Llegamos hoy al final de estos primeros apuntes de Escatología, que no serán los últimos, por cierto. He notado el interés de los lectores, por lo cual, haciendo tras esta nota un paréntesis para dar lugar a considerar otros temas, volveré más adelante al tratado dogmático De temporibus novissimis, cuya amplitud es inagotable.
----------Trataremos en esta última puntada del significado escatológico de la vida presente. El Concilio Vaticano II nos ofrece interesantes enseñanzas sobre este punto. Para el Concilio, sobre la base de la enseñanza bíblica, el cristiano vive ya los "últimos tiempos", anunciados por los Profetas. En tal sentido el Concilio habla de una dimensión "escatológica" de la Iglesia, por la cual ella vive incoativamente a partir de ahora aquella vida eterna que alcanzará su plenitud más allá de la muerte.
----------El cristianismo mismo, en el fondo, es el anuncio de los últimos tiempos, de modo que el cristiano ya desde ahora vive el futuro tanto con una vida de esperanza que aguarda este futuro como en la misma experiencia cristiana, que es ya el inicio del futuro. En este sentido san Pablo afirma: "olvidándome del pasado, me inclino hacia el futuro" (Flp 3,13) por lo cual para Pablo la alegría cristiana no es tanto alegría de lo que sucede ahora, sino que es la alegría que proviene de la esperanza. Sin embargo, aunque la esperanza conserva el significado de esperar el futuro, el cristiano a partir de ahora comienza a pregustar el objeto mismo de su esperanza, en cuanto está ya presente, aunque solo de manera imperfecta e incompleta.
----------Los "últimos tiempos" para el cristiano coinciden con la novedad del Evangelio, que propiamente no es una ruptura con la Revelación y los dones recibidos de Dios en el pasado, descritos por el Antiguo Testamento, sino un completamiento obrado por Nuestro Señor Jesucristo de aquella misma Revelación y vida de gracia. La ruptura más bien debe consistir en el hecho de que el cristiano rompe con el pecado.
----------Por esta razón, hubo un tiempo en que los contenidos del tratado de la Escatología fueron llamados los "novissimi", tanto en el sentido de lo nuevo que sustituye a lo viejo como en el sentido de un "nuevo" que está al término ("lo último") de un proceso de crecimiento y de renovación, el cual parte de una condición de miseria y de pecado -aquello que Pablo llama "el hombre viejo"- para alcanzar, gracias a la redención de Nuestro Señor Jesucristo vivida en el bautismo, la condición del "hombre nuevo".
----------En tal modo, la vida cristiana en el mundo presente es una continua intersección de lo viejo y de lo nuevo, del pasado y del futuro, en cuanto que, mientras permanecen las huellas del pecado original, que nos impulsan por toda la vida presente a hacer el mal, el asiduo recurso a la gracia de Cristo, mediante las buenas obras y el uso de los sacramentos, nos permite un gradual movimiento de liberación de nuestras miserias y de nuestros pecados, un movimiento progresivo que, si es llevado a cabo durante toda la vida, al término de esta vida habrá eliminado toda forma de esclavitud frente al pecado y de Satanás.
----------La preparación que debemos llevar a cabo para la vida eterna más allá de la muerte comporta el desarrollo de aquel germen de vida sobrenatural que recibimos con el Bautismo y que nos ha hecho imágenes del Hijo, hijos del Padre y movidos por el Espíritu Santo. Esta nueva vida que nos libera de la culpa original y de las posteriores culpas personales es llamada por san Pablo "resurrección", la cual por lo tanto sucede ya en esta vida no en cuanto resurrección del cuerpo, que será don de la vida futura después de la muerte, sino en cuanto resurrección del pecado, que para la Biblia es una "muerte" del alma, muerte evidentemente no en el sentido ontológico porque en tal sentido el alma es inmortal, sino en el sentido moral, en cuanto en esta condición el alma está distanciada de Dios a causa de su voluntad rebelde, en modo similar, para usar un parangón usado por Cristo mismo, con por lo cual un sarmiento está cortado de la vid.
----------Esta resurrección interior es aquella que en el capítulo 20 del Apocalipsis, según la interpretación de san Agustín (que ya hemos considerado en detalle), es llamada "la primera resurrección" asegurada por el Bautismo. Esta resurrección del pecado que nos hace conformes a Nuestro Señor Jesucristo es la prenda de la futura resurrección gloriosa del paraíso, dado de todos modos el hecho que la pura y simple resurrección corpórea, o sea que el alma recupere su cuerpo, será como ya hemos visto, el evento que se refiere a todos los hombres, incluidos los condenados. En este contexto de la primera resurrección, san Pablo puede, por tanto, hablar de una resurrección en el pasado, o sea como ya sucedida, con las siguientes palabras: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está a la diestra del Padre" (Col 3,1).
----------La ultimatividad, o con otras palabras el aspecto escatológico de la vida cristiana, significa también algo insuperable y, por lo tanto, absolutamente perfecto: no existe nada más que desear. Aquí tenemos un aspecto aparentemente paradojal de la vida cristiana, vinculado al problema de la perfección. Hemos dicho que, sobre todo, el Vaticano II subraya este aspecto ultimativo de la vida cristiana ya en la vida presente. Sin embargo, podríamos preguntarnos ¿cómo se puede hablar de tal aspecto ultimativo que comporta una perfección final en una situación como la presente, que nosotros con la famosa oración de la Salve Regina llamamos valle de lágrimas? San Pablo nos da la clave para resolver este aparente contraste explicándonos qué se debe entender exactamente por "perfección" en la vida presente. De hecho, el Apóstol entiende la perfección cristiana no como algo alcanzable en esta vida, sino exactamente como tensión, siempre sometida a riesgos y a retrocesos, hacia aquella plena perfección que será el legado de la vida futura después de la muerte.
