Continuando con nuestros apuntes sobre escatología cristiana, detengámonos ahora una vez más sobre el tema de la inmortalidad del alma, que fue tema de las dos notas anteriores, pero ya no en relación con el problema de la muerte, sino ahora en relación con la resurrección del cuerpo, según la visión católica.
----------En estas últimas décadas la discusión teológica sobre el dogma cristiano de la resurrección (y me refiero tanto a la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo como a nuestra resurrección) ha sido una discusión muy rica, con un fuerte empeño ecuménico, y con el surgimiento de visiones más profundas, aunque también han surgido concepciones erróneas. Naturalmente que no es posible, en el limitado espacio de este artículo, mencionar ni siquiera brevemente todos los datos y detalles de estas recientes discusiones, pero recalco, sin embargo, que es un conjunto muy interesante para los abocados a este tema.
----------Detengámonos ante todo en las expresiones lingüísticas que se usan para referirse a este dogma. Se habla, tradicionalmente, de resurrección de la carne, resurrección de los muertos o de entre los muertos o incluso simplemente de resurrección. La expresión más exacta y más clara me parece que es la que he usado al principio de esta nota: resurrección del cuerpo. El papa san Juan Pablo II [1978-2005], en las catequesis que ofreció en los años '80, recordó el hecho preciso de la resurrección expresando que, en el fin del mundo y en el advenimiento final de Cristo (parusía), las almas, actualmente separadas de su cuerpo, reasumirán su cuerpo, masculino en lo que respecta a los varones, femenino por cuanto respecta a las mujeres.
----------Un nuevo atisbo de luz sobre la condición de los cuerpos resucitados nos ha sido dado a través precisamente de las enseñanzas del papa san Juan Pablo II acerca del hecho de que no solo el cuerpo masculino sino también el femenino estará presente en la resurrección. Esto puede parecer obvio para muchos hoy en día, tanto como para suscitar sonrisas y criticar al conferencista o autor de un artículo como éste por solo mencionar tal banalidad, pero en realidad esta clarificación hecha por el papa Wojtyla ha debido vencer el arraigado y bien conocido prejuicio, presente durante muchos siglos incluso en la teología católica, según el cual la mujer es un ser inferior, defectuoso, tentador e incompleto con respecto al varón, de ahí la dificultad de admitir el cuerpo femenino en la resurrección donde todo evidentemente debe ser perfecto.
----------Es cierto que, en el fondo, esta conciencia ha estado siempre implícita en la Iglesia desde los comienzos (basta con pensar en el dogma de la Asunción); sin embargo en el pasado existía una especie de diástasis, separación y distancia, entre la Virgen en su celestial sublimidad y la mujer en las bajas condiciones de este mundo, por lo cual no era fácil vincular esta feminidad terrenal a la feminidad de María, que parecía de algún modo trascender las condiciones de la feminidad, siempre vista como un defecto, mientras que claramente María, siendo vista como criatura perfectísima, con mucha dificultad era vista también como mujer.
----------Otros quizás, atraídos por una fuerte instancia espiritualista estrema, podrían quedar perplejos al imaginar la presencia de los sexos en la resurrección, y quizás se sentirían inducidos a ironizar sobre el paraíso de Mahoma. En efecto, tal vez podrían llegar a preguntarse: ¿qué sentido tienen los sexos en una condición de vida celestial donde ya no habrá generación? La respuesta (que bien merecería ser profundizada) nos la ha dado el mismo Santo Pontífice, explicándonos, en sus comentarios al capítulo 2 del Génesis, que la unión del hombre con la mujer no sirve solo para la generación sino para la realización de la plenitud de lo humano en cuanto tal. La unión de los sexos se refiere, como dice el papa Wojtyla, "al orden de la existencia".
----------El IV Concilio Lateranense enseña que resucitaremos con el cuerpo que tenemos ahora, es decir, es este cuerpo nuestro, este cuerpo que ha creado Dios, el que resucitará; como ha sucedido para Cristo: su cuerpo resurgió de la tumba. Obviamente se trata de nuestro cuerpo en sí mismo, tal como ha sido querido y creado por Dios, no nuestro cuerpo en las actuales condiciones de mortalidad, porque esto significaría morir otra vez, como ha sucedido con la resurrección de Lázaro. Por el contrario, el cuerpo resucitado es un cuerpo glorioso e inmortal, cuyos rasgos son difícilmente imaginables en la vida de aquí abajo.
