Es éste el segundo paso que damos en la prometida serie de notas, a modo de pequeño cursillo o más bien de apuntes sobre el Tratado dogmático de la Escatología, el De novissimis temporibus según la escolástica denominación. Como dije en la primera nota, la escatología se ocupa de los actos o hechos conclusivos o finales de nuestra existencia en cuanto lo que podemos aprender de la Revelación cristiana.
----------Ante todo, quisiera que los lectores tengan claro a qué me refiero cuando digo "actos o hechos conclusivos o finales de nuestra existencia", porque las ideas pueden confundirse y los conceptos no ser del todos precisos. Lo aclaro. Estos acontecimientos terminales de los cuales nos habla la fe católica pueden constituir o bien acontecimientos finales absolutamente infranqueables, o bien acontecimientos que pueden ser superados por otros definitivamente finales. Por otra parte, entre estos eventos, algunos ya nos son conocidos en base a la experiencia o la ciencia; otros, en cambio, que superan la comprensión de la razón humana, nos son conocidos sólo gracias a la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo y de la Iglesia.
----------La muerte constituye, ciertamente, un término de nuestra existencia, pero no se trata de un término absoluto ni insuperable. Ya la filosofía y aún más la fe nos dicen que este término no es infranqueable, sino que al fin de cuentas es solo un pasaje, porque es superado por un supervivir de nuestra alma en una duración ulterior sin fin ("inmortalidad del alma") en un mundo ultraterreno. Por eso el gran poeta latino Horacio ya dijo: "Non omnis moriar". Pues bien, las posibles condiciones de este post mortem, inaccesibles al conocimiento racional, pero reconocibles solo en base a la fe en Cristo, nos son enseñadas y clarificadas (hasta cierto punto) por la Revelación y serán objeto de futuras notas en las que las consideraremos.
----------Es sólo entre tales condiciones ultraterrenas que encontramos el elemento absoluta y definitivamente "escatológico", es decir, el último, insuperable e irrevocable, del destino del hombre. De hecho, la visión cristiana de la existencia no es cíclica, como las antiguas visiones paganas y como la hindú o la nitzscheana. En el cristianismo, el fin es efectivamente, si queremos, un retorno al inicio, pero no en el sentido de la simple reanudación del inicio en su potencialidad, sino en el sentido de alcanzar aquello de lo que se proviene (es decir, Dios) en un nivel de maduración o de desarrollo (he aquí la idea de progreso), que constituye un aporte o una adquisición que están ausentes en el sujeto que comienza a moverse hacia el fin.
----------De ahí el elemento de novedad (el Espíritu que renueva todas las cosas) en el progreso del individuo y de la historia y no la simple repetición de lo que ya ha sido. Y este precisamente es el momento en que debe aclararse que el nihil sub sole novi del bíblico Qohèlet (1,9) no debe tomarse demasiado en serio, como si fuera palabra de Dios, por el simple hecho material que se encuentra en la Escritura, sino, como nos dicen los exegetas, debe entenderse como un amargo rastro de una mentalidad pagana de la cual está influenciado el personaje, un eco de escéptica sabiduría terrena, por la cual Qohèlet es momentáneamente cautivado y seducido, pero que viene superada al final del poema con la exhortación a temer a Dios y a observar sus mandamientos (Qo 12,13), practicando los cuales el hombre alcanza aquella perfección final de vida que estará para siempre al reparo de cualquier recaída o regreso a la miserable situación del inicio, como bien explicará Cristo en el Evangelio hablando de ese tesoro celestial, donde el ladrón no roba y la polilla no corroe.
----------Es cierto que el éscaton (las realidades definitivas que trascienden la historia humana) en el cristianismo es pleno desarrollo de lo que está contenido en las virtualidades de la gracia inicial (pensemos en el bautismo); pero precisamente la actuación plena de estas virtualidades se encuentran solo al final del camino terreno y de hecho incluso en un camino ulterior del alma separada más allá de la muerte. Solo en la Parusía de Cristo, Nuestro Señor, todo será verdaderamente completado y definitivo.
----------La escatología cristiana comporta, por lo tanto -y este es el objeto de la esperanza cristiana- una victoria definitiva del bien sobre el mal y sobre la muerte, algo ignorado y considerado imposible y ni siquiera deseable en la tradicional sabiduría pagana, para la cual la existencia es un eterno e inexorable alternarse cíclico de verdadero y falso, bien y mal, vida y muerte. Como recita el mismo lema masónico: "no hay muerte sin vida, no hay vida sin muerte". Algo de este tipo está presente en la filosofía de Hegel, el cual confunde panteísticamente la "circularidad" divina con un inexistente eterno carácter cíclico del devenir histórico, donde el movimiento dialéctico siempre re-propone al fin el problema afrontado al inicio.