----------Se comprende entonces cómo un camino hacia la perfección, aunque sea ya llamado "perfección" por san Pablo, sea compatible con aquella inmensidad de sufrimiento, de miseria y de pecados que constelan la historia de la humanidad y de los individuos en la vida terrena, en este "valle de lágrimas". Por otra parte, es necesario considerar que esta perfección en la vida presente siempre puede venir a menos o fallar en el caso de pecado mortal. Sin embargo en sí misma esta perfección es por su naturaleza una vida divina, es la vida de la gracia, es la vida en Cristo Señor, bajo el impulso del Espíritu Santo, y por lo tanto ella, aunque en esta vida nos sea dada sólo en un estado incoativo, por su naturaleza es ya perfección absoluta y divina, al menos así como puede ser participada por nosotros, que somos limitadas criaturas.
----------Entonces, para prepararnos para la vida eterna después de la muerte, debemos ante todo tener consciencia de esta naturaleza escatológica de la vida y de la ética cristianas. Lo dicho hasta aquí nos hace comprender mejor la continuidad entre la vida de gracia en este mundo y la plenitud de la gracia de la cual disfrutaremos en la vida futura. También en este punto, el Concilio Vaticano II remedia un cierto dualismo o una cierta fractura que se encontraba en la concepción de la relación entre vida presente y vida futura en algunas tendencias ascéticas del preconcilio, las cuales por una parte subrayaban en manera también exagerada las miserias, los peligros y las maldades del estado presente, mientras que por otra parte se exaltaban de manera exagerada el misterio y la inefabilidad de la vida futura, como si eso no ofreciera sino una muy pobre inteligibilidad para nosotros que aún vivimos en este mundo, con la consecuencia de degradar de manera ofensiva el valor de lo que Cristo nos ha revelado sobre el más allá.
----------Indudablemente cuanto Jesús nos dice sobre el más allá no quita del todo el misterio, de lo contrario no nos sería necesaria la fe y se caería en las visiones racionalistas que han florecido sobre todo en el siglo XIX, como por ejemplo en el socialismo, en el marxismo, en el idealismo y en el positivismo, y sabemos cuáles han sido los desastrosos resultados de estas arrogantes utopías. Al mismo tiempo, el Concilio Vaticano II nos recuerda que la vida presente tiene su propia dignidad en cuanto creada por Dios, por lo cual el mundo futuro no debe entenderse como total destrucción del mundo presente, sino ante todo como su salvación, la purificación del pecado y la liberación de la muerte.
----------La exagerada exaltación del misterio de la vida futura, concepción vigente antes del Vaticano II, tenía como efecto el producir un escaso interés por la vida futura, que, por su ininteligibilidad, difícilmente podría convertirse en un objetivo intencional del camino de esta vida, mientras que al mismo tiempo difícilmente se podía advertir cómo ya la vida cristiana presente sea una incoación o una pregustación de la vida futura. En ese momento el riesgo era, precisamente por este exagerado misticismo, el de acabar replegándose a los valores de la vida presente por otra parte no iluminada por el futuro escatológico.
----------El Concilio ha remediado esta fractura mostrando, por un lado, que la vida cristiana es ya un vivir los "últimos tiempos", sin por esto negar la trascendencia del futuro sobre el presente y, por tanto, sin negar el valor de la esperanza; mientras que por otro, sobre la base de este sano optimismo, ha arrojado más luz sobre los valores de la vida terrena sin caer en la ingenuidad o en la utopía de ignorar las consecuencias del pecado original y, por tanto, de renunciar a la necesidad del sacrificio y del ejercicio ascético de las virtudes.
----------Por tanto, la actual tendencia utopista-buenista constituye un grave desconocimiento del aspecto escatológico de la vida cristiana, por lo cual, con la excusa de que ya hemos resucitado con Cristo y Dios es "misericordioso", ha venido a menos la tensión ascética hacia una vida futura que trascienda las alegrías de la vida presente, para la cual el futuro, que entonces ya no es un verdadero futuro escatológico, ha terminado aplanándose no solo sobre el presente -de ahí la bien conocida tendencia horizontalista-secularista, por ejemplo de la teología de la liberación-, sino incluso sobre el "pasado" en el sentido paulino de la situación del pecado, el cual por lo tanto no se quita realmente, sino como sucede en la concepción luterana, el pecado permanece contradictoriamente junto con la gracia y se considera que es perdonado aunque uno no se arrepienta.
----------Por otro lado, en la auténtica concepción escatológica de la vida cristiana que nos es enseñada por el Concilio Vaticano II, la condición del pecador está ciertamente acompañada con la nueva vida de la gracia, aunque, en la medida en que avanza la vida nueva, retrocede realmente la vida vieja del pecado hasta llegar a desaparecer por completo en la victoria final al momento de la muerte vivida en Cristo, Señor Nuestro.
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