima felicidad en unirse perfectamente a Dios, causa primera, bien supremo, infinito y eterno. Y tal conjunción se produce con las potencias del espíritu, intelecto y voluntad, porque Dios es purísimo espíritu.
----------Un paso más: ¿primacía de la voluntad o primacía del intelecto? La voluntad aspira al bien concebido por el intelecto. Sumo deseo de éste es la contemplación de la verdad absoluta. Ahora bien, Dios es precisamente la Verdad absoluta. Por eso el intelecto, al ver a Dios "cara a cara", es sumamente bienaventurado. Pero para la plena bienaventuranza no basta el acto del intelecto, es necesaria la voluntad, la cual, en el amor y en la fruición, se une realmente al bien deseado y disfruta de su posesión. En efecto, se puede decir con san Buenaventura [1217-1274] que, si la bienaventuranza es un goce y éste, como acto del afecto, depende de la voluntad, la bienaventuranza consiste sobre todo en la conjunción de la voluntad con Dios o al menos, para permanecer más cerca de la enseñanza de santo Tomás de Aquino [1225-1274], que la voluntad es el cumplimiento de la bienaventuranza, cuya sustancia está ya en el acto de la visión beatífica.
----------Debe tenerse presente que la bienaventuranza se alcanza después de la muerte no porque, como pensaba Platón [428-347 a.C], el cuerpo sea un obstáculo para la consecución de la bienaventuranza, por lo cual para alcanzarla, hay que "liberarse" del cuerpo, sino porque en la vida presente, si bien es posible unirse inmediatamente a Dios a través de la virtud de la caridad, el intelecto no puede ver inmediatamente la esencia divina, sino que conoce a Dios sólo mediante las criaturas (es decir, el propio yo, o el mundo, o la Iglesia, o el libro de la Sagrada Escritura). Pero aquí abajo el cuerpo es necesario para alcanzar aquella vida de gracia que a partir de ahora une el alma a Dios, aunque sea imperfectamente.
----------Finalmente, podríamos indicar un atisbo racional (si los lectores no me malinterpretan) de la conveniencia de la resurrección que, sin embargo, no es una verdad de razón, sino de fe. Es que la felicidad del hombre no implica solo el alma, sino que también requiere el cuerpo, porque la naturaleza humana es un compuesto de alma y cuerpo. Por eso, después de la muerte, el alma separada del cuerpo puede gozar de la eterna bienaventuranza, pero solo desde un punto de vista objetivo (que, desde luego, es el más importante), pero no desde un punto de vista subjetivo. O, en otras palabras: el objeto de la bienaventuranza, Dios, es ciertamente entendido por el intelecto y por la voluntad, que constituye la sustancia de la bienaventuranza; sin embargo, el sujeto que goza, que es el hombre, no está completo en cuanto alma separada, porque le falta el cuerpo. Entonces, la plenitud no sólo objetiva, sino también subjetiva, de la bienaventuranza, viene dada por el hecho de que también el cuerpo, a su modo, participa en la unión del alma con Dios.
----------El hecho de que la bienaventuranza se obtenga sólo después de la muerte nos recuerda el misterio de la cruz, es decir, que la cruz de Nuestro Señor Jesucristo y nuestra participación en su cruz son los medios necesarios para obtener la salvación y, por tanto, la visión beatífica. Por eso, si el Reino de Dios comienza ya desde aquí abajo, como hemos visto en las notas precedentes, sin embargo, como Cristo nos enseña, es solo aceptando nuestra cruz cotidiana que podemos tener cierta esperanza de entrar al cielo.

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