miércoles, 2 de diciembre de 2020

El verdadero pensamiento católico falsificado por dos corrientes: la modernista y la lefebvriana

Luego de haber planteado, en nuestra nota de ayer (indispensable leerla para comprender la de hoy), los presupuestos y nociones fundamentales del tema que estamos tratando, profundicemos ahora en la misión del teólogo católico y el fenómeno que a este respecto, en los años del inmediato postconcilio, se ha producido.

----------Hubo un tiempo en que los teólogos, en cuanto sacerdotes y religiosos, en virtud de su mandato eclesiástico, eran humilde y diligentemente conscientes de su misión y, por tanto, de su grave responsabilidad ante Dios, ante los superiores, ante la Iglesia y ante las almas, de su delicadísimo oficio de doctores de la verdad católica, ni a nadie se le pasaba por la cabeza crear doctrinas subjetivas y arbitrarias, de modo similar a como hace el buen médico, el cual se siente representante de la ciencia médica y se cuidaría de no inventar prácticas personales sin fundamento científico. En cambio, lamentablemente, a partir de los años del inmediato postconcilio se ha iniciado un fenómeno gravísimo de división entre el Magisterio y los teólogos. Muchos Obispos, ingenuamente y entusiastamente convencidos de la llegada de un "nuevo Pentecostés" como se decía en aquellos años, aflojaron su vigilancia sustituyendo por la bonhomía la perspicacia, por el respeto humano el celo valiente, por sus propios intereses la defensa del rebaño contra los lobos, por el buenismo la bondad, y confundieron misericordia con debilidad.
----------Por su parte, los teólogos, sobre todo los que habían sido peritos del Concilio, se pusieron a la cabeza y, a la manera protestante, comenzaron a hacerse creer, independientemente y contra el Magisterio, como depositarios inapelables de la Revelación e intérpretes infalibles de la Sagrada Escritura, así como independientemente y en contra de los documentos del Concilio, los cuales, a la inversa, ellos distorsionaban en sentido modernista. Como ejemplo de la arrogancia a la que llegaron algunos de esos peritos que habían trabajado en el Concilio, se suele narrar que el padre Giuseppe Dossetti  [1913-1996] afirmaba que "el Concilio lo hice yo"; y téngase en cuenta que aquí tan sólo estoy mencionando los dichos del muy conocido político de la DC italiana, luego ordenado sacerdote y fundador de una comunidad monástica, pero cuya supuesta influencia sobre las labores del Concilio es nula; y no estoy hablando de las alardeadas que por entonces lanzaba la gran prensa laicista sobre los aportes, por ejemplo, de Rahner al Concilio.
----------Pues bien, en este punto tenemos las raíces de la crisis que estamos sufriendo hoy. Esa crisis consiste esencialmente en esto: que el movimiento subversivo y revolucionario de los teólogos, aquel que ha pasado a la historia como la "protesta del Sesenta y ocho", ha sido confundido por muchos en el pueblo de Dios y entre los mismos pastores y teólogos como una revolución doctrinal obrada por el mismo Concilio, el cual habría cambiado datos de fe hasta ahora considerados inmutables, sobre todo acerca de la superioridad del cristianismo sobre las otras religiones, sobre el concepto de Revelación y de la Iglesia y acerca de la condena de las herejías del pasado, condena que habría caído en prescripción.
----------En realidad, las nuevas doctrinas conciliares, rectamente interpretadas, más allá de alguna expresión no del todo clara, de ninguna manera constituían una ruptura o negación de los dogmas tradicionales, sino por el contrario su explicitación y exposición en un lenguaje moderno, adaptado para ser comprendido por el hombre de hoy, ni la aproximación del Concilio a la modernidad debía entenderse a la manera modernista como acrítica sujeción a los errores modernos, sino más bien como la propuesta de una sana modernización o, como se decía en la época, "aggiornamento", "actualización" del pensamiento y de la vida de los cristianos, que recogía a la luz de la inmutable Palabra de Dios cuanto de válido podía existir en la modernidad.
----------Sin embargo, la confusión entre modernismo y reforma conciliar o, en otros términos, la interpretación del programa reformador del Concilio entendido como programa modernista, ingresó sí, en aquellos en el interior de la Iglesia, a través de dos corrientes, una mayoritaria y otro muy minoritaria.
----------El hecho fue que surgieron dos tendencias eclesiales y doctrinales que vieron en las doctrinas del Concilio una ruptura o cambio respecto a la doctrina tradicional y a las condenas del pasado, inspiradas en una total asunción de la modernidad: por un lado una tendencia minoritaria, a modo de pequeños enclaves, la de los lefebvrianos, que lamentaban aquella supuesta ruptura y la condenaban; y por otro lado una tendencia mayoritaria, muy extendida, la de los modernistas, que la alababan y querían llevarla adelante.
----------1) La primera corriente, la de los lefebvrianos, tomando como pretexto que en los documentos del Concilio Vaticano II no se hallaban nuevas definiciones dogmáticas solemnes, negaban la infalibilidad de las doctrinas conciliares, y las acusaban de estar infectadas de liberalismo, iluminismo racionalista, indiferentismo, secularismo, filo-protestantismo y antropocentrismo, todos errores que ya habían sido condenados por la Iglesia en el siglo XIX y en los siglos anteriores, sobre todo por el Concilio Vaticano I y el de Trento.