----------Debe señalarse que la perspectiva de recuperar nuestro cuerpo excluye la doctrina de la reencarnación, que ignora aquella que es la unidad psicofísica del individuo humano, para la cual a aquel determinado cuerpo no puede sino corresponder aquella determinada alma y viceversa. Al respecto, el rechazo de un creyente cristiano a la doctrina de la reencarnación, ha adquirido en nuestros días, en medio de tantas desviaciones de esta cultura postmoderna, nueva significación, pues para un cristiano son del todo inadmisibles todas las teorías y terapias psicologistas regresivas a supuestas vidas anteriores, ciertamente fantasiosas.
----------Cabe señalar por otra parte, que según la Revelación cristiana, todos resucitarán así, del modo que se ha explicado, tanto los bienaventurados como los condenados: los primeros acrecentarán su bienaventuranza, que de alguna manera se extenderá al cuerpo; los segundos, aumentarán su pena, que también se extenderá al cuerpo. Este acontecimiento es anunciado por Cristo mismo: "Llegará la hora en la cual todos los que están en los sepulcros oirán la voz del hijo del hombre y surgirán: cuantos hicieron el bien para una resurrección de vida y cuantos hicieron el mal para una resurrección de condenación" (Jn 5,28-29).
----------En la visión cristiana existe, sin embargo, una concepción más amplia y más profunda de la resurrección, que no excluye a la primera, sino que se le superpone: la resurrección del alma del pecado gracias al bautismo. Naturalmente, el alma en sí misma, ontológicamente, es inmortal, como hemos visto en las dos notas precedentes. Pero, el alma resurge (resucita) espiritualmente desde el pecado mortal, se libera de la condenación resultante del pecado original, para recuperar la vida divina perdida por el pecado.
----------Es esta la concepción de san Pablo. En este sentido, el cristiano puede y debe comenzar a resucitar a partir de ahora, con el ejercicio de las buenas obras en gracia. Desde este punto de vista, la resurrección del cristiano, en cierto sentido, al menos espiritualmente, ya ha ocurrido. En este sentido, el Apóstol puede decir: "Hermanos, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra del Padre" (Col 3,1). Sin embargo, Pablo se esmera en refutar a quienes creen que la resurrección ya ha ocurrido, en la falsa convicción de que la vida nueva predicada por el Evangelio no se refiere a un futuro en la ultratumba, sino a un futuro o un presente (cf. 2 Tm 2,18) de este mundo.
----------Sin embargo, hay que pensar, y la historia de los santos es testimonio, que la vida de gracia concede de algún modo también al cuerpo de ciertos privilegiados, ya desde aquí abajo, un nuevo vigor, una nueva belleza, una nueva juventud, prefiguración y pregustación anticipada de la bienaventurada resurrección del cielo. La espiritualidad oriental es particularmente sensible a este aspecto de la vida física cristiana, hablando de la llamada "luz tabórica" (pensemos en el beato Serafín de Sarov [1754-1833] por ejemplo), una luz de algún modo física, que brilla en plenitud al momento de la Transfiguración de Cristo, pero presente a veces por participación también en el cuerpo de los santos desde esta vida, casi preludio y prenda de la vida futura.
----------Así lo atestiguan también los increíbles esfuerzos, descomunales empresas, fatigas, privaciones y sufrimientos, a los que se sobreponen ciertos santos, signo evidente esto, de la prodigiosa fuerza y vitalidad física de algunos cuerpos que son capaces de resistir con vida en condiciones absolutamente prohibitivas para otro cuerpo no dotado de esta anticipada resurrección. Piénsese también en los cadáveres incorruptos de ciertos santos, incluso después de siglos y que emanan perfume a poca distancia de la muerte.
----------Algunos teólogos recientemente, siguiendo una orientación protestante, han sostenido que la Escritura no enseña la inmortalidad del alma sino la resurrección. ¿Qué decir de esta interpretación? Es necesario aclararlo. Hay quienes han intentado decir que el ideal cristiano no es el platónico de un alma de por sí inmortal, preexistente al cuerpo, pura y divina, que aspira a abandonar el cuerpo, fuente de ilusión y de malas acciones, obstáculo para la libertad espiritual y para la visión de la verdad divina: el ideal cristiano es, en cambio, el de la visión de la divina verdad después de la separación del cuerpo consecuente a la muerte, pero con la ulterior perspectiva y esperanza del retorno a la vida del propio cuerpo en el momento de la parusía.