----------Por lo tanto, aquellas palabras de Nuestro Señor: "a los pobres siempre los tendréis con vosotros" (Mt 26,11), astutamente explotadas por los poderosos para hacer permanecer dóciles a los pobres, no deben ser tomadas en el sentido de un resignado fatalismo, sino solo en referencia a las condiciones de la vida presente, en la cual es necesario de todos modos trabajar por la instauración de la justicia en espera de aquella plenitud escatológica que ciertamente no está aquí abajo, sino sólo en la patria futura. De ahí el rechazo por parte del cristianismo de cualquier utopismo o milenarismo terreno, como por ejemplo el marxista, también en la sólida convicción de que en el Día del Juicio se hará plena justicia y en la clara conciencia de tener que trabajar, luchar y sufrir por la justicia, bajo pena de perder la recompensa eterna en el cielo.
----------Por otro lado, en la cosmovisión cíclica pagano-hegeliana se oscila vanamente entre la conservación y la revolución, porque o bien no existe ninguna verdad estable, sino que todo y siempre viene puesto en discusión, o viceversa, nada puede cambiar, sino que todo siempre permanece así como está, como en aquellas caóticas, subversivas, inconcluyentes e interminables asambleas estudiantiles de 1968 en Europa, reproducidas pocos años después en Argentina, en las cuales yo participaba con gran aburrimiento, amargura y visceral desprecio. El cristianismo, en cambio, rompe esta ciclicidad desesperante, exasperante y maldita por una vida feliz sin fin, que Nuestro Señor Jesucristo llama "vida eterna".
----------El progreso, en la visión cristiana, es efectivamente, con el bautismo, purificación y recuperación de una pasada inocencia perdida (arrepentimiento y conversión), pero es también es "nueva alianza", es decir, avance y enriquecimiento de los hijos de Dios hacia el futuro de Dios, para nosotros por ahora desconocido, pero ciertamente estupendo porque ha sido prometido y creado por Dios para nuestra eterna felicidad. Es esa "tierra prometida", de la cual Dios habla a Abraham, que se pone en viaje "sin saber adónde se va", no porque caminase con la cabeza en el costal, sino porque se fiaba de Dios y estaba iluminado por su luz.
----------Así, la concepción cristiana de la muerte parte indudablemente de la obvia constatación de la disolución física del cuerpo, pero está asociada al dogma de la inmortalidad del alma, definido por el V Concilio Lateranense de 1513, el cual confirma una sólida y antigua convicción propia de la filosofía, que tiene origen en la famosa demostración platónica de la espiritualidad del intelecto, el cual, siendo capaz de contemplar lo divino, así como los ideales de la perfección y de la virtud, ellos mismos inmateriales y por lo tanto eternos e inmutables, no puede a su vez no ser inmortal, ya que la muerte es disolución del compuesto, mientras que el acto del intelecto es simple, por lo tanto incorruptible. Y si el hombre posee una tal facultad que supera el devenir y la corruptibilidad de la materia, quiere decir que el sujeto de esta facultad, es decir, el alma, es inmortal.
----------Aristóteles llegará a perfeccionar esta doctrina del alma, confirmando su espiritualidad y su superioridad respecto al cuerpo ("el intelecto viene de arriba, thýrathen, respecto al cuerpo"), y sin embargo no entendiéndola platónicamente como una sustancia divina preexistente al cuerpo (a la manera hinduista), deseosa de liberarse del cuerpo entendido como principio de ilusión, de corrupción y de pecado, sino que concebirá al hombre sobre el modelo del compuesto de materia y forma sustancial, por lo cual la forma, o sea el alma, no precede la existencia del cuerpo, sino que es simultánea al cuerpo, es acto y cumplimiento (entelécheia) del cuerpo, el cual, por otra parte, no es el principio de lo falso y del mal, debiéndose en cambio atribuir tal principio a la mala voluntad. El cristianismo dirá que el alma es creada por Dios al momento de la concepción, doctrina grávida de consecuencias en orden al respeto del individuo desde el instante de su concepción.
----------Estamos entonces muy cerca de la concepción bíblica del hombre, y por eso santo Tomás de Aquino [1225-1274] asumirá no la concepción platónica sino la aristotélica del hombre, de modo que la doctrina aristotélico-tomista del alma como forma corporis será dogmatizada en 1312 por el Concilio de Viennes. En cambio, la aspiración platónica a la contemplación del Sumo Bien y de las ideas divinas después de la muerte, retomada por Aristóteles y cristianizada por el Aquinate, será también canonizada por Benedicto XII en 1336 en el dogma de la "visión intelectual beatífica inmediata de la esencia divina".
----------En la segunda parte, quizás mañana, Dios mediante, completaremos esta reflexión sobre estas dos primeras realidades escatológicas: la muerte y la inmortalidad del alma.
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