----------2) La otra corriente, que apareció y aparece todavía a muchos con el crisma de la oficialidad y de intérprete de la modernización conciliar, es la que durante mucho tiempo ha sido llamada o se ha autoproclamado "progresista", título visto por muchos como altamente positivo y codiciado, mientras que tal corriente llama con desprecio "conservadora", "tradicionalista" o "integrista", o más recientemente "fundamentalista", a la corriente lefevriana, en la cual sin embargo incluye indiscriminadamente a todos aquellos que no aceptan su modernismo. Desde hace muchos años la corriente modernista, hoy fortísima en la Iglesia, gracias sobre todo a la aportación de Rahner, ha prosperado ostentando el honorable título de "progresista", una referencia al valor indudable del progreso, de lo nuevo y de lo moderno, pero en realidad por sus excesos cada vez más descubiertos, imprudentes y descarados, típicos de quienes sienten la falsa seguridad de sentirse al comando de la situación, se ha revelado cada vez más como modernista, y por lo tanto una clara falsificación de las verdaderas enseñanzas del Concilio Vaticano II, las cuales si promueven lo moderno, ciertamente no avalan en absoluto el modernismo, herejía ya condenada por san Pio X.
----------Si queremos expresarnos en lenguaje deportivo, podríamos decir que las autoridades eclesiásticas locales y también en la cúspide han sido tomadas "a contrapié", desprevenidas. Tras el clima de diálogo y de sereno encuentro intra y extra eclesial creado por el extraordinario carisma de san Juan XXIII, se difundió ampliamente la falsa convicción en el episcopado y en muchos ambientes teológicos de que ya no existían herejías o que, si habían existido teologías que se desviaban de la doctrina oficial del Magisterio, se trataba en su mayoría de doctrinas cuestionables o expresiones de pluralismo teológico o tal vez tentativas un poco audaces de innovación que debían ser consideradas con benevolencia e interés. En realidad, este no fue en absoluto el caso. A partir de los años del inmediato postconcilio, la tendencia modernista, aprovechándose de la inmerecida confianza que supo astutamente arrebatar a un episcopado ingenuamente optimista, empezó a salir a la luz compacta y audaz, segura de la impunidad de la que gozaba y de hecho munida con el halo del progresismo, casi a implementar un plan precedente internacional, proveniente sobre todo de los países de tradición protestante, secretamente elaborado con anterioridad.
----------Los pocos que señalaron el peligro inminente, como Jacques Maritain [1882-1973], Dietrich von Hildebrand [1889-1977], Henri de Lubac [1896-1991] y Jean Daniélou [1905-1974], ciertamente sin sospechas de conservadurismo ni cerrados a lo nuevo, fueron vistos como personajes perturbadores, pájaros de mal agüero, nostálgicos de la Inquisición, aguafiestas que, como se suele decir, rompían los huevos de la canasta. Aquellos "profetas de desgracia", catastróficos y desalentadores, de los cuales el papa san Juan XXIII había ordenado tener cuidado. Sin embargo, pocos se dieron cuenta de la grave imprudencia en la cual se había caído, bajando la guardia, como si hubieran desaparecido las consecuencias del pecado original, y ahora la Iglesia y la teología hubieran iniciado una nueva era de hombres todos de buena voluntad, todos íntimamente solícitos en el preconsciente (Vorgriff) por la experiencia divina a-temática preconceptual, todos cristianos anónimos anhelando a Dios, todos objeto de la divina misericordia, según las melosas y empalagosas fórmulas rahnerianas. Nacía así aquel "buenismo destructivo" y esa falsa misericordia denunciadas por el papa Francisco en aquel memorable discurso al Sínodo mundial de Obispos del 2014.
----------El Concilio tuvo indudablemente una impostación, sensibilidad o enfoque progresista, en el sentido de querer procurar a la Iglesia un nuevo impulso o una nueva proyección hacia el futuro, valiéndose de los valores del mundo moderno: el Concilio, más que sobre la necesidad de conservar o recuperar o restaurar lo perdido, se centró en el deber de avanzar, de renovar y progresar, cambiando lo que ya no estaba adaptado, lo que ya no era adecuado, o ya no servía para los nuevos tiempos o para las nuevas exigencias, nuevos tiempos que se pretendían preparar y satisfacer en un horizonte escatológico. Por lo tanto, no es de extrañar ni para maravillarse si la corriente muy numerosa de los Padres conciliares y de los peritos que parecían mayormente ser los intérpretes del Concilio fuera aquella que se convino en llamar corriente "progresista", mientras que aquellos que oponían resistencia a lo nuevo o no lo comprendían o insistían demasiado sobre lo inmutable y sobre la tradición, comenzaron a ser llamados con un cierto acento de tolerancia o benevolente suportación, pero no de admiración, "conservadores" o "tradicionalistas".
----------Entre estos últimos surgió, como se sabe, desde los primerísimos años del postconcilio, la famosa figura de Monseñor Marcel Lefèbvre [1905-1991], que pronto comenzó a atraer a un cierto número de seguidores, hasta el punto de fundar la igualmente famosa Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX), todavía hoy existente y próspera. El obispo Lefèbvre, sostenedor no del todo iluminado de la sagrada Tradición, que según él el Concilio había traicionado, junto con poquísimos otros, en lugar de ver las herejías denunciadas por el Santo Oficio en la teología de los modernistas, tuvo en cambio la gran ingenuidad, desprevenida e incompetente ingenuidad, de encontrarlas en el mismo Concilio, al que por consiguiente acusó de los terribles errores ya condenados por los Papas del siglo XIX, como el liberalismo, el racionalismo y el indiferentismo.
----------Continuaremos...