----------En este sentido, no podemos sino estar de acuerdo con esa tesis. Pero también hay quienes, incrédulos acerca de la inmortalidad del alma, y por lo tanto de la separabilidad del alma del cuerpo con la muerte, han pensado que la Escritura enseña o una resurrección del alma y del cuerpo juntos inmediatamente después de la muerte o "en la muerte misma" (como afirmaba Rahner), o bien que la "resurrección" no sea un hecho ultraterreno, en un otro mundo, sino un hecho de este mundo, de un futuro meramente inmanente, histórico y mundano y que, por lo tanto, es simplemente un vida humana digna que disfruta de los bienes de la justicia y de la paz, pero en esta misma vida en la tierra, incluso como signo de la vida de la gracia. Esto es lo que piensan, por ejemplo, los dominicos Gustavo Gutiérrez y Albert Nolan.
----------Sin embargo, la verdad del dogma de la resurrección supone la inmortalidad del alma, definida por el V Concilio Lateranense de 1513 y la permanencia de las almas separadas en un estado de expectativa de la parusía, similar a aquella espera que vivimos aquí abajo, en esta tierra, con la diferencia de que la espera de las almas bienaventuradas debe entenderse algo más fácil de cuanto es para nosotros, inmersos como estamos en las perturbaciones, en las dilaciones, en las confusiones, y en las tergiversaciones de la vida presente. Esta expectativa de las almas es claramente enseñada en el dogma de la visión beatífica definido por Benedicto XII en 1336, y confesada por nuestra propia profesión de fe, cuando decimos en el Credo: et iterum venturus est (...), et expecto resurrectionem mortuorum, hechos evidentemente situados en el futuro.
----------De hecho, la Iglesia, esposa de Cristo, no está dividida en dos direcciones de marcha o velocidad hacia la Parusía: una marcha veloz ("tren de alta velocidad"), más bien encuentro inmediato con el Resucitado para las almas salvadas; y la otra larga espera ("tren regional") para nosotros los de aquí abajo. No, según la enseñanza de la Iglesia, claramente insinuada por la Escritura, es toda la Iglesia, la del cielo y la de la tierra, la que aguarda la futura resurrección de los muertos, y la que está en camino al Reino, a igual "velocidad", porque la iglesia es una única persona mística, es el cuerpo de Cristo.
----------La diferencia radica únicamente en el hecho de que mientras la duración de las almas separadas, duración meramente espiritual, llamada "eviternidad" (aeviternitas), es una pura sucesión de actos espirituales (por ejemplo, las oraciones de los santos o la purificación de las almas en el purgatorio) y es ciertamente dulce porque se inserta en la bienaventuranza o en la preparación para la bienaventuranza, la duración de nuestro vivir terreno, ligado a los acontecimientos y tempestades de la materia, es la duración temporal, y es ciertamente pesada, porque se resiente de las miserias del pecado.
----------Esto quiere decir que Nuestro Señor debe realmente venir, y que no es cierto, como algunos creen, que la parusía ya se haya producido: restaría solo tomar conciencia de ella, y este sería precisamente el acto de las almas de los difuntos. Está claro que en Dios todo está en acto y que Cristo es Dios, pero también es hombre, y en la parusía tenemos el último acto concreto e histórico de su humanidad, no abstracta sino humanidad inmersa en la historia y señora de la historia. Si pensáramos de otro modo, caeríamos en una forma de docetismo o monofisismo ya condenado varias veces como herético por la Iglesia desde los primeros siglos.
----------Esta idea, por lo tanto, no está para nada conforme a cuanto enseña el Magisterio de la Iglesia tomando por base lo que muestra la Escritura. Cristo debe venir para la entera Iglesia, y ello significa que la Iglesia conoce en cierto modo un devenir histórico también en su dimensión celestial y ultraterrena. Por eso la entera Iglesia lo espera, como una enamorada espera al enamorado (pensemos en la simbología del Cantar de los Cantares) el cual, como dice al término de la Escritura, le asegura con solicitud y amor: "¡Vengo pronto!".